24.8.10

El agua del mar y la cicatrización

Hace más de cuatro años, si no es que tal vez cinco. Al principio del verano, me operaron de la nariz, para lograr que por fin respirara más o menos de una manera decente. El resultado fue que me pasé el verano hinchada, huyendo del sol y sufriendo del calor como nunca.

A mediados del verano, la doctora me dijo que podía ir al mar, a bañarme, para ayudar a la cicatrización. Peeeeerooo... tenía que ser o antes de las 9 de la mañana o después de las 6 de la tarde, para que no me diera el sol. Y lo más lejos posible de Barceloneta, para no bañarme con toda la basura de los turistas.

A mí me da una pereza espectacular. Levantarme temprano no. Salir en la tarde menos. Pero lo bueno es que Alex estaba aquí. Lo conocí en la preparatoria y tuvimos nuestro año más intenso cuando vino a estudiar a Barcelona. Cocinábamos juntos, íbamos a comer a la calle, a ver a la gente, a hablar de lo que éramos y lo que queríamos ser. De su entonces novia y mi entonces marido. De la playa. De la ciudad, la hermosísima ciudad.

Él lo tomo como una tarea particular. Y todos los días, alrededor de las siete, me llamaba para que me fuera hacia el autobús. Quedábamos de vernos cerca del cementerio de Poble Nou y caminábamos a la playa, en las últimos horas del día.

Mi nariz cicatrizó mientras hablábamos de la colección de música imposible que había en su iPod, sus discos en producción, los aviones que pasaban sobre nuestra cabeza y mis ganas de hacer algo, aunque no sabía qué.

Ayer estuve toda el día escribiendo y a las siete de la tarde, algo de lo que ya no me acordaba salió. Me puse el traje de baño, y metí en mi mochila, ropa limpia, una bolsa de plástico, cinco euros y mi tarjeta de transporte. Sólo el teléfono sería un drama si me robaban. Al final, dos paseantes que están en casa fueron conmigo. Llegamos a la misma playa que iba con Alex cuando la luna llena ya se veía clara, pero aún no era noche.

El mar está en una temperatura perfecta y tiene esta capacidad de acariciar la espalda y el cuello como el mejor de los terapeutas. Todas esas letras angustiosas, esa pelea contra la pantalla del ordenador pareció desaparecer por un momento. Salí del mar. Nadie me había robado nada. Tomé una ducha y me metí a los servicios a cambiarme. Con Alex descubrí que una de las razones por las cuales no soy una gran adepta a la playa - me pica la sal y la arena - se evita fácilmente enjuagándose y poniéndose ropa limpia. Sí, soy un poco una princesa, pero qué vamos a hacerle.

Dormí mejor que en muchos días. Ni siquiera los mosquitos pudieron despertarme. Y sólo me quede con ganas de darle las gracias a Alex y al mar, por ayudarme a cicatrizar todas las pequeñas heridas que me hago, día tras día.

2 comentarios:

rebecaheva dijo...

Me encantó. Recordé que yo también llego al mar para curarme un poco y olvidar el estrés que causan los móviles y el trabajo. ¡Gracias! Saludos desde México

Anónimo dijo...

amé esta entrada :D

ojalá yo tuviera el mar tan cerquita :P y a diferencia de ti, amo la arena y la sal mmm sólo me reseca un poco la piel, amo la playa, desearía poder quemarme sin que pasara nada xD pero la piel de mi cara es algo sensible... :/