Como siempre que este blog se ha quedado mudo, no es por falta de cosas que contar - es por ausencia absoluta del tiempo y la concentración para hacerlo. Y así se me pasó hablar de la mudanza que me hizo cruzar la plaza y dejar mi casa de seis años, de las cosas curiosas que he visto en las calles de Barcelona, del día aquel que parecía que todo iría mal y fue mejorando, de las elecciones en mi país, de los recortes y el permanente "estado de malestar" del país donde ahora vivo...
Pero ahora no es ahora. Ahora he entrado en una especie de tregua. En algunos sitios se llama vacaciones. Yo no es que deje del todo de trabajar - es que he transitado para encontrar otras cosas que estaba buscando. Que necesitaba en la vida.
Y entonces llega la ausencia de historias - parece un poco menos interesante el autobús que ayer se subió a un camellón, los cielos impactantes de un invierno inesperado, mi madre que se encuentra con el montón de preguntas de la familia sobre qué hago yo en otras partes del mundo, los compañeros de viajes trasatlánticos que se niegan a levantarse para que vayas al baño (aun cuando lo pidas por favor y justo cuando han recogido las bandejas)...
Hay historias, como siempre. El asunto es que las historias a veces se ven consumidas por una cierta realidad mullida y cálida, por las cosas que anticipabas y no había llegado aún. La felicidad, esa cosa amorfa e instantánea, se acerca a tí, te planta cara, te muestra los dientes. Y le muestras también los tuyos. Y se quedan en paz, mirándose.
Los que no tienen historia son los que parecen tener una historia feliz. Y, en este momento de gracia, me quedo por ahora.
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