Ahora que tenemos todos los días muchas horas de vida digital, podemos caer en el engaño de imaginar que realmente lo que pasa allá afuera es reflejo de lo que pasa en nuestro muro del caralibro. La verdad de las cosas es que sólo 40 millones de mexicanos están conectados a Internet y hay una parte muy importante de la población que no pasa por las acciones - buenas y malas - que se han visto en las redes sociales en los últimos días.
Sin embargo, conforme se acercan las elecciones, voy viendo más claramente como una vez más, nos gana el discurso del miedo. Miedo a que el candidato 1 vaya a terminar por corromper al país. A que el candidato 2 lo convierta en terreno de la desesperanza y el comunismo. Miedo a que continúe la violencia porque la candidata 3 continuará con los mismos métodos de su antecesor. Miedo a que quien quede presidente, como si fuera una entidad todo poderosa, arrase con el país.
Criticamos mucho las campañas "basura" que los candidatos han hecho en
todo el país, como siempre pintando bardas, regalando despensas, gorras,
camisetas y hasta maquillaje. Entre los que tenemos esas necesidades
cubiertas, que no necesitamos que nos regalen una despensa porque - vaya
suerte - podemos pagarla, el negociar con el miedo es más o menos la
misma cosa. Vamos a la pirámide de necesidades de Maslow y picamos ahí
en donde el futuro o la autorrealización. No es un picoteo formal: es la
noción, la creación del miedo.
Yo, como todo el mundo, tengo mis motivos para votar por uno o por otro. Pero no me parece válido hacer proselitismo a partir de la intimidación y la creación de dudas sobre el bienestar futuro. No creo que sea justo ni inteligente (mucho menos maduro) que a lo más que pueda llegar nuestro discurso sea a amenazar, como si habláramos del "roba chicos" o "el coco". Al final, creo que los partidos están logrando lo que les conviene: que la vida democrática y el concepto de participación se resuma a concentrarnos en la elección de una sola persona - sin que después hagamos un seguimiento de lo que hacen "los demás".
He aquí el matiz: ningún presidente bajo las leyes de México es todopoderoso. Todo lo que pasa durante el sexenio de una persona no es única y exclusivamente su culpa. ¿No se supone que vivimos en un país con tres poderes separados? ¿Entonces?
Exigirle o imputarle a los presidentes - incluso peor, a los candidatos a la presidencia - responsabilidad absoluta sobre lo que pasa en su mandato es muy poco razonable. Sería como si efectivamente se erigieran dictadores, pasaran olímpicamente de las Cámaras, del Senado y tomaran todas las decisiones por si mismos.
Yo tengo la triste impresión de que, fuera de la guerra contra las drogas famosa, tenemos un país absolutamente paralizado. Entre otras cosas, paralizado porque el Congreso ni presenta leyes que sean relevantes y cambien la vida de los ciudadanos ni crea un entorno para que cualquier legislación realmente relevante se aplique. No es el presidente al final - son todos los niveles de política que no se ponen de acuerdo en tra-ba-jar al servicio del ciudadano.
Mi última de hoy: no somos nadie. Y no somos nadie tampoco para establecer los principios morales de todos los mexicanos ni de todo el mundo. No estoy diciendo que abramos la veda para que nos podamos matar los unos a los otros, pero hay asuntos de salud pública (drogas, aborto, prevención), sociedad (matrimonio gay, divorcio exprés, escuelas laicas) y legalidad en general en las que no tenemos que estar necesariamente de acuerdo y que no generan efectos avalancha. Si las puertas están abiertas, no es para que salgamos todos corriendo - es para quien quiera salir, no se estampe en el camino. Está bien dejar las puertas abiertas, es el justo respeto al otro. Ahí soy fan de Voltaire: "Pensad por cuenta propia y dejad que los demás disfruten del derecho a hacer lo mismo."
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