Lo sabe quien se haya metido a una playa con una corriente fuerte: lo difícil es llegar a la orilla. Ese último tramo en el que tienes que dejarte ir o nadar como un loco para alcanzarla, para sentirte en paz. No es que dentro del agua no se esté bien: en realidad, puedes estar increíblemente bien pero sentirte un poco extraño, fuera de lugar - tener simplemente la sensación de que es pasajero y lo que necesitas es regresar a tierra firme.
También da miedo al revés. Cuando es la primera vez que te vas a meter al mar en el año y de pronto te parece que está demasiado frío, oscuro o agitado. Lo difícil es sobrellevar el miedo, pasar de las rodillas, sumergir la cabeza. Es la orilla, siempre la orilla.
Así cuando estás fuera de casa - cuando dejaste el lugar de donde eras y te fuiste al otro, cuando dejaste tu nueva casa y te aventuraste en otra vida. Lo más difícil son los últimos días (cerrar maletas, despedirte, comprar regalos, imaginarte qué es lo que te espera). Y luego llegar. Reconocer otra vez las almohadas, las llaves de la ducha para no quemarte o escaldarte de frío, recordar las líneas de metro o los cambios del auto, las expresiones linguísticas, esas cosas que puedes comer o no.
El intermedio es lo más fácil. Cuando estás ahí, cuando se te olvidó que llegaste y te tienes que ir. Cuando haces un esfuerzo para vivir al día y no atender al calendario que dice, implacable, que otra vez te tendrás que ir.
Las orillas, siempre, esas despedidas. Como si estuvieras dejando un pedazo de tí cada vez que te vas de un sitio y lo miraras despedirse de tí, agitando un pañuelo, sabiendo que nunca, nunca volverá el mismo que se fue.
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2 comentarios:
oh Dios. tan cierto
Las orillas...Ufffff
Besos
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