La crisis comenzó la semana pasada en la oficina, cuando mandé un correo poniendo el límite de entrega de unos documentos el día "De Muertos" mexicano. Alguien me miró con la ceja levantada y me dijo que aquí no se dice "muertos" porque suena muy feo - difuntos si quiero, en cualquier caso.
Me quedé pensando en que me hace un poco de gracia que la gente vaya a los cementerios el 1 de noviembre, que en realidad es día de Todos los Santos. ¿Será que todos nuestros muertos son santos? ¿o que simplemente no nos acostumbramos a llamarlos por su nombre? ¿o que es nuestra peculiar manera de hacer como si no hubiera pasado? Así como no llamamos más a un gordo, gordo, si no obeso, porque se siente. O a un burro en clase burro, sino "niño con otra velocidad de aprendizaje". Nuestra actitud políticamente correcta lo ha glaseado todo - hasta el morirse.
Pero es que la gente, como las flores, se muere. Y se queda uno triste, con un hueco en el estómago, aunque no en la memoria. Te acuerdas, al contrario, de todas las pequeñas cosas de ese/esa que se fue, que se adelantó. Por que la idea es que se han ido pero no sabemos a dónde. Y la parte linda del día de muertos mexicano es que regresan, a ver si todavía nos acordamos de ellos, a ver si pueden seguir un poco más por aquí.
Y a mi alrededor se aparecen mis muertos. Y me doy cuenta que hay más de los que me imagino. Porque no son sólo los que se han muerto y qué pena, llantos, iglesias y sepultura. Hay los muertos de aquellas personas que éramos, de las cosas que creíamos. Los que hemos dejado en el camino - y recordamos, pero sabemos qué no volverán.
Sería bueno también prepararnos para el regreso de aquellos muertos: los otros nosotros que creímos que no volverán pero que nos están esperando a la vuelta de la esquina para decirnos que, en realidad, lo que queríamos era otra cosa.
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