Reconozco que lo mío es puro masoquismo. O masoquetismo, como decía alguien por ahí. Corriendo alcancé la conexión del avión a Madrid y, como no sirve (aún) el sistema de entretenimiento, me puse a revisar las fotos de la última semana. De los últimos 10 días. De la familia, básicamente. Mi prima que se casó, mi abuelita que cumplió 90 años, mis novísimos primos gemelos. Todo regado por abundante tequila de ese otorgado por la aerolínea. Y chin. Casi me dan ganas de ponerme a llorar.
Voy en el último asiento del avión. Se mueve todo. Válgame con las turbulencias. Y la única que se puede tomar la mano y decirse que todo va a estar bien soy yo con yo misma. Qué farem. Es lo que hay.
Mi abuelita, la que está enferma, se quedó de buen humor. Prometimos vernos pronto, sin hospitales de por medio, con un mariachi y una fiesta general. Ojalá. Ojalá. Que los meses corran pero sean benévolos y nos permitan encontrarme. Mi otra abuelita, también se quedó de buen humor. Y me dijo que me quería. Con lo raro que es que los mayores digan que lo quieran a uno.
Y sigo con el tequila. Y con las fotos. Veo a mi prima, la novia, feliz. Al novio, orgulloso. A los padres de los novios, aliviados. Al resto de los primos, mayores, pero felices. Mis sobrinos. Mis papás, que ya quieren nietos, pero que mejor miran a mi hermano el del enmedio porque yo no soy muy confiable en esos menesteres. Que me ven con complicidad, con amor. Eso es lo que quizá más extraño. Las risas cómplices con mis padres. Las lágrimas cómplices, como las del aeropuerto. Las promesas nunca dichas.
Curiosamente – o no – siento que voy a casa. Me gusta Barcelona, me gusta mi vida. Y también me gusta y disfruto profundamente estar con mi familia. Con ese ejército de primos, tíos, abuelos, tíos abuelos, sobrinos, conocidos, vecinos, amigos, padrinos... Pero, como decían los anuncios de alcohol en México hace años (no sé si aún): nada con exceso, todo con medida.
Me voy a casa. Me voy a ver a mi nueva familia, la que me he creado en los últimos años. Me voy, con la maleta llena no de ropa, sino de botellas de tequila, dulces (pinole, damys, banderitas de coco, ate de guayaba...), libros para mi tesis doctoral y para mi calma linguística. Con la computadora y la cámara llena de fotos. Con el corazón calientito de besos. Con la sensación de tener dos patrias, dos vidas... y quererlas a los dos.
Ahora a dormir.
(Rescatado del vuelo de regreso, hace casi un mes. Estoy otra vez en un aeropuerto, esperando mi avión, para por fin llegar a Barcelona. Y esta sensación de lejanía, de nuevo. Dejando mi tercer destino frecuente, como si se pudiera dejarlo. Eso son las vacaciones - una larga sucesión de despedidas.)
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3 comentarios:
Qué bonitos posts! Uno poco a poco se va convirtiendo en extranjera, no? Con refugios temporales y el kilometraje aumentando vertiginosamente. Pero qué bueno, porque dicen los que saben que el extranjero no entiende nada y por eso pregunta todo. Y en una de ésas, aprende. Un abrazo grande!
amo a México y si viviera en España seguramente terminaría amandola también :) mucha suerte.
amándola*
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