16.8.10

Cuentos de trasatlántico: ida

La miro dormir. Junto a mi brazo, está su mano. De dedos larguísimos, como de pianista. Tiene las uñas largas, largas... pintadas de un rojo muy intenso. En la mano derecha lleva dos pulseras de perlas y tres de algún metal plateado. En la muñeca izquierda, un reloj color plata, clásico. Sobre su regazo, hay un toro de peluche que seguramente compró en el aeropuerto de Madrid. En realidad, creo que debe pensar que soy una antipática. Recién subimos al avión, una de sus amigas que está al otro lado del pasillo me pidió que le cambiara el puesto para irse juntas y yo no accedí. Me gusta estar junto a la ventana, sobre todo cuando sólo son dos asientos. Se enfurruñaron un rato, pero después se les quitó – cuando las intenté tranquilizar por la turbulencia tremenda que había sobre Madrid.

Vuelvo a mirarla. Siempre me he preguntado cómo lo logran las chicas como ella. Sospecho que quizá acaba de cumplir los 18 años, pero no necesariamente. Tiene el pelo perfecto, lacio, le cae hasta con cierto arte sobre la cara mientras duerme. Está mirando la pantalla y yo muevo un poco la computadora. Creo que la molesta mi tecleo.

(Y me doy cuenta que debería de volver al paper que me dí estas horas de avión para escribir en lugar de narrarla).

Se estira. Se cubre la cabeza y los hombros con la cobija azul de la aerolínea. Está amodorrada y parpadea. Tiene pestañas como de Minnie-Mouse y gestos como de femme-fatale. Como suele suceder con algunas chicas de su edad. Zapatillas de deporte y calcetas blancas. Jeans de tubo, azul claro. Una camiseta tank-top rosa, con el logotipo de alguna tienda de esas no muy caras en Europa, exclusivas en América.

Me odia. Está pidiendo un cambio de asiento a sus compañeros. No sé si es el hecho de que yo estoy trabajando y ella quiere dormir. O que quería a su amiga aquí. O qué.

(Toda mi capacidad de concentración está ahí, en sentirme menos. Pero ahora está siendo grosera. Se me está acabando el miedo. Lo que es es una adolescente malcriada. Y yo puedo ir hacer lo que me venga en gana).

* * *

Cerré la página de mi crónica y me puse a escribir mi paper para el congreso del mes próximo. Se durmió. Se despertó. Se quejó. Se acabaron las 11 horas de viaje.

Hubiera sido peor en autobús.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo también detesto a las adolescentes... a veces pienso que si me tuviera que reconocer a su edad no podría seguir siendo yo.

Te lees delicioso.
Saludos

N