15.9.10

Conversa

El fútbol fue una de esas tantas cosas que no aprendí en casa. Mi papá había sido seguidor de los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara (antes extintos, ahora resucitados) y jugó algunos años de amateur - hasta que se lastimó una rodilla. Más me acuerdo de las idas a los partidos (y yo corriendo por ahí, o pidiendo probar la Tecate con limón) que de los juegos en sí.

Cuando había campeonato o algo importante, en casa todos pasábamos - bueno, no, mi hermano el de en medio no. Pero él jugó fútbol en la escuela. Lo que yo más recuerdo del clásico Guadalajara-Atlas o Guadalajara-América son los gritos que cruzaban el cielo desde casa de todos mis vecinos en esos domingos que parecían sepulcrales.

Sólo mirábamos más o menos los mundiales, haciendo interminables quinielas sobre quién iba a ganar. Aún recuerdo mi necesidad imperiosa de que ganara Camerún en Italia 90.

Pero nunca fuimos a un partido en el estadio... a pesar de que el Jalisco y el 3 de marzo más o menos prometían. Yo fuí por primera vez a un partido aquí, en el Nou Camp, pero era una especie de juego de estrellas en favor de las víctimas del tsunami - me acuerdo de que no traía calcetines y me congelé. Fue emocionante, sí, pero era como ver una cáscara.

Nada como ayer. Yo era una de las casi 70.000 personas en el estadio. Algunos vestidos de verde, como el equipo griego, pero la gran mayoría blaugranas. Yo tengo la precaución de no llevar los colores del equipo, porque tengo la sensación de que soy talismán de mala suerte cuando lo hago. Y además, iba con un aficionado. Cosa que lo cambia todo.

Tenía un poco de pereza, cansada del día, pero me fuí animando al verlo a él tan animado. El camino fue en si mismo una aventura. Llegamos siguiendo a las columnas de gente que salían de la estación de metro. En las puertas del estadio, fuimos testigos de cómo a una chica le robaron su boleto. Nos quedamos temblando: llegamos a taquillas por los nuestros, reservados, y nos los llevamos escondidos, casi asustados. Una vez cruzadas las primeras puertas, todo era diferente. Había una sensación de tranquilidad. Nos sumergimos en la experiencia y fuimos hasta a comprar la camiseta, la butifarra en pan, la cerveza sin alcohol.

Él se sorprendió al principio de que vendieran cerveza sin alcohol sólo y de que se pudiera fumar. Yo me sorprendí de todo. De la cantidad de gente, de cómo el estadio es a la vez íntimo e inmenso, de los gritos, las canciones, de cómo se te sale el corazón al ver un gol.

Me acordé de que la ópera tampoco me gusta grabada, ni en la televisión, pero amo profundamente poder colgarme de un quinto piso para ver la función en vivo. O cómo he disfrutado muchísimo de la música de grupos a los que no conocía o a los que no llevo en mi iPod.

No cabe duda, son las buenas ganas de gente. La energía de estar ahí.

Y así, de pronto, conversa al fútbol.

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