Me miras como si me estuvieras entregando tu última botella de vino, tu hija virgen adolescente, tu coche recién comprado, tu casa de madera sabiendo de mis hábitos pirómanos. Vamos caminando juntos sobre el hielo y quizá, sólo quizá, podríamos caer. Preguntas si puedes confiar en mi - yo elijo el silencio, colgarme de tu brazo y seguir cruzando el delgadísimo río.
(Recupero con esto aquel hábito de escribir mini-textos con el título de los correos de Spam que descubro sorprendentes o relacionados cobnugi. ¿Alguien se sube a la aventura?).
18.12.10
9.12.10
El derecho a olvidar
Con el asunto wikileaks escurriendo por todas partes, me imagino en estos días a un grupo más bien grande de diplomáticos y empleados gubernamentales llorando por los rincones, preguntándose por qué hicieron todo lo que hicieron y, peor, lo pusieron por escrito y, aún peor, lo mandaron por internet (en algunos casos).
Me imagino el susto de que alguien ahora reuniera todos los posibles archivos de las computadoras de mi vida y comenzara a rastrear algo que me incriminara. Claro, yo no manejo dinero público ni soy cargo de elección popular, pero hay cosas que he dicho y hecho que muy probablemente no me gustaría que salieran a la luz.
Y pienso entonces en el rastro digital tremendo que vamos dejando ahora en Facebook, en Twitter, en Blogger. En este blog hay una especie de cuaderno evolutivo de Cinthya que permite - por lo menos para mí misma - entender cómo y por qué se han hecho ciertas cosas, se han roto ciertos castillos y se han conquistado nuevos reinos. Supongo que - casi - no me avergüenzo de él, que he llegado a un punto de reconciliación conmigo misma.
Pero también reconozco que hay cosas que no existen en mi vida digital - que me doy el derecho a guardarme para mí misma: no sólo a borrarlas de mi vida. Como los que ya no son nuestros amigos (digitales), las fotos que borramos en un intento para hacer borrón y cuenta nueva...
Hablamos los que trabajamos en la investigación de las redes sobre el derecho a olvidar. ¿cuándo, dónde, cómo a quién? Pensemos en Wikileaks... y en los leaks que de pronto, en la vida real nos recuerdan que no todo estaba olvidado.
Me imagino el susto de que alguien ahora reuniera todos los posibles archivos de las computadoras de mi vida y comenzara a rastrear algo que me incriminara. Claro, yo no manejo dinero público ni soy cargo de elección popular, pero hay cosas que he dicho y hecho que muy probablemente no me gustaría que salieran a la luz.
Y pienso entonces en el rastro digital tremendo que vamos dejando ahora en Facebook, en Twitter, en Blogger. En este blog hay una especie de cuaderno evolutivo de Cinthya que permite - por lo menos para mí misma - entender cómo y por qué se han hecho ciertas cosas, se han roto ciertos castillos y se han conquistado nuevos reinos. Supongo que - casi - no me avergüenzo de él, que he llegado a un punto de reconciliación conmigo misma.
Pero también reconozco que hay cosas que no existen en mi vida digital - que me doy el derecho a guardarme para mí misma: no sólo a borrarlas de mi vida. Como los que ya no son nuestros amigos (digitales), las fotos que borramos en un intento para hacer borrón y cuenta nueva...
Hablamos los que trabajamos en la investigación de las redes sobre el derecho a olvidar. ¿cuándo, dónde, cómo a quién? Pensemos en Wikileaks... y en los leaks que de pronto, en la vida real nos recuerdan que no todo estaba olvidado.
5.12.10
Querida Kitty
Pregúntese a sí mismo por qué quiere escribir. Pregúntese si debe escribir. Pregúntese si puede vivir sin escribir. Si su necesidad de escribir es imperiosa y surge de lo más profundo de su corazón, ¿qué le importa lo demás? Construya su vida en función de esa necesidad, aunque tenga que trabajar en otra cosa, y escriba en la más completa soledad.-Rainer Maria Rilke - Cartas a un joven poeta
En lo absoluto soy el joven poeta de 20 años al que escribe Rilke - que Gabriel Zaid muy bien apunta tenía 28 años cuando mandó estas cartas. Y aún así, en este letargo que da la sociedad del conocimiento y el bienestar, a veces todavía me pregunto qué es exactamente lo que quiero hacer. Cómo. Cuándo.
Escucho las historias heroícas de quienes se han hecho escritores a costa de su salud (física o mental): escribiendo imposibles novelas en noches robadas al trabajo físico o en tardes escaqueadas al trabajo en agencia de publicidad. Tengo la tentación de decir que ya no escribo - pero en realidad sí que lo hago. Y hay una sola cosa que no me cuestiono: no podría vivir la vida sin contársela a otros.
Reconozco que me da culpa - si alguien me da pie me puedo pasar dos horas acumulando frases sobre casi cualquier tema. Vamos, que últimamente hablo hasta de política y de fútbol - lo de la religión me viene de familia, qué vamos a hacerle. Me da culpa, digo, ser esa vocecita que habla, habla, habla y escribe ... escribe... escribe.
Dirigo este post a Kitty que era la amiga imaginaria de Anne Frank, la del diario. Lo leí muy pequeña y recuerdo haber pensado entonces que me gustaría dedicarme a escribir - incluso pensé que sería bueno que me pasaran cosas, para poder escribir de cosas interesantes. Este, Yunuen querida, era uno de los libros que leía debajo de mi cama, imaginándome la sensación de ahogo, de aprisionamiento...
No idolatro la figura de Frank - me imagino que si viviera sería una viejita un poco insoportable, la pobre - pero le reconozco haberme contagiado del bicho de las frases largas y las descripciones caseras. Y es un buen bicho.
Mi deseo de último mes del año: no dejar de escribir.
3.12.10
Ubícate
Hay muchas cosas que alimentan mi insana curiosidad - por no decir mi voyeurismo - en el Facebook. Voy por ahí, viendo cómo amigos de toda la vida y otros de menos tiempo atrás deciden contar, fotografiar o explicar cosas. Yo también lo hago. Pero últimamente me sorprende del todo el uso del Foursquare y otras herramientas de geolocalización.
"Llegué a la gasolinera". "Entré al cine X". "Haciendo lunch con X en el restaurante tal". Todo con nombres y localización de sitios. ¡Hasta con mapas! Me hace pensar en la manera en cómo yo me imaginaba a Dios cuando era más pequeña: qué necesidad de televisión en el cielo si se podía sentar en una nube con un bowl inmenso de palomitas y unos binoculares súpersónicos y mirar hacia la tierra: "Ah... mira, Luis va de compras... otra vez doña Petra saliendo de la Iglesia... y Juan y sus secretaria entrando al motel... ¿creeran en serio que nadie en la oficina se entera?". Y Dios se mesaba las barbas y veía que ver a los humanos en acción era bueno. [Lo siento - siempre me ha parecido que es más un buen observador que un funcionario inquisidor haciendo cuentas: "dos pecados más, un día más de purgatorio... y este... ni revisar el expediente, directo al infierno. Aunque quizá si va a Roma en su próxima gira y se entrevista con el Papa..."].
Total, que me gusta - lo confieso - sentarme en mi nube y con mis binoculares digitales meterme a detalle en la vida de otros. Pero me causa escalofríos que otros sepan exactamente dónde estoy yo. Twitter me asusta cada vez que me pregunta si quiero poner desde dónde salen mis comentarios - que a veces por si mismo se geolocalizan. La diferencia es que YO decido CUANDO decir DÓNDE estoy (suena a anuncio de Bacardí) - no una cosita que está integrada en mi móvil.
Supongo que todo esto viene del placer que encuentro en perderme por ahí sin que nadie sepa dónde estoy - pasión que viene desde que me gustaba leer debajo de mi cama a los nueve años. Y me sorprende que a otros esta pasión no les sobrecoja... Me miro al ombligo, pues, y me maravillo en los otros. Y siento una cierta comodidad en que lo hagan, que me digan donde estoy. Porque así no tengo que recurrir a la madre aprensiva que vive dentro de mí y preguntar: ¿cómo y dónde estás?
Ya me lo dijo anoche la voz que me arulla en sueños: "Todo el tiempo estoy en el camino y no me pasan cosas - no te preocupes. No te puedo ir avisando de todo lo que hago". Tan fácil que sería prenderle el Foursquare en su móvil... y tan traidor.
"Llegué a la gasolinera". "Entré al cine X". "Haciendo lunch con X en el restaurante tal". Todo con nombres y localización de sitios. ¡Hasta con mapas! Me hace pensar en la manera en cómo yo me imaginaba a Dios cuando era más pequeña: qué necesidad de televisión en el cielo si se podía sentar en una nube con un bowl inmenso de palomitas y unos binoculares súpersónicos y mirar hacia la tierra: "Ah... mira, Luis va de compras... otra vez doña Petra saliendo de la Iglesia... y Juan y sus secretaria entrando al motel... ¿creeran en serio que nadie en la oficina se entera?". Y Dios se mesaba las barbas y veía que ver a los humanos en acción era bueno. [Lo siento - siempre me ha parecido que es más un buen observador que un funcionario inquisidor haciendo cuentas: "dos pecados más, un día más de purgatorio... y este... ni revisar el expediente, directo al infierno. Aunque quizá si va a Roma en su próxima gira y se entrevista con el Papa..."].
Total, que me gusta - lo confieso - sentarme en mi nube y con mis binoculares digitales meterme a detalle en la vida de otros. Pero me causa escalofríos que otros sepan exactamente dónde estoy yo. Twitter me asusta cada vez que me pregunta si quiero poner desde dónde salen mis comentarios - que a veces por si mismo se geolocalizan. La diferencia es que YO decido CUANDO decir DÓNDE estoy (suena a anuncio de Bacardí) - no una cosita que está integrada en mi móvil.
Supongo que todo esto viene del placer que encuentro en perderme por ahí sin que nadie sepa dónde estoy - pasión que viene desde que me gustaba leer debajo de mi cama a los nueve años. Y me sorprende que a otros esta pasión no les sobrecoja... Me miro al ombligo, pues, y me maravillo en los otros. Y siento una cierta comodidad en que lo hagan, que me digan donde estoy. Porque así no tengo que recurrir a la madre aprensiva que vive dentro de mí y preguntar: ¿cómo y dónde estás?
Ya me lo dijo anoche la voz que me arulla en sueños: "Todo el tiempo estoy en el camino y no me pasan cosas - no te preocupes. No te puedo ir avisando de todo lo que hago". Tan fácil que sería prenderle el Foursquare en su móvil... y tan traidor.
28.11.10
Vota por mí
(Comparto la autoría de este post con Marek Fodor, director general de nuestro proyecto www.elecciones.es. Esta es mi versión. La suya se puede ver aquí)
No soy candidata a las elecciones catalanas por ningún partido o entidad. Lo que te pido es un favor personal. Hace seis años que vivo aquí, estudio y trabajo, pago mis impuestos e intento reciclar y ser buena vecina. Me interesa mucho que el territorio que se ha convertido en mi segunda casa sea cada vez un lugar mejor para vivir, para mí y para mis vecinos.
Por eso te pido que vayas a votar por una opción que creas que puede mejorar nuestra vida. Yo no puedo, porque soy inmigrante. Pero sé que tú sí – y que sabes que uno de los partidos que se presenta ofrece una opción de gobierno – o de oposición – que nos conviene tener.
Vota. En los últimos meses, trabajé junto a un equipo de personas diseñando una herramienta para que la gente pudiera ver qué partido era más cercano a sus ideas, para darles la posibilidad de emitir un voto informado, consciente. Si quieres, antes de ir al Colegio Electoral, visita www.elecciones.es y ve qué opciones tienes. Si no, no importa.
Pero, por favor, vota. Te lo voy a agradecer.
No soy candidata a las elecciones catalanas por ningún partido o entidad. Lo que te pido es un favor personal. Hace seis años que vivo aquí, estudio y trabajo, pago mis impuestos e intento reciclar y ser buena vecina. Me interesa mucho que el territorio que se ha convertido en mi segunda casa sea cada vez un lugar mejor para vivir, para mí y para mis vecinos.
Por eso te pido que vayas a votar por una opción que creas que puede mejorar nuestra vida. Yo no puedo, porque soy inmigrante. Pero sé que tú sí – y que sabes que uno de los partidos que se presenta ofrece una opción de gobierno – o de oposición – que nos conviene tener.
Vota. En los últimos meses, trabajé junto a un equipo de personas diseñando una herramienta para que la gente pudiera ver qué partido era más cercano a sus ideas, para darles la posibilidad de emitir un voto informado, consciente. Si quieres, antes de ir al Colegio Electoral, visita www.elecciones.es y ve qué opciones tienes. Si no, no importa.
Pero, por favor, vota. Te lo voy a agradecer.
20.11.10
Los lujos de la herencia
Me mandó mi padre esta foto hace tres días y no me canso de verla. De ver sus ojitos profundos y firmes, que miran al fotógrafo casi desafiándolo. O desafiándolo de una manera silenciosa, aún dentro de su pose firme, clara, obediente.
Me la imagino todo menos muy obediente. Sé, sin embargo, que siguió ciertas órdenes. Que dejó de lado ciertos sueños. Que sabe muy bien a quién quiere y a quién no. Que esos ojos siguen mirando así, firmemente, y hablan aún a través de las gafas de sol que usa desde una cirugía ocular que no fue muy bien.
Creo que, entre otras muchas cosas, heredé de ella el bicho del nomadismo. Aunque es de las que más preguntan cuándo voy a volver, también sé que sabe por qué me fui: y que si ella hubiera sido yo, si hubiese vivido en mi tiempo y accedido a las oportunidades que yo tuve, también se hubiera ido lejos, a buscar esa cosa que no sabemos qué es.
Es verdad: la extraño cuando se reía más, cuando viajaba, cuando me contaba historias de sitios a los que yo nunca había ido. Pero la quiero igual o más. Y no me olvido de cuando me quedaba con ella y era pequeñita, de ciertas cosas que sólo ella sabe cocinar, de que cuando me fuí a vivir con ella no me despertaba para que me fuera a la escuela porque creía que estaba demasiado cansada, de las blusas y suéteres que me ha tejido, de que ella sabía que me iba el día que me fuí... porque me sigue recordando sentada en la escalera de su casa, pidiéndole cariños a un perro.
La adoro - y especialmente esa parte de mí que a veces se parece a ella y mira al fotógrafo (o al mundo) con esos ojos de insolencia que sólo dan los cinco años. Feliz cumpleaños número 86, Bili. Gracias por estar.
15.11.10
Flora
Me parece a mí que no tiene hijos ni nietos a los cuales llamarles la atención - no sé exactamente por qué, pero en gran medida por que nunca habla de ellos. Llega a la piscina todos los días como a las 7:30, ya cargada con un montón de periódicos gratuitos que fue recolectando de las calles. Los deja en el vestuario, para que puedan tomar alguno las que llegan más tardes.
Tenemos en común que somos animales de costumbres. Yo suelo dejar mis cosas en el locker número 190 y ella en el 192. Todos los días. Siempre que voy, coincido con ella. Y es la que se fija y me reclama si llego tarde o temprano, si he salido o no muy roja de la clase o de mi sesión de ejercicios.
Y tiene esta cosa que me saca de quicio aunque sepa que lo hace por mi bien: todos los días me reclama, con su voz un poco chillante, que me salga del gimnasio con el pelo húmedo. "Pero es que tú nunca me escuchas, no me entiendes... te va a dar una pulmonía y entonces verás... si no te vas a secar el pelo, ¿por qué no te lo cortas? Es menos peligroso que anda por ahí así". Y eso es lo que me dice a mí: pero para todas tiene una corrección, no importa la edad que tengamos. Es una especie de vigilante de nuestra integridad física... que no moral.
Hay días que estoy de ánimos de escucharla. Hay días que me gustaría que alguien tuviera la autoestima que yo no tengo para contrarrestarla. Y hay días como hoy que salgo del gimnasio con el pelo húmedo y me estremezco de frío y temo enfermarme. Y me imagino que quizá, al llamarse Flora, es una de esas hadas madrinas pequeñitas que seguían a la Bella Durmiente para que estuviera a salvo. Se quedó con el tic de salvar a la gente, aunque ya nadie quiera ser salvado.
Quizá mañana me seque el pelo antes de salir. Quizá.
Tenemos en común que somos animales de costumbres. Yo suelo dejar mis cosas en el locker número 190 y ella en el 192. Todos los días. Siempre que voy, coincido con ella. Y es la que se fija y me reclama si llego tarde o temprano, si he salido o no muy roja de la clase o de mi sesión de ejercicios.
Y tiene esta cosa que me saca de quicio aunque sepa que lo hace por mi bien: todos los días me reclama, con su voz un poco chillante, que me salga del gimnasio con el pelo húmedo. "Pero es que tú nunca me escuchas, no me entiendes... te va a dar una pulmonía y entonces verás... si no te vas a secar el pelo, ¿por qué no te lo cortas? Es menos peligroso que anda por ahí así". Y eso es lo que me dice a mí: pero para todas tiene una corrección, no importa la edad que tengamos. Es una especie de vigilante de nuestra integridad física... que no moral.
Hay días que estoy de ánimos de escucharla. Hay días que me gustaría que alguien tuviera la autoestima que yo no tengo para contrarrestarla. Y hay días como hoy que salgo del gimnasio con el pelo húmedo y me estremezco de frío y temo enfermarme. Y me imagino que quizá, al llamarse Flora, es una de esas hadas madrinas pequeñitas que seguían a la Bella Durmiente para que estuviera a salvo. Se quedó con el tic de salvar a la gente, aunque ya nadie quiera ser salvado.
Quizá mañana me seque el pelo antes de salir. Quizá.
12.11.10
Creemos tanto en usted
Ya lo dice mi jefe en la Universidad: este no es mi año con las becas. Ayer justo me informaron que una que parecía hecha a la medida para mi proyecto doctoral pues no... no me toca. Ayer también recibí una carta de una sacrosanta institución que me dio una beca (que tristemente ya se acabó) dando recomendaciones para presentarse en una entrevista de trabajo.
Aclaro antes de transcribir las recomendaciones que dicha institución otorga sólo becas a "estudiantes de excelencia". Y entonces uno lee:
Gracias, oh, gracias, por creer tanto en mí.
Aclaro antes de transcribir las recomendaciones que dicha institución otorga sólo becas a "estudiantes de excelencia". Y entonces uno lee:
* Infórmate sobre la empresa y el puesto de trabajo ofertado.
* Se puntal y evita ir acompañado.
* Asegúrate del lugar y de la hora de la entrevista.
* Cuida tu manera de vestir e higiene personal. Preséntate con una imagen formal (modera el uso de accesorios, maquillaje, perfumes, etc.).
* Lleva el material que consideres te puedan solicitar, por ejemplo: copia de tu currículum vitae, copia de títulos formativos, certificados, trabajos publicados, bloc y bolígrafo para tomar notas, etc.
* Escucha atentamente al entrevistador y exprésate de manera clara, concisa y estructurada.
* Cuida tu postura, modera tus gestos y tics, así como la risa.
* Demuestra confianza en ti mismo.
Gracias, oh, gracias, por creer tanto en mí.
10.11.10
Control de daños
Es algo así como "avienta la piedra y esconde la mano". Nunca como en el mes de las elecciones hay que ser políticamente correcto o tener una tendencia especial a la concordia. A no querer hacer enojar a nadie. A que las cosas que hicimos, que rebotaron a algunos, desaparezcan. A ver si se olvidan.
Salí de Barcelona pocos días antes de que llegara el Papa y regresé el día después de que se marchara. Por buena suerte o casi por error, alcancé a ver los cientos de banderolas que pendían dándole a Benet XVI la bienvenida a Cataluña y a Barcelona. En el último mes había vivido las discusiones sobre si era o no bienvenido el señor jefe de estado del Vaticano. Y había sido tema de debate político.
El lunes, a las 20h30, me topé con una cuadrilla de chicos que en diez minutos dejaron Plaza Urquinaona vacía de banderolas blanco-amarillas. Sonreí, porque a su lado había otras banderolas más viejas, de eventos que habían terminado hacia un par de semanas y eran objetivamente más necesarias de remover pero políticamente menos peligrosas. Pensé, mientras veía a un chico correr de un lado a otro de la calle con las famosas banderolas, que todos necesitamos un pequeño empujón para limpiar la casa con rapidez.
Salí de Barcelona pocos días antes de que llegara el Papa y regresé el día después de que se marchara. Por buena suerte o casi por error, alcancé a ver los cientos de banderolas que pendían dándole a Benet XVI la bienvenida a Cataluña y a Barcelona. En el último mes había vivido las discusiones sobre si era o no bienvenido el señor jefe de estado del Vaticano. Y había sido tema de debate político.
El lunes, a las 20h30, me topé con una cuadrilla de chicos que en diez minutos dejaron Plaza Urquinaona vacía de banderolas blanco-amarillas. Sonreí, porque a su lado había otras banderolas más viejas, de eventos que habían terminado hacia un par de semanas y eran objetivamente más necesarias de remover pero políticamente menos peligrosas. Pensé, mientras veía a un chico correr de un lado a otro de la calle con las famosas banderolas, que todos necesitamos un pequeño empujón para limpiar la casa con rapidez.
9.11.10
Anuncios electorales...
Este es un anuncio: entre el millón de cosas que ocupan mi mente y mis manos todos los días, tengo más de cuatro años haciendo investigación de tesis doctoral sobre cómo las nuevas tecnologías pueden auxiliar en nuestra relación con la política. No me siento necesariamente muy cerca de terminar, pero hay días en que pasan cosas que me hacen sentir que ha valido la pena - y que terminaré algún día.
Hoy abrimos oficialmente la página www.elecciones.es. Es una "aplicación de apoyo al voto" - es decir, un test de 20 preguntas para ver a qué partido está más cercano. La idea es lograr una reflexión de tu voto y que convirtamos el factor sorpresa - ¿por quién realmente quieres votar? - en un argumento para involucrarnos en la discusión política.
¿Qué les digo? Me hace mucha ilusión. Ojalá que puedan visitarlo y compartirlo.
Hoy abrimos oficialmente la página www.elecciones.es. Es una "aplicación de apoyo al voto" - es decir, un test de 20 preguntas para ver a qué partido está más cercano. La idea es lograr una reflexión de tu voto y que convirtamos el factor sorpresa - ¿por quién realmente quieres votar? - en un argumento para involucrarnos en la discusión política.
¿Qué les digo? Me hace mucha ilusión. Ojalá que puedan visitarlo y compartirlo.
2.11.10
Hablemos de mis muertos
La crisis comenzó la semana pasada en la oficina, cuando mandé un correo poniendo el límite de entrega de unos documentos el día "De Muertos" mexicano. Alguien me miró con la ceja levantada y me dijo que aquí no se dice "muertos" porque suena muy feo - difuntos si quiero, en cualquier caso.
Me quedé pensando en que me hace un poco de gracia que la gente vaya a los cementerios el 1 de noviembre, que en realidad es día de Todos los Santos. ¿Será que todos nuestros muertos son santos? ¿o que simplemente no nos acostumbramos a llamarlos por su nombre? ¿o que es nuestra peculiar manera de hacer como si no hubiera pasado? Así como no llamamos más a un gordo, gordo, si no obeso, porque se siente. O a un burro en clase burro, sino "niño con otra velocidad de aprendizaje". Nuestra actitud políticamente correcta lo ha glaseado todo - hasta el morirse.
Pero es que la gente, como las flores, se muere. Y se queda uno triste, con un hueco en el estómago, aunque no en la memoria. Te acuerdas, al contrario, de todas las pequeñas cosas de ese/esa que se fue, que se adelantó. Por que la idea es que se han ido pero no sabemos a dónde. Y la parte linda del día de muertos mexicano es que regresan, a ver si todavía nos acordamos de ellos, a ver si pueden seguir un poco más por aquí.
Y a mi alrededor se aparecen mis muertos. Y me doy cuenta que hay más de los que me imagino. Porque no son sólo los que se han muerto y qué pena, llantos, iglesias y sepultura. Hay los muertos de aquellas personas que éramos, de las cosas que creíamos. Los que hemos dejado en el camino - y recordamos, pero sabemos qué no volverán.
Sería bueno también prepararnos para el regreso de aquellos muertos: los otros nosotros que creímos que no volverán pero que nos están esperando a la vuelta de la esquina para decirnos que, en realidad, lo que queríamos era otra cosa.
Me quedé pensando en que me hace un poco de gracia que la gente vaya a los cementerios el 1 de noviembre, que en realidad es día de Todos los Santos. ¿Será que todos nuestros muertos son santos? ¿o que simplemente no nos acostumbramos a llamarlos por su nombre? ¿o que es nuestra peculiar manera de hacer como si no hubiera pasado? Así como no llamamos más a un gordo, gordo, si no obeso, porque se siente. O a un burro en clase burro, sino "niño con otra velocidad de aprendizaje". Nuestra actitud políticamente correcta lo ha glaseado todo - hasta el morirse.
Pero es que la gente, como las flores, se muere. Y se queda uno triste, con un hueco en el estómago, aunque no en la memoria. Te acuerdas, al contrario, de todas las pequeñas cosas de ese/esa que se fue, que se adelantó. Por que la idea es que se han ido pero no sabemos a dónde. Y la parte linda del día de muertos mexicano es que regresan, a ver si todavía nos acordamos de ellos, a ver si pueden seguir un poco más por aquí.
Y a mi alrededor se aparecen mis muertos. Y me doy cuenta que hay más de los que me imagino. Porque no son sólo los que se han muerto y qué pena, llantos, iglesias y sepultura. Hay los muertos de aquellas personas que éramos, de las cosas que creíamos. Los que hemos dejado en el camino - y recordamos, pero sabemos qué no volverán.
Sería bueno también prepararnos para el regreso de aquellos muertos: los otros nosotros que creímos que no volverán pero que nos están esperando a la vuelta de la esquina para decirnos que, en realidad, lo que queríamos era otra cosa.
1.11.10
Para llevar
Lo que tiene un lunes festivo es que uno se puede perder sin prisa ni angustia en aquellos blogs que le gustan y que nunca se da tiempo de leer. Descubrir que al otro lado de ellos hay alguien que está pensando, está viviendo, está escribiendo algo que siempre es el inicio de otra cosa. O que cita a alguien que nos hubiera gustado citar a nosotros.
Así que, con permiso de Lilián y su blog, me robo este texto de Wislawa Szymborska (poetisa polaca nacida en 1923, Nobel de Literatura en 1996).
Una del montón
Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.
Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo un cristal de microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
que para algunos brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
o sólo asco,
o sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
(Versión de Gerardo Beltrán)
Así que, con permiso de Lilián y su blog, me robo este texto de Wislawa Szymborska (poetisa polaca nacida en 1923, Nobel de Literatura en 1996).
Una del montón
Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.
Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo un cristal de microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
que para algunos brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
o sólo asco,
o sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
(Versión de Gerardo Beltrán)
31.10.10
Sobre la moda
Una cosa que me gusta mucho de Barcelona es que realmente puedes ir por allí vestido como te dé la gana sin que importe tanto - de hecho, sin que importe en absoluto. Es mi autocensura la que me impide salir a la calle en pantalones de pijama (tan cómodos y calientitos), pero casi podría asegurar que si lo hiciera nadie repararía demasiado en ello.
Esta relajación casi total tiene, sí, sus desventajas. Cada uno - o algunos - van a la búsqueda quijotesca de una estética distintiva, que los haga sobresalir. El jueves, por ejemplo, me topé con una persona de estas. Fuí al Palau de la música a escuchar un concierto por demás suigéneris (debí sospechar de un cartel compartido entre Jorge Drexler y De La Fé y Las Flores Azules). Sentada en mi espectacular asiento de gayola - o sea, allá hasta atr´s - descubrí con gusto que podría ver todo casi perfectamente cuando llegó ella.
Rubia, jeans, jersey negro... y una coleta como de Pebbles Picapiedra en el centro de su adorable cabezota - que era lo suficientemente baja como para dejarme ver perfectamente... sin la "fuente danzarina" de cabello que estuvo ahí, entre mis ojos y el escenario, todo el concierto.
En el fondo agradecí no haber tenido a la mano unas tijeras, porque probablemente en medio de una canción y otra, hubiera cometido un coleticidio flagrante...
Y, si es por seguirme quejando, había alguien detrás de mi que se sabía toooodas las canciones de Drexler pero no, no sabía cantar - no podía entonar si quiera. Pero cantaba, y cantaba, y cantaba... y había móviles que sonaban. Y una señora con un bebé. Llorando.
Al final, siendo esa la situación, faltaba sólo que pasara una cigarrera vendiendo tabaco, palomitas y ¡por favor! cervezas. Sobre todo para pasar el concierto de De La Fé, que son magníficos, pero no pegaban para nada con el entorno. En palabras de uno de mis acompañantes, era como meter a Chayanne a dar un concierto en el Liceu.
De la chica de la coleta, ni hablar más. Es todo parte de esa campaña en pro del civismo que tiene el ayuntamiento ahora por todos lados: "En Barcelona, todo cabe, pero no todo se vale".
Es lo que digo. No hay derecho.
Esta relajación casi total tiene, sí, sus desventajas. Cada uno - o algunos - van a la búsqueda quijotesca de una estética distintiva, que los haga sobresalir. El jueves, por ejemplo, me topé con una persona de estas. Fuí al Palau de la música a escuchar un concierto por demás suigéneris (debí sospechar de un cartel compartido entre Jorge Drexler y De La Fé y Las Flores Azules). Sentada en mi espectacular asiento de gayola - o sea, allá hasta atr´s - descubrí con gusto que podría ver todo casi perfectamente cuando llegó ella.
Rubia, jeans, jersey negro... y una coleta como de Pebbles Picapiedra en el centro de su adorable cabezota - que era lo suficientemente baja como para dejarme ver perfectamente... sin la "fuente danzarina" de cabello que estuvo ahí, entre mis ojos y el escenario, todo el concierto.
En el fondo agradecí no haber tenido a la mano unas tijeras, porque probablemente en medio de una canción y otra, hubiera cometido un coleticidio flagrante...
Y, si es por seguirme quejando, había alguien detrás de mi que se sabía toooodas las canciones de Drexler pero no, no sabía cantar - no podía entonar si quiera. Pero cantaba, y cantaba, y cantaba... y había móviles que sonaban. Y una señora con un bebé. Llorando.
Al final, siendo esa la situación, faltaba sólo que pasara una cigarrera vendiendo tabaco, palomitas y ¡por favor! cervezas. Sobre todo para pasar el concierto de De La Fé, que son magníficos, pero no pegaban para nada con el entorno. En palabras de uno de mis acompañantes, era como meter a Chayanne a dar un concierto en el Liceu.
De la chica de la coleta, ni hablar más. Es todo parte de esa campaña en pro del civismo que tiene el ayuntamiento ahora por todos lados: "En Barcelona, todo cabe, pero no todo se vale".
Es lo que digo. No hay derecho.
28.10.10
De la belleza y los otros ojos
Inesperadamente, necesito fotos de "perfil". No son fotos de credencial, no. Fotos con las que saldré en páginas web o en una guía de un congreso. Reviso mi archivo. Todas esas fotos. Tan pocas conmigo mirando a la cámara, en una postura normal, seria, sin lentes de sol, como de gente que trabaja.
Me miro en los ojos de otros. En lo que los otros ven en mí. Ahora dudo si esto ya lo he dicho antes - ¿les pasará esto a los articulistas? ¿tendrán Maruja Torres o Javier Marías momentos de titubeo sobre el autoplagio? - pero desde hace algunos años estoy convencida que las fotografías son sólo reflejo de una cosa: de lo que ve en tí el fotógrafo.
Siempre estoy desbordada por la idea de la percepción, como lo que yo creo que es rojo a lo mejor para el que está enfrente de mí no es rojo. Sin llegar a la percepción de sentimientos o sensaciones o posibles. Simplemente lo que veo. Y claramente me parece que la cuestión de la fotografía es igual.
Hay gente que me fotografía y yo, ineludiblemente, odio cada una de las fotos. Me encuentro rara. Y hay fotos de otra gente que me muestran que me ven guapa o divertida o lejana. O borrosa. Es lo que tiene ponerse detrás de la cámara.
Me quejo de que no tengo una foto de gente trabajadora pero descubro, una vez más, que tengo muchas cubierta de sol, sonriendo, mirando hacia un horizonte sin definir. Y eso me gusta más que ninguna otra cosa.
Me miro en los ojos de otros. En lo que los otros ven en mí. Ahora dudo si esto ya lo he dicho antes - ¿les pasará esto a los articulistas? ¿tendrán Maruja Torres o Javier Marías momentos de titubeo sobre el autoplagio? - pero desde hace algunos años estoy convencida que las fotografías son sólo reflejo de una cosa: de lo que ve en tí el fotógrafo.
Siempre estoy desbordada por la idea de la percepción, como lo que yo creo que es rojo a lo mejor para el que está enfrente de mí no es rojo. Sin llegar a la percepción de sentimientos o sensaciones o posibles. Simplemente lo que veo. Y claramente me parece que la cuestión de la fotografía es igual.
Hay gente que me fotografía y yo, ineludiblemente, odio cada una de las fotos. Me encuentro rara. Y hay fotos de otra gente que me muestran que me ven guapa o divertida o lejana. O borrosa. Es lo que tiene ponerse detrás de la cámara.
Me quejo de que no tengo una foto de gente trabajadora pero descubro, una vez más, que tengo muchas cubierta de sol, sonriendo, mirando hacia un horizonte sin definir. Y eso me gusta más que ninguna otra cosa.
17.10.10
Aquí y ahora
No hace 6 años exactos que llegué, porque me acuerdo que era en la tarde cuando aterrizamos de aquel avión procedente de Londres. Traíamos unas maletas enormes, rojas, cuando todavía podían pesar 32 kilos cada una. En el último momento tuve problemas con unos dulces, creo. O algo que tuve que sacar en el aeropuerto.
Me acuerdo que nos llevaron al aeropuerto Alberto, Rax, Chema y Eugenia. Que nos quedamos un poco llorositos y nos despedíamos con pañuelos blancos. Que creíamos que íbamos a volver tan pronto. Tan pronto.
Llegamos a una casa que estaba a unos 800 metros de la casa en la que ahora vivo. Yo sentía frío y traía cargando un pórtatil que ya no sirve, unos jeans que ya deseché y un abrigo que se quemó en mi primer correfoc. Había agua, por lo menos, y algo que comer. Bika nos dio la bienvenida y nos mandó a dormir. Fuimos a comer cerca de Santa María del Mar, a un bar al que nunca he vuelto a entrar, de esos de los que venden paella congelada.
El día antes de irnos, sentada en la sala del departamento en el sur de la Ciudad de México, tuve un ataque de llanto. Había una sensación en el fondo de mi estómago que me decía que ya nunca iba a volver a vivir en esa casa que con tanto cariño y cuidado habíamos renovado, amueblado, puesto a punto. Intenté tranquilizarme pero seguí con los sollozos violentos. Después me fui a dormir. Con un sabor extraño en la boca.
Ayer estuve comiendo en casa de X - fue mi profesor aquel primer año, me adoptó, me llevó a su casa. Hace burla con que si hay una reunión familiar y yo no estoy ahí, sus hermanos preguntan por mí. Se ha convertido en mi familia de aquí. En parte de esa familia que de pronto me construí, elegí en la distancia. Y tengo un padre catalán, una madre uruguaya, hermana francesa, hermana catalana-uruguaya, amigas y amigos muy cercanos serbios, holandeses, italianos, mexicanos, catalanes, charnegos...
Estoy todo menos sola. Y eso que la vida ha cambiado tanto. Pero supongo que aquel llanto violento me preparaba para despedirme de aquella vida y darle la bienvenida a esta: donde he aprendido más de quién soy, de lo que quiero y no, de lo que me gusta. De lo mucho que quiero a mi familia de sangre que está lejos, pero cada vez más cerca. De lo mucho que agradezco mi familia de elección. Quizá lloré despidiéndome de lo que nunca sería sin imaginarme todo lo hermoso que podría ser, venir en el futuro.
Y estoy aquí, ahora. Seis años después. Agradecida. Escuchando una llamada por teléfono que dice "feliz aniversario" y también me susurra que podría haber otros horizontes, otras muchas cosas que me quedan por explorar. En otros sitios. En otros momentos.
Supongo que todo es cuestión de unir los puntos.
Me acuerdo que nos llevaron al aeropuerto Alberto, Rax, Chema y Eugenia. Que nos quedamos un poco llorositos y nos despedíamos con pañuelos blancos. Que creíamos que íbamos a volver tan pronto. Tan pronto.
Llegamos a una casa que estaba a unos 800 metros de la casa en la que ahora vivo. Yo sentía frío y traía cargando un pórtatil que ya no sirve, unos jeans que ya deseché y un abrigo que se quemó en mi primer correfoc. Había agua, por lo menos, y algo que comer. Bika nos dio la bienvenida y nos mandó a dormir. Fuimos a comer cerca de Santa María del Mar, a un bar al que nunca he vuelto a entrar, de esos de los que venden paella congelada.
El día antes de irnos, sentada en la sala del departamento en el sur de la Ciudad de México, tuve un ataque de llanto. Había una sensación en el fondo de mi estómago que me decía que ya nunca iba a volver a vivir en esa casa que con tanto cariño y cuidado habíamos renovado, amueblado, puesto a punto. Intenté tranquilizarme pero seguí con los sollozos violentos. Después me fui a dormir. Con un sabor extraño en la boca.
Ayer estuve comiendo en casa de X - fue mi profesor aquel primer año, me adoptó, me llevó a su casa. Hace burla con que si hay una reunión familiar y yo no estoy ahí, sus hermanos preguntan por mí. Se ha convertido en mi familia de aquí. En parte de esa familia que de pronto me construí, elegí en la distancia. Y tengo un padre catalán, una madre uruguaya, hermana francesa, hermana catalana-uruguaya, amigas y amigos muy cercanos serbios, holandeses, italianos, mexicanos, catalanes, charnegos...
Estoy todo menos sola. Y eso que la vida ha cambiado tanto. Pero supongo que aquel llanto violento me preparaba para despedirme de aquella vida y darle la bienvenida a esta: donde he aprendido más de quién soy, de lo que quiero y no, de lo que me gusta. De lo mucho que quiero a mi familia de sangre que está lejos, pero cada vez más cerca. De lo mucho que agradezco mi familia de elección. Quizá lloré despidiéndome de lo que nunca sería sin imaginarme todo lo hermoso que podría ser, venir en el futuro.
Y estoy aquí, ahora. Seis años después. Agradecida. Escuchando una llamada por teléfono que dice "feliz aniversario" y también me susurra que podría haber otros horizontes, otras muchas cosas que me quedan por explorar. En otros sitios. En otros momentos.
Supongo que todo es cuestión de unir los puntos.
10.10.10
Signos de recuperación económica
Ayer, con una botella de rioja de 2.60 euros, estuve con uno de mis amigos más cercanos, un serbio, hablando sobre todas las cosas que podríamos hacer. Descubrimos que, vaya, no nos vamos a hacer ricos. Pero que estamos dispuestos a quemar los pocos ahorros que nos quedan para ver cómo se convierten en un lugar productivo - en un sueño de ser nuestros propios jefes.
El viernes me llegó un correo de una amiga querida en donde dice que como la agencia de diseño en la que trabaja está en seria decadencia, ha decidido dedicarse otra cosa. Tantos años formándose como terapeuta alternativa - medicina china - y ahora de pronto se levantó, se encontró un sitio y está dando consulta. En la primera semana, cinco pacientes. Y otra perspectiva.
El jueves caminaba por Plaza Cataluña y un chico se me acerco a darme un papelito. No era como los demás que entregaban promociones de sitios de comida rápida: se tomó el tiempo de mirarme a los ojos y sonreír. A mí y a los demás traseúntes que le tomaban el papelito en donde se anunciaba como profesor de guitarra. "Primera clase gratuita".
Esa es, para mí, la cara tímida de la recuperación económica.
El viernes me llegó un correo de una amiga querida en donde dice que como la agencia de diseño en la que trabaja está en seria decadencia, ha decidido dedicarse otra cosa. Tantos años formándose como terapeuta alternativa - medicina china - y ahora de pronto se levantó, se encontró un sitio y está dando consulta. En la primera semana, cinco pacientes. Y otra perspectiva.
El jueves caminaba por Plaza Cataluña y un chico se me acerco a darme un papelito. No era como los demás que entregaban promociones de sitios de comida rápida: se tomó el tiempo de mirarme a los ojos y sonreír. A mí y a los demás traseúntes que le tomaban el papelito en donde se anunciaba como profesor de guitarra. "Primera clase gratuita".
Esa es, para mí, la cara tímida de la recuperación económica.
8.10.10
Menos tres mitos
Nada mejor que algunos días trabajando en la universidad o en la interminable tesis doctoral combinados una cerveza extra para comenzar a desmontar mitos. En realidad, sé que no tendría de qué quejarme - que este post es como patear la cuna al estar trabajando en la universidad. Pero hay tres grandes mitos que se me han caído en los últimos años, tres grandes mitos que arrastraba desde la adolescencia, que me gustaría desmontar.
1. "Viven en un mundo global. Son jugadores globales. Go-for-it".
Esto es cierto dependiendo del color de tu pasaporte. Insisto que no debería de quejarme porque yo he tenido la suerte de estar siempre con papeles en el extranjero, pero conozco mucha gente muy valiosa que quiso trabajar aquí o en otros sitios pero no pudo. Es cierto, igual es cuestión de maña e insistencia. Pero lo de ser jugador global no es igual cuando tienes un pasaporte europeo (que sin problemas puedes trabajar en cualquier rincón de la Unión) que cuando tienes un mexicano. Esto sin hablar de la odisea que viven mis amigos colombianos o africanos, que pareciera que están apestados a veces. Para eso estudiaste inglés desde los cuatro años: para darte cuenta que del otro lado, lo que había era un reflejo.
2. "Conforme más te esfuerces y más hagas, mejor te irá".
Lo hablábamos el otro día a tono de broma con otro "desplazado" entre mis amigos. Casi todos aquellos que eran "poco aptos para la vida en sociedad" cuando estábamos en la preparatoria y la universidad (alcohol, drogas, sexo, materias reprobadas - en grandes cantidades y cualquiera de sus combinaciones) ahora tienen "vidas buenas". Han conseguido trabajos, se han casado, tienen niños, viven una vida más o menos común según los estándares que nos habían enseñado para la "vida buena". Los que nos exigiamos más, teníamos algo de demasiado inquietos o voluntariosos, estamos en una diáspora, tratando de entender qué y cómo sigue nuestra vida porque no tenemos ejemplos claros. Por supuesto, hay honrosas (y deshonrosas) excepciones en ambos casos. Pero uno no deja de pensar a qué se referían cuando decían que "nos iba a ir mejor".
3. "La universidad es un lugar donde el conocimiento ocupa el lugar sagrado".
El desmontaje de este mito va a la par con aquel de que las ONGs realmente se dedican a salvar niños hambrientos y a mejorar el mundo. NO ES CIERTO. Las universidades y las ONGs están tan llenas de personas ambiciosas como la iniciativa privada. La gran diferencia es que en la empresa ya sabes que te están siguiendo y que la escala económica y de título nobiliario es clara y despiadada. En la universidad y en las ONGs pasan dos cuartos de lo mismo: ves a la gente peleándose por un título nobiliario aunque no haya dinero, mirándose feo porque al otro sí le dieron una oficina con puertitas y teléfono privado, porque alguien es el "presidente honorario" de una "comisión de seguimiento" (por hablar de alguno de los títulos extraños y poco funcionales que llenan a estas instituciones). Es curioso, porque a veces parece incluso que hay más odio y mala leche en un tribunal doctoral donde alguno de los miembros es archienemigo del director de la tesis de marras que en una de esas reuniones con el cliente donde se presentan todas las agencias a competir. Entonces... no, el conocimiento no es el sagrado totem que debería ser. No siempre. Siempre habrá alguien a quien le interese más tener un curriculum consolidado que dar puerta abierta a un curriculum revolucionario. Qué se le va a hacer.
Para ser viernes de puente, estoy densa y amargosita. Me voy por otra cerveza. O por un chickflick. O a planear un fin de semana que no será tal, de tanto trabajo. Ah, los mitos - como el de que uno descansa cuando hay más días libres...
1. "Viven en un mundo global. Son jugadores globales. Go-for-it".
Esto es cierto dependiendo del color de tu pasaporte. Insisto que no debería de quejarme porque yo he tenido la suerte de estar siempre con papeles en el extranjero, pero conozco mucha gente muy valiosa que quiso trabajar aquí o en otros sitios pero no pudo. Es cierto, igual es cuestión de maña e insistencia. Pero lo de ser jugador global no es igual cuando tienes un pasaporte europeo (que sin problemas puedes trabajar en cualquier rincón de la Unión) que cuando tienes un mexicano. Esto sin hablar de la odisea que viven mis amigos colombianos o africanos, que pareciera que están apestados a veces. Para eso estudiaste inglés desde los cuatro años: para darte cuenta que del otro lado, lo que había era un reflejo.
2. "Conforme más te esfuerces y más hagas, mejor te irá".
Lo hablábamos el otro día a tono de broma con otro "desplazado" entre mis amigos. Casi todos aquellos que eran "poco aptos para la vida en sociedad" cuando estábamos en la preparatoria y la universidad (alcohol, drogas, sexo, materias reprobadas - en grandes cantidades y cualquiera de sus combinaciones) ahora tienen "vidas buenas". Han conseguido trabajos, se han casado, tienen niños, viven una vida más o menos común según los estándares que nos habían enseñado para la "vida buena". Los que nos exigiamos más, teníamos algo de demasiado inquietos o voluntariosos, estamos en una diáspora, tratando de entender qué y cómo sigue nuestra vida porque no tenemos ejemplos claros. Por supuesto, hay honrosas (y deshonrosas) excepciones en ambos casos. Pero uno no deja de pensar a qué se referían cuando decían que "nos iba a ir mejor".
3. "La universidad es un lugar donde el conocimiento ocupa el lugar sagrado".
El desmontaje de este mito va a la par con aquel de que las ONGs realmente se dedican a salvar niños hambrientos y a mejorar el mundo. NO ES CIERTO. Las universidades y las ONGs están tan llenas de personas ambiciosas como la iniciativa privada. La gran diferencia es que en la empresa ya sabes que te están siguiendo y que la escala económica y de título nobiliario es clara y despiadada. En la universidad y en las ONGs pasan dos cuartos de lo mismo: ves a la gente peleándose por un título nobiliario aunque no haya dinero, mirándose feo porque al otro sí le dieron una oficina con puertitas y teléfono privado, porque alguien es el "presidente honorario" de una "comisión de seguimiento" (por hablar de alguno de los títulos extraños y poco funcionales que llenan a estas instituciones). Es curioso, porque a veces parece incluso que hay más odio y mala leche en un tribunal doctoral donde alguno de los miembros es archienemigo del director de la tesis de marras que en una de esas reuniones con el cliente donde se presentan todas las agencias a competir. Entonces... no, el conocimiento no es el sagrado totem que debería ser. No siempre. Siempre habrá alguien a quien le interese más tener un curriculum consolidado que dar puerta abierta a un curriculum revolucionario. Qué se le va a hacer.
Para ser viernes de puente, estoy densa y amargosita. Me voy por otra cerveza. O por un chickflick. O a planear un fin de semana que no será tal, de tanto trabajo. Ah, los mitos - como el de que uno descansa cuando hay más días libres...
1.10.10
Sincrónico pero tardío
El miércoles no salí a la calle. Había huelga general y desde días antes había estado un poco incómoda, no sabiendo cómo afrontar a un montón de gente que no quería trabajar para mejorar sus condiciones de trabajo. No entendía contra quién era la huelga. ¿Contra el gobierno? ¿Porque su ley laboral no es buena? ¿Contra quién?
Mi jefe en la universidad había sido sindicalista. Me dijo que podía hacer la huelga o no, que era una cuestión de conciencia, pero que él me recomendara que no viniera a la oficina. Al fin y al cabo yo trabajo muchísimos días desde casa - y también tengo otros proyectos en los que trabajar ahí.
Me quedé. Escuché desde mis ventanas abiertas como una mañana tranquila se convirtió en un mediodía y una tarde de sirenas de ambulancias, patrullas e interminables vaivenes de helicópteros. Por un momento, tuve miedo. Encendí la televisión para quitármelo: ví lo que sucedía a través de las cámaras de los reporteros y de su narración.
¿Quiénes eran los que estaban ahí? ¿Qué querían? ¿Por qué lo pedían así? Ni idea. Ni siquiera tenía yo claro que los sindicalistas estuvieran detrás de eso. No creo que esta fuera la idea original de los piquetes informativos. Quise salir, pero lo pospuse. Alguien se había quedado con mi derecho de libre paso por el centro de la ciudad.
Y al otro lado del mar, Guadalajara tomada. El centro lleno de estudiantes exigiendo más dinero para la universidad - porque la universidad no tiene dinero. Me pregunto cuántos de esos estudiantes se están tomando más de los 5 ó 7 años necesarios para terminar la licenciatura. ¿Quiénes eran los que estaban allí? ¿Qué querían? ¿Por qué lo pedían así?
Se me revuelven las cosas y las imágenes en la cabeza. Y hoy, me río leyendo en los diarios que la tienda Levi's de Barcelona fue saqueada y que han encontrado a dos chicos con los pantalones puestos - con todo y las alarmas puesta. Al chico, que también traía un intercomunicador de la policía, se lo llevaron. A la chica, que traía consigo tres pantalones, sólo le dieron una "llamada de atención" porque la mercancía - obviamente robada - no sumaba en su valor más de 400 euros.
Como el diputado dormido que se quejó porque otro diputado lo descubrió con una foto en el Twitter.
Como el profesor que grita detrás de mí, diciendo que no es posible que los alumnos se sientan clientes de una universidad que - lo sé yo - los trata como clientes, no como alumnos.
Ah, la sincronía.
Mi jefe en la universidad había sido sindicalista. Me dijo que podía hacer la huelga o no, que era una cuestión de conciencia, pero que él me recomendara que no viniera a la oficina. Al fin y al cabo yo trabajo muchísimos días desde casa - y también tengo otros proyectos en los que trabajar ahí.
Me quedé. Escuché desde mis ventanas abiertas como una mañana tranquila se convirtió en un mediodía y una tarde de sirenas de ambulancias, patrullas e interminables vaivenes de helicópteros. Por un momento, tuve miedo. Encendí la televisión para quitármelo: ví lo que sucedía a través de las cámaras de los reporteros y de su narración.
¿Quiénes eran los que estaban ahí? ¿Qué querían? ¿Por qué lo pedían así? Ni idea. Ni siquiera tenía yo claro que los sindicalistas estuvieran detrás de eso. No creo que esta fuera la idea original de los piquetes informativos. Quise salir, pero lo pospuse. Alguien se había quedado con mi derecho de libre paso por el centro de la ciudad.
Y al otro lado del mar, Guadalajara tomada. El centro lleno de estudiantes exigiendo más dinero para la universidad - porque la universidad no tiene dinero. Me pregunto cuántos de esos estudiantes se están tomando más de los 5 ó 7 años necesarios para terminar la licenciatura. ¿Quiénes eran los que estaban allí? ¿Qué querían? ¿Por qué lo pedían así?
Se me revuelven las cosas y las imágenes en la cabeza. Y hoy, me río leyendo en los diarios que la tienda Levi's de Barcelona fue saqueada y que han encontrado a dos chicos con los pantalones puestos - con todo y las alarmas puesta. Al chico, que también traía un intercomunicador de la policía, se lo llevaron. A la chica, que traía consigo tres pantalones, sólo le dieron una "llamada de atención" porque la mercancía - obviamente robada - no sumaba en su valor más de 400 euros.
Como el diputado dormido que se quejó porque otro diputado lo descubrió con una foto en el Twitter.
Como el profesor que grita detrás de mí, diciendo que no es posible que los alumnos se sientan clientes de una universidad que - lo sé yo - los trata como clientes, no como alumnos.
Ah, la sincronía.
27.9.10
Los lunes al sol
Estoy sentada en el segundo piso de la biblioteca. Una cosa es que no sepa si o cuándo me van a pagar por mi trabajo y otra muy distinta es que no trabaje. O lo intente, por lo menos. Se me acumulan los proyectos y los pendientes. Alguno de ellos, algún día, dará de dinero. No sé si lo sé a ciencia cierta o me lo repito como un mantra para convencerme.
Lo confieso: estoy un poco desencanchada en el nueveacinco. Dejé las redacciones por las oficinas por las aulas por las bibliotecas y ahora ya no sé. Después de un año y medio trabajando desde el escritorio de casa, anhelaba un espacio al que llamar mío, que me alentara a trabajar sin estarme molestando sobre la perenne capa de polvo que se acumula sobre mis libros.
Parece que la única palabra que suena a mi alrededor de manera constante es crisis. De los 30, del euro, de la narcopolítica, de los sistemas democráticos actuales. Confieso que últimamente me sale también más de la boca. Es fácil, una especie de comida congelada: me permite definir rápidamente un estado de indefinición, de pérdida.
El viernes, un grupo de okupas tomaron la sede de lo que era el antiguo Banco Español de Crédito en Plaça Catalunya. Dicen que quieren que sea el centro de operación para la huelga del próximo miércoles, que se espera que pare toda España. Una huelga general. ¿Por qué? Bueno, por malestar, supongo. Esta mañana estuve leyendo en uno de los periódicos gratuitos la explicación oficial, aquella de que la huelga es en contra de la nueva ley de empleo que permite despidos más baratos.
Tengo un amigo querido en Estados Unidos que teme ser despedido porque su despido en realidad no le costaría nada a la empresa. Tengo muchos amigos queridos en España que están viviendo del paro: algunos porque así lo quieren, otros porque no encuentran trabajo, otros porque aún no se han puesto a buscar. Tengo a otros tantos queridos en México preguntándose si deberían irse a algún sitio, o quedarse ahí, o no mirar. Tengo dos amigas con bebés recién nacido y otro por nacer en dos semanas. La vida sigue, siempre.
Me pregunto si podría ir a Plaça Catalunya a ver los interiores del edificio. Si el miércoles alguien contará que yo seguiré escribiendo de casa, a ver si logro terminar algo que valga la pena o valga algo en el mercado. Me pregunto si todos los lunes del otoño seguirán teniendo este rayo de sol intenso que no me deja ver la pantalla.
Ayer por la noche se terminó la Mercè, la fiesta de mayor de Barcelona, con un montón de fuegos artificiales. Después de un rato, las calles estaban vacías y húmedas, con olor a resaca. Mi fin de semana terminó esta mañana con tres alarmas de reloj despertador y un café con sal, en lugar de azúcar. Regreso. Siempre regreso. Creo que esta vez a ninguna parte.
Resaca. Tan buena palabra como Crisis para describir cualquier otra cosa.
Lo confieso: estoy un poco desencanchada en el nueveacinco. Dejé las redacciones por las oficinas por las aulas por las bibliotecas y ahora ya no sé. Después de un año y medio trabajando desde el escritorio de casa, anhelaba un espacio al que llamar mío, que me alentara a trabajar sin estarme molestando sobre la perenne capa de polvo que se acumula sobre mis libros.
Parece que la única palabra que suena a mi alrededor de manera constante es crisis. De los 30, del euro, de la narcopolítica, de los sistemas democráticos actuales. Confieso que últimamente me sale también más de la boca. Es fácil, una especie de comida congelada: me permite definir rápidamente un estado de indefinición, de pérdida.
El viernes, un grupo de okupas tomaron la sede de lo que era el antiguo Banco Español de Crédito en Plaça Catalunya. Dicen que quieren que sea el centro de operación para la huelga del próximo miércoles, que se espera que pare toda España. Una huelga general. ¿Por qué? Bueno, por malestar, supongo. Esta mañana estuve leyendo en uno de los periódicos gratuitos la explicación oficial, aquella de que la huelga es en contra de la nueva ley de empleo que permite despidos más baratos.
Tengo un amigo querido en Estados Unidos que teme ser despedido porque su despido en realidad no le costaría nada a la empresa. Tengo muchos amigos queridos en España que están viviendo del paro: algunos porque así lo quieren, otros porque no encuentran trabajo, otros porque aún no se han puesto a buscar. Tengo a otros tantos queridos en México preguntándose si deberían irse a algún sitio, o quedarse ahí, o no mirar. Tengo dos amigas con bebés recién nacido y otro por nacer en dos semanas. La vida sigue, siempre.
Me pregunto si podría ir a Plaça Catalunya a ver los interiores del edificio. Si el miércoles alguien contará que yo seguiré escribiendo de casa, a ver si logro terminar algo que valga la pena o valga algo en el mercado. Me pregunto si todos los lunes del otoño seguirán teniendo este rayo de sol intenso que no me deja ver la pantalla.
Ayer por la noche se terminó la Mercè, la fiesta de mayor de Barcelona, con un montón de fuegos artificiales. Después de un rato, las calles estaban vacías y húmedas, con olor a resaca. Mi fin de semana terminó esta mañana con tres alarmas de reloj despertador y un café con sal, en lugar de azúcar. Regreso. Siempre regreso. Creo que esta vez a ninguna parte.
Resaca. Tan buena palabra como Crisis para describir cualquier otra cosa.
16.9.10
De los héroes que me dieron Patria
Ayer, mientras caminábamos hacia Plaça Sant Jaume, Carlos y yo hablábamos de la enorme cantidad de realismo mágico que hay en los libros de texto mexicanos. Mientras estás en la primaria, aprendes a recitar un novenario de héroes patrios que al final o no existían, o no eran tan buenos, o no tenían las intenciones que te dijeron que tenían. De eso te vas dando cuenta por ahí de la preparatoria, si es que te tocó un profesor crítico y te ha dado por leer.
Me quedé pensando en las otras cosas mágicas en las que uno cree de niño, que no necesariamente son patrias - en los Reyes Magos, el Ratón de los Dientes, el Niño Dios. Y me acuerdo la explicación de mi padre cuando descubrí que los regalos navideños no llegaban por obra y gracia de cualquier intercesión divina: "en realidad, sí los trae el Niño Dios... tú piensa que gracias a él yo tengo un trabajo y por eso los podemos comprar..."
Mi padre es Ratón de los Dientes, Niño Dios y Rey Mago. Y también, por esa misma lógica, es uno de esos Héroes Que Me Dieron Patria. Más allá de las imágenes en las postales o las heroicas (e imposibles) narraciones en los libros de texto de ciertos personajes que podrían salir de una publicación de ciencia ficción, hay otros muchos héroes que me dieron Patria. Y que me dan Patria.
Mis amigos que son padres de familia y trabajan todos los días para mantener a su familia bien. Mi abuela que cada viernes invita a cenar a sus hijos y todavía los regaña como si fueran pequeños. Mi maestra de quinto año (Laura) que me devolvió la fé en los docentes después de tomar aquel cuarto año con una monja horrible. Mi profesora de Historia de México en la preparatoria, que me reprobó por primera vez en la vida por no saber argumentar correctamente mis respuestas. El responsable de becas que me dió una para seguir con mi universidad. Mis padres y sus esfuerzos. Mis hermanos y sus aventuras. Los que se han convertido en mi Patria...
Esos son mis héroes. Y mi Patria, tiene muchos más colores que verde, blanco y rojo con un escudo en medio. Me siento orgullosa de ser mexicana, con todo y lo que pase allá. Tengo que celebrar que hay gente que va a trabajar, que sigue produciendo cosas que se venden ahí y en el resto del mundo. La conciencia que tenemos de que todos - aún con el racismo y el clasismo que a veces hacen de las suyas - somos mexicanos.
Y así como me sigo emocionando con los regalos de navidad, me emociono también con la bandera y con el himno y con el mes de septiembre. Porque celebramos que estamos juntos, que estamos vivos. Y que tengo todos esos héroes que me han dado una Patria más grande que la que jamás imaginaron Hidalgo, Domínguez o Morelos.
Me quedé pensando en las otras cosas mágicas en las que uno cree de niño, que no necesariamente son patrias - en los Reyes Magos, el Ratón de los Dientes, el Niño Dios. Y me acuerdo la explicación de mi padre cuando descubrí que los regalos navideños no llegaban por obra y gracia de cualquier intercesión divina: "en realidad, sí los trae el Niño Dios... tú piensa que gracias a él yo tengo un trabajo y por eso los podemos comprar..."
Mi padre es Ratón de los Dientes, Niño Dios y Rey Mago. Y también, por esa misma lógica, es uno de esos Héroes Que Me Dieron Patria. Más allá de las imágenes en las postales o las heroicas (e imposibles) narraciones en los libros de texto de ciertos personajes que podrían salir de una publicación de ciencia ficción, hay otros muchos héroes que me dieron Patria. Y que me dan Patria.
Mis amigos que son padres de familia y trabajan todos los días para mantener a su familia bien. Mi abuela que cada viernes invita a cenar a sus hijos y todavía los regaña como si fueran pequeños. Mi maestra de quinto año (Laura) que me devolvió la fé en los docentes después de tomar aquel cuarto año con una monja horrible. Mi profesora de Historia de México en la preparatoria, que me reprobó por primera vez en la vida por no saber argumentar correctamente mis respuestas. El responsable de becas que me dió una para seguir con mi universidad. Mis padres y sus esfuerzos. Mis hermanos y sus aventuras. Los que se han convertido en mi Patria...
Esos son mis héroes. Y mi Patria, tiene muchos más colores que verde, blanco y rojo con un escudo en medio. Me siento orgullosa de ser mexicana, con todo y lo que pase allá. Tengo que celebrar que hay gente que va a trabajar, que sigue produciendo cosas que se venden ahí y en el resto del mundo. La conciencia que tenemos de que todos - aún con el racismo y el clasismo que a veces hacen de las suyas - somos mexicanos.
Y así como me sigo emocionando con los regalos de navidad, me emociono también con la bandera y con el himno y con el mes de septiembre. Porque celebramos que estamos juntos, que estamos vivos. Y que tengo todos esos héroes que me han dado una Patria más grande que la que jamás imaginaron Hidalgo, Domínguez o Morelos.
15.9.10
Conversa
El fútbol fue una de esas tantas cosas que no aprendí en casa. Mi papá había sido seguidor de los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara (antes extintos, ahora resucitados) y jugó algunos años de amateur - hasta que se lastimó una rodilla. Más me acuerdo de las idas a los partidos (y yo corriendo por ahí, o pidiendo probar la Tecate con limón) que de los juegos en sí.
Cuando había campeonato o algo importante, en casa todos pasábamos - bueno, no, mi hermano el de en medio no. Pero él jugó fútbol en la escuela. Lo que yo más recuerdo del clásico Guadalajara-Atlas o Guadalajara-América son los gritos que cruzaban el cielo desde casa de todos mis vecinos en esos domingos que parecían sepulcrales.
Sólo mirábamos más o menos los mundiales, haciendo interminables quinielas sobre quién iba a ganar. Aún recuerdo mi necesidad imperiosa de que ganara Camerún en Italia 90.
Pero nunca fuimos a un partido en el estadio... a pesar de que el Jalisco y el 3 de marzo más o menos prometían. Yo fuí por primera vez a un partido aquí, en el Nou Camp, pero era una especie de juego de estrellas en favor de las víctimas del tsunami - me acuerdo de que no traía calcetines y me congelé. Fue emocionante, sí, pero era como ver una cáscara.
Nada como ayer. Yo era una de las casi 70.000 personas en el estadio. Algunos vestidos de verde, como el equipo griego, pero la gran mayoría blaugranas. Yo tengo la precaución de no llevar los colores del equipo, porque tengo la sensación de que soy talismán de mala suerte cuando lo hago. Y además, iba con un aficionado. Cosa que lo cambia todo.
Tenía un poco de pereza, cansada del día, pero me fuí animando al verlo a él tan animado. El camino fue en si mismo una aventura. Llegamos siguiendo a las columnas de gente que salían de la estación de metro. En las puertas del estadio, fuimos testigos de cómo a una chica le robaron su boleto. Nos quedamos temblando: llegamos a taquillas por los nuestros, reservados, y nos los llevamos escondidos, casi asustados. Una vez cruzadas las primeras puertas, todo era diferente. Había una sensación de tranquilidad. Nos sumergimos en la experiencia y fuimos hasta a comprar la camiseta, la butifarra en pan, la cerveza sin alcohol.
Él se sorprendió al principio de que vendieran cerveza sin alcohol sólo y de que se pudiera fumar. Yo me sorprendí de todo. De la cantidad de gente, de cómo el estadio es a la vez íntimo e inmenso, de los gritos, las canciones, de cómo se te sale el corazón al ver un gol.
Me acordé de que la ópera tampoco me gusta grabada, ni en la televisión, pero amo profundamente poder colgarme de un quinto piso para ver la función en vivo. O cómo he disfrutado muchísimo de la música de grupos a los que no conocía o a los que no llevo en mi iPod.
No cabe duda, son las buenas ganas de gente. La energía de estar ahí.
Y así, de pronto, conversa al fútbol.
Cuando había campeonato o algo importante, en casa todos pasábamos - bueno, no, mi hermano el de en medio no. Pero él jugó fútbol en la escuela. Lo que yo más recuerdo del clásico Guadalajara-Atlas o Guadalajara-América son los gritos que cruzaban el cielo desde casa de todos mis vecinos en esos domingos que parecían sepulcrales.
Sólo mirábamos más o menos los mundiales, haciendo interminables quinielas sobre quién iba a ganar. Aún recuerdo mi necesidad imperiosa de que ganara Camerún en Italia 90.
Pero nunca fuimos a un partido en el estadio... a pesar de que el Jalisco y el 3 de marzo más o menos prometían. Yo fuí por primera vez a un partido aquí, en el Nou Camp, pero era una especie de juego de estrellas en favor de las víctimas del tsunami - me acuerdo de que no traía calcetines y me congelé. Fue emocionante, sí, pero era como ver una cáscara.
Nada como ayer. Yo era una de las casi 70.000 personas en el estadio. Algunos vestidos de verde, como el equipo griego, pero la gran mayoría blaugranas. Yo tengo la precaución de no llevar los colores del equipo, porque tengo la sensación de que soy talismán de mala suerte cuando lo hago. Y además, iba con un aficionado. Cosa que lo cambia todo.
Tenía un poco de pereza, cansada del día, pero me fuí animando al verlo a él tan animado. El camino fue en si mismo una aventura. Llegamos siguiendo a las columnas de gente que salían de la estación de metro. En las puertas del estadio, fuimos testigos de cómo a una chica le robaron su boleto. Nos quedamos temblando: llegamos a taquillas por los nuestros, reservados, y nos los llevamos escondidos, casi asustados. Una vez cruzadas las primeras puertas, todo era diferente. Había una sensación de tranquilidad. Nos sumergimos en la experiencia y fuimos hasta a comprar la camiseta, la butifarra en pan, la cerveza sin alcohol.
Él se sorprendió al principio de que vendieran cerveza sin alcohol sólo y de que se pudiera fumar. Yo me sorprendí de todo. De la cantidad de gente, de cómo el estadio es a la vez íntimo e inmenso, de los gritos, las canciones, de cómo se te sale el corazón al ver un gol.
Me acordé de que la ópera tampoco me gusta grabada, ni en la televisión, pero amo profundamente poder colgarme de un quinto piso para ver la función en vivo. O cómo he disfrutado muchísimo de la música de grupos a los que no conocía o a los que no llevo en mi iPod.
No cabe duda, son las buenas ganas de gente. La energía de estar ahí.
Y así, de pronto, conversa al fútbol.
31.8.10
Perlas de congreso I
(Escuchadas por ahí...)
+ ¿Te has dado cuenta que tu propuesta doctoral implica un problema ético inmenso?
+ Te ves muy linda con ese color de blusa.
+ ¿Y a tí quién te paga el viaje para venir aquí?
+ Bueno, tengo que decir que tu proyecto me parece... bueno... muy interesante, ¿no?
+ ¿Tienes 31 años? ¡Hubiera jurado que tenías 26!
+ Si quieres triunfar en la academia sólo tienes una opción: ser mucho más competente que tu director de tesis.
+ "What you have are case stories not case studies"
+ Quizá si modificaras todo tu marco teórico y buscaras otra población para probar tu modelo...
+ Lo que tienes ahí no es un tema de tesis doctoral: es un plan de vida.
+ Imagina que ya hiciste la investigación y puedes darle, no sé, a un chico en India toda la información para que te escriba un paper y logre que te lo publiquen en el journal más importante de tu área. ¿Cuánto le pagarías? Yo creo que yo comenzaría como en seis mil euros y estaría dispuesto a negociar.
+ Odio que me hayan contratado como investigadora y me den trabajo de secretaria.
+ ¿Te has dado cuenta que tu propuesta doctoral implica un problema ético inmenso?
+ Te ves muy linda con ese color de blusa.
+ ¿Y a tí quién te paga el viaje para venir aquí?
+ Bueno, tengo que decir que tu proyecto me parece... bueno... muy interesante, ¿no?
+ ¿Tienes 31 años? ¡Hubiera jurado que tenías 26!
+ Si quieres triunfar en la academia sólo tienes una opción: ser mucho más competente que tu director de tesis.
+ "What you have are case stories not case studies"
+ Quizá si modificaras todo tu marco teórico y buscaras otra población para probar tu modelo...
+ Lo que tienes ahí no es un tema de tesis doctoral: es un plan de vida.
+ Imagina que ya hiciste la investigación y puedes darle, no sé, a un chico en India toda la información para que te escriba un paper y logre que te lo publiquen en el journal más importante de tu área. ¿Cuánto le pagarías? Yo creo que yo comenzaría como en seis mil euros y estaría dispuesto a negociar.
+ Odio que me hayan contratado como investigadora y me den trabajo de secretaria.
24.8.10
El agua del mar y la cicatrización
Hace más de cuatro años, si no es que tal vez cinco. Al principio del verano, me operaron de la nariz, para lograr que por fin respirara más o menos de una manera decente. El resultado fue que me pasé el verano hinchada, huyendo del sol y sufriendo del calor como nunca.
A mediados del verano, la doctora me dijo que podía ir al mar, a bañarme, para ayudar a la cicatrización. Peeeeerooo... tenía que ser o antes de las 9 de la mañana o después de las 6 de la tarde, para que no me diera el sol. Y lo más lejos posible de Barceloneta, para no bañarme con toda la basura de los turistas.
A mí me da una pereza espectacular. Levantarme temprano no. Salir en la tarde menos. Pero lo bueno es que Alex estaba aquí. Lo conocí en la preparatoria y tuvimos nuestro año más intenso cuando vino a estudiar a Barcelona. Cocinábamos juntos, íbamos a comer a la calle, a ver a la gente, a hablar de lo que éramos y lo que queríamos ser. De su entonces novia y mi entonces marido. De la playa. De la ciudad, la hermosísima ciudad.
Él lo tomo como una tarea particular. Y todos los días, alrededor de las siete, me llamaba para que me fuera hacia el autobús. Quedábamos de vernos cerca del cementerio de Poble Nou y caminábamos a la playa, en las últimos horas del día.
Mi nariz cicatrizó mientras hablábamos de la colección de música imposible que había en su iPod, sus discos en producción, los aviones que pasaban sobre nuestra cabeza y mis ganas de hacer algo, aunque no sabía qué.
Ayer estuve toda el día escribiendo y a las siete de la tarde, algo de lo que ya no me acordaba salió. Me puse el traje de baño, y metí en mi mochila, ropa limpia, una bolsa de plástico, cinco euros y mi tarjeta de transporte. Sólo el teléfono sería un drama si me robaban. Al final, dos paseantes que están en casa fueron conmigo. Llegamos a la misma playa que iba con Alex cuando la luna llena ya se veía clara, pero aún no era noche.
El mar está en una temperatura perfecta y tiene esta capacidad de acariciar la espalda y el cuello como el mejor de los terapeutas. Todas esas letras angustiosas, esa pelea contra la pantalla del ordenador pareció desaparecer por un momento. Salí del mar. Nadie me había robado nada. Tomé una ducha y me metí a los servicios a cambiarme. Con Alex descubrí que una de las razones por las cuales no soy una gran adepta a la playa - me pica la sal y la arena - se evita fácilmente enjuagándose y poniéndose ropa limpia. Sí, soy un poco una princesa, pero qué vamos a hacerle.
Dormí mejor que en muchos días. Ni siquiera los mosquitos pudieron despertarme. Y sólo me quede con ganas de darle las gracias a Alex y al mar, por ayudarme a cicatrizar todas las pequeñas heridas que me hago, día tras día.
A mediados del verano, la doctora me dijo que podía ir al mar, a bañarme, para ayudar a la cicatrización. Peeeeerooo... tenía que ser o antes de las 9 de la mañana o después de las 6 de la tarde, para que no me diera el sol. Y lo más lejos posible de Barceloneta, para no bañarme con toda la basura de los turistas.
A mí me da una pereza espectacular. Levantarme temprano no. Salir en la tarde menos. Pero lo bueno es que Alex estaba aquí. Lo conocí en la preparatoria y tuvimos nuestro año más intenso cuando vino a estudiar a Barcelona. Cocinábamos juntos, íbamos a comer a la calle, a ver a la gente, a hablar de lo que éramos y lo que queríamos ser. De su entonces novia y mi entonces marido. De la playa. De la ciudad, la hermosísima ciudad.
Él lo tomo como una tarea particular. Y todos los días, alrededor de las siete, me llamaba para que me fuera hacia el autobús. Quedábamos de vernos cerca del cementerio de Poble Nou y caminábamos a la playa, en las últimos horas del día.
Mi nariz cicatrizó mientras hablábamos de la colección de música imposible que había en su iPod, sus discos en producción, los aviones que pasaban sobre nuestra cabeza y mis ganas de hacer algo, aunque no sabía qué.
Ayer estuve toda el día escribiendo y a las siete de la tarde, algo de lo que ya no me acordaba salió. Me puse el traje de baño, y metí en mi mochila, ropa limpia, una bolsa de plástico, cinco euros y mi tarjeta de transporte. Sólo el teléfono sería un drama si me robaban. Al final, dos paseantes que están en casa fueron conmigo. Llegamos a la misma playa que iba con Alex cuando la luna llena ya se veía clara, pero aún no era noche.
El mar está en una temperatura perfecta y tiene esta capacidad de acariciar la espalda y el cuello como el mejor de los terapeutas. Todas esas letras angustiosas, esa pelea contra la pantalla del ordenador pareció desaparecer por un momento. Salí del mar. Nadie me había robado nada. Tomé una ducha y me metí a los servicios a cambiarme. Con Alex descubrí que una de las razones por las cuales no soy una gran adepta a la playa - me pica la sal y la arena - se evita fácilmente enjuagándose y poniéndose ropa limpia. Sí, soy un poco una princesa, pero qué vamos a hacerle.
Dormí mejor que en muchos días. Ni siquiera los mosquitos pudieron despertarme. Y sólo me quede con ganas de darle las gracias a Alex y al mar, por ayudarme a cicatrizar todas las pequeñas heridas que me hago, día tras día.
León enjaulado
Dos días escribiendo. Un poco más de diez mil caracteres en texto listo. Ocho entrevistas. Incontables horas de lectura de material. Llamadas teléfonicas. Revisión de mis recuerdos. Otra vez a escribir.
Me gusta lo que hago. Hace mucho tiempo que decidí que nada podía hacerme sentir más llena que escribir, contar. Pero... ¿cómo hace uno para no enojarse, angustiarse, perder? Toco temas que me son delicados y tengo miedo de perder esa sana distancia.
Y ahora, ¿por qué me afectan los temas? ¿Por qué la adopción homoparental se está convirtiendo en una especie de cruzada para mí? No puedo abrir un diario sin descubrir algo que me llame la atención. Tengo miedo de Facebook. Tengo miedo de ver lo que he visto en la gente en la que lo he visto.
No es que me sorprenda. Es que ya lo sabía. Y lo confirmo. Y regreso. Como el león enjaulado.
(Y todo para que el famoso texto probablemente nunca sea publicado. Ya se verá. Viscisitudes del freelance).
Me gusta lo que hago. Hace mucho tiempo que decidí que nada podía hacerme sentir más llena que escribir, contar. Pero... ¿cómo hace uno para no enojarse, angustiarse, perder? Toco temas que me son delicados y tengo miedo de perder esa sana distancia.
Y ahora, ¿por qué me afectan los temas? ¿Por qué la adopción homoparental se está convirtiendo en una especie de cruzada para mí? No puedo abrir un diario sin descubrir algo que me llame la atención. Tengo miedo de Facebook. Tengo miedo de ver lo que he visto en la gente en la que lo he visto.
No es que me sorprenda. Es que ya lo sabía. Y lo confirmo. Y regreso. Como el león enjaulado.
(Y todo para que el famoso texto probablemente nunca sea publicado. Ya se verá. Viscisitudes del freelance).
18.8.10
Cuentos de trasatlántico: regreso
Reconozco que lo mío es puro masoquismo. O masoquetismo, como decía alguien por ahí. Corriendo alcancé la conexión del avión a Madrid y, como no sirve (aún) el sistema de entretenimiento, me puse a revisar las fotos de la última semana. De los últimos 10 días. De la familia, básicamente. Mi prima que se casó, mi abuelita que cumplió 90 años, mis novísimos primos gemelos. Todo regado por abundante tequila de ese otorgado por la aerolínea. Y chin. Casi me dan ganas de ponerme a llorar.
Voy en el último asiento del avión. Se mueve todo. Válgame con las turbulencias. Y la única que se puede tomar la mano y decirse que todo va a estar bien soy yo con yo misma. Qué farem. Es lo que hay.
Mi abuelita, la que está enferma, se quedó de buen humor. Prometimos vernos pronto, sin hospitales de por medio, con un mariachi y una fiesta general. Ojalá. Ojalá. Que los meses corran pero sean benévolos y nos permitan encontrarme. Mi otra abuelita, también se quedó de buen humor. Y me dijo que me quería. Con lo raro que es que los mayores digan que lo quieran a uno.
Y sigo con el tequila. Y con las fotos. Veo a mi prima, la novia, feliz. Al novio, orgulloso. A los padres de los novios, aliviados. Al resto de los primos, mayores, pero felices. Mis sobrinos. Mis papás, que ya quieren nietos, pero que mejor miran a mi hermano el del enmedio porque yo no soy muy confiable en esos menesteres. Que me ven con complicidad, con amor. Eso es lo que quizá más extraño. Las risas cómplices con mis padres. Las lágrimas cómplices, como las del aeropuerto. Las promesas nunca dichas.
Curiosamente – o no – siento que voy a casa. Me gusta Barcelona, me gusta mi vida. Y también me gusta y disfruto profundamente estar con mi familia. Con ese ejército de primos, tíos, abuelos, tíos abuelos, sobrinos, conocidos, vecinos, amigos, padrinos... Pero, como decían los anuncios de alcohol en México hace años (no sé si aún): nada con exceso, todo con medida.
Me voy a casa. Me voy a ver a mi nueva familia, la que me he creado en los últimos años. Me voy, con la maleta llena no de ropa, sino de botellas de tequila, dulces (pinole, damys, banderitas de coco, ate de guayaba...), libros para mi tesis doctoral y para mi calma linguística. Con la computadora y la cámara llena de fotos. Con el corazón calientito de besos. Con la sensación de tener dos patrias, dos vidas... y quererlas a los dos.
Ahora a dormir.
(Rescatado del vuelo de regreso, hace casi un mes. Estoy otra vez en un aeropuerto, esperando mi avión, para por fin llegar a Barcelona. Y esta sensación de lejanía, de nuevo. Dejando mi tercer destino frecuente, como si se pudiera dejarlo. Eso son las vacaciones - una larga sucesión de despedidas.)
Voy en el último asiento del avión. Se mueve todo. Válgame con las turbulencias. Y la única que se puede tomar la mano y decirse que todo va a estar bien soy yo con yo misma. Qué farem. Es lo que hay.
Mi abuelita, la que está enferma, se quedó de buen humor. Prometimos vernos pronto, sin hospitales de por medio, con un mariachi y una fiesta general. Ojalá. Ojalá. Que los meses corran pero sean benévolos y nos permitan encontrarme. Mi otra abuelita, también se quedó de buen humor. Y me dijo que me quería. Con lo raro que es que los mayores digan que lo quieran a uno.
Y sigo con el tequila. Y con las fotos. Veo a mi prima, la novia, feliz. Al novio, orgulloso. A los padres de los novios, aliviados. Al resto de los primos, mayores, pero felices. Mis sobrinos. Mis papás, que ya quieren nietos, pero que mejor miran a mi hermano el del enmedio porque yo no soy muy confiable en esos menesteres. Que me ven con complicidad, con amor. Eso es lo que quizá más extraño. Las risas cómplices con mis padres. Las lágrimas cómplices, como las del aeropuerto. Las promesas nunca dichas.
Curiosamente – o no – siento que voy a casa. Me gusta Barcelona, me gusta mi vida. Y también me gusta y disfruto profundamente estar con mi familia. Con ese ejército de primos, tíos, abuelos, tíos abuelos, sobrinos, conocidos, vecinos, amigos, padrinos... Pero, como decían los anuncios de alcohol en México hace años (no sé si aún): nada con exceso, todo con medida.
Me voy a casa. Me voy a ver a mi nueva familia, la que me he creado en los últimos años. Me voy, con la maleta llena no de ropa, sino de botellas de tequila, dulces (pinole, damys, banderitas de coco, ate de guayaba...), libros para mi tesis doctoral y para mi calma linguística. Con la computadora y la cámara llena de fotos. Con el corazón calientito de besos. Con la sensación de tener dos patrias, dos vidas... y quererlas a los dos.
Ahora a dormir.
(Rescatado del vuelo de regreso, hace casi un mes. Estoy otra vez en un aeropuerto, esperando mi avión, para por fin llegar a Barcelona. Y esta sensación de lejanía, de nuevo. Dejando mi tercer destino frecuente, como si se pudiera dejarlo. Eso son las vacaciones - una larga sucesión de despedidas.)
17.8.10
Las orillas
Lo sabe quien se haya metido a una playa con una corriente fuerte: lo difícil es llegar a la orilla. Ese último tramo en el que tienes que dejarte ir o nadar como un loco para alcanzarla, para sentirte en paz. No es que dentro del agua no se esté bien: en realidad, puedes estar increíblemente bien pero sentirte un poco extraño, fuera de lugar - tener simplemente la sensación de que es pasajero y lo que necesitas es regresar a tierra firme.
También da miedo al revés. Cuando es la primera vez que te vas a meter al mar en el año y de pronto te parece que está demasiado frío, oscuro o agitado. Lo difícil es sobrellevar el miedo, pasar de las rodillas, sumergir la cabeza. Es la orilla, siempre la orilla.
Así cuando estás fuera de casa - cuando dejaste el lugar de donde eras y te fuiste al otro, cuando dejaste tu nueva casa y te aventuraste en otra vida. Lo más difícil son los últimos días (cerrar maletas, despedirte, comprar regalos, imaginarte qué es lo que te espera). Y luego llegar. Reconocer otra vez las almohadas, las llaves de la ducha para no quemarte o escaldarte de frío, recordar las líneas de metro o los cambios del auto, las expresiones linguísticas, esas cosas que puedes comer o no.
El intermedio es lo más fácil. Cuando estás ahí, cuando se te olvidó que llegaste y te tienes que ir. Cuando haces un esfuerzo para vivir al día y no atender al calendario que dice, implacable, que otra vez te tendrás que ir.
Las orillas, siempre, esas despedidas. Como si estuvieras dejando un pedazo de tí cada vez que te vas de un sitio y lo miraras despedirse de tí, agitando un pañuelo, sabiendo que nunca, nunca volverá el mismo que se fue.
También da miedo al revés. Cuando es la primera vez que te vas a meter al mar en el año y de pronto te parece que está demasiado frío, oscuro o agitado. Lo difícil es sobrellevar el miedo, pasar de las rodillas, sumergir la cabeza. Es la orilla, siempre la orilla.
Así cuando estás fuera de casa - cuando dejaste el lugar de donde eras y te fuiste al otro, cuando dejaste tu nueva casa y te aventuraste en otra vida. Lo más difícil son los últimos días (cerrar maletas, despedirte, comprar regalos, imaginarte qué es lo que te espera). Y luego llegar. Reconocer otra vez las almohadas, las llaves de la ducha para no quemarte o escaldarte de frío, recordar las líneas de metro o los cambios del auto, las expresiones linguísticas, esas cosas que puedes comer o no.
El intermedio es lo más fácil. Cuando estás ahí, cuando se te olvidó que llegaste y te tienes que ir. Cuando haces un esfuerzo para vivir al día y no atender al calendario que dice, implacable, que otra vez te tendrás que ir.
Las orillas, siempre, esas despedidas. Como si estuvieras dejando un pedazo de tí cada vez que te vas de un sitio y lo miraras despedirse de tí, agitando un pañuelo, sabiendo que nunca, nunca volverá el mismo que se fue.
16.8.10
Cuentos de trasatlántico: ida
La miro dormir. Junto a mi brazo, está su mano. De dedos larguísimos, como de pianista. Tiene las uñas largas, largas... pintadas de un rojo muy intenso. En la mano derecha lleva dos pulseras de perlas y tres de algún metal plateado. En la muñeca izquierda, un reloj color plata, clásico. Sobre su regazo, hay un toro de peluche que seguramente compró en el aeropuerto de Madrid. En realidad, creo que debe pensar que soy una antipática. Recién subimos al avión, una de sus amigas que está al otro lado del pasillo me pidió que le cambiara el puesto para irse juntas y yo no accedí. Me gusta estar junto a la ventana, sobre todo cuando sólo son dos asientos. Se enfurruñaron un rato, pero después se les quitó – cuando las intenté tranquilizar por la turbulencia tremenda que había sobre Madrid.
Vuelvo a mirarla. Siempre me he preguntado cómo lo logran las chicas como ella. Sospecho que quizá acaba de cumplir los 18 años, pero no necesariamente. Tiene el pelo perfecto, lacio, le cae hasta con cierto arte sobre la cara mientras duerme. Está mirando la pantalla y yo muevo un poco la computadora. Creo que la molesta mi tecleo.
(Y me doy cuenta que debería de volver al paper que me dí estas horas de avión para escribir en lugar de narrarla).
Se estira. Se cubre la cabeza y los hombros con la cobija azul de la aerolínea. Está amodorrada y parpadea. Tiene pestañas como de Minnie-Mouse y gestos como de femme-fatale. Como suele suceder con algunas chicas de su edad. Zapatillas de deporte y calcetas blancas. Jeans de tubo, azul claro. Una camiseta tank-top rosa, con el logotipo de alguna tienda de esas no muy caras en Europa, exclusivas en América.
Me odia. Está pidiendo un cambio de asiento a sus compañeros. No sé si es el hecho de que yo estoy trabajando y ella quiere dormir. O que quería a su amiga aquí. O qué.
(Toda mi capacidad de concentración está ahí, en sentirme menos. Pero ahora está siendo grosera. Se me está acabando el miedo. Lo que es es una adolescente malcriada. Y yo puedo ir hacer lo que me venga en gana).
* * *
Cerré la página de mi crónica y me puse a escribir mi paper para el congreso del mes próximo. Se durmió. Se despertó. Se quejó. Se acabaron las 11 horas de viaje.
Hubiera sido peor en autobús.
Vuelvo a mirarla. Siempre me he preguntado cómo lo logran las chicas como ella. Sospecho que quizá acaba de cumplir los 18 años, pero no necesariamente. Tiene el pelo perfecto, lacio, le cae hasta con cierto arte sobre la cara mientras duerme. Está mirando la pantalla y yo muevo un poco la computadora. Creo que la molesta mi tecleo.
(Y me doy cuenta que debería de volver al paper que me dí estas horas de avión para escribir en lugar de narrarla).
Se estira. Se cubre la cabeza y los hombros con la cobija azul de la aerolínea. Está amodorrada y parpadea. Tiene pestañas como de Minnie-Mouse y gestos como de femme-fatale. Como suele suceder con algunas chicas de su edad. Zapatillas de deporte y calcetas blancas. Jeans de tubo, azul claro. Una camiseta tank-top rosa, con el logotipo de alguna tienda de esas no muy caras en Europa, exclusivas en América.
Me odia. Está pidiendo un cambio de asiento a sus compañeros. No sé si es el hecho de que yo estoy trabajando y ella quiere dormir. O que quería a su amiga aquí. O qué.
(Toda mi capacidad de concentración está ahí, en sentirme menos. Pero ahora está siendo grosera. Se me está acabando el miedo. Lo que es es una adolescente malcriada. Y yo puedo ir hacer lo que me venga en gana).
* * *
Cerré la página de mi crónica y me puse a escribir mi paper para el congreso del mes próximo. Se durmió. Se despertó. Se quejó. Se acabaron las 11 horas de viaje.
Hubiera sido peor en autobús.
13.8.10
Un diálogo
- ¿Qué es lo que quieres lograr haciendo esto, yendo de un lado para otro? ¿Qué quieres conocer?
- No se trata de lo que quiero conocer. Se trata de lo que no quiero olvidar.
- No se trata de lo que quiero conocer. Se trata de lo que no quiero olvidar.
Ruido blanco
Llueve. Ha llovido toda la mañana. Me hace recordar mis veranos infantiles - esos en interior, con Maratón, Turista Mundial o Serpientes y Escaleras. Pero ahora no. Estoy sentada frente a la computadora y escribo notas de cosas que tendría recordar, agradecimientos a gente que ya no está en mi vida, cartas para intentar salvar proyectos deshauciados.
Se queda a un lado la lista enorme de cosas por hacer. Ir al banco. Buscar por enésima vez una maleta, porque en el último viaje se rompió la que tenía. Resolver bien qué vamos a cenar. Atención: ayer hice hasta un pay de manzana.
No es que esté mal, es que es diferente. Y me cuesta aceptar las vacaciones como un periodo de ruido blanco, de atención a otras cosas - de leer novelas policíacas y ver la televisión. Al final, a través de las páginas, siguen por ahí atacándome las preguntas de siempre, La Pregunta: "¿eres tú? ¿eres las que decías que querías ser?".
Por lo pronto, sigue lloviendo. El gato se acurruca contra mis pies y sale corriendo cada vez que se escucha otro trueno escandaloso. No sé si nos queremos, pero sé que disfrutamos nuestra compañía. Y que a él, más que a nadie, le duele que me haya roto las uñas con la maleta descompuesta - no le rasco igual detrás de las orejas.
Agosto se va a acabar. Y también la tercerca novela de Stieg Larsson. Y mis viajes vacacionales. Pero tengo por seguro que mis preguntas - esas, las de siempre - seguirán ahí, como ruido blanco.
Se queda a un lado la lista enorme de cosas por hacer. Ir al banco. Buscar por enésima vez una maleta, porque en el último viaje se rompió la que tenía. Resolver bien qué vamos a cenar. Atención: ayer hice hasta un pay de manzana.
No es que esté mal, es que es diferente. Y me cuesta aceptar las vacaciones como un periodo de ruido blanco, de atención a otras cosas - de leer novelas policíacas y ver la televisión. Al final, a través de las páginas, siguen por ahí atacándome las preguntas de siempre, La Pregunta: "¿eres tú? ¿eres las que decías que querías ser?".
Por lo pronto, sigue lloviendo. El gato se acurruca contra mis pies y sale corriendo cada vez que se escucha otro trueno escandaloso. No sé si nos queremos, pero sé que disfrutamos nuestra compañía. Y que a él, más que a nadie, le duele que me haya roto las uñas con la maleta descompuesta - no le rasco igual detrás de las orejas.
Agosto se va a acabar. Y también la tercerca novela de Stieg Larsson. Y mis viajes vacacionales. Pero tengo por seguro que mis preguntas - esas, las de siempre - seguirán ahí, como ruido blanco.
14.7.10
Pablo, el que iba a ser presidente municipal
En el pueblo, la gente lo quería. Algunos pensarían que era difícil quererlo, dado que hablaba golpeado, era casi agresivo y, encima de todo, dentista. Pero un dentista que atendía a toda la gente del pueblo (y de otras poblaciones a más de tres horas a la redonda) y les cobraba siguiendo aquel dicho de "según el sapo debe ser la pedrada". Además, cada año organizaba las fiestas del pueblo y con el dinero recolectado fungía como capataz para seguir construyendo el camino de piedra que llevaría a la cruz (el punto más alto de peregrinaje, en un montecito cercano). Tenía un proyecto para llevar agua potable al pueblo, con unos amigos ingenieros que había conocido tiempo antes.
Una vez le propusieron ser presidente municipal. Todo parecía perfecto, hasta que le explicaron el tipo de "acuerdos" y "favores" que tendría que hacer. A los que le ofrecían el puesto y le pedían los favores los puso patitas en la calle. Típico de Pablo. Lo que no era derecho, no era.
* * *
La verdad es que nunca llegó a ser dentista con todos los títulos. Se fue a la ciudad a estudiar con un poquito de dinero que le había dado su padre - el hacendado, pero el hacendado del pueblo. Le alcanzaba para estudiar como técnico dental, pero no como dentista. Igual lo hizo, incluso cuando a veces le costó dormir bajo una escalera. Lo tenían peor los peluqueros que sólo habían recibido un poco de entrenamiento para sacar muelas.
Era un técnico estupendo. Trabajo en los mejores laboratorios de la ciudad, haciendo puentes y dientes de oro. Era buenísimo haciendo dientes de oro. Y buscando cómo salvar la mayor cantidad de dientes posibles a sus clientes, todos de poblaciones cercanas a los cañaverales y a un ingenio azucarero, donde lo favorito para comer eran los dulces y lo más desconocido la higiene dental.
Se regresó al pueblo a tratar a todos, sin diferencia. A veces los sábados y domingos, porque eran los únicos días que podían salir del rancho. Tenía los instrumentos más básicos, pero los más limpios. Daban miedo, sí... pero aprendió pronto a utilizar la anestesia.
Iba a congresos de dentistas en toda la región, donde nadie le reclamaba su falta de título. Antes bien, lo dejaban participar y comentar lo que veía en su región, como a cualquier decano de la profesión.
* * *
No tuvo mucha suerte con las mujeres. Su primera esposa lo dejó de pronto, llevándose con ella gran parte de los muebles del hotel que tenían juntos en la misma casa donde estaba su consultorio. Sus hijos fueron y vinieron, a veces un poco espantados por la nueva mujer - que nunca nueva esposa, impedido por la ley de dios (ese dios tan en minúsculas que a veces nos cuentan que no perdona).
A los 92 años, su hermano el sacerdote lo convenció de que tomara en una tarde la confesión, la comunión, la extremaunción y el matrimonio. Lo casó en casa de su hermana (a punto de cumplir 90 años), rodeado por algunos de sus hijos y sobrinos. Les pidió a uno de los hijos de su hermana y a su esposa que fueran sus padrinos. Entre todos les compraron flores, regalos envueltos para novios y hasta unas argollas. Tomaron fotos. Y fue tan feliz que, por primera vez, no quería regresar a su pueblo esa noche.
* * *
Se fue más o menos en cuatro meses. Era una especie de cáncer increíblemente agresivo para alguien tan mayor. Todos los médicos, incluída su nieta, acordaron que no era necesario hacerle más daño. Él no entendía qué pasaba. Quería más atención, pero luego la rechazaba. Se olvidaba de las explicaciones. La última vez se subió a un autobús para regresar del hospital a su casa - no quería dar más molestias - y cuando no estuvo de acuerdo con el tratamiento se salió del hospital y tomó un taxi, volviendo loco a todo el personal de planta.
Ya en su casa, estaba harto de no conocer a quienes iban a visitarlo, de no poder hablar, de no caminar por su casa. Dejó de comer. Le susurró a su recién estrenada esposa que por ahí tenía una botella de diésel: que por qué no regaban su cama y se quemaban los dos, para irse juntos. Ella le dijo que no la molestara, que estaba viendo el fútbol. Después, mientras no la veía, se soltó a llorar.
Yo iba a ir mañana en la mañana a ver a Pablo, ese hermano de mi abuela alto y de voz fuerte que siempre amenazaba con sacarnos los dientes malos. El que daba abrazos apretados y tenía una silla de dentista como de Frankestein en su casa. Ese, al que todo el mundo conocía en Tecalitlán y lo trataban como si hubiera sido Presidente Municipal toda su vida.
Porque de alguna manera lo fue.
Íbamos, pero se nos adelantó. Voluntarioso como siempre, se fue hace unas horas. Mañana voy, pero a enterrarlo. Contenta de saber que se fue, por fin, como quería hacerlo.
Una vez le propusieron ser presidente municipal. Todo parecía perfecto, hasta que le explicaron el tipo de "acuerdos" y "favores" que tendría que hacer. A los que le ofrecían el puesto y le pedían los favores los puso patitas en la calle. Típico de Pablo. Lo que no era derecho, no era.
* * *
La verdad es que nunca llegó a ser dentista con todos los títulos. Se fue a la ciudad a estudiar con un poquito de dinero que le había dado su padre - el hacendado, pero el hacendado del pueblo. Le alcanzaba para estudiar como técnico dental, pero no como dentista. Igual lo hizo, incluso cuando a veces le costó dormir bajo una escalera. Lo tenían peor los peluqueros que sólo habían recibido un poco de entrenamiento para sacar muelas.
Era un técnico estupendo. Trabajo en los mejores laboratorios de la ciudad, haciendo puentes y dientes de oro. Era buenísimo haciendo dientes de oro. Y buscando cómo salvar la mayor cantidad de dientes posibles a sus clientes, todos de poblaciones cercanas a los cañaverales y a un ingenio azucarero, donde lo favorito para comer eran los dulces y lo más desconocido la higiene dental.
Se regresó al pueblo a tratar a todos, sin diferencia. A veces los sábados y domingos, porque eran los únicos días que podían salir del rancho. Tenía los instrumentos más básicos, pero los más limpios. Daban miedo, sí... pero aprendió pronto a utilizar la anestesia.
Iba a congresos de dentistas en toda la región, donde nadie le reclamaba su falta de título. Antes bien, lo dejaban participar y comentar lo que veía en su región, como a cualquier decano de la profesión.
* * *
No tuvo mucha suerte con las mujeres. Su primera esposa lo dejó de pronto, llevándose con ella gran parte de los muebles del hotel que tenían juntos en la misma casa donde estaba su consultorio. Sus hijos fueron y vinieron, a veces un poco espantados por la nueva mujer - que nunca nueva esposa, impedido por la ley de dios (ese dios tan en minúsculas que a veces nos cuentan que no perdona).
A los 92 años, su hermano el sacerdote lo convenció de que tomara en una tarde la confesión, la comunión, la extremaunción y el matrimonio. Lo casó en casa de su hermana (a punto de cumplir 90 años), rodeado por algunos de sus hijos y sobrinos. Les pidió a uno de los hijos de su hermana y a su esposa que fueran sus padrinos. Entre todos les compraron flores, regalos envueltos para novios y hasta unas argollas. Tomaron fotos. Y fue tan feliz que, por primera vez, no quería regresar a su pueblo esa noche.
* * *
Se fue más o menos en cuatro meses. Era una especie de cáncer increíblemente agresivo para alguien tan mayor. Todos los médicos, incluída su nieta, acordaron que no era necesario hacerle más daño. Él no entendía qué pasaba. Quería más atención, pero luego la rechazaba. Se olvidaba de las explicaciones. La última vez se subió a un autobús para regresar del hospital a su casa - no quería dar más molestias - y cuando no estuvo de acuerdo con el tratamiento se salió del hospital y tomó un taxi, volviendo loco a todo el personal de planta.
Ya en su casa, estaba harto de no conocer a quienes iban a visitarlo, de no poder hablar, de no caminar por su casa. Dejó de comer. Le susurró a su recién estrenada esposa que por ahí tenía una botella de diésel: que por qué no regaban su cama y se quemaban los dos, para irse juntos. Ella le dijo que no la molestara, que estaba viendo el fútbol. Después, mientras no la veía, se soltó a llorar.
Yo iba a ir mañana en la mañana a ver a Pablo, ese hermano de mi abuela alto y de voz fuerte que siempre amenazaba con sacarnos los dientes malos. El que daba abrazos apretados y tenía una silla de dentista como de Frankestein en su casa. Ese, al que todo el mundo conocía en Tecalitlán y lo trataban como si hubiera sido Presidente Municipal toda su vida.
Porque de alguna manera lo fue.
Íbamos, pero se nos adelantó. Voluntarioso como siempre, se fue hace unas horas. Mañana voy, pero a enterrarlo. Contenta de saber que se fue, por fin, como quería hacerlo.
13.7.10
De vuelta
Los muros son extraordinariamente blancos y las estancias extrañamente pequeñas. Hasta las escaleras me parecen más cortas. El jardín más reducido, y no sólo porque el guayabo fresa que planté en mi infancia y mi hermano nunca dejó crecer por los pelotazos que le daba ahora es un árbol de casi tres metros. Todo es distinto, pero es igual.
Llegué a esa casa cuando estaba a punto de cumplir ocho años - no había clósets ni cortinas, sólo un baño funcionaba, la cocina estaba a medio poner - y me fuí a punto de cumplir los 21 - por fin mi madre había comprado sus "muebles" perfectos, pero no contaba con que mandarían a mi padre a trabajar a otra ciudad.
Ahora, regresan a esa casa. Y me llevan a ver los baños nuevos, la cocina nueva, el jardín y el guayabo sobre crecidos. Mi hermano el menor se ha apoderado de la que era mi habitación - "es que me gusta más la luz que hay aquí". En la otra habitación, la que compartían mis dos hermanos, me han puesto una cama matrimonial "para cuando vengas".
He venido hoy. La única cama que hay en la casa es esa y yo tengo sueño de mediodía. Subo, me recuesto. La falta de muebles en el resto de la casa crea esta tremenda sensación de eco y los escucho hablar sobre la ropa limpia, sobre el granito de la cocina, sobre el resto de pendientes para el día. Mi padre enciende un aparato de sonido. Yo tengo los ojos cerrados y escucho el sonido de un arcodeón y remoloneo.
Vuelvo a tener doce o catorce años. Vuelvo a querer despertarme a las diez, a las once, a mediodía. Al fin y al cabo, son mis vacaciones. Pero mi madre no lo ve así: vacaciones o no, hay que levantarse a una buena hora, hacer lo mejor del día. A las nueve y media enciendo el radio, de ser posible en una estación de música clásica. De ahí que no haya mejor manera que ponerme de un humor de perros que despertarme con violines. Casi y hasta sonrío al oir el acordeón.
Después de dormir un poco bajo las escaleras y me dice mi padre que es tremendo el eco que tiene la casa sin muebles. Le contesto que es algo que ese ese eco está en las paredes y en los oídos de quienes hemos vivido ahí.
Llegué a esa casa cuando estaba a punto de cumplir ocho años - no había clósets ni cortinas, sólo un baño funcionaba, la cocina estaba a medio poner - y me fuí a punto de cumplir los 21 - por fin mi madre había comprado sus "muebles" perfectos, pero no contaba con que mandarían a mi padre a trabajar a otra ciudad.
Ahora, regresan a esa casa. Y me llevan a ver los baños nuevos, la cocina nueva, el jardín y el guayabo sobre crecidos. Mi hermano el menor se ha apoderado de la que era mi habitación - "es que me gusta más la luz que hay aquí". En la otra habitación, la que compartían mis dos hermanos, me han puesto una cama matrimonial "para cuando vengas".
He venido hoy. La única cama que hay en la casa es esa y yo tengo sueño de mediodía. Subo, me recuesto. La falta de muebles en el resto de la casa crea esta tremenda sensación de eco y los escucho hablar sobre la ropa limpia, sobre el granito de la cocina, sobre el resto de pendientes para el día. Mi padre enciende un aparato de sonido. Yo tengo los ojos cerrados y escucho el sonido de un arcodeón y remoloneo.
Vuelvo a tener doce o catorce años. Vuelvo a querer despertarme a las diez, a las once, a mediodía. Al fin y al cabo, son mis vacaciones. Pero mi madre no lo ve así: vacaciones o no, hay que levantarse a una buena hora, hacer lo mejor del día. A las nueve y media enciendo el radio, de ser posible en una estación de música clásica. De ahí que no haya mejor manera que ponerme de un humor de perros que despertarme con violines. Casi y hasta sonrío al oir el acordeón.
Después de dormir un poco bajo las escaleras y me dice mi padre que es tremendo el eco que tiene la casa sin muebles. Le contesto que es algo que ese ese eco está en las paredes y en los oídos de quienes hemos vivido ahí.
2.7.10
Clase magistral
Me lo dijo muy serio y con un pie en el umbral de la puerta. Sabe que a mí el futbol es una cosa que me divierte, pero no me apasiona. Pero estaba realmente serio: "esta tarde, a las cuatro, entra en un bar. Dime que vas a hacerlo. Tomarás la mejor clase de cultura holandesa de tu vida".
Todavía lo estoy considerando, pero en el fondo no me parece una mala idea. Me veo entrar en un bar fresquito (hace calor estos días en los Países Bajos) y disfrutar junto a un montón de gente vestida de naranja. Con lo bonito que es el naranja.
Lo que más me ha gustado hasta ahora es la televisión. Ayer, hasta las doce de la noche, incontables tertulias hablaban de las posibilidades, o no, de su equipo de fútbol de ganarle a Brasil. Increíblemente, una de las cadenas públicas hizo un corte de unos 20 minutos sacado de las televisiones de Brasil, para ver cómo allá se percibe al equipo.
Eso me gustó. Esa especie de desafección y frialdad que, de todas maneras, no termina de serlo. Esta casa, llena de libros de arquitectura, tiene de pronto un pequeño peluche naranja encaramado sobre una lámpara Ptolomeo.
En el fondo, todos tenemos muy cerca del corazón nuestras futboleras ilusiones.
Todavía lo estoy considerando, pero en el fondo no me parece una mala idea. Me veo entrar en un bar fresquito (hace calor estos días en los Países Bajos) y disfrutar junto a un montón de gente vestida de naranja. Con lo bonito que es el naranja.
Lo que más me ha gustado hasta ahora es la televisión. Ayer, hasta las doce de la noche, incontables tertulias hablaban de las posibilidades, o no, de su equipo de fútbol de ganarle a Brasil. Increíblemente, una de las cadenas públicas hizo un corte de unos 20 minutos sacado de las televisiones de Brasil, para ver cómo allá se percibe al equipo.
Eso me gustó. Esa especie de desafección y frialdad que, de todas maneras, no termina de serlo. Esta casa, llena de libros de arquitectura, tiene de pronto un pequeño peluche naranja encaramado sobre una lámpara Ptolomeo.
En el fondo, todos tenemos muy cerca del corazón nuestras futboleras ilusiones.
26.6.10
Pequeños fuegos personales
El primer año, fuimos a la playa. Era, se suponía, nuestro único año. Había que emborracharse, celebrar, entrar al agua. Recuerdo incluso de haberme comprado un vestido especial para aquel día. La verdad, no me gustó. No hubo fuego. No quemamos nada. Quizá un poco de nuestros recuerdos con sangría y cava barata. Entramos al agua como quien hace un trámite. Salimos.
Mi siguiente recuerdo es de años más tarde, escribiendo papelitos y poniéndolos a quemar en un cenicero. Yo sabía que había algo que se estaba quebrando en mí y no quería mantenerlo junto - más me convendría una ruptura definitiva, un pequeño fuego que lo consumiera.
Esta año, poco después de las doce, ya estaba en mi casa - tan silenciosa para una noche de San Juan. Mientras veía los fuegos que sacudían la ciudad desde la terraza, regué las plantas y recogí un poco los papeles que rodaban por ahí. Encendí una vela y la puse en el suelo. No brinqué. Simplemente la pasé de un lado a otro, me aseguré de haber quemado esas cosas que arrastraba del pasado. Con la esperanza de que el solsticio me trajera un verano más definitivo, una cabeza más ligera, unas esperanza más firme.
Lo increíble es que, desde entonces, me siento más ligera. Como si San Juan me hubiera hecho el milagrito de hacerme entender que nunca, nunca ha habido nada que me ate.
Mi siguiente recuerdo es de años más tarde, escribiendo papelitos y poniéndolos a quemar en un cenicero. Yo sabía que había algo que se estaba quebrando en mí y no quería mantenerlo junto - más me convendría una ruptura definitiva, un pequeño fuego que lo consumiera.
Esta año, poco después de las doce, ya estaba en mi casa - tan silenciosa para una noche de San Juan. Mientras veía los fuegos que sacudían la ciudad desde la terraza, regué las plantas y recogí un poco los papeles que rodaban por ahí. Encendí una vela y la puse en el suelo. No brinqué. Simplemente la pasé de un lado a otro, me aseguré de haber quemado esas cosas que arrastraba del pasado. Con la esperanza de que el solsticio me trajera un verano más definitivo, una cabeza más ligera, unas esperanza más firme.
Lo increíble es que, desde entonces, me siento más ligera. Como si San Juan me hubiera hecho el milagrito de hacerme entender que nunca, nunca ha habido nada que me ate.
22.6.10
Si yo fuera tú
El otro día hablábamos con mi jefe-to-be en la Universidad de aquel concepto tan mono de Tocqueville de envidia democrática: en el fondo, nuestra verdadera envidia sólo es a nuestro nivel, sólo con aquellos con los que podríamos disputarnos las cosas. Ese compañero de escuela que tiene un mejor trabajo que tú, o la vecina con el novio más guapo, o el compañero de trabajo que se ganó la lotería. Podrían ser tú. Es más, ni siquiera son lo suficientemente guapos/listos/necesitados pero tienen lo que tú no tienes. Y da envidia. Y muchas veces esa envidia, aunque despierte bajas pasiones, no despierta demasiadas declaraciones en voz alta. No es bueno decir: "es que lo envidio". No en una altura democrática.
Pero, si la cosa no es democrática - si no hay oportunidad de que él otro seas tú - entonces sí decimos todas las cosas del mundo, a voz en cuello, que al cabo. Y entonces las princesas que se pasean con coronas de joyas en las fiestas reales nos parecen gordas y sin chiste, los seleccionadores nacionales son unos reverendos imbéciles que están más ciegos que el árbitro y los presidentes de la república unos títeres de quién sabe qué intereses que nadie nunca entiende.
A veces tengo la sensación de que por eso no queremos ser ya no princesas - que está cabrón - sino jugadores y seleccionadores de fútbol de verdad o políticos trabajadores - que también está cabrón y que son como personajes un poco míticos. Estaría muy difícil criticarlos si tuviéramos la misma responsabilidad que ellos. Nos podrían criticar también a nosotros. Ponernos en el candelero.
Y no es que disculpe: el trabajo es el trabajo y más vale que esté bien hecho. Pero no sé si criticar por vicio lo vaya a llevar a uno a algún lado.
(Chale. Y que pontifico. Me van a dejar de leer.)
Pero, si la cosa no es democrática - si no hay oportunidad de que él otro seas tú - entonces sí decimos todas las cosas del mundo, a voz en cuello, que al cabo. Y entonces las princesas que se pasean con coronas de joyas en las fiestas reales nos parecen gordas y sin chiste, los seleccionadores nacionales son unos reverendos imbéciles que están más ciegos que el árbitro y los presidentes de la república unos títeres de quién sabe qué intereses que nadie nunca entiende.
A veces tengo la sensación de que por eso no queremos ser ya no princesas - que está cabrón - sino jugadores y seleccionadores de fútbol de verdad o políticos trabajadores - que también está cabrón y que son como personajes un poco míticos. Estaría muy difícil criticarlos si tuviéramos la misma responsabilidad que ellos. Nos podrían criticar también a nosotros. Ponernos en el candelero.
Y no es que disculpe: el trabajo es el trabajo y más vale que esté bien hecho. Pero no sé si criticar por vicio lo vaya a llevar a uno a algún lado.
(Chale. Y que pontifico. Me van a dejar de leer.)
15.6.10
Como la navidad
Las calles se tiñeron de naranja. Hay que ser justo y decir que eran principalmente bares y sitios en donde la gente se reúne para ver el fútbol. Pero también algunas casas lucían un montón de banderines naranja como los de las kermesses. "Se ha convertido en una cosa como la navidad", me dijo él. "Ya es una tradición ver cada dos años a todas las casas adornadas".
Pensé en el fútbol como una religión unitaria en un país donde las diferencias religiosas se están convirtiendo en diferencias políticas. Y no pude dejar de acordarme de México donde, a la menor provocación, banderas tricolores salen por todos lados. A los señores con su carrito de banderas en septiembre bicicleteando por la ciudad. En el orgullo que le da a uno (o le daba) estar en la escolta. En las múltiples caras pintaditas que adornan facebook.
Y nada más por llevar la contra, salí ese sábado particularmente naranja a pasearme por las calles de Maastricht con una camiseta que decía "México". Mi hermano me miraba con bochorno y un par de fans súper rubios - y un poco borrachos - dieron voces de apoyo al equipo a una semana que empezara el mundial.
Ayer jugaron los Naranjas y no me pusé la camiseta. Quizá me la debería poner hoy. O aprestar la verde para este fin de semana. La verdad es que estos nacionalismos festivos con prints y 100% algodón me parecen lo más divertido que puede tener el nacionalismo.
Pensé en el fútbol como una religión unitaria en un país donde las diferencias religiosas se están convirtiendo en diferencias políticas. Y no pude dejar de acordarme de México donde, a la menor provocación, banderas tricolores salen por todos lados. A los señores con su carrito de banderas en septiembre bicicleteando por la ciudad. En el orgullo que le da a uno (o le daba) estar en la escolta. En las múltiples caras pintaditas que adornan facebook.
Y nada más por llevar la contra, salí ese sábado particularmente naranja a pasearme por las calles de Maastricht con una camiseta que decía "México". Mi hermano me miraba con bochorno y un par de fans súper rubios - y un poco borrachos - dieron voces de apoyo al equipo a una semana que empezara el mundial.
Ayer jugaron los Naranjas y no me pusé la camiseta. Quizá me la debería poner hoy. O aprestar la verde para este fin de semana. La verdad es que estos nacionalismos festivos con prints y 100% algodón me parecen lo más divertido que puede tener el nacionalismo.
2.6.10
Fidel Castro como la Reina de Corazones
La fauna típica de las horas muy tempranas de la mañana en un gimnasio depende casi directamente del tipo de gimnasio y de su costo. Quizá en una zona residencial o financiera, en un piso 20, con máquinas de última generación y piscina de acero inoxidable, quienes sudan las camisetas a las siete de la mañana sean ejecutivos de grandes vuelos que necesitan un shot de adrenalina para comenzar bien el día. Si, en cambio, uno se traslada a un gimnasio municipal de barrio a las siete de la mañana, se encontrará con todos los pajaritos madrugadores que son las abuelas, que hacen su gimnasio para no quedarse del todo inmóviles antes de que llegue la hora de la sucesión de nietos y comidas.
Yo las escucho. Me gustan los cuentos sobre las vacaciones del IMSERSO (algo así como el INSEN mexicano), sobre las casas de campo cuando estaban niñas, sobre su visión del mundo. Todo tiene cabida: los impuestos, los políticos, la globalización, el cantante de moda. Creer que esas cabecitas blancas no están al día es una enorme falacia: pasan demasiadas horas frente al televisor.
Pero claro, con ideas bien claras. Donde los buenos son buenísimos y los malos son los peores. Y se habla de ellos en lo cotidiano. Alguien se tropieza y cae en los vestidores. Un enjambre de abuelas se abalanza contra ella y la ayuda a levantarse, a quitarse el golpe y la pena. Las voces se superponen una a la otra.
- "Ni te preocupes, todo el mundo se cae... mira a la reina Sofía, que el otro día se tropezó y casi se cayó".
- "Claro, pero es que por traer esos zapatos... cómo le explicamos que uno ya no está en edad".
- "Si que está en edad pero hay que ir con cuidado... menos mal que ella se toma bien las cosas".
- "Sí, y el rey también... hay que conocer uno sus limitaciones y no culpar a los otros... porque mira que hace años yo me acuerdo que Fidel Castro se cayó en un acto y luego me dijeron que mandó a encarcelar a todos los que estaban por ahí, por si de caso alguno si había reído de él...".
Me alejé de las duchas y las escuché cada vez menos. Mientras me desenredaba el cabello me imaginé, no pude evitarlo, a Fidel Castro convertido en Reina de Corazones de Lewis Carroll (¡que les corten la cabeza!). Es lo que tiene ir al gimnasio tan temprano: que uno a veces sigue teniendo pesadillas aún después de la ducha.
Nota al pie: este post, el blog y su autora agradecen a la Srita. Melancolía las acotaciones hechas al respecto de la melange de autores que usualmente traigo en la cabeza, en donde CS Lewis y Lewis Carroll de pronto (sólo de vez en cuando) son la misma persona. :D
Yo las escucho. Me gustan los cuentos sobre las vacaciones del IMSERSO (algo así como el INSEN mexicano), sobre las casas de campo cuando estaban niñas, sobre su visión del mundo. Todo tiene cabida: los impuestos, los políticos, la globalización, el cantante de moda. Creer que esas cabecitas blancas no están al día es una enorme falacia: pasan demasiadas horas frente al televisor.
Pero claro, con ideas bien claras. Donde los buenos son buenísimos y los malos son los peores. Y se habla de ellos en lo cotidiano. Alguien se tropieza y cae en los vestidores. Un enjambre de abuelas se abalanza contra ella y la ayuda a levantarse, a quitarse el golpe y la pena. Las voces se superponen una a la otra.
- "Ni te preocupes, todo el mundo se cae... mira a la reina Sofía, que el otro día se tropezó y casi se cayó".
- "Claro, pero es que por traer esos zapatos... cómo le explicamos que uno ya no está en edad".
- "Si que está en edad pero hay que ir con cuidado... menos mal que ella se toma bien las cosas".
- "Sí, y el rey también... hay que conocer uno sus limitaciones y no culpar a los otros... porque mira que hace años yo me acuerdo que Fidel Castro se cayó en un acto y luego me dijeron que mandó a encarcelar a todos los que estaban por ahí, por si de caso alguno si había reído de él...".
Me alejé de las duchas y las escuché cada vez menos. Mientras me desenredaba el cabello me imaginé, no pude evitarlo, a Fidel Castro convertido en Reina de Corazones de Lewis Carroll (¡que les corten la cabeza!). Es lo que tiene ir al gimnasio tan temprano: que uno a veces sigue teniendo pesadillas aún después de la ducha.
Nota al pie: este post, el blog y su autora agradecen a la Srita. Melancolía las acotaciones hechas al respecto de la melange de autores que usualmente traigo en la cabeza, en donde CS Lewis y Lewis Carroll de pronto (sólo de vez en cuando) son la misma persona. :D
29.5.10
Respuesta a un cronopio
Aprovecho mi facebook y mi twitter para quejarme de todo ante la humanidad - por lo menos ante la humanidad que quiere leerme. Me quejo, por ejemplo, de que de pronto me volvió a atacar la alergia. No sólo tengo los brazos empedrados de granitos (ya, me pongo protector solar y crema atópica para bebé, válgame) sino que ahora voy por la vida estornudando así, de siete en siete, o de quince en quince veces. La gente me mira con desconfianza. Yo me sonrojo. Me acuerdo de aquel amigo querido que me contaba los estornudos en voz alta en la prepa y no sé si es tan querido.
Y me quejo en Facebook. Y Juan Carlos, ese cronopio, me manda un salud. Doy las gracias. Y luego dice que me manda un pañuelo... o toda la caja. Y entonces yo escribo esta respuesta.
(Sí, ya sé que es autoplagio. Pero era divertido)
Y me quejo en Facebook. Y Juan Carlos, ese cronopio, me manda un salud. Doy las gracias. Y luego dice que me manda un pañuelo... o toda la caja. Y entonces yo escribo esta respuesta.
Cin se encuentra con una caja de pañuelos nueva y no sabe qué hacer. Primero, agita las manitas con emoción. Luego la mira por todos los lados y descubre que tiene una flor morada y la abraza, de puro gusto. La abraza tanto que se aplasta. Intentando salvarla, saca todos los pañuelos y se da cuenta de que, sobre su cama, ha caído una especie de suave nieve de celulosa. Mira por dónde: es un poquito más feliz.
(Sí, ya sé que es autoplagio. Pero era divertido)
21.5.10
Sin rostro
No tengo razones de peso para afirmarlo, pero sé que me sonrío. Y que sus ojos se iluminaron. Y que la mañana le pareció un poco menos estúpida - no sólo por ser mañana de viernes de fin de semana de tres días. Insisto, no tengo ninguna razón. No lo ví. Pero lo sé.
Caminaba a casa de regreso de casi morir en el gimnasio - siempre en la abdominal número 20 me pregunto "yo... ¿de verdad tengo necesidad de esto?" - y él esperaba junto a otro motorista y un automóvil para salir de un estacionamiento. Los veía a lo lejos, esperar, un montón de gente que iba frente a mí no dejarlos pasar. A mí la verdad es que me daba lo mismo: prisa, realmente, ya no tenía. Y les cedí el paso (oh, peaton que cede el paso). Él titubeó y yo insistí - afirmó con la cabeza y arrancó. Me habré retrasado unos 15 segundos para seguir con mi camino.
Me acordé de Malena que a sus tres años hasta hace poquísimo les tenía miedo a los motoristas. Simplemente cerraba fuertemente sus ojos cuando tenía uno cerca hasta que un día confesó su miedo. En un alto, mientras esperaba en el auto con su abuela, se les acercó uno. La abuela, viendo como la otra se amedrentaba, bajó el vidrio y le pidió al motorista si, por favor, podía levantarse la careta del casco. "Es que ella se piensa que no tienes cara".
Malena y su abuela no se acuerdan de cómo era el motorista, sólo que se levantó la careta y les sonrío. Como estoy segura que sonrío con el que yo me encontré en la mañana, aunque no haya visto su cara.
Caminaba a casa de regreso de casi morir en el gimnasio - siempre en la abdominal número 20 me pregunto "yo... ¿de verdad tengo necesidad de esto?" - y él esperaba junto a otro motorista y un automóvil para salir de un estacionamiento. Los veía a lo lejos, esperar, un montón de gente que iba frente a mí no dejarlos pasar. A mí la verdad es que me daba lo mismo: prisa, realmente, ya no tenía. Y les cedí el paso (oh, peaton que cede el paso). Él titubeó y yo insistí - afirmó con la cabeza y arrancó. Me habré retrasado unos 15 segundos para seguir con mi camino.
Me acordé de Malena que a sus tres años hasta hace poquísimo les tenía miedo a los motoristas. Simplemente cerraba fuertemente sus ojos cuando tenía uno cerca hasta que un día confesó su miedo. En un alto, mientras esperaba en el auto con su abuela, se les acercó uno. La abuela, viendo como la otra se amedrentaba, bajó el vidrio y le pidió al motorista si, por favor, podía levantarse la careta del casco. "Es que ella se piensa que no tienes cara".
Malena y su abuela no se acuerdan de cómo era el motorista, sólo que se levantó la careta y les sonrío. Como estoy segura que sonrío con el que yo me encontré en la mañana, aunque no haya visto su cara.
19.5.10
De la ausencia
- Hace dos días tocó la plática larga con mi padre. De vez en cuando nos damos el tiempo y hablamos él y yo, largo y tendido, por teléfono. Sobre nuestros sueños y nuestras preocupaciones. Sobre México y sobre Barcelona. A veces tocamos por encima el eterno tema de mi posible-inminente-necesario-intangible retorno. Y al final siempre termino diciéndole lo mismo: que siento que estamos más cerca desde que me fuí y que me siento más acompañada desde que estoy acá sola.
- Ayer terminé clases de la segunda maestría. Ese grupo que difícilmente se ponía de acuerdo salió a caminar y a cenar, con larga juerga incluida. De pronto bromeamos, hicimos confidencias y confesiones interminables. Se preguntaron cosas que habían quedado en el tintero en algún otro momento y comimos plato tras plato. Algo me dice que lo que nos unió fue que ya no nos veremos dos veces por semana. Esa nostalgia por los que nunca fuimos. La saudade, que dicen los portugueses.
- Estoy leyendo Rituales, de Cees Nooteboom. Confieso que las primeras cien páginas me parecieron difíciles, pero no me hice mucho caso porque entendí que podría ser el exceso de información en mi cerebro. Ayer me senté a comer sola en un restaurante. Primero comencé a trabajar en unas hojas que llevaba, pero decidí sacar el libro: el espacio y el plato de pasta al horno me permitirían leer. No sé si fue el vino, el descanso o el olor a pasteles recién hechos, pero comencé a verlo con otros ojos. Me reí incluso con una carcajada ante el descoloque de los demás comensales y la mirada comprensiva de la maravillosa mesera con acento napolitano. Y después encontré eso que a veces quiero decir... y les comparto:
- Ayer terminé clases de la segunda maestría. Ese grupo que difícilmente se ponía de acuerdo salió a caminar y a cenar, con larga juerga incluida. De pronto bromeamos, hicimos confidencias y confesiones interminables. Se preguntaron cosas que habían quedado en el tintero en algún otro momento y comimos plato tras plato. Algo me dice que lo que nos unió fue que ya no nos veremos dos veces por semana. Esa nostalgia por los que nunca fuimos. La saudade, que dicen los portugueses.
- Estoy leyendo Rituales, de Cees Nooteboom. Confieso que las primeras cien páginas me parecieron difíciles, pero no me hice mucho caso porque entendí que podría ser el exceso de información en mi cerebro. Ayer me senté a comer sola en un restaurante. Primero comencé a trabajar en unas hojas que llevaba, pero decidí sacar el libro: el espacio y el plato de pasta al horno me permitirían leer. No sé si fue el vino, el descanso o el olor a pasteles recién hechos, pero comencé a verlo con otros ojos. Me reí incluso con una carcajada ante el descoloque de los demás comensales y la mirada comprensiva de la maravillosa mesera con acento napolitano. Y después encontré eso que a veces quiero decir... y les comparto:
Después de Zita, había tenido una relación bastante larga con una actriz; pero, por fin, ella se lo sacó de encima por instinto de conservación, como quien se desprende de un viejo sillón.
- Lo que más echo en falta de ella - le decía Inni a su amigo el escritor - es su ausencia. Esas gentes no están nunca en casa y a eso te aficionas como a una droga.
16.5.10
Temporada de lluvia
Debo confesar que quizá sea un poco mi culpa. Tantas ganas de buen tiempo, de verano, tanto invocarlo... y el verano mío, el primigenio, el verdadero es un verano lluvioso. El que me obligaba a leer, a quedarme dentro, a hacerme fanática de los juegos de mesa y de las novelas de Corín Tellado al final del Vanidades, esas que leía a escondidas de mi mamá.
Esta tardanza del sol totalitario es quizá, entonces, un poco responsabilidad de esa niña tapatía que se acostumbró a ver llover en vacaciones.
Y como soy muy solidaria con el cielo, he estado llorando yo también. Durante días y noches. Por historias reales y ficticias, por futuros y pasados, por pesadillas y realidades de bloque de vecinos. Me da esta curiosa solidaridad y de pronto se me escurren unos lagrimones por las mejillas. Ni siquiera puedo a culpar a las hormonas o a nadie. Sé que soy yo. La de ahora y la de entonces, la de 31 y 15 y 12, y 7 y 4. Todas ellas, todas las que lloran.
Me busco razones para dejar de llover. Limpio la casa. Me sumo en mi tesis. Limito la extensión de mis recuerdos y de los sueños que no están (perdidos no sé, escondidos seguro). Salgo de la casa a comprar una cocacola y a que me dé el aire. Y de pronto, en la intimidad del videoclub, suena algo. Es una canción que no conozco, pero es como si alguien me abrazara por la espalda, me volteara y me tuviera sostenida. Firmemente abrazada. Siento su respiración en mi frente y comienzo a llover otra vez. No sé si de alivio o de compañía o de impaciencia o de qué.
Quizá sea una cosa similar lo que le pasa al cielo de Barcelona. O simplemente es que yo no lo sabía aún pero así se siente verdaderamente la primavera.
(Soundtrack cortesía del videoclub: Ash Wednesday / Elvis Perkins)
Esta tardanza del sol totalitario es quizá, entonces, un poco responsabilidad de esa niña tapatía que se acostumbró a ver llover en vacaciones.
Y como soy muy solidaria con el cielo, he estado llorando yo también. Durante días y noches. Por historias reales y ficticias, por futuros y pasados, por pesadillas y realidades de bloque de vecinos. Me da esta curiosa solidaridad y de pronto se me escurren unos lagrimones por las mejillas. Ni siquiera puedo a culpar a las hormonas o a nadie. Sé que soy yo. La de ahora y la de entonces, la de 31 y 15 y 12, y 7 y 4. Todas ellas, todas las que lloran.
Me busco razones para dejar de llover. Limpio la casa. Me sumo en mi tesis. Limito la extensión de mis recuerdos y de los sueños que no están (perdidos no sé, escondidos seguro). Salgo de la casa a comprar una cocacola y a que me dé el aire. Y de pronto, en la intimidad del videoclub, suena algo. Es una canción que no conozco, pero es como si alguien me abrazara por la espalda, me volteara y me tuviera sostenida. Firmemente abrazada. Siento su respiración en mi frente y comienzo a llover otra vez. No sé si de alivio o de compañía o de impaciencia o de qué.
Quizá sea una cosa similar lo que le pasa al cielo de Barcelona. O simplemente es que yo no lo sabía aún pero así se siente verdaderamente la primavera.
(Soundtrack cortesía del videoclub: Ash Wednesday / Elvis Perkins)
25.4.10
Siete velas
Primera vela
Spinning, laughing, dancing to
her favorite song
A little girl with nothing wrong
Is all alone
Creo que en esta foto tengo siete años. Jugando con mi vestido verde, era uno de esos momentos en mi vida que yo era la más delgada y la más alta de los primos de mi edad - ambas cosas, debo decir, que no me facilitaban para nada la existencia. No había aprendido a leer bien aún, así que seguramente dedicaba mi tiempo a jugar, a ir a la escuela y a aburrirme. Me encantaba aburrirme. Quedarme mirando al techo de mi habitación y pensar en todo lo que haría en los años por venir. Hay otra razón para ser feliz en esa foto: traigo puestos unos tenis blancos. Seguramente todavía entonces iba a la escuela con esas botitas ortopédicas que odiaba. Y bueno, tener tenis blancos lo hacía todo mucho más fácil.
Segunda vela
Eyes wide open
Always hoping for the sun
And she'll sing her song to anyone
that comes along
Había una cosa "especial" que le pasaba a uno cuando tenía siete años en una familia católica: ya no te podías escaquear tan fácilmente de la misa dominical. No me acuerdo exactamente cuál era el concepto, pero la base dice que entonces ya eres relativamente consciente de tus actos, eres un niño "en maduración" y por lo tanto las obligaciones litúrgicas aumentan. Supongo que eran parte del paso de la preparación para la primera comunión. Pero la verdad de la historia es que a mí hasta me gustaba ir a la Iglesia: ahí descubrí cómo pensar efectivamente en mil y un cosas poniendo aparente atención a lo que se decía. Sentada, calladita, entrecerraba los ojos y veía haces de luz bifurcados desde las lámparas de techo. Era mi creencia que cuando uno de esos rayos de luz alcanzaba a una persona, era una especie de mensaje divino al respecto de su pureza - vamos, que estaba listo para irse al cielo. Me sorprendía entonces que nunca ví uno que me tocara a mí.
Tercera vela
Fragile as a leaf in autumn
Just fallin' to the ground
Without a sound
Miento al decir que no leía cuando tenía siete años: trataba de entender una y otra vez las palabras de aquel volumen de Todo Mafalda que tenía mi mamá. Era bonito ver los dibujos, pero seguramente sería mejor enterarme de qué iba. O leer mis cuentos yo, sin necesitar que mis padres o mi tía me los leyeran en voz alta. Era una habilidad necesaria, aquella de leer. Quién me iba a decir que también se me iba a hacer necesaria la de escribir.
Cuarta vela
Crooked little smile on her face
Tells a tale of grace
That's all her own
Entre que uno es recién nacido y cumple siete años, le pasan casi todas las cosas importantes que le tienen que pasar. Hay quien afirma que son los años en los que aprendes a comportarte en sociedad, a moderarte, a respetar o no, a decidir si juegas sola o juegas en compañía. A los siete años yo ya había sido hija única, había aprendido a hablar y a caminar, me había cambiado unas cuatro veces de casa, me habían robado el dinero de mi alcancía, había nacido mi primer hermano, había entrado a la escuela, me había metido en varias peleas con mordiscos, golpe y jalón de cabellos. Me gustaban los perros, mi Snoppy de peluche, ir con mi papá al taller a arreglar los coches y con mi mamá al mercado, un compañerito del kínder que se llamaba Jorge, la cebolla y las pitayas. Quería ser maestra - hasta monja, por qué no. Y tenía ciertos miedos: casi todos relacionados con lo difícil que me parecía la idea del infierno y con el dolor de oídos.
Quinta vela
Fragile as a leaf in autumn
Just fallin' to the ground
Without a sound
Sé que empezó en alguna reunión. Alguien me contó, me convenció de lo bueno que sería tener mi propio lugarcito para publicar lo que me diera la gana. Daba una cierta importancia - era un poco como regresar al periódico, o a algo así. Publicar, aún desde aquella oficina que, aunque a veces llenaba mi ego, me parecía profundamente aburrida.
Todo esto empezó cuando alguien me explicó qué era un blog.
Sexta vela
Spinning, laughing, dancing to her favorite song
Shes a little girl with nothing wrong
And she's all alone
A veces se ha quedado vacío durante meses. No siempre termino de dar con el tono correcto, con ese tipo de contenidosbiendefinidos que debería tener para hacerme de más lectores que me den fama y fortuna. Pero al leerlo con cuidado, me doy cuenta que éste ha sido mi verdadero ejercicio para aprender la constancia, que a pesar de todos los pesares, el camino ha sido largo y se disfruta. Me ha dado y me ha quitado amigos - me ha enseñado tantas cosas de mí, de los demás. Sigue estando ahí como la forma de sacar ciertos pensamientos que no sé dónde poner, de contar las experiencias que quiero compartir con la mayor cantidad de gente posible.
En realidad, es como si fuera un cuaderno en lo que anoto lo que pienso cuando me quedo tirada sobre la cama o en el jardín, mirando al cielo.
Séptima vela con deseo
A siete años vista de empezar este blog, a 24 años de haber tenido siete, todavía me sigo encontrando un poco torpe, feliz con unos tenis blancos, curiosa de leer lo que no he leído y con ganas de mirar al cielo y pensar hasta aburrirme. Encuentro que no es que haga más sentido ahora, es que simplemente soy un punto mayor. Y entonces el blog es una ventana mía hacia mi misma - una especie de espejo a lo Alicia y Lewis Carrol. Esa de ahí también soy yo, la otra. Y me dan ganas de abrazarme y decirme: "todo seguirá yendo mejor". Y deseo que sea así.
(Gracias por leer hasta aquí - de este post y este blog. Ya vendrá lo que sigue).
Spinning, laughing, dancing to
her favorite song
A little girl with nothing wrong
Is all alone
Creo que en esta foto tengo siete años. Jugando con mi vestido verde, era uno de esos momentos en mi vida que yo era la más delgada y la más alta de los primos de mi edad - ambas cosas, debo decir, que no me facilitaban para nada la existencia. No había aprendido a leer bien aún, así que seguramente dedicaba mi tiempo a jugar, a ir a la escuela y a aburrirme. Me encantaba aburrirme. Quedarme mirando al techo de mi habitación y pensar en todo lo que haría en los años por venir. Hay otra razón para ser feliz en esa foto: traigo puestos unos tenis blancos. Seguramente todavía entonces iba a la escuela con esas botitas ortopédicas que odiaba. Y bueno, tener tenis blancos lo hacía todo mucho más fácil.
Segunda vela
Eyes wide open
Always hoping for the sun
And she'll sing her song to anyone
that comes along
Había una cosa "especial" que le pasaba a uno cuando tenía siete años en una familia católica: ya no te podías escaquear tan fácilmente de la misa dominical. No me acuerdo exactamente cuál era el concepto, pero la base dice que entonces ya eres relativamente consciente de tus actos, eres un niño "en maduración" y por lo tanto las obligaciones litúrgicas aumentan. Supongo que eran parte del paso de la preparación para la primera comunión. Pero la verdad de la historia es que a mí hasta me gustaba ir a la Iglesia: ahí descubrí cómo pensar efectivamente en mil y un cosas poniendo aparente atención a lo que se decía. Sentada, calladita, entrecerraba los ojos y veía haces de luz bifurcados desde las lámparas de techo. Era mi creencia que cuando uno de esos rayos de luz alcanzaba a una persona, era una especie de mensaje divino al respecto de su pureza - vamos, que estaba listo para irse al cielo. Me sorprendía entonces que nunca ví uno que me tocara a mí.
Tercera vela
Fragile as a leaf in autumn
Just fallin' to the ground
Without a sound
Miento al decir que no leía cuando tenía siete años: trataba de entender una y otra vez las palabras de aquel volumen de Todo Mafalda que tenía mi mamá. Era bonito ver los dibujos, pero seguramente sería mejor enterarme de qué iba. O leer mis cuentos yo, sin necesitar que mis padres o mi tía me los leyeran en voz alta. Era una habilidad necesaria, aquella de leer. Quién me iba a decir que también se me iba a hacer necesaria la de escribir.
Cuarta vela
Crooked little smile on her face
Tells a tale of grace
That's all her own
Entre que uno es recién nacido y cumple siete años, le pasan casi todas las cosas importantes que le tienen que pasar. Hay quien afirma que son los años en los que aprendes a comportarte en sociedad, a moderarte, a respetar o no, a decidir si juegas sola o juegas en compañía. A los siete años yo ya había sido hija única, había aprendido a hablar y a caminar, me había cambiado unas cuatro veces de casa, me habían robado el dinero de mi alcancía, había nacido mi primer hermano, había entrado a la escuela, me había metido en varias peleas con mordiscos, golpe y jalón de cabellos. Me gustaban los perros, mi Snoppy de peluche, ir con mi papá al taller a arreglar los coches y con mi mamá al mercado, un compañerito del kínder que se llamaba Jorge, la cebolla y las pitayas. Quería ser maestra - hasta monja, por qué no. Y tenía ciertos miedos: casi todos relacionados con lo difícil que me parecía la idea del infierno y con el dolor de oídos.
Quinta vela
Fragile as a leaf in autumn
Just fallin' to the ground
Without a sound
Sé que empezó en alguna reunión. Alguien me contó, me convenció de lo bueno que sería tener mi propio lugarcito para publicar lo que me diera la gana. Daba una cierta importancia - era un poco como regresar al periódico, o a algo así. Publicar, aún desde aquella oficina que, aunque a veces llenaba mi ego, me parecía profundamente aburrida.
Todo esto empezó cuando alguien me explicó qué era un blog.
Sexta vela
Spinning, laughing, dancing to her favorite song
Shes a little girl with nothing wrong
And she's all alone
A veces se ha quedado vacío durante meses. No siempre termino de dar con el tono correcto, con ese tipo de contenidosbiendefinidos que debería tener para hacerme de más lectores que me den fama y fortuna. Pero al leerlo con cuidado, me doy cuenta que éste ha sido mi verdadero ejercicio para aprender la constancia, que a pesar de todos los pesares, el camino ha sido largo y se disfruta. Me ha dado y me ha quitado amigos - me ha enseñado tantas cosas de mí, de los demás. Sigue estando ahí como la forma de sacar ciertos pensamientos que no sé dónde poner, de contar las experiencias que quiero compartir con la mayor cantidad de gente posible.
En realidad, es como si fuera un cuaderno en lo que anoto lo que pienso cuando me quedo tirada sobre la cama o en el jardín, mirando al cielo.
Séptima vela con deseo
A siete años vista de empezar este blog, a 24 años de haber tenido siete, todavía me sigo encontrando un poco torpe, feliz con unos tenis blancos, curiosa de leer lo que no he leído y con ganas de mirar al cielo y pensar hasta aburrirme. Encuentro que no es que haga más sentido ahora, es que simplemente soy un punto mayor. Y entonces el blog es una ventana mía hacia mi misma - una especie de espejo a lo Alicia y Lewis Carrol. Esa de ahí también soy yo, la otra. Y me dan ganas de abrazarme y decirme: "todo seguirá yendo mejor". Y deseo que sea así.
(Gracias por leer hasta aquí - de este post y este blog. Ya vendrá lo que sigue).
12.4.10
Tabla de tiempos
Cada tres horas, más o menos, tengo hambre. Hambre voraz, atroz. Usualmente puedo calmarla con un pedazo de chocolate, unas palomitas, hasta un chicle. Pero la sensación de vacío se queda, inamovible.
Tengo hambre de todos los libros que no he leído. De los aviones que no he tomado. De los abrazos que no he dado. De las palabras que no he pronunciado. De los bebés que no he acariciado. De los perros y los gatos a los que no he llamado con un silbido. De los atardeceres que no he visto. Mucha hambre.
Lo que sucede con frecuencia después de un funeral es que te das cuenta que tú no te quieres ir todavía. O, por lo menos, es lo que me sucede a mí.
Tengo hambre de todos los libros que no he leído. De los aviones que no he tomado. De los abrazos que no he dado. De las palabras que no he pronunciado. De los bebés que no he acariciado. De los perros y los gatos a los que no he llamado con un silbido. De los atardeceres que no he visto. Mucha hambre.
Lo que sucede con frecuencia después de un funeral es que te das cuenta que tú no te quieres ir todavía. O, por lo menos, es lo que me sucede a mí.
5.4.10
Hitos de un fin de semana largo en Paris*
* Mientras limpiaba mi exceso de papeles, me encontré dos postales - una de un Vivendum afro y otra de un jovencísimo Truman Capote en un jardín - que compré en un viaje a París en marzo de 2008. Ahí, estaban escritos los siguientes hitos, que creo que sólo harán sentido para mí y mi compañera de viaje - o incluso ya ni siquiera a nostros.
Hitos de un fin de semana largo en París, según los recordamos la noche del domingo 16 de marzo, tomando kir y cacahuates en el Café Lèa de la rue Pascal
- El desollamiento y la capita de la rana (?)
- El José Luis del vietnamita en Rue Galande
- El Rocky Horror Picture Show
- El primo malencarado de José Ramón
- La mesa de chicos que tenían su noche de solteros, escuchaban J-A-Z-Z desde un móvil y tenían entre ellos a una copia del cantante de The Police
- El Enrique Iglesias-Clark Kent que me recordó al cura más guapo del mundo, que iba caminando por Blvd. Saint Germain
- Los descalabrados
- El sobreviviente supermercado vietnamita
- Descubrir que uno puede transbordar gratuitamente del metro al autobús
- El shopping de último momento, con las dependientas tras de nosotros para cerrar las tiendas
- El milhojas de chocolate de Paul, en las Tullerías
- El coqueto vendedor de espárragos
(segunda postal extraviada. Quizá la tiré a la basura con el papel para reciclar. Puaj).
Hitos de un fin de semana largo en París, según los recordamos la noche del domingo 16 de marzo, tomando kir y cacahuates en el Café Lèa de la rue Pascal
- El desollamiento y la capita de la rana (?)
- El José Luis del vietnamita en Rue Galande
- El Rocky Horror Picture Show
- El primo malencarado de José Ramón
- La mesa de chicos que tenían su noche de solteros, escuchaban J-A-Z-Z desde un móvil y tenían entre ellos a una copia del cantante de The Police
- El Enrique Iglesias-Clark Kent que me recordó al cura más guapo del mundo, que iba caminando por Blvd. Saint Germain
- Los descalabrados
- El sobreviviente supermercado vietnamita
- Descubrir que uno puede transbordar gratuitamente del metro al autobús
- El shopping de último momento, con las dependientas tras de nosotros para cerrar las tiendas
- El milhojas de chocolate de Paul, en las Tullerías
- El coqueto vendedor de espárragos
(segunda postal extraviada. Quizá la tiré a la basura con el papel para reciclar. Puaj).
2.4.10
Una vida de ficción
Era una especie de broma interna. Ella comenzó todo al decir que la vida de alguien cercano era como una telenovela o una serie de televisión. Los otros pidieron explicaciones, descripciones más claras. Primero, una lista de los personajes y sus extravangancias. Después, temporada por temporada, la serie de catastróficas desdichas que los embarcaba en imposibles peleas, asuntos legales, llantos interminables, huídas, regresos, redefiniciones sexuales, mudanzas, viajes, reconciliaciones en fechas ortodoxas.
Alguien llegó a la mitad de la narración. Cuando ella terminó y todos nos reimos, él preguntó que dónde podía bajarse esa serie, que sonaba tan interesante.
Alguien llegó a la mitad de la narración. Cuando ella terminó y todos nos reimos, él preguntó que dónde podía bajarse esa serie, que sonaba tan interesante.
30.3.10
Los Malos (un cuento de benevolencia)
A los cuatro años, más o menos, fui a ver La Bella Durmiente. Maléfica me asustó tanto que duré noches y noches y noches sin dormir mal. Creo que ha sido la última vez que realmente una figura malvada me asuste.
Me gustan los malos. Empezando por Cruela de Vil y acabando con Hannibal Lecter. Supongo que me parecen personajes más complejos, más ricos. Supongo que es parte de mi absoluta curiosidad y metichez. Pero me gustan.
La verdad es que también me causa conflicto que me gusten. En específico, durante años me azotó mi culpa judeocristiana cuando me daba cuenta de mi identificación y hasta cierto cariño a personajes como Humbert Humbert en Lolita o al protagonista de The End of Alice, novela introductoria para mí a A.M. Homes. O incluso, en mi postadolescencia, mi enamoramiento absoluto por el malo-malísimo de Patrick Bateman. Libros de malos.
El año pasado fui en París a una exposición que se llamaba El Infierno - la Biblioteca Nacional mostraba todo su material que alguna vez fue prohibido por su contenido de "malas costumbres". Y me acordé de aquello que dicen varios expertos que lo mejor para saber qué leer es buscar los libros prohibidos por las instituciones, como el Index Vaticano.
Y aunque no es la Iglesia, últimamente se ha desatado en Estados Unidos toda una controversia acerca de un libro de Jonathan Littel llamado aquí "Las Benévolas". Básicamente porque el personaje es malo muy malo. Después de leerme todas críticas, decidí comprarme el libro - hace más de un año.
Duré un año para lograr pasar todas y cada una de sus 900 y pico páginas. Ayer que por fin lo terminé llegué a una sola conclusión: no lo vuelvo a hacer. Aunque el personaje es un malo interesante y hace una descripción distinta de la cuestión de los nazis (sobre todo las reflexiones), la altísima cantidad de descripciones escatológicas y la difícil de entender traducción de RBA (que deja en alemán los cargos y muchas cosas relacionadas al ejército alemán) lograron deshacerse minuciosamente de mi paciencia.
Este malo no me cae bien. Es eso.
Me gustan los malos. Empezando por Cruela de Vil y acabando con Hannibal Lecter. Supongo que me parecen personajes más complejos, más ricos. Supongo que es parte de mi absoluta curiosidad y metichez. Pero me gustan.
La verdad es que también me causa conflicto que me gusten. En específico, durante años me azotó mi culpa judeocristiana cuando me daba cuenta de mi identificación y hasta cierto cariño a personajes como Humbert Humbert en Lolita o al protagonista de The End of Alice, novela introductoria para mí a A.M. Homes. O incluso, en mi postadolescencia, mi enamoramiento absoluto por el malo-malísimo de Patrick Bateman. Libros de malos.
El año pasado fui en París a una exposición que se llamaba El Infierno - la Biblioteca Nacional mostraba todo su material que alguna vez fue prohibido por su contenido de "malas costumbres". Y me acordé de aquello que dicen varios expertos que lo mejor para saber qué leer es buscar los libros prohibidos por las instituciones, como el Index Vaticano.
Y aunque no es la Iglesia, últimamente se ha desatado en Estados Unidos toda una controversia acerca de un libro de Jonathan Littel llamado aquí "Las Benévolas". Básicamente porque el personaje es malo muy malo. Después de leerme todas críticas, decidí comprarme el libro - hace más de un año.
Duré un año para lograr pasar todas y cada una de sus 900 y pico páginas. Ayer que por fin lo terminé llegué a una sola conclusión: no lo vuelvo a hacer. Aunque el personaje es un malo interesante y hace una descripción distinta de la cuestión de los nazis (sobre todo las reflexiones), la altísima cantidad de descripciones escatológicas y la difícil de entender traducción de RBA (que deja en alemán los cargos y muchas cosas relacionadas al ejército alemán) lograron deshacerse minuciosamente de mi paciencia.
Este malo no me cae bien. Es eso.
27.3.10
Witte wijn
Ella quería cenar con una copa de vino. Aunque fuera un día normal, en casa. Era una mala idea - siempre lo parecen esas 150 calorías. Pero se le antojaba tanto esa copa de vino. De vino blanco. Lo pensó mientras preparaba la cena, pero era un exceso. Abrir una botella... para qué, si no podría tomársela sola. No podía, además. Sólo una copa. Pero para eso una botella, no... entonces sacó de la nevera una cerveza sin alcohol y la dejó esperando en lo que terminaba de preparar aquel sandwich (pan de nueces, arúgula, queso, salmón, balsámico).
Cuando el sándwich estuvo listo y sobre la bandeja - cena muchas veces frente al televisor - miró la cerveza. No era mala, pero ella lo que quería era una copa de vino. Abrió de nuevo el refrigerador, metió de regreso la cerveza, sacó una botella. Botella descorchada, media copa grande, un tapón normal y de regreso al frío. En la bandeja ahora, el sandwich y la copa.
Enfrente de la pantalla de la televisión, levantó la copa y la puso entre sus labios. Le dió un trago. Sintió el sabor áspero en la lengua, en las paredes de la boca. Tragó. Se le resbaló una lágrima.
Lo que quería no era una copa de vino cualquiera. Era una copa de vino como esa, con la cena, con la plática entre dos, con los besos que mezclan, con la tranquilidad de la casa y de la compañía.
Y eso lo supo desde la primera gota en su lengua.
Cuando el sándwich estuvo listo y sobre la bandeja - cena muchas veces frente al televisor - miró la cerveza. No era mala, pero ella lo que quería era una copa de vino. Abrió de nuevo el refrigerador, metió de regreso la cerveza, sacó una botella. Botella descorchada, media copa grande, un tapón normal y de regreso al frío. En la bandeja ahora, el sandwich y la copa.
Enfrente de la pantalla de la televisión, levantó la copa y la puso entre sus labios. Le dió un trago. Sintió el sabor áspero en la lengua, en las paredes de la boca. Tragó. Se le resbaló una lágrima.
Lo que quería no era una copa de vino cualquiera. Era una copa de vino como esa, con la cena, con la plática entre dos, con los besos que mezclan, con la tranquilidad de la casa y de la compañía.
Y eso lo supo desde la primera gota en su lengua.
26.3.10
Espalda
Anoche dormí pocas horas. Me rondaban las entrevistas de trabajo, las tesinas, los cuentos nunca terminados, las novelas sin iniciar, la planta que se está secando en la sala, la necesidad de estar en otro lado. Los muertos de las series policiacas. Los mosquitos tempraneros. La imagen que utilice para explicarle a un amigo que, como las olas del mar, no sé si vengo o voy...
Amanecí temprano. Desde la cama, envié correos, hablé con mis hermanos, ví amanecer. Para cuando era hora de ir al gimnasio parecía más bien hora de comer. Para cuando era momento de volver a trabajar, mi casa se me echó encima como un gran monstruo de mugre e imperfección. Entonces cambié las sábanas, lavé la ropa, aspiré, pulí los pisos, cambié las macetas de lugar, reacomodé la planta moribunda, redistribuí los muebles de la sala, los volví a poner en su lugar, limpié el horno, el microondas, la cafetera, el refrigerador.
Pausa. Ahora sí era hora de comer algo. Abrí una lata. Ví Los Simpson. Lavé los trastes. Tocaba la terraza.
Me gusta estar sola en casa - sobre todo despierta, sobre todo cuando no tengo miedo de los ruidos. Me gusta encontrar que es mi casa, mi espacio, el construido por mí. Esa pequeña y a la vez infinita autocomplacencia de decir: "yo lo hice para mí. Qué buena soy conmigo". Y entonces, distraída, te levantas de golpe y pegas con la espalda en ese nopal espinoso que tienes en una maceta - nostálgica botánica.
Y el nopal te deja un montón de espinas... aunque tú crees que no es ninguna. Después de dos minutos, la incomodidad te hace quitarte con cuidado la camiseta, exponiendote al sol tímido de marzo y los ojos no tan tímidos de los vecinos. De regreso en casa, ante el espejo, siete u ocho púas del cactus en tu espalda --- justo ahí donde no alcanzas.
Y pruebas primero con la mano. Luego con unas pinzas para depilar. Y con otras. Te mueves el sostén, te retuerces para alcanzarte. Ves como tu espalda está roja y llena de manchas que ceden conforme vas sacando, una a una, las púas. Resoplas. Bendices la carga de cortisona que ya está en tu sistema y está luchando de paso con la inflamación de tímpanos y lo que sea que te dejó el nopal adentro. Queda una púa. Una. Casi la sacas. Se rompe. Ves el pequeño pedazo.
Es tan patético como quedarte enredada en un vestido que no puedes abrochar o desabrochar, como cortarte con un vaso y no poder hacer un drama, como encontrarte una cucaracha y tener que matarla tú. No hay nadie. Como deseabas.
Logré sacarme el pedacito de púa con esfuerzos y me pasé la mano y el cabello (como decía mi madre) para evitar restos. Y ahora necesitaba contarle a alguien.
Porque a veces necesitas que esté alguien cuidándote la espalda.
Amanecí temprano. Desde la cama, envié correos, hablé con mis hermanos, ví amanecer. Para cuando era hora de ir al gimnasio parecía más bien hora de comer. Para cuando era momento de volver a trabajar, mi casa se me echó encima como un gran monstruo de mugre e imperfección. Entonces cambié las sábanas, lavé la ropa, aspiré, pulí los pisos, cambié las macetas de lugar, reacomodé la planta moribunda, redistribuí los muebles de la sala, los volví a poner en su lugar, limpié el horno, el microondas, la cafetera, el refrigerador.
Pausa. Ahora sí era hora de comer algo. Abrí una lata. Ví Los Simpson. Lavé los trastes. Tocaba la terraza.
Me gusta estar sola en casa - sobre todo despierta, sobre todo cuando no tengo miedo de los ruidos. Me gusta encontrar que es mi casa, mi espacio, el construido por mí. Esa pequeña y a la vez infinita autocomplacencia de decir: "yo lo hice para mí. Qué buena soy conmigo". Y entonces, distraída, te levantas de golpe y pegas con la espalda en ese nopal espinoso que tienes en una maceta - nostálgica botánica.
Y el nopal te deja un montón de espinas... aunque tú crees que no es ninguna. Después de dos minutos, la incomodidad te hace quitarte con cuidado la camiseta, exponiendote al sol tímido de marzo y los ojos no tan tímidos de los vecinos. De regreso en casa, ante el espejo, siete u ocho púas del cactus en tu espalda --- justo ahí donde no alcanzas.
Y pruebas primero con la mano. Luego con unas pinzas para depilar. Y con otras. Te mueves el sostén, te retuerces para alcanzarte. Ves como tu espalda está roja y llena de manchas que ceden conforme vas sacando, una a una, las púas. Resoplas. Bendices la carga de cortisona que ya está en tu sistema y está luchando de paso con la inflamación de tímpanos y lo que sea que te dejó el nopal adentro. Queda una púa. Una. Casi la sacas. Se rompe. Ves el pequeño pedazo.
Es tan patético como quedarte enredada en un vestido que no puedes abrochar o desabrochar, como cortarte con un vaso y no poder hacer un drama, como encontrarte una cucaracha y tener que matarla tú. No hay nadie. Como deseabas.
Logré sacarme el pedacito de púa con esfuerzos y me pasé la mano y el cabello (como decía mi madre) para evitar restos. Y ahora necesitaba contarle a alguien.
Porque a veces necesitas que esté alguien cuidándote la espalda.
18.3.10
El mundo al revés
No me gustan las flores de plástico o de seda. Pueden ser muy bonitas, pero al final son un pequeño simulacro. Y me encanta la textura suave de los pétalos de las flores frescas, el hecho de que sigan un ciclo, que después de un rato, si no les has cambiado el agua y les has recortado los tallos, tengas que tirarlas antes de lo esperado.
Pero las flores artificiales tienen algo - me contaron el otro día - que las hace completamente diferente a las demás flores. Toman el agua al revés.
Lo descubrimos porque un amigo mío estudiaba en una de esas casas viejas del Paseo de Gracia. En cada uno de los descansos, había una mesa con un florero lleno de flores sintéticas, perfectas, siempre vivas. No había necesidad de andar cambiándolas o cuidándolas demás.
Pero el asunto es que también esas flores - en apariencia sin necesidad de mantenimiento - necesitan atención. Y una mañana, al llegar retrasado a la clase, se enfrentó mi amigo en las escaleras a las señoras de la limpieza. La mujer estaba sacando las flores del florero. Las dejó con cuidado sobre la mesa. Tomó el florero, lo limpió y lo volvió a poner en su sitio. En cuanto a las flores, las tomo del tallo y las sumergió hasta el fondo en un balde lleno de agua y líquido de limpieza. Al terminar las sacudió contra el suelo, las regreso a su florero y trapeó los restos de agua que habían quedado por ahí. Volvió a repetir la misma operación con todas las flores de los descansos.
Quién iba a pensar que esas flores bebieran por los pétalos. Quién.
Pero las flores artificiales tienen algo - me contaron el otro día - que las hace completamente diferente a las demás flores. Toman el agua al revés.
Lo descubrimos porque un amigo mío estudiaba en una de esas casas viejas del Paseo de Gracia. En cada uno de los descansos, había una mesa con un florero lleno de flores sintéticas, perfectas, siempre vivas. No había necesidad de andar cambiándolas o cuidándolas demás.
Pero el asunto es que también esas flores - en apariencia sin necesidad de mantenimiento - necesitan atención. Y una mañana, al llegar retrasado a la clase, se enfrentó mi amigo en las escaleras a las señoras de la limpieza. La mujer estaba sacando las flores del florero. Las dejó con cuidado sobre la mesa. Tomó el florero, lo limpió y lo volvió a poner en su sitio. En cuanto a las flores, las tomo del tallo y las sumergió hasta el fondo en un balde lleno de agua y líquido de limpieza. Al terminar las sacudió contra el suelo, las regreso a su florero y trapeó los restos de agua que habían quedado por ahí. Volvió a repetir la misma operación con todas las flores de los descansos.
Quién iba a pensar que esas flores bebieran por los pétalos. Quién.
15.3.10
La relatividad de la espera
Tengo más o menos diez días enferma. Una semana clavada de que mi oído izquierdo está tan inflamado que escucho el fluir de mi sangre a veces, o siento alguna imagen sonora al pasar saliva. Que todo lo del mundo exterior tiene una especie de sordina... como si estuviera permanentemente apoyada en una almohada. Una cierta presión insistente... y ya no la aguanto. Estoy pensando en cuántos médicos más tendría que ver, si me tocará una operación o cómo podríamos hacer para que mi oido se destape. No me duele, no, pero me molesta. Me hace sentir como si fuera otra persona diferente. La espera de la mejora me parece lenta y desastrosa.
Hoy fuí, por enésima vez, a la policía. A completar un expediente que he ido elaborando podíamos decir que casi durante cinco años. Otra vez todas las hojas de mi pasaporte, mi contrato de trabajo, de alquiler, las actas que muestran mi estado civil (y todas las preguntas pertinentes al respecto). La chica, amable, tomó las hojas, las engrapó a otras tantas que ya tenía y me dijo: "pues perfecto. De aquí en adelante, piensa que te quedan unos dos años más".
Y me da un poco de risa cómo, insensata, espero a la burocracia del mundo lo que se quiera tardar y a mi cuerpo - pobrecito - lo azuzo para que se recupere pronto, como si no hiciera su trabajo todos los días.
Hoy fuí, por enésima vez, a la policía. A completar un expediente que he ido elaborando podíamos decir que casi durante cinco años. Otra vez todas las hojas de mi pasaporte, mi contrato de trabajo, de alquiler, las actas que muestran mi estado civil (y todas las preguntas pertinentes al respecto). La chica, amable, tomó las hojas, las engrapó a otras tantas que ya tenía y me dijo: "pues perfecto. De aquí en adelante, piensa que te quedan unos dos años más".
Y me da un poco de risa cómo, insensata, espero a la burocracia del mundo lo que se quiera tardar y a mi cuerpo - pobrecito - lo azuzo para que se recupere pronto, como si no hiciera su trabajo todos los días.
13.3.10
Niña de mi casa
Después de una semana en casa, encerrada, tose y tose, comienzo a tener cada vez más nostalgia de mi malcriadez usual cuando voy de paseo a México. Por ejemplo, el cuento del dentista en diciembre.
El señor dentista se puso su mascarilla y comenzó a explorar con cuidadito entre mis dientes y mis muelas. Por dentro de mí, yo esperaba que me dijera que todo estaba perfecto, que sólo me faltaba un baño de flúor. Pero no. Se incorporó, se quitó la máscara de la cara y le llamó... a mi mamá y a mi papá...
"A ver señores, acérquense por favor... quiero mostrarles las caries que trae esta niña..."
Dejé seguir el cuento unos diez minutos más hasta que no pude contenerme y decirle que bueno, tan jovencísima como para que hablara en tercera persona de mi enfrente de mis padres, pues tampoco. "¿Pues cuántos años tienes entonces?".
Le dije e hizo alguna broma con Dorian Gray. Al final, las circunstancias terminaron dándole la razón: mi papá pagó la consulta y siguió conduciendo el coche en el que regresaba a cenar a casa de mi abuelita.
Recortes de mi infancia superpuestos en mi vida adulta. Tan bonitos.
El señor dentista se puso su mascarilla y comenzó a explorar con cuidadito entre mis dientes y mis muelas. Por dentro de mí, yo esperaba que me dijera que todo estaba perfecto, que sólo me faltaba un baño de flúor. Pero no. Se incorporó, se quitó la máscara de la cara y le llamó... a mi mamá y a mi papá...
"A ver señores, acérquense por favor... quiero mostrarles las caries que trae esta niña..."
Dejé seguir el cuento unos diez minutos más hasta que no pude contenerme y decirle que bueno, tan jovencísima como para que hablara en tercera persona de mi enfrente de mis padres, pues tampoco. "¿Pues cuántos años tienes entonces?".
Le dije e hizo alguna broma con Dorian Gray. Al final, las circunstancias terminaron dándole la razón: mi papá pagó la consulta y siguió conduciendo el coche en el que regresaba a cenar a casa de mi abuelita.
Recortes de mi infancia superpuestos en mi vida adulta. Tan bonitos.
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