15.1.12

Doble-tres

Supongo que algo tiene de mística heredada: que el hecho de que a mi mamá le emocionen los cumpleaños y les guste celebrarlos (más los de otros que los suyos, he de decir) se me tenía que pegar por algún lado. También tiene que ver que para mí, insegura crónica, era importante que existiera un día que "por derecho" me tocaba que la gente se acordara de que yo existía en el mundo.
No siempre ha sido una buena idea tener tan en alto la importancia de mi cumpleaños: me ha costado dinero, paz mental, relaciones y hasta buena digestión. Entre otros.
Al pasar el tiempo me doy cuenta que, en el fondo, todo se resume a un enorme deseo de agradecer. El salto es importante - de un número a otro. Tan fácil pensar que las cosas duran para siempre, incluso uno. Tan difícil que es durar para siempre, tan frágil que es lo que construyes, tan pequeñito que en realidad es tu cuerpo.
Entonces despertarme con la voz eléctrica de mis padres al otro lado del mundo (que cumplen a su vez 33 años de ser padres), darme el lujo de ser antisocial y saltarme una fiesta para irme al cine a ver una película muda, con uno de mis hermanos y una hermana de adopción en lugar de una fiesta, comer un bocadillo de jamón y espárragos y luego un gintonic con regaliz me parece un poco increíble. Sin contar que, a pesar de ser nacida en invierno, todo parece indicar que habrá sol y que podremos hacer un picnic en el parque. Sin contar con que, a pesar de los pesares, me siguen llegando mensajes de felicitación justo a la hora, con cariño y sin rencores. Sin contar con que, a pesar de los océanos, las distancias parece que se acortan... o que definitivamente no existen.
Me gusta decirlo: tengo mucha suerte y una vida buena. Y 33 años.

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