Cada tres horas, más o menos, tengo hambre. Hambre voraz, atroz. Usualmente puedo calmarla con un pedazo de chocolate, unas palomitas, hasta un chicle. Pero la sensación de vacío se queda, inamovible.
Tengo hambre de todos los libros que no he leído. De los aviones que no he tomado. De los abrazos que no he dado. De las palabras que no he pronunciado. De los bebés que no he acariciado. De los perros y los gatos a los que no he llamado con un silbido. De los atardeceres que no he visto. Mucha hambre.
Lo que sucede con frecuencia después de un funeral es que te das cuenta que tú no te quieres ir todavía. O, por lo menos, es lo que me sucede a mí.
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4 comentarios:
me interpretaste por completo... es tódo lo que puedo decir...
Caray, a mí me pasa algo muy parecido.
Saludos.
A ti te da hambre y a mi... a mi me dan ganas de llorar..
Efectivamente, la muerte inevitablemente nos hace reflexionar sobre la vida!
¡Saludos!
A mi me hace sentir que la Vida hay que exprimirla y sentirla al máximo, amando, disfrutando, siempre adelante, pues cada día es un día que merece la pena aprovechar de tanto que hay por descubrir.
Un saludo!
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