Podría perfectamente ser una canción de Morrissey. Y lo fue. Ayer, contra todos los pronósticos, no sólo escuché el concierto de Moz en Guadalajara sino que estuve con mi mejilla derecha apoyada sobre el escenario mientras lo veía cantar. Y todavía no me lo creo.
* * *
A Morrissey y a los Smiths me los presentaron, como suele suceder, uno de esos amores relevantes de adolescencia. Recuerdo tardes a media luz con Viva Hate o The Queen is Dead como música de fondo. Siempre ahí. Pude terminar con los novietes, pero me llevé a Morrissey como herencia justa que me acompañaba de un lado a otro. De Guadalajara al DF, del DF a Barcelona. No siempre el gusto musical fue compartido con quien estaba conmigo. Igualmente, yo escuchaba mis discos por activa y pasiva, sintiéndome un poco menos miserable en un mundo de miserables. Como diría Alex, los emos, en realidad, nos han hecho siempre los mandados aunque los que escuchábamos esa música no vestíamos perennemente de pantalones de pitillo.
* * *
Fue hablando con un amigo que me enteré que Morrissey tocaba en Guadalajara. Me parecía un poco increíble volver a mi ciudad natal y ver aquí a un cantante que había perseguido por varios escenarios del mundo. Al primer concierto no llegaría pero al segundo sí. Ví si había boletos y sólo aparecían algunos que me sonaron demasiado caros. Alex me convenció de que ya conseguiría algo de mejor precio: "no te preocupes. Es cuestión de esperar". Yo, honestamente, temía la espera. Pero si algo tengo es que confío ciegamente en algunos amigos - especialmente en los que sé que no me decepcionarían y saben lo importante que son para mí ciertas cosas.
Regresé de viaje y Alex confesó que, aunque había movido cielo, mar y tierra, no había logrado conseguir boletos: ni caros, ni baratos ni nada. "Pero igual... vamos a la reventa a ver qué encontramos". Un poco enfurruñada, pero aún esperanzada me bañé, me puse jeans, converse y una camiseta negra y me puse a esperar. Pero el subconsciente nos había jugado una mala pasada: Alex se había ido hacia el sur de la ciudad, donde yo vivía con mi abuela hace años, mientras que ahora yo estoy en el norte en casa de mis padres. Entre ir y venir en la principal vialidad que cada vez se hace más complicada - Av. López Mateos - tardó más de una hora y llego cuando mi reloj decía que estaba empezando el concierto.
Sin saber que hacer, volví a confiar en él cuando me dijo que nos fuéramos hacia el concierto. "No empiezan puntuales, traerá telonero, y seguro los boletos estarán más baratos después del inicio". Llegamos, no pagamos el estacionamiento (porque no sabíamos si nos quedaríamos, y la mujer que cuidaba estuvo de acuerdo en cobrarnos después) y fuimos hacia la entrada del teatro. Éramos unos diez los que deambulábamos en espera de una entrada, de cualquier localidad. "Espera... ya veremos...", seguía tranquilizándome Alex.
Yo miraba el merchandising, las camisetas, la gente tomando cerveza afuera y no entendía nada. "Debe estar el telonero... además, mucha gente viene a los conciertos porque es cool venir, no porque realmente les guste la música". Mi envidia comenzaba a crecer por los que estaban ahí, tomando cerveza, en lugar de ir a oir la telonera que Morrissey había elegido para ellos. Tontos. Y yo, sin boletos.
Cuando comenzábamos a discutir cuál sería el siguiente paso - ir a cenar, pero qué - salió un chico y caminó directo hacia mí con una entrada extendida. "¿Quieren entrar? Me sobra este boleto. No lo vamos a usar. Te lo regalo.". Yo no sabía si tomar el boleto, en shock. Alex, más rápido, le tomó el boleto al ver que otra gente se acercaba. Yo miraba alternativamente la entrada, al chico, el boleto, a Alex. "Es un buen lugar, es que un amigo no vino... y de que se desperdicie a que alguien lo use...". Aún sin respuesta en mi cerebro. Hasta que el chico se dió la media vuelta y caminó hacia el teatro. Alex me sacudió un poquito y me acompañó hasta la entrada: "entra ya. Yo me las arreglo. Y sé lo importante que es para tí".
Ni lo besé ni nada. Sólo entré corriendo detrás del chico.
* * *
Iba a ser mi tercer concierto de Morrissey. El primero era parte de una serie que dió en el Auditorio Nacional - su primera vez en México. Yo era entonces lo que podíamos llamar una "neófita" pero conseguí ir al concierto junto con el novio - el novio que me lo había presentado. Yo recuerdo haber llorado todo el concierto. Recuerdo que duró mil horas. Y que estábamos los dos tan felices que no dejamos de hablar del concierto en toda la noche.
Hace tres años, Moz era parte del cartel de uno de esos festivales de verano cerca de Barcelona. Intenté ir sin éxito. Comentándolo con Laura, que vive en Londres, me dijo que estaría en Hyde Park, que si quería ir ella se encargaba de los boletos. Y así una tarde de julio pasé con Laura echadas en el parque central de Londres escuchando, entre otros, a Beck. En la noche, cantó Morrissey. Y yo seguía casi llorando. Como siempre. Encantada de la mezcla de gente que estaba ahí, de que todos nos sabíamos las canciones y tan felices.
Y ahora aquí, en mi ciudad natal.
* * *
Entré y efectivamente el sitio era magnífico. Primer piso, primera fila, de lado. Veía perfectamente el escenario. Todo que agradecer. Comencé a mandar mensajes para avisar que estaba ahí, con mi celular mexicano del pleistoceno que sólo manda mensajes y hace llamadas. No llevaba cámara ni el bendito blackberry que me acompaña a todos lados. Tampoco creía necesitarlo. Estaba ahí, para escuchar. Seguía tocando Kristeen Young, la impecable telonera. Poca gente escuchaba. Ví a algunos fans y otros tantos que más bien seguían la descripción de Alex - fueron porque tenían boletos, porque podían ir. Tanto me daba. Yo estaba ahí.
El siguiente mensaje recibido fue de Alex: "Dime dónde estás". Me alegré de que hubiera podido entrar, sobre todo porque había dos lugares libres junto a mí. Le mandé el mensaje con las coordenadas y lo ví correr hacia mí: "conseguí un lugar abajo, ¿te quieres ir? ¡Vete!". De nuevo, casi me tuvo que empujar. Yo leía la entrada y, como no conozco el teatro, no entendía qué era fila AA lugar 10. Cuando llegué, después de pasar más controles de seguridad - incluido uno en el que me dijeron: "¿dónde está el chavo que traía este boleto?" "allá arriba - es mi amigo y me lo cambió" - llegué a mi lugar. La fila AA era la primera fila y el lugar 10 estaba prácticamente el centro. No iba a ver a Morrissey. Iba a respirarlo.
El chico de al lado me preguntó que cómo había conseguido el boleto y le conté. Él a su vez me dijo que originalmente el boleto era de un amigo suyo que el día anterior, gran fan, se había subido al escenario para darle un beso a Morrissey. Seguridad del tour pidió que le dieran una cortesía arriba y le regresaran el dinero del boleto. Alex estaba ahí cuando sucedió y uno de los de organización - conocidos - le ofreció el boleto a precio de taquilla. Lo pagó y entró a dármelo. Y ahí estaba yo.
Me acuerdo de que abrió con "First of the Gang to Die". Que en algún momento tocó "When last I spoke to Carol", "There is a light that never goes out", "You have killed me" y "Everyday is like Sunday". Que sus músicos eran cuatro guapísimos sin ropa - sólo con un traje de baño - y uno trasvestido en maestra. Que su cinturón estaba ribeteado en rojo y no combinaba con el pantalón. Que está panzoncito, pero poco arrugado. Que tiene los ojos azules casi grises. Que escupe a veces cuando canta. Que me tomó de la mano derecha y me la sostuvo lo que a mí me pareció una eternidad. Que estuve con la mejilla posada sobre el escenario viéndolo cantar. Que en algún momento se le aflojó el micrófono y se sonrío. Que tenía una bandera mexicana con su cara colgada atrás. Que cantó "Meat is murder" con imágenes de granjas de pollos y vacas - su evangelización personal. Que mandó una camiseta para un niño que gritaba cerca de nosotros. Que tocaron para terminar "I know it's over". Que no llevaba cámara, pero tampoco quería una - porque pude concentrarme en verlo, en estar, en respirar todo. Que lloré. Un poquito pero lloré.
Y ese es el cuento de la última chica que llegó a la primera fila. Y hoy todavía no lo puede creer.
14.12.11
7.12.11
Piel de gamba
Tenía que suceder. Mi tío me advirtió que tuviera cuidado, además de con los cocodrilos del manglar, con el sol. "Réntate una sombrilla para que puedas estar tranquila, leyendo, sin quemarte". Cuando llegué, hacia sol pero estaba envuelto en las nubes del caribe y el viento de diciembre. Caminé durante una hora, cambiándome de lado de cuando en cuando la bolsa en donde llevaba un libro de Paul Auster, el móvil, un bañador seco, la toalla, algo de dinero. No hacía calor. Sabía, intuía el sol de caribe reflejado en la arena de caribe, pero decidí obviarlo.
Después de mi caminata, encontré un lugar donde se veía bien el mar y extendí una toalla inmensa que me dio mi mamá con, por supuesto, un elefante estampado. Me tiré y hundí la nariz en el libro de Auster. Antes, sin embargo, saqué el bloqueador, me puse en la cara, en los hombros, en los muslos y en lo que alcancé de espalda. Y al libro. Si por algo me gusta leer es porque me quedo sumergida en otro sitio en donde originalmente no estoy - en esa ficción, ahí. Cuando me dí cuenta, había dado ya catorce vueltas, me había movido un poco de sitio, había dicho que no quería ir a snorkelear ni un masaje como 800 veces y ya era la una de la tarde. Había terminado el libro. No tenía forma de verlo, pero estaba segura que a pesar de que el sol no me había molestado, algo tendría de consecuencia mi falta de cuidado. Me dí un baño rápido en el mar - temperatura perfecta, ni frío ni calor - y salí a tomar el autobús para cruzar del otro lado de la carretera - evitando el manglar y los cocodrilos.
Detrás de mí, se subieron unos 20 alumnos de la secundaria técnica local, que estaban saliendo de clases. Los miré a todos, tan morenos de sol, sin excepción. Me acordé de que mis hermanos se había vuelto mucho más morenos que yo cuando vivían en la playa. Durante los 15 minutos de trayecto hacia la colonia todo fueron hormonas, empujones, carcajadas y miradas cómplices del chofer que intentaba ir con más cuidado para que ninguno de los danzantes se le estrellara en el parabrisas. Alguien intentó sentarse junto a mí, un chico y comenzaron a cuchichear. Se movió. Justo cuando me bajé del autobús, los escuché comenzar a burlarse más fuerte.
Cuando llegué a casa, busqué una toalla limpia y justo antes de meterme a la ducha pasé por un espejo: descubrí que en mi espalda están perfectamente marcados mis dedos con bloqueador. El resto es rojo. Color gamba. Como los guiris que bajan por la Rambla. Lo mismo le pasa a la parte interior de mis piernas, a mi panza y al área de mis codos. Mi nariz y mis hombros, perfectamente protegidos y blancos (no como usualmente, pero blancos). El resto de mí, rojo turista, piel de gamba, que grita que no, en serio, yo no soy de aquí.
Ya me había pasado hoy que todo me lo ofrecían más caro cuando llegaba, hasta que esgrimía mi nacionalidad como razón de descuento. Me temo que con estas pintas tendré que pagar más mañana por rentar esa sombrilla o convencer de alguna manera de que yo no soy gringa, sólo distraida.
6.12.11
Intensivo de familia
Hace casi diez años que dejé Guadalajara y cada vez que vuelvo, recibo un curso intensivo de familia. Tengo la fortuna - no me quejo - de venir de una familia grande y relativamente unida. Resultado: tenemos complejo de muégano (un dulce muy pegajoso), pareciera que hay que estar juntos todo el tiempo. Yo, al parecer, tengo un buen timing para llegar para todas las grandes ocasiones y esta vez no fue la excepción.
El sábado, post viaje, nos levantamos temprano para recorrer los cien kilómetros que separan Guadalajara de Tepatitlán. Ahí una de las hermanas de mi padre, monja, es directora de un colegio. Es, por supuesto, de las mismas monjas con las que me eduqué yo. El asunto es que mi tía, de 65 años, cumplía 50 de haber hecho sus votos e ingresado definitivamente al convento. Una especie de celebración de bodas de oro. Vamos a Tepa cubiertos como esquimales (había una supuesta ola de frío) y nos encontramos con un sol esplendoroso y mi tía y otra monja esperando al sacerdote en la parroquia principal de pueblo. Tres compromisos, les recordó: castidad, pobreza, obediencia. Yo me subí y bajé por toda la parroquia tomando fotos. Después, a la hora de la comida, me tocó (pago por que me alquilen) darles el brindis. Después de todo, monjas como ellas fueron las que se cuidaron de que yo aprendiera a leer.
De regreso a Guadalajara, más sábado social: un baby shower de unos amigos felices por recibir a su primer hijo (mis padrinos, padres de él, con una sonrisa permanente por irse a convertir en abuelos) y luego una boda de la hija de una amiga de mi mamá. Encontrarse con que una amiga de uno ¡de la primaria! está comprometida para casarse con un primo segundo de uno al que uno nunca ve le recuerda que esta ciudad funciona en círculos concéntricos y, aunque tenga 7 millones de habitantes, a veces es como un rancho.
Al día siguiente, fiesta de la familia de mi madre porque mi abuela había cumplido 87 años y tocaba fiesta grande con música en vivo y tacos y todo. Otra vez, yo con la cámara. Otra vez, yo con mis primos. Otra vez, siendo la novedad y disfrutando de todo (quizá porque sólo estoy a ratitos, pero disfrutar).
El lunes tomé un avión y ahora estoy en medio de la selva de Quintana Roo, en casa de mi tía y mi prima que no están. Comparto entonces con los dos perros y los múltiples bichos provenientes de la selva ("sí hay serpientes, pero no te preocupes... corren rápido", me dijo ayer mi tío para tranquilizarme). A unos tres kilómetros, tengo una de las playas más bonitas del Caribe mexicano. Aprovechando que mi reloj interno no sabe que son vacaciones y se despierta a las seis de la mañana, estoy por tomar mis libros e irme a tomar el sol. Siguiendo, sin embargo, las indicaciones de mi tío: "no está muy lejos, pero mejor tómate un taxi o el camión. Tienes que cruzar por un manglar. Aquí no es que haya ladrones, pero me preocupa que te salga por ahí un cocodrilo hambriento".
El sábado, post viaje, nos levantamos temprano para recorrer los cien kilómetros que separan Guadalajara de Tepatitlán. Ahí una de las hermanas de mi padre, monja, es directora de un colegio. Es, por supuesto, de las mismas monjas con las que me eduqué yo. El asunto es que mi tía, de 65 años, cumplía 50 de haber hecho sus votos e ingresado definitivamente al convento. Una especie de celebración de bodas de oro. Vamos a Tepa cubiertos como esquimales (había una supuesta ola de frío) y nos encontramos con un sol esplendoroso y mi tía y otra monja esperando al sacerdote en la parroquia principal de pueblo. Tres compromisos, les recordó: castidad, pobreza, obediencia. Yo me subí y bajé por toda la parroquia tomando fotos. Después, a la hora de la comida, me tocó (pago por que me alquilen) darles el brindis. Después de todo, monjas como ellas fueron las que se cuidaron de que yo aprendiera a leer.
De regreso a Guadalajara, más sábado social: un baby shower de unos amigos felices por recibir a su primer hijo (mis padrinos, padres de él, con una sonrisa permanente por irse a convertir en abuelos) y luego una boda de la hija de una amiga de mi mamá. Encontrarse con que una amiga de uno ¡de la primaria! está comprometida para casarse con un primo segundo de uno al que uno nunca ve le recuerda que esta ciudad funciona en círculos concéntricos y, aunque tenga 7 millones de habitantes, a veces es como un rancho.
Al día siguiente, fiesta de la familia de mi madre porque mi abuela había cumplido 87 años y tocaba fiesta grande con música en vivo y tacos y todo. Otra vez, yo con la cámara. Otra vez, yo con mis primos. Otra vez, siendo la novedad y disfrutando de todo (quizá porque sólo estoy a ratitos, pero disfrutar).
El lunes tomé un avión y ahora estoy en medio de la selva de Quintana Roo, en casa de mi tía y mi prima que no están. Comparto entonces con los dos perros y los múltiples bichos provenientes de la selva ("sí hay serpientes, pero no te preocupes... corren rápido", me dijo ayer mi tío para tranquilizarme). A unos tres kilómetros, tengo una de las playas más bonitas del Caribe mexicano. Aprovechando que mi reloj interno no sabe que son vacaciones y se despierta a las seis de la mañana, estoy por tomar mis libros e irme a tomar el sol. Siguiendo, sin embargo, las indicaciones de mi tío: "no está muy lejos, pero mejor tómate un taxi o el camión. Tienes que cruzar por un manglar. Aquí no es que haya ladrones, pero me preocupa que te salga por ahí un cocodrilo hambriento".
4.12.11
Dejà vu
Hoy es el último de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara de este año. Me he despertado pensando en que a diferencia de ayer que me pasee por mis múltiples compromisos familiares en tacones, ya me vendría bien hoy ponerme unos zapatos más cómodos. Me toca hacer otra vez el recorrido de los pasillos.
El viernes, recién llegada, pedí ir en la noche. Pasaba una cosa que siempre me había hecho ilusión: en uno de los stands de las editoriales independientes, vendían un libro donde había dos textos míos. Había, pues, algo mío en la FIL.
Me sorprendió lo poco que cambian las cosas: quizá el decorado, quizá la piel de la Expo Guadalajara. Pero dentro, otra vez, un enjambre de personas recorriendo los pasillos, algunos con las manos llenas de bolsas con libros, otros tomados de la mano, otros gesticulando o con las manos en los bolsillos. Se arremolinaban las masas alrededor de los pocos autores que aún firmaban y eran mediáticamente conocidos (era tarde, era viernes, era último fin de semana de la FIL). Pero los pasillos eran los mismos - los mismos los programas inabarcables, los cientos y cientos de libros a mi alrededor. Eso y no otra cosa, me hizo sentir en casa.
Reconocí el espacio: me acordé de mi misma transmitiendo para Saltaperico desde la cabina de Radio Universidad hace quizá 20 años, de la misma caminando de un lado para otro intentando la mejor cobertura posible para el diario hace 12 años. Respiré con claridad que hacía por lo menos 10 años que no me pasaba por aquí y, sin embargo, no estaba extrañada.
Me sorprendió la cotidianidad con la que tomé la feria, lo bienvenida que me sigo sintiendo, los hábitos que nunca mueren (robar libros, dormir a los niños en la zona de descanso, acumular papeles de todas las editoriales). Por un momento, intenté imaginarme qué pasará el día que el libro electrónico tome la ventaja.
No pude. Estaba encerrada en los efluvios estremecedores de la FIL. Ese sitio donde parece que los libros siempre serán más importantes que cualquier otra cosa - aunque sea durante diez días al año.
El viernes, recién llegada, pedí ir en la noche. Pasaba una cosa que siempre me había hecho ilusión: en uno de los stands de las editoriales independientes, vendían un libro donde había dos textos míos. Había, pues, algo mío en la FIL.
Me sorprendió lo poco que cambian las cosas: quizá el decorado, quizá la piel de la Expo Guadalajara. Pero dentro, otra vez, un enjambre de personas recorriendo los pasillos, algunos con las manos llenas de bolsas con libros, otros tomados de la mano, otros gesticulando o con las manos en los bolsillos. Se arremolinaban las masas alrededor de los pocos autores que aún firmaban y eran mediáticamente conocidos (era tarde, era viernes, era último fin de semana de la FIL). Pero los pasillos eran los mismos - los mismos los programas inabarcables, los cientos y cientos de libros a mi alrededor. Eso y no otra cosa, me hizo sentir en casa.
Reconocí el espacio: me acordé de mi misma transmitiendo para Saltaperico desde la cabina de Radio Universidad hace quizá 20 años, de la misma caminando de un lado para otro intentando la mejor cobertura posible para el diario hace 12 años. Respiré con claridad que hacía por lo menos 10 años que no me pasaba por aquí y, sin embargo, no estaba extrañada.
Me sorprendió la cotidianidad con la que tomé la feria, lo bienvenida que me sigo sintiendo, los hábitos que nunca mueren (robar libros, dormir a los niños en la zona de descanso, acumular papeles de todas las editoriales). Por un momento, intenté imaginarme qué pasará el día que el libro electrónico tome la ventaja.
No pude. Estaba encerrada en los efluvios estremecedores de la FIL. Ese sitio donde parece que los libros siempre serán más importantes que cualquier otra cosa - aunque sea durante diez días al año.
38 años en vuelo
Aunque me hacía ilusión subirme un avión que me llevaría de un tirón a la ciudad de México, debo confesar que me fue descorazonando poco a poco el proceso: las discusiones en el check-in, la fila enorme e interminable para abordar el avión, la cobertura pobre en el aeropuerto de Barcelona que me dio despedidas con estática, el mismo avión quizá un poco demasiado descuidado, los sobrecargos quizá un poco demasiado orgullosos de si mismos, poco colaborativos, poco comprensivos.
Luego llegó mi compañero de asiento - un hombre con buena cara... pero cara de hablar. Yo necesitaba dormir, con urgencia. Él necesitaba hablar, con urgencia. Como sus necesidades eran tan importantes como las mías (y viceversa) pasaron ambas cosas. Cuando por fin estábamos a punto de despegar, sucedió un pequeño milagro: por el sistema de altavoces, el copiloto explicó que era el último vuelo del piloto encargado - que había volado durante 38 años para la compañía. Su familia entera iba en el avión para acompañarlo y, en colaboración con el aeropuerto de Barcelona y los Bombers de Barcelona, le habían preparado una despedida.
Antes de despegar, ví por la ventana del asiento 25J como 767-200 en el que volábamos era "bautizado" por una columna de agua tirada por un camión de Bombers de Barcelona. Era la manera de desear un buen futuro al piloto que ese día hacía su último viaje transatlántico - su última travesía comercial antes de entrar en el viaje particular de la jubilación.
No hay mucho más que contar del vuelo: mientras yo intentaba dormir y mi compañero intentaba ver las películas con el pésimo sistema de sonido a bordo, el piloto mantuvo un viaje sin mayores complicaciones que un par de turbulencias ligeras. Aterrizó en medio de la peregrinación continua de luces de la ciudad de México a las cinco de la mañana, de manera impecable. Aplaudimos.
Al salir, le dí dos besos. Por aquello de que es bueno compartir (y que te compartan) las cosas buenas.
Luego llegó mi compañero de asiento - un hombre con buena cara... pero cara de hablar. Yo necesitaba dormir, con urgencia. Él necesitaba hablar, con urgencia. Como sus necesidades eran tan importantes como las mías (y viceversa) pasaron ambas cosas. Cuando por fin estábamos a punto de despegar, sucedió un pequeño milagro: por el sistema de altavoces, el copiloto explicó que era el último vuelo del piloto encargado - que había volado durante 38 años para la compañía. Su familia entera iba en el avión para acompañarlo y, en colaboración con el aeropuerto de Barcelona y los Bombers de Barcelona, le habían preparado una despedida.
Antes de despegar, ví por la ventana del asiento 25J como 767-200 en el que volábamos era "bautizado" por una columna de agua tirada por un camión de Bombers de Barcelona. Era la manera de desear un buen futuro al piloto que ese día hacía su último viaje transatlántico - su última travesía comercial antes de entrar en el viaje particular de la jubilación.
No hay mucho más que contar del vuelo: mientras yo intentaba dormir y mi compañero intentaba ver las películas con el pésimo sistema de sonido a bordo, el piloto mantuvo un viaje sin mayores complicaciones que un par de turbulencias ligeras. Aterrizó en medio de la peregrinación continua de luces de la ciudad de México a las cinco de la mañana, de manera impecable. Aplaudimos.
Al salir, le dí dos besos. Por aquello de que es bueno compartir (y que te compartan) las cosas buenas.
20.11.11
El plumero
La semana pasada, mientras casi se me escapaban unas lagrimitas en medio de un conflicto de trabajo, odié por lo bajo esta cuestión mía de ser tan transparente. No sé a qué achacárselo pero la verdad pura es que miento fatal, me sonrojo con facilidad ante cualquier cosa y me cuesta quedarme callada ante cosas que me parecen mal o incómodas.
Siguiendo una expresión muy "de acá" es muy fácil que se me vea el plumero. Mis "negras intenciones" o mis "agendas ocultas" no lo pueden ser tanto - se ven.
En estos días, los previos a las elecciones en España, la gente que sabe que investigo y trabajo para la promoción del voto me pregunta a veces por quién deberían votar. Me es más fácil dirigirlos a www.elecciones.es (el proyecto en el que trabajo) que decirles algo. Porque incluso al más conservador de mis amigos le pediría que votara la izquierda - porque aunque creo en la alternancia, me da mucho miedo que la gente se olvide de sus pasados. En términos de elecciones, me gustaría poder recomendarle a alguien objetivamente que votara en España por la derecha porque es lo que mejor le pega: lo hago mal. Me sale el rojillo que llevo dentro y se nota.
Entonces también por eso a veces escribo poco de otras cosas - porque temo que se me vea el plumero y deje entrever que estoy triste o cansada o harta o decepcionada o asustada por la manera en cómo van a ir las cosas o enamoriscada o sorprendida o molesta o perdida. Fácilmente, mis letras también se sonrojan y se retuercen, se esconden. Para no descubrirse. Pero siguen aquí, respirando - releyendo poesía, reacomodando la esperanza con aquello que decía Vinicius de Moraes: que todo sea eterno mientras dure.
Siguiendo una expresión muy "de acá" es muy fácil que se me vea el plumero. Mis "negras intenciones" o mis "agendas ocultas" no lo pueden ser tanto - se ven.
En estos días, los previos a las elecciones en España, la gente que sabe que investigo y trabajo para la promoción del voto me pregunta a veces por quién deberían votar. Me es más fácil dirigirlos a www.elecciones.es (el proyecto en el que trabajo) que decirles algo. Porque incluso al más conservador de mis amigos le pediría que votara la izquierda - porque aunque creo en la alternancia, me da mucho miedo que la gente se olvide de sus pasados. En términos de elecciones, me gustaría poder recomendarle a alguien objetivamente que votara en España por la derecha porque es lo que mejor le pega: lo hago mal. Me sale el rojillo que llevo dentro y se nota.
Entonces también por eso a veces escribo poco de otras cosas - porque temo que se me vea el plumero y deje entrever que estoy triste o cansada o harta o decepcionada o asustada por la manera en cómo van a ir las cosas o enamoriscada o sorprendida o molesta o perdida. Fácilmente, mis letras también se sonrojan y se retuercen, se esconden. Para no descubrirse. Pero siguen aquí, respirando - releyendo poesía, reacomodando la esperanza con aquello que decía Vinicius de Moraes: que todo sea eterno mientras dure.
4.11.11
Campaña, Día 1
Hoy me despertaron dos cosas: la lluvia, que caía con una especie de rabia sobre el pequeño techo de plástico que hay en el balcón de mi habitación y un profundo dolor de estómago. Me hizo acordarme de una cosa: de terminar (o casi terminar) los exámenes finales, o los exámenes de admisión a la universidad y que todo mi cuerpo me dijera que ya estaba, que había que parar.
Pero no siempre se puede parar. Mientras escuchaba la lluvia pensaba en la noche de ayer, cuando frente a un grupo de exalumnos de la escuela Science-Po de París presenté, por primera vez en el año, elecciones.es. ¿Que qué es eso? Pues en realidad una de las partes más importantes de mi vida: una muestra de las cosas en las que quiero.
Hoy comienza la campaña electoral para las elecciones del 20N en España. Desde que el año pasado sacamos por primera vez elecciones.es, mi manera de vivirlas siempre es diferente. Siempre tengo la esperanza de que por lo menos un desencantado decidirá ir a emitir su voto, que alguien que nunca habla de política hablará de ello en casa, que se iniciará un debate en algún aula que no tenga que ver con el peinado del candidato, sino con sus propuestas, o su falta de ella.
Me sigue doliendo un poco el estómago - creo que es la tensión de los días anteriores. Y la emoción de ver en Twitter, en Facebook, en la cuenta de correo, el goteo de mensajes. No importa si dicen que lo hacemos bien o que somos unos vendidos (no sabemos a quién, pero vendidos): lo importante es funcionamos como despertador. Como esa lluvia y ese dolor de estómago - que te dan a pensar.
Pero no siempre se puede parar. Mientras escuchaba la lluvia pensaba en la noche de ayer, cuando frente a un grupo de exalumnos de la escuela Science-Po de París presenté, por primera vez en el año, elecciones.es. ¿Que qué es eso? Pues en realidad una de las partes más importantes de mi vida: una muestra de las cosas en las que quiero.
Hoy comienza la campaña electoral para las elecciones del 20N en España. Desde que el año pasado sacamos por primera vez elecciones.es, mi manera de vivirlas siempre es diferente. Siempre tengo la esperanza de que por lo menos un desencantado decidirá ir a emitir su voto, que alguien que nunca habla de política hablará de ello en casa, que se iniciará un debate en algún aula que no tenga que ver con el peinado del candidato, sino con sus propuestas, o su falta de ella.
Me sigue doliendo un poco el estómago - creo que es la tensión de los días anteriores. Y la emoción de ver en Twitter, en Facebook, en la cuenta de correo, el goteo de mensajes. No importa si dicen que lo hacemos bien o que somos unos vendidos (no sabemos a quién, pero vendidos): lo importante es funcionamos como despertador. Como esa lluvia y ese dolor de estómago - que te dan a pensar.
17.10.11
La comezón
Quizá fue más o menos por esta hora que pisé - después de un viaje largo con largo transbordo en Heathrow desde la ciudad de México - Barcelona. Apenas seis meses antes alguien me había preguntado que si me vendría a vivir aquí y dije que no, que preferiría otra ciudad. Ahora ya sabemos cuánto hay que creerme. Como cuando dije que entraba a la licenciatura en comunicación pero que bajo ningún concepto quería ser periodista.
Mi memoria tiene fijamente grabada la noche anterior al viaje, cuando estuve llorando en la que era mi casa con la sensación de que nunca regresaría a vivir ahí. Esas son las intuiciones a las que tengo que hacerles caso. Me acuerdo de quienes nos llevaron al aeropuerto y agitaron pañuelos blancos. Tengo aún una pulsera que me dio Rax, con buenos augurios y colores que se supone que ayudan a la concentración de los estudiantes.
Estoy sentada ahora en mi casa - en la primera que en mi vida he llamado sólo mía. Veo mi televisor, mis plantas, mi alcancía para las vacaciones. Estoy rodeada de papeles porque los proyectos, afortunadamente, se encabalgan uno a otro. Estoy a punto de salir a una de mis múltiples actividades extraescolares - a esas que quizá nunca hubiera hecho si no estuviera aquí.
Me miro al espejo y sé que no soy la misma. Que mis ojos no miran igual, ni mis manos tocan igual, ni mis labios besan igual, ni mi cabeza imagina igual. Sé que mi acento está cambiado para siempre y que dejo caer con más frecuencia de la que creo palabros en catalán aquí y allá. Sé también que tengo un poco de comenzón del séptimo año y a veces pienso que estaría mejor en otros lugares, en otras tierras...
Pero cuando salgo a la terraza y miro el cielo de octubre con fondo de nubes, sé que nunca un amor me había durado tanto: que tengo amores iniciales que no perderé nunca pero que hace tiempo cuando veo la costa catalana desde el avión me siento en casa.
Y eso es suficiente motivo para celebrar. Y para quedarme. Aunque sea un poco más.
Mi memoria tiene fijamente grabada la noche anterior al viaje, cuando estuve llorando en la que era mi casa con la sensación de que nunca regresaría a vivir ahí. Esas son las intuiciones a las que tengo que hacerles caso. Me acuerdo de quienes nos llevaron al aeropuerto y agitaron pañuelos blancos. Tengo aún una pulsera que me dio Rax, con buenos augurios y colores que se supone que ayudan a la concentración de los estudiantes.
Estoy sentada ahora en mi casa - en la primera que en mi vida he llamado sólo mía. Veo mi televisor, mis plantas, mi alcancía para las vacaciones. Estoy rodeada de papeles porque los proyectos, afortunadamente, se encabalgan uno a otro. Estoy a punto de salir a una de mis múltiples actividades extraescolares - a esas que quizá nunca hubiera hecho si no estuviera aquí.
Me miro al espejo y sé que no soy la misma. Que mis ojos no miran igual, ni mis manos tocan igual, ni mis labios besan igual, ni mi cabeza imagina igual. Sé que mi acento está cambiado para siempre y que dejo caer con más frecuencia de la que creo palabros en catalán aquí y allá. Sé también que tengo un poco de comenzón del séptimo año y a veces pienso que estaría mejor en otros lugares, en otras tierras...
Pero cuando salgo a la terraza y miro el cielo de octubre con fondo de nubes, sé que nunca un amor me había durado tanto: que tengo amores iniciales que no perderé nunca pero que hace tiempo cuando veo la costa catalana desde el avión me siento en casa.
Y eso es suficiente motivo para celebrar. Y para quedarme. Aunque sea un poco más.
10.10.11
La caída
Hay cosas que necesitas que pasen un par de días para poderlas digerir del todo y contarlas más serenamente. Y entonces cuento que el viernes me caí. Y me raspé las rodillas.
Todo comenzó como a las siete de la noche, cuando por fin se fue el paleta (albañil) que estaba en casa haciendo arreglos mínimos. Me metí volando a la ducha porque tenía la apertura de temporada en el Liceu - un Fausto en versión concierto del que ya habló en The Expectator - y quería ir linda. Es así: me hace ilusión ir al teatro y me hace más ilusión disfrazarme para ir al teatro. Uno nunca sabe qué puede pasar en los pasillos... más vale ir preparado.
La ducha bien - casi me resbalo, pero fue porque me entró jabón en los ojos. Cabello en una toalla y vistiéndome cuando de pronto me doy cuenta que el vestido que me quiero poner ha tenido siempre una característica horrible: no me lo puedo abrochar si estoy sola. Lo intenté, pero fue inútil. No podía salir a la calle con la cremallera de frente - se veía francamente extraño. Refunfuñando, saqué otro vestido: ese iba bien, aunque estaba un poco arrugado. Vestido, zapatos altos (metí unos bajos en la bolsa por si aquello) y entonces maquillaje. Tuve que corregirlo una vez - cosas de no acostumbrarse a hacerlo. Los rizos, tan simpáticos, se portaron bien y se peinaron solos. Bolso, tarjeta para entrar al Liceu y salía de casa a las 19:35 - justo, justo porque entre la Rambla y mi casa lo más rápido es caminar. Claro... pero sin tacones.
El asunto es que mientras cerraba la casa comenzó a llover. Bueno, a llover: comenzó a caer una tormenta tropical tremenda. Regresé, tomé el paraguas y mientras iba en el ascensor con la gabardina y el paraguas pensaba que todo era un poco absurdo y que quizá no llegaría. Pero salí. Con los tacones de aguja. Y comencé a callejear por el barrio de Sant Pere hasta Carders, huyendo de las corrientes de agua, con la bolsa y la gabardina que me daba calor y el paraguas y todo. Tac-tac-tac-tac-tac. Escuchaba mis tacones en las baldosas y me concentré en no caerme... iba demasiado justa de tiempo como para tener un percance.
Vía Laietana y sentí que llegaba bien. Subí por Baixada de la Llibretería y comenzó a llover menos. Los turistas, en sus zapatos deportivos, me miraban. O eso creía yo. Tac-tac-tac-tac. Plaça de Sant Jaume. Faltaban siete minutos para las ocho. Llego, seguro que llego. Tac-tac-tac un poco más rápido, por calle Boquería, esquivando turistas y compradores con grandes bolsas y un chico con muchos, muchísimos tatuajes, mientras intentaba cerrar el paraguas que ya no me ayudaba nada sino todo lo .
Entonces sentí que el tacón del lado izquierdo resbalaba. Logré apoyarme con el otro pie, pero se olvidó de que era pie y creyó que era patín en línea y también resbaló. Lo que más me preocupaba era no caer sobre alguna cosa inconveniente. Cuando me dí cuenta que no podía determe, simplemente seguí el ritmo: qué más. Por un momento, la gente a mi alrededor se detuvo. Dejé libre el paraguas y alguien lo salvó. Un chico que se reía mientras me levantaba. "¿Estás bien?", me preguntó con una sonrisa. Yo le contesté con una sonrisa encantadora por fuera, refunfuñé por dentro y seguí taconeando hasta la Rambla. Cuando entré al Liceu, la chica de la puerta me riñó: "está a punto de comenzar". Oí en megafonía decir que la función empezaría en tres minutos. Me estaban deteniendo el ascensor y subir al quinto piso me parecía una eternidad. Me miré en los espejos: manchas de agua en la gabardina beige, el vestido negro pues... negro, los zapatos bien, los pies bien... un poco de mugre, pero bueno. Tac-tac-tac hasta mi lugar y sentarme, respirar, bajar la temperatura y la angustia.
Mientras Fausto y Mefistófeles pactaban el regreso a la juventud del primero, yo tuve también un regreso a la juventud: comencé a sentir un cosquilleo en las rodillas, como cuando me caía en el patio y llegaba con heridas. Me pregunté si vería sangre. Afortunadamente, la música me distrajo.
En el intermedio me dí cuenta que de sangre nada: sólo un par de rasguños. Un amigo me dijo que seguro lo peor era que "me había caído guapa" - pues sí. Pero Catherine le dió la vuelta: "piensa que es parte del glamour: damisela en desgracia que se salva a sí misma".
Como eso me lo tomaré. Como el glamour de vivir en la ciudad y querer ir por ahí de tacones de aguja cuando llueve.
Todo comenzó como a las siete de la noche, cuando por fin se fue el paleta (albañil) que estaba en casa haciendo arreglos mínimos. Me metí volando a la ducha porque tenía la apertura de temporada en el Liceu - un Fausto en versión concierto del que ya habló en The Expectator - y quería ir linda. Es así: me hace ilusión ir al teatro y me hace más ilusión disfrazarme para ir al teatro. Uno nunca sabe qué puede pasar en los pasillos... más vale ir preparado.
La ducha bien - casi me resbalo, pero fue porque me entró jabón en los ojos. Cabello en una toalla y vistiéndome cuando de pronto me doy cuenta que el vestido que me quiero poner ha tenido siempre una característica horrible: no me lo puedo abrochar si estoy sola. Lo intenté, pero fue inútil. No podía salir a la calle con la cremallera de frente - se veía francamente extraño. Refunfuñando, saqué otro vestido: ese iba bien, aunque estaba un poco arrugado. Vestido, zapatos altos (metí unos bajos en la bolsa por si aquello) y entonces maquillaje. Tuve que corregirlo una vez - cosas de no acostumbrarse a hacerlo. Los rizos, tan simpáticos, se portaron bien y se peinaron solos. Bolso, tarjeta para entrar al Liceu y salía de casa a las 19:35 - justo, justo porque entre la Rambla y mi casa lo más rápido es caminar. Claro... pero sin tacones.
El asunto es que mientras cerraba la casa comenzó a llover. Bueno, a llover: comenzó a caer una tormenta tropical tremenda. Regresé, tomé el paraguas y mientras iba en el ascensor con la gabardina y el paraguas pensaba que todo era un poco absurdo y que quizá no llegaría. Pero salí. Con los tacones de aguja. Y comencé a callejear por el barrio de Sant Pere hasta Carders, huyendo de las corrientes de agua, con la bolsa y la gabardina que me daba calor y el paraguas y todo. Tac-tac-tac-tac-tac. Escuchaba mis tacones en las baldosas y me concentré en no caerme... iba demasiado justa de tiempo como para tener un percance.
Vía Laietana y sentí que llegaba bien. Subí por Baixada de la Llibretería y comenzó a llover menos. Los turistas, en sus zapatos deportivos, me miraban. O eso creía yo. Tac-tac-tac-tac. Plaça de Sant Jaume. Faltaban siete minutos para las ocho. Llego, seguro que llego. Tac-tac-tac un poco más rápido, por calle Boquería, esquivando turistas y compradores con grandes bolsas y un chico con muchos, muchísimos tatuajes, mientras intentaba cerrar el paraguas que ya no me ayudaba nada sino todo lo .
Entonces sentí que el tacón del lado izquierdo resbalaba. Logré apoyarme con el otro pie, pero se olvidó de que era pie y creyó que era patín en línea y también resbaló. Lo que más me preocupaba era no caer sobre alguna cosa inconveniente. Cuando me dí cuenta que no podía determe, simplemente seguí el ritmo: qué más. Por un momento, la gente a mi alrededor se detuvo. Dejé libre el paraguas y alguien lo salvó. Un chico que se reía mientras me levantaba. "¿Estás bien?", me preguntó con una sonrisa. Yo le contesté con una sonrisa encantadora por fuera, refunfuñé por dentro y seguí taconeando hasta la Rambla. Cuando entré al Liceu, la chica de la puerta me riñó: "está a punto de comenzar". Oí en megafonía decir que la función empezaría en tres minutos. Me estaban deteniendo el ascensor y subir al quinto piso me parecía una eternidad. Me miré en los espejos: manchas de agua en la gabardina beige, el vestido negro pues... negro, los zapatos bien, los pies bien... un poco de mugre, pero bueno. Tac-tac-tac hasta mi lugar y sentarme, respirar, bajar la temperatura y la angustia.
Mientras Fausto y Mefistófeles pactaban el regreso a la juventud del primero, yo tuve también un regreso a la juventud: comencé a sentir un cosquilleo en las rodillas, como cuando me caía en el patio y llegaba con heridas. Me pregunté si vería sangre. Afortunadamente, la música me distrajo.
En el intermedio me dí cuenta que de sangre nada: sólo un par de rasguños. Un amigo me dijo que seguro lo peor era que "me había caído guapa" - pues sí. Pero Catherine le dió la vuelta: "piensa que es parte del glamour: damisela en desgracia que se salva a sí misma".
Como eso me lo tomaré. Como el glamour de vivir en la ciudad y querer ir por ahí de tacones de aguja cuando llueve.
9.10.11
Síndrome Cenicienta
Entre las múltiples escenas que tengo grabadas en mi mente de Cenicienta está aquella en que la Madrastra le dice que puede ir al baile siempre y cuando termine con todos sus deberes. A Cenicienta se le va el día volando fregando los pisos, subiendo cubos, limpiando - por supuesto - las cenizas de la chimenea (aunque eso no se vea en la película de Disney). Al final, el día le ha pasado tan absolutamente rápido que piensa que no tendrá ni tiempo de nada.
Hasta aquí el recuerdo y entonces el síndrome Cenicienta: cuando algo no sale bien, es una cuestión de ponerse a limpiar. Sacudir los floreros, repasar los espejos, barrer la terraza, dejar el baño tan limpio y los pisos tan brillantes que tu casa huele casi a pabellón hospitalario. Y aunque no tienes pajaritos que cantan y ratones que te ayudan a limpiar, por un momento parece que todo va más rápido, que se resuelven las cosas si sale la mancha esa atrás de la puerta y si las hojas de tu planta de interior están más verdes sin el polvo.
Reconozco que muchos otros síndromes más podrían tener el mismo nombre: el de la madrastra mala, o las hermanastras insoportables, o el de los pies imperfectos, o el de los hombres que te hacen correr tan rápido que dejas por ahí los zapatos.
Pero esos los podemos explicar otro día.
Hasta aquí el recuerdo y entonces el síndrome Cenicienta: cuando algo no sale bien, es una cuestión de ponerse a limpiar. Sacudir los floreros, repasar los espejos, barrer la terraza, dejar el baño tan limpio y los pisos tan brillantes que tu casa huele casi a pabellón hospitalario. Y aunque no tienes pajaritos que cantan y ratones que te ayudan a limpiar, por un momento parece que todo va más rápido, que se resuelven las cosas si sale la mancha esa atrás de la puerta y si las hojas de tu planta de interior están más verdes sin el polvo.
Reconozco que muchos otros síndromes más podrían tener el mismo nombre: el de la madrastra mala, o las hermanastras insoportables, o el de los pies imperfectos, o el de los hombres que te hacen correr tan rápido que dejas por ahí los zapatos.
Pero esos los podemos explicar otro día.
8.10.11
Luzysombra
Nunca he ocultado que soy una entusiasta de las redes sociales - de esas que creen que, con una cierta dosis de inteligencia, están y seguirán cambiando el mundo en el que vivimos. El mío, por lo menos. Pero esto tiene luces y sombras cómo todo. Aquí dos cápsulas.
Sé que mi mundo es diferente porque es pequeño - como un pañuelo de verdad. Por que lo que me acorta las distancias y los océanos ahora no son vuelos supersónicos sino la posibilidad de estar de alguna manera ahí, presente. Hace casi una semana, a horas extrañas, me encontré en uno de los múltiples chats a Bef: gran escritor, dibujante, papá, amigo y una de las personas más cercanas a mi corazón. Estaba despertando lejos de su casa y me contaba las novedades - me dijo que iba revisar las becas del Sistema Nacional de Creadores, que se publicaban ese día. Y de pronto me encontré con él, aunque a 12 mil kilómetros de distancia, celebrando de primera mano que sí, que su nombre estaba ahí, que por fin había llegado, que era un pequeño día de gloria. Y aunque estábamos tan lejos casi pude ver su cara y tocar sus manos y abrazarlo y brincar y emocionarme. Esa es la luz.
La sombra llegó de parte de Youtube. Justo recuerdo el cuatrimestre pasado haberme pasado un día discutiendo con mis alumnos los métodos de "censura" o "regulación" de Youtube - basado en un concepto de "comunidad" la gente puede alertar a los "responsables" en caso de que haya algo que rompa con las normas (que llame al odio, sea indecente, asuntos del estilo...). Hace un par de semanas, hablando con otro amigo acá, Jaume Radigales, profesor y crítico musical, vimos la parte más oscura del sistema. Él, que sube videos con fines académicos, se encontró con que "alguien" había taggeado una de los videos para clase como "inapropiado". La gente de Youtube decidió que sí era inapropiado, lo quitó y le enviaron un mail diciéndole, básicamente, que esas no eran maneras de comportarse y que no podía subir ese tipo de material. El material era, nada más y nada menos, "Un chien andalou" de Buñuel. ¿Quién es el "responsable" que decidió que era "indecente"? Qué ganas de verle la carota. Ahora, le pasó lo que le pasa a muchos videos con contenido verdaderamente incoveniente - que como hay muchos más en la red iguales no pasa nada (como el link que aparece en este post) y también se puede consultar. A alguien le dieron la posibilidad de ser censor - y la usó sin cultura ni miramientos. Esa es la sombra.
Sé que mi mundo es diferente porque es pequeño - como un pañuelo de verdad. Por que lo que me acorta las distancias y los océanos ahora no son vuelos supersónicos sino la posibilidad de estar de alguna manera ahí, presente. Hace casi una semana, a horas extrañas, me encontré en uno de los múltiples chats a Bef: gran escritor, dibujante, papá, amigo y una de las personas más cercanas a mi corazón. Estaba despertando lejos de su casa y me contaba las novedades - me dijo que iba revisar las becas del Sistema Nacional de Creadores, que se publicaban ese día. Y de pronto me encontré con él, aunque a 12 mil kilómetros de distancia, celebrando de primera mano que sí, que su nombre estaba ahí, que por fin había llegado, que era un pequeño día de gloria. Y aunque estábamos tan lejos casi pude ver su cara y tocar sus manos y abrazarlo y brincar y emocionarme. Esa es la luz.
La sombra llegó de parte de Youtube. Justo recuerdo el cuatrimestre pasado haberme pasado un día discutiendo con mis alumnos los métodos de "censura" o "regulación" de Youtube - basado en un concepto de "comunidad" la gente puede alertar a los "responsables" en caso de que haya algo que rompa con las normas (que llame al odio, sea indecente, asuntos del estilo...). Hace un par de semanas, hablando con otro amigo acá, Jaume Radigales, profesor y crítico musical, vimos la parte más oscura del sistema. Él, que sube videos con fines académicos, se encontró con que "alguien" había taggeado una de los videos para clase como "inapropiado". La gente de Youtube decidió que sí era inapropiado, lo quitó y le enviaron un mail diciéndole, básicamente, que esas no eran maneras de comportarse y que no podía subir ese tipo de material. El material era, nada más y nada menos, "Un chien andalou" de Buñuel. ¿Quién es el "responsable" que decidió que era "indecente"? Qué ganas de verle la carota. Ahora, le pasó lo que le pasa a muchos videos con contenido verdaderamente incoveniente - que como hay muchos más en la red iguales no pasa nada (como el link que aparece en este post) y también se puede consultar. A alguien le dieron la posibilidad de ser censor - y la usó sin cultura ni miramientos. Esa es la sombra.
7.10.11
Mezclas deliciosamente improbables
Digamos un soufflé de chocolate con atún. Tres cosas que me encantan por separado pero no sé si podrían ir juntas. Eso fue lo que pensé cuando ví en cartelera anunciada "Pina, una película para Pina Bausch" de Wim Wenders. Una de las bailarinas más revolucionarias y talentosas (para mí), un realizador que siempre me enseña todo con ojos diferentes... y el 3D, algo que me parece simpático pero que no es mi hit. Y que no podía imaginar combinado con las otras cosas. Vamos, que el 3D era como el atún en la receta del inicio.
El miércoles fuí con Gisela a verla a la función de las diez. Nunca imaginé lo que encontré - me cayeron los lagrimones y todo. La manera en la que está construida, contada, vista. Lo increíble que es ver a los bailarines tan cerca, tan junto a tí. La música, maravillosa - otra mezcla improbable. Y por ahí, descubrir a Jun Miyake. Los bailarines, cada uno haciendo su reconocimiento a Pina en su propia lengua. La visión única de las ciudades, los jardines, los interiores, los teatros.
Es, sin lugar a dudas, uno de los descubrimientos más hermosos que me ha traido el cine en los últimos tiempos. Y uno de los homenajes más sentidos: creo que así como la lluvia de mensajes electrónicos le deben haber sentado increíbles al señor Jobs, Pina Bausch debe sentirse contenta con esa película en la que todos vemos como veía ella, en la que la danza casi se puede tocar.
El miércoles fuí con Gisela a verla a la función de las diez. Nunca imaginé lo que encontré - me cayeron los lagrimones y todo. La manera en la que está construida, contada, vista. Lo increíble que es ver a los bailarines tan cerca, tan junto a tí. La música, maravillosa - otra mezcla improbable. Y por ahí, descubrir a Jun Miyake. Los bailarines, cada uno haciendo su reconocimiento a Pina en su propia lengua. La visión única de las ciudades, los jardines, los interiores, los teatros.
Es, sin lugar a dudas, uno de los descubrimientos más hermosos que me ha traido el cine en los últimos tiempos. Y uno de los homenajes más sentidos: creo que así como la lluvia de mensajes electrónicos le deben haber sentado increíbles al señor Jobs, Pina Bausch debe sentirse contenta con esa película en la que todos vemos como veía ella, en la que la danza casi se puede tocar.
Gente con futuro / en vez de rostro
No sé si me gustaría decir que sé tanto que en realidad siempre tengo claras mis quinielas para el Nobel de Literatura. A decir verdad, lo que suele sucederme es que la ceremonia y entrega del Nobel tiende a ser una manera para encontrarme con algo que no había visto en ninguna de mis estanterías cercanas.
Me pasó ayer con Transtörmer - miré a muchos amigos quesísabendeliteratura hacer infinitas bromas al respecto del nombre del señor sueco y me quedé un poco parada. En el fondo, siempre me llena de esperanza que también se den premios a los poetas... esos, que parece que sólo los leen aquellos que les conocen.
Inmediatamente comencé a buscar algo de Transtörmer, algo que me dijera quién era y porqué le habían dado el Nobel. Además de Wikipedia, encontré algunas páginas con obra y me topé con esto, que me sobrecogió. Y celebré el Nobel, abiertamente.
Me pasó ayer con Transtörmer - miré a muchos amigos quesísabendeliteratura hacer infinitas bromas al respecto del nombre del señor sueco y me quedé un poco parada. En el fondo, siempre me llena de esperanza que también se den premios a los poetas... esos, que parece que sólo los leen aquellos que les conocen.
Inmediatamente comencé a buscar algo de Transtörmer, algo que me dijera quién era y porqué le habían dado el Nobel. Además de Wikipedia, encontré algunas páginas con obra y me topé con esto, que me sobrecogió. Y celebré el Nobel, abiertamente.
Hoja de Libro Nocturno
Una noche de mayo aterricé
en un frío claro de luna
en que la hierba y las flores eran grises
pero el aroma, verde.
Resbalé cuesta arriba
en la noche daltónica
mientras las piedras blancas
señalaban la luna.
Un espaciotiempo
de algunos minutos
cincuenta y ocho años de ancho.
Y tras de mí
más allá de las aguas relucientes cual plomo
estaba la otra costa
y los poderosos.
Gentes con futuro
en vez de rostro.
6.10.11
De la canasta de sabiduría del hombre de las manzanas
No one wants to die. Even people who want to go to heaven don’t want to die to get there. And yet death is the destination we all share. No one has ever escaped it. And that is as it should be, because Death is very likely the single best invention of Life. It is Life’s change agent. It clears out the old to make way for the new. Right now the new is you, but someday not too long from now, you will gradually become the old and be cleared away. Sorry to be so dramatic, but it is quite true.
Your time is limited, so don’t waste it living someone else’s life. Don’t be trapped by dogma — which is living with the results of other people’s thinking. Don’t let the noise of others’ opinions drown out your own inner voice. And most important, have the courage to follow your heart and intuition. They somehow already know what you truly want to become. Everything else is secondary.
Imagino que Steve Jobs imaginaba que muchos íbamos a sentirnos inspirados por estas palabras. Que las íbamos a escuchar un día en un salón de clases y después íbamos a volver a pasarlas nosotros mismos, esta vez como profesores. Imagino que sabía que él se iba a morir y nosotros, los que habíamos escuchado, también. Que nos volveríamos mayores. Que nos veríamos en su espejo. Que pensaríamos que había cosas que aún no habíamos hecho.
Aún.
Esa es la clave.
Agradezco la inspiración y sigo con el día: hay mucho que hacer para seguir el corazón y la intuición.
4.10.11
El asunto de la comida
En realidad, es el "número de la comida": la revista del New York Times de la semana pasada iba de todas las cosas que usted quería saber de la comida pero nunca se atrevió a preguntar. Un millón de mininotas divertidas e incluso una serie fotográfica de por qué y qué cena la gente en familia.
Pero es también el asunto de la comida porque desde hace casi un par de semana decidí ponerme a régimen - a dieta, pues. Me dio después de ver a dos amigos queridos muy guapos y muy flacos y muy contentos consigo mismo. Yo, que tengo un espejo tamaño familiar en la sala de mi casa, tenía semanas saliendo de casa y mirandome con sospecha: era esa yo, ¿de verdad?
No es que ahora sea más yo. En realidad, hay menos de mí. Pero por alguna razón, me siento más cómoda. Claro que sufro porque no puedo comer pan, ni patatas, ni beberme una copa de vino de vez en cuando. En realidad sufro porque me he vuelto monotema y casi en lo único que pienso es en comida: en lo que me voy a comer, lo que me puedo comer, lo que no puedo ni pensar.
Y he descubierto que tiene una ventaja - cuando pienso en eso, no pienso en otras cosas. Me agobio menos. Respiro más. Y la pechuga con pollo sin grasa, extrañamente, parece haberse convertido en la mejor amiga de mi sanidad mental.
Pero es también el asunto de la comida porque desde hace casi un par de semana decidí ponerme a régimen - a dieta, pues. Me dio después de ver a dos amigos queridos muy guapos y muy flacos y muy contentos consigo mismo. Yo, que tengo un espejo tamaño familiar en la sala de mi casa, tenía semanas saliendo de casa y mirandome con sospecha: era esa yo, ¿de verdad?
No es que ahora sea más yo. En realidad, hay menos de mí. Pero por alguna razón, me siento más cómoda. Claro que sufro porque no puedo comer pan, ni patatas, ni beberme una copa de vino de vez en cuando. En realidad sufro porque me he vuelto monotema y casi en lo único que pienso es en comida: en lo que me voy a comer, lo que me puedo comer, lo que no puedo ni pensar.
Y he descubierto que tiene una ventaja - cuando pienso en eso, no pienso en otras cosas. Me agobio menos. Respiro más. Y la pechuga con pollo sin grasa, extrañamente, parece haberse convertido en la mejor amiga de mi sanidad mental.
2.10.11
Los Cómplices
A inicios del verano, recibí un correo electrónico de esos que te hacen sentir que el corazón se te resquebraja un poquito. Era de Paco y Montse, valientes libreros dueños de la librería "Negra y Criminal" en la Barceloneta.
Como su nombre lo indica, esta librería en la calle de la Sal se dedica, exclusivamente, a vender esos libros que van sobre intrigas en todos los lugares del mundo. Yo la descubrí por casualidad, y ahí supe que a Montse le gusta cocinar - tiene un libro de recetas "negras y criminales" -, que tuvo un paso por México y que ambos libreros son personas amorosas, llenas de ilusión por su negocio, comprometidas con él. Son de esos que llegas y preguntas: "quiero una novela con un asesino cojo que le guste el color lila y que viva entre Grecia y Timbuctú" y saben exactamente qué recomendarte.
Total, que Paco y Montse - o más bien "Negra y Criminal" - entraba en una crisis excepcional. Entre todas las crisis y todos los libros electrónicos, se estaban quedando sin medios para sostener a la librería. Entonces decidieron recurrir a los lectores que a veces íbamos, a los autores y a las distribuidoras. A ver quién quería hacerse cómplice de la librería y lograr que siguiera con unas finanzas más o menos saneadas, adelante.
A mí me da orgullo formar parte de ese grupo de Cómplices. Así como deben sentirse orgullosos los ciudadanos de Central Falls, Rhode Island, que han estado intentando mantener viva no una librería, sino la biblioteca del pueblo.
Ningún lugar en donde se vendan o se presten libros debería de cerrar. Es como perder una ventana a otros mundos. Si ustedes quieren ser Cómplices de Negra y Criminal, hay más información aquí.
Como su nombre lo indica, esta librería en la calle de la Sal se dedica, exclusivamente, a vender esos libros que van sobre intrigas en todos los lugares del mundo. Yo la descubrí por casualidad, y ahí supe que a Montse le gusta cocinar - tiene un libro de recetas "negras y criminales" -, que tuvo un paso por México y que ambos libreros son personas amorosas, llenas de ilusión por su negocio, comprometidas con él. Son de esos que llegas y preguntas: "quiero una novela con un asesino cojo que le guste el color lila y que viva entre Grecia y Timbuctú" y saben exactamente qué recomendarte.
Total, que Paco y Montse - o más bien "Negra y Criminal" - entraba en una crisis excepcional. Entre todas las crisis y todos los libros electrónicos, se estaban quedando sin medios para sostener a la librería. Entonces decidieron recurrir a los lectores que a veces íbamos, a los autores y a las distribuidoras. A ver quién quería hacerse cómplice de la librería y lograr que siguiera con unas finanzas más o menos saneadas, adelante.
A mí me da orgullo formar parte de ese grupo de Cómplices. Así como deben sentirse orgullosos los ciudadanos de Central Falls, Rhode Island, que han estado intentando mantener viva no una librería, sino la biblioteca del pueblo.
Ningún lugar en donde se vendan o se presten libros debería de cerrar. Es como perder una ventana a otros mundos. Si ustedes quieren ser Cómplices de Negra y Criminal, hay más información aquí.
1.10.11
Lo mucho que te quiero
El viernes me desperté, como siempre, con los sonidos que emite mi móvil. No sólo es que lo tenga conmigo todo el día - es que me lo llevo a la orilla de la cama, para que me despierte. Sé que se ha convertido en un apéndice que a algunos les parece simpático y otros definitivamente odian. Incluso tengo un amigo querido que prácticamente mide el tiempo en el que estamos juntos sin que yo atienda a los sonidos y lucecitas que me avisan de un nuevo mensaje.
Y el viernes amaneció enfermo. Logré estar en el gimnasio concentrada en clase, pero de pronto me preguntaba qué había pasado, qué iba a suceder si tenía que estar varios días sin móvil, sin mensajes gratuitos, sin correos electrónicos inmediatos, sin interacción con el resto del mundo.
Pensé en lo dependiente que me he vuelto de tenerlo cerca. Y luego me topé con este artículo del New York Times donde un investigador explica que el iPhone - que no es mi caso, pero bueno - ocasiona en sus dueños una especie de amor - los sentimientos que tienen relacionados al teléfono son lo más cercanos al amor.
El artículo cierra diciendo que las parejas que están cenando juntas mientras consultan sus teléfonos varias veces podrían (sin tener necesariamente en cuenta con quién se están mensajeando) estar siendo de alguna manera infieles: queriendo más al teléfono que a quien tienen en frente.
Tan acompañados... y tan solos...
Y el viernes amaneció enfermo. Logré estar en el gimnasio concentrada en clase, pero de pronto me preguntaba qué había pasado, qué iba a suceder si tenía que estar varios días sin móvil, sin mensajes gratuitos, sin correos electrónicos inmediatos, sin interacción con el resto del mundo.
Pensé en lo dependiente que me he vuelto de tenerlo cerca. Y luego me topé con este artículo del New York Times donde un investigador explica que el iPhone - que no es mi caso, pero bueno - ocasiona en sus dueños una especie de amor - los sentimientos que tienen relacionados al teléfono son lo más cercanos al amor.
El artículo cierra diciendo que las parejas que están cenando juntas mientras consultan sus teléfonos varias veces podrían (sin tener necesariamente en cuenta con quién se están mensajeando) estar siendo de alguna manera infieles: queriendo más al teléfono que a quien tienen en frente.
Tan acompañados... y tan solos...
29.9.11
Lo mismo, pero no
Entré a la función de las 18:00, de las 19:30 y de las 22:20. La segunda película la alcancé ya comenzando. Entre la segunda y la tercera tuve una hora para pasearme por el centro comercial sin saber qué comer que no afectara el régimen, luego entré al super mercado y me fui caminando hasta la orilla del mar. Ahí cené mi cena de supermercado - con el fondo del sonido del oleaje y la voz de mis amigos, a los que llamé para contarles que había ido a tres sesiones de cine seguidas.
Mientras regresaba - en un taxi, sola también - me dí cuenta de por qué los había llamado si esto antes para mí era normal: necesitaba hablar con alguien, contarle todas las ideas y las cosas y las imágenes que me habían generado en la mente las otras imágenes en la pantalla.Yo antes hacia esto, pero siempre con los amigos de la universidad, con algún novio... tres sesiones en solitario pueden ocasionar un grave cacao mental.
Sigue gustándome ir al cine sola. Pero creo que para tanto estímulo necesito un sparring. Alguien a quien contarle lo que ví. Como al que lee este blog.
Mientras regresaba - en un taxi, sola también - me dí cuenta de por qué los había llamado si esto antes para mí era normal: necesitaba hablar con alguien, contarle todas las ideas y las cosas y las imágenes que me habían generado en la mente las otras imágenes en la pantalla.Yo antes hacia esto, pero siempre con los amigos de la universidad, con algún novio... tres sesiones en solitario pueden ocasionar un grave cacao mental.
Sigue gustándome ir al cine sola. Pero creo que para tanto estímulo necesito un sparring. Alguien a quien contarle lo que ví. Como al que lee este blog.
2.9.11
Peter Pan también vuelve a la escuela
Ahora resulta que las reflexiones más importantes de nuestra vida las hacemos con amigos de siempre pero no frente a una taza de café o a un vaso con dos hielos y bourbon, sino a través de un chat - en momentos robados de la oficina, de un lado a otro del mundo.
Con los que están aquí y los que están allá hay dos opciones: o nos hablamos de las vidas que han seguido los planes conocidos (esa casa nueva, las niñas que ya van a la escuela, el trabajo de ejecutivo en la capital financiera, los pacientes satisfechos...) o nos preguntamos ahora qué sigue en los que dimos en algún momento un golpe de timón.
Con septiembre, todo el mundo regresa a una cierta normalidad de actividades. Yo y los clientes, las fechas límite, las cosas por venir. Sí, sigue haciendo calor pero y qué: ahora la playa parece que está un poquito más alejada que lo que estaba hasta ahora. No hay error en la geografía - hay cambio en las necesidades. Y resulta que algunos se preocupan por los resultados financieros, por las hipotecas y las pensiones, por el nuevo trabajo que no llega, por las cosas que no han salido como se imaginaban. Algo así como la gente que se gradúa de la Ivy League y acaba trabajando en una cafetería porque, bueh, es lo único que hay que hacer.
Es septiembre e incluso en Barcelona y la tierra de los freelances, hay que volver. Ponerse de cabeza en lo que tendría que haberse cerrado y terminado hace dos meses. Ver claramente hacia los próximos siguientes. Planear. Esperar. Imaginarse... pero tanto trabajo tiene que estar acompañado de algo. Aunque sea de una buena canción y una cerveza al final de la tarde.
Al final de cuentas, que yo sepa ninguno hemos recibido un aviso de desalojo del ReinoDeNuncaJamás.
(Gracias a Felix Duque por la canción)
Con los que están aquí y los que están allá hay dos opciones: o nos hablamos de las vidas que han seguido los planes conocidos (esa casa nueva, las niñas que ya van a la escuela, el trabajo de ejecutivo en la capital financiera, los pacientes satisfechos...) o nos preguntamos ahora qué sigue en los que dimos en algún momento un golpe de timón.
Con septiembre, todo el mundo regresa a una cierta normalidad de actividades. Yo y los clientes, las fechas límite, las cosas por venir. Sí, sigue haciendo calor pero y qué: ahora la playa parece que está un poquito más alejada que lo que estaba hasta ahora. No hay error en la geografía - hay cambio en las necesidades. Y resulta que algunos se preocupan por los resultados financieros, por las hipotecas y las pensiones, por el nuevo trabajo que no llega, por las cosas que no han salido como se imaginaban. Algo así como la gente que se gradúa de la Ivy League y acaba trabajando en una cafetería porque, bueh, es lo único que hay que hacer.
Es septiembre e incluso en Barcelona y la tierra de los freelances, hay que volver. Ponerse de cabeza en lo que tendría que haberse cerrado y terminado hace dos meses. Ver claramente hacia los próximos siguientes. Planear. Esperar. Imaginarse... pero tanto trabajo tiene que estar acompañado de algo. Aunque sea de una buena canción y una cerveza al final de la tarde.
Al final de cuentas, que yo sepa ninguno hemos recibido un aviso de desalojo del ReinoDeNuncaJamás.
(Gracias a Felix Duque por la canción)
1.9.11
El fin de agosto, Boijmans y el Futuro
Privilegio que tenemos los que nos hemos convertido en viajeros constantes, regresamos a algunas ciudades que no son propiamente "nuestras" pero las consideramos parcialmente de nuestra propiedad. A pesar de no entender todo lo que se habla en las calles sabemos, por ejemplo, cómo leer un menú, qué estación del metro es la más cercana al mercado y qué día de la semana el museo más bonito de la ciudad no cobra entrada.
En Rotterdam, el Museo Boijmans Van Beuningen es gratuito los miércoles - mejor que cualquier dos por uno. Y yo me siento incluso culpable de estar aquí un miércoles y no ir, aunque sea a visitar a esos Magrittes que ya se que me encantan, a asomarme a sus jardines, a ver la colección de diseño industrial que incluye un walkman sony de aquellos amarillos. Es, digamos, mi cita con la ciudad.
Ayer fuí al Boijmans y entre otras cosas maravillosas que me encontré, fuí al Futuro. El Futuro es una pieza de plástico hecha en 1968 por el arquitecto finlandés Matti Suuronen. En los sesenta, había esta corriente de construir espacios para vivir que pudieran llevarse e instalarse por todos lados, que fueran muy baratos - el plástico era barato entonces - y solucionaran el problema de la vivienda mundial. Tan fácil como construirla y llevarla ahí donde fuera necesaria. Futuro era una casa con forma de OVNI que ya se entregaba amueblada y donde podían caber ocho personas - bajitas, he de decir.
Ni para qué explicar que el proyecto fue un poco una ruina. Sin embargo, se construyeron 96 casas que dan vueltas por el mundo y recuerdan ese momento de diseño y de ilusión. El Boijmans compró una de las casas y le dió un súper salón en donde se puede entrar a verla - siempre y cuando esté uno dispuesto a no tocar, ponerse unos patucos como quirúrgicos y aguantar el olor a plástico viejo. A mí esas cosas no me amilanan así que pude entrar a verlo por dentro: y fuí muy feliz.
La "Wombhouse" del Atelier Van Lieshout. Ellos ya no pretenden que la gente de facto viva en sus trabajos, pero tienen muchos artistas trabajando para ellos. En caso de que no se entienda, a aquellos que dicen que les gustaría volver a la calma del seno materno, pues esto es una "casa" diseñada como un útero. La cama en el centro, en uno de los ovarios una cava y múltiples cosas entretenidas.
Este Magritte que yo no conocía (Le modèle rouge III, 1937). Me gustó. No tanto como me gusta "La Reproduction Interdite", pero me gustó.
La calma de esos ejecutivos sentados en los jardines del Museo, disfrutando de los rarísimos rayos de sol que bañaron la ciudad la tarde de ayer.
Cerré agosto como había que cerrarlo - visitando el Futuro y disfrutando de la calle.
En Rotterdam, el Museo Boijmans Van Beuningen es gratuito los miércoles - mejor que cualquier dos por uno. Y yo me siento incluso culpable de estar aquí un miércoles y no ir, aunque sea a visitar a esos Magrittes que ya se que me encantan, a asomarme a sus jardines, a ver la colección de diseño industrial que incluye un walkman sony de aquellos amarillos. Es, digamos, mi cita con la ciudad.
Ayer fuí al Boijmans y entre otras cosas maravillosas que me encontré, fuí al Futuro. El Futuro es una pieza de plástico hecha en 1968 por el arquitecto finlandés Matti Suuronen. En los sesenta, había esta corriente de construir espacios para vivir que pudieran llevarse e instalarse por todos lados, que fueran muy baratos - el plástico era barato entonces - y solucionaran el problema de la vivienda mundial. Tan fácil como construirla y llevarla ahí donde fuera necesaria. Futuro era una casa con forma de OVNI que ya se entregaba amueblada y donde podían caber ocho personas - bajitas, he de decir.
Ni para qué explicar que el proyecto fue un poco una ruina. Sin embargo, se construyeron 96 casas que dan vueltas por el mundo y recuerdan ese momento de diseño y de ilusión. El Boijmans compró una de las casas y le dió un súper salón en donde se puede entrar a verla - siempre y cuando esté uno dispuesto a no tocar, ponerse unos patucos como quirúrgicos y aguantar el olor a plástico viejo. A mí esas cosas no me amilanan así que pude entrar a verlo por dentro: y fuí muy feliz.
Una chica dentro de Futuro. Yo la fotografío desde afuera.
Un hombre saliendo de Futuro. Nos estuvimos siguiendo por el Museo y salimos al mismo tiempo porque estaban por cerrar. Caminamos lado a lado por como cinco minutos hasta que él se quedó en su hotel (o se escondió en el lobby de un hotel). No sé cuál de los dos estaba más asustado. Creo que él - al final, yo le había tomado fotos.
La sala del Futuro. Con ventanas y vistas al exterior.
Vista desde el baño a un guardia del Museo cansado y que miraba su reloj para que dieran las cinco.
Yo misma, feliz, posando delante de Futuro.
Tengo que decir también que, además de ver el futuro, ví otras cosas muy lindas en el Boijmans. Las que ya se que me gustan, como el edificio mismo, la colección permanente que hace dar mucha envidia a mucha gente, los guardias que se estaban riendo y picándose las costillas y otras cosas maravillosas y sorprendentes como:
La "Wombhouse" del Atelier Van Lieshout. Ellos ya no pretenden que la gente de facto viva en sus trabajos, pero tienen muchos artistas trabajando para ellos. En caso de que no se entienda, a aquellos que dicen que les gustaría volver a la calma del seno materno, pues esto es una "casa" diseñada como un útero. La cama en el centro, en uno de los ovarios una cava y múltiples cosas entretenidas.
Este Magritte que yo no conocía (Le modèle rouge III, 1937). Me gustó. No tanto como me gusta "La Reproduction Interdite", pero me gustó.
La calma de esos ejecutivos sentados en los jardines del Museo, disfrutando de los rarísimos rayos de sol que bañaron la ciudad la tarde de ayer.
Cerré agosto como había que cerrarlo - visitando el Futuro y disfrutando de la calle.
29.8.11
Ventanas abiertas
A mí lo que más me gusta en la vida, es mirar. Si es posible, detrás del reflejo para que nadie se dé cuenta que estoy ahí. Por eso cuando paso unos días acá, en los Países Bajos, me encuentro con tentaciones a la vuelta de cada esquina. El clima de estos lugares no es el mejor del mundo - entonces, es muy importante que las casas tengan unas ventanas enormes para que entre toda la luz que se pueda. Y, además, con tradición calvinista, el uso y constumbre era no poner pesadas cortinas en esas ventanas a pie de calle: todo el mundo puede ver lo que sucede adentro que nunca, nunca es nada malo.
Y llegan las redes sociales - las redes sociales que son como grandes ventanales a nuestras vidas. Y a veces estoy en Facebook como voy caminando por estas calles: sólo mirando, viendo qué reconozco, qué me gusta, qué no. Observando cómo alguien pasa sus vacaciones, o alimenta a su gato, o lee la última novela del último sueco que escribe cuentos de miedo. Es una cuestión de mirar.
Podríamos decir que algunas de las personas que hemos entrado de lleno a las redes sociales tenemos una especie de ética calvinista al respecto de las mismas: aquí no está pasando nada que no puedas ver. Por lo tanto, puedes verlo todo. Las fotos, las narraciones de nuestra vida en nuestro blog, los sitios a los que llegamos y a los que nos vamos. Y somos señalados con dedos acusadores por otros usuarios de la red (con una ética más judeocristiana, más de la culpa y la modosidad): "¿pero qué haces? ¿no ves que te expones a los otros? ¿no ves que no está bien que muestres lo bien que te va? ¿no te da miedo ser castigado (secuestrado, criticado) al mostrarlo todo?".
Este enfrentamiento es, al final, un poco falso. Nosotros, los calvinistas-exhibicionistas de la red, en realidad, siempre fingimos un poco. Creamos una narración en la que parezca que aquí dentro (allí afuera) no sucede nada prohibido. Pero no nos engañemos: también nosotros tenemos miedos y secretos y exclusivas que quedan escondidos detrás de algunos otros passwords o quizá, en nuestra vida real.
Extra, extra: Este artículo de LaVanguardia, titulado espectacularmente (al más puro estilo del Alarma! en México) "Las redes sociales hacen perder el pudor" y este del NYT sobre las ventajas que tenía encontrarse con un compañero de casa al que no habías hecho un profundo casting digital antes de que entrara a vivir contigo y como quizá los roommates sean los mejores entrenadores para cosas como el matrimonio, por ejemplo.
Y llegan las redes sociales - las redes sociales que son como grandes ventanales a nuestras vidas. Y a veces estoy en Facebook como voy caminando por estas calles: sólo mirando, viendo qué reconozco, qué me gusta, qué no. Observando cómo alguien pasa sus vacaciones, o alimenta a su gato, o lee la última novela del último sueco que escribe cuentos de miedo. Es una cuestión de mirar.
Podríamos decir que algunas de las personas que hemos entrado de lleno a las redes sociales tenemos una especie de ética calvinista al respecto de las mismas: aquí no está pasando nada que no puedas ver. Por lo tanto, puedes verlo todo. Las fotos, las narraciones de nuestra vida en nuestro blog, los sitios a los que llegamos y a los que nos vamos. Y somos señalados con dedos acusadores por otros usuarios de la red (con una ética más judeocristiana, más de la culpa y la modosidad): "¿pero qué haces? ¿no ves que te expones a los otros? ¿no ves que no está bien que muestres lo bien que te va? ¿no te da miedo ser castigado (secuestrado, criticado) al mostrarlo todo?".
Este enfrentamiento es, al final, un poco falso. Nosotros, los calvinistas-exhibicionistas de la red, en realidad, siempre fingimos un poco. Creamos una narración en la que parezca que aquí dentro (allí afuera) no sucede nada prohibido. Pero no nos engañemos: también nosotros tenemos miedos y secretos y exclusivas que quedan escondidos detrás de algunos otros passwords o quizá, en nuestra vida real.
Extra, extra: Este artículo de LaVanguardia, titulado espectacularmente (al más puro estilo del Alarma! en México) "Las redes sociales hacen perder el pudor" y este del NYT sobre las ventajas que tenía encontrarse con un compañero de casa al que no habías hecho un profundo casting digital antes de que entrara a vivir contigo y como quizá los roommates sean los mejores entrenadores para cosas como el matrimonio, por ejemplo.
28.8.11
Lo innombrable (una diatriba)
Lejos, tan lejos. Como a unos doce mil kilómetros. Cerca. Tan cerca. Como saber que en ese país - aquel país, mi país - viven mis padres y mis hermanos y mi sobrina y mis amigos y mis familias de sangre y de adopción. Y aquí todavía me rebota en el estómago la idea de unos cuantos tipos entrando a un casino lleno de señoras y prendiendo fuego, con tanques de gasolina, sin importar quién estaba o quién no. O quizá sí - pero esta vez no me interesan las teorías de la conspiración.
La gente se desgarra las vestiduras. Casi de inmediato ví en todas las redes sociales aquel famoso de "si no pueden, renuncien". Me rebotaba en los oídos. "Si no pueden, renuncien". Nada, nada en contra de los señores que estacionaron sus coches afuera del casino, entraron, rociaron de gasolina las máquinas, las enciendieron y salieron corriendo.
La "culpa" es del gobierno que no puede, que ha diseñado mal su estrategia contra el crimen. De las autoridades que permitían que el casino - negocio turbio, por supuesto - siguiera operando a pesar de los pesares. De los dueños del casino quienes, además de tener un cierto punto de turbiedad, no tenían al día las salidas de emergencia y todas esas cosas necesarias para proteger a sus clientes de una situación de riesgo total. Y el gobierno dice que los culpables son los otros gobiernos, los adictos, los que consumen la droga y permiten la venta de armas.
Esos son los culpables.
No son culpables los grandísimos cabrones que entraron a quemar, a matar, sin mayor respeto por nadie. Ellos no son culpables porque no tienen culpa, fueron chupados por un sistema maldito que no les da educación ni trabajo, que no les enseña que hay cosas mejor que morir rico, joven, temido y empericado. No son culpables porque bueno, qué culpa.
No tienen nombre y apellido - más fácil, más lógico, ponerle la culpa a la gente que está en las instituciones del país, democráticas del todo o no. Esos que se pusieron al frente, que seguro se están llenando los bolsillos de dinero, que les gusta ponerse de rodillas frente a las "potencias extranjeras", que encuentran que un país patrullado por el ejército es lo mejor que les podía pasar... ellos, esos grandísimos cabrones con nombre y apellido, ellos tienen la culpa.
Me acuerdo aquello tan bíblico de que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y yo me pregunto si toda esa gente que desde sus múltiples conexiones a Internet está dispuesta a criticar y a organizar marchas de silencio o caceroladas nunca ha pagado una mordida, ni se ha saltado un puesto en una fila, ni se ha metido una raya de coca, ni se ha fumado un porrito ("no, es que esta es la maría que cultiva mi primo"), ni ha comprado un disco pirata, ni ha defraudado a hacienda, ni ha pedido una beca para el extranjero y se ha quedado sin terminar los estudios, ni ha cenado o comido en una dependencia oficial, ni ha enseñado con la palabra, los actos o la convicción que más vale torcer las cosas un poco para obtener lo que uno quiere que esperarse.
Yo, confieso, no estoy libre de pecado. De lo que sí estoy libre de pecado es de atentar contra la paz de mi país en favor de unos pesos (o millones de pesos) más. A los que desprecio profundamente son a todos y cada uno de los miembros de esas bandas de delicuentes que, encima en plan Robin Hood, están acabando con la tranquilidad y la felicidad de mi país.
Me gustaría afirmar, como Hessel, que "la violencia no es eficaz". Pero la encuentro tan eficaz ahora para llamar al miedo - el terrorismo no es eficaz, es una lacra.
Y eso, ir a incendiar un casino, colgar gente muerta de puentes peatonales, desaparecer a personas es terrorismo. No tiene ningún otro nombre. Y por eso nos da miedo nombrarlo. Y nos parece más fácil ponerle las culpas a los que tienen nombre y apellido.
Cómo me gustaría saber una fórmula mágica de acabar con esto. Pero, al final, si tú también eres corrupto o violento en tu casa, tú también eres la razón de todo esto. Me acuerdo de aquel "si no votas, no te quejes" - si no cambias, no te quejes.
Gritando no se entiende la gente. La violencia no es eficaz. Y desprecio profundamente a quienes creen que lo es.
- Extra: Sí, Estados Unidos consume muchísima droga. México también. Y no son los únicos - Saviano explica en Gomorra cómo los italianos se hicieron grandes consumidores cuando fueron también traficantes. Y este artículo del NYT explica el gravísimo problema de adicción que hay en Afganistán. Nadie, en caso de terrorismo, es del todo inocente. Y menos, para mí, los que se escudan en su infinita mala suerte para convertirse en los terroristas de otros.
La gente se desgarra las vestiduras. Casi de inmediato ví en todas las redes sociales aquel famoso de "si no pueden, renuncien". Me rebotaba en los oídos. "Si no pueden, renuncien". Nada, nada en contra de los señores que estacionaron sus coches afuera del casino, entraron, rociaron de gasolina las máquinas, las enciendieron y salieron corriendo.
La "culpa" es del gobierno que no puede, que ha diseñado mal su estrategia contra el crimen. De las autoridades que permitían que el casino - negocio turbio, por supuesto - siguiera operando a pesar de los pesares. De los dueños del casino quienes, además de tener un cierto punto de turbiedad, no tenían al día las salidas de emergencia y todas esas cosas necesarias para proteger a sus clientes de una situación de riesgo total. Y el gobierno dice que los culpables son los otros gobiernos, los adictos, los que consumen la droga y permiten la venta de armas.
Esos son los culpables.
No son culpables los grandísimos cabrones que entraron a quemar, a matar, sin mayor respeto por nadie. Ellos no son culpables porque no tienen culpa, fueron chupados por un sistema maldito que no les da educación ni trabajo, que no les enseña que hay cosas mejor que morir rico, joven, temido y empericado. No son culpables porque bueno, qué culpa.
No tienen nombre y apellido - más fácil, más lógico, ponerle la culpa a la gente que está en las instituciones del país, democráticas del todo o no. Esos que se pusieron al frente, que seguro se están llenando los bolsillos de dinero, que les gusta ponerse de rodillas frente a las "potencias extranjeras", que encuentran que un país patrullado por el ejército es lo mejor que les podía pasar... ellos, esos grandísimos cabrones con nombre y apellido, ellos tienen la culpa.
Me acuerdo aquello tan bíblico de que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y yo me pregunto si toda esa gente que desde sus múltiples conexiones a Internet está dispuesta a criticar y a organizar marchas de silencio o caceroladas nunca ha pagado una mordida, ni se ha saltado un puesto en una fila, ni se ha metido una raya de coca, ni se ha fumado un porrito ("no, es que esta es la maría que cultiva mi primo"), ni ha comprado un disco pirata, ni ha defraudado a hacienda, ni ha pedido una beca para el extranjero y se ha quedado sin terminar los estudios, ni ha cenado o comido en una dependencia oficial, ni ha enseñado con la palabra, los actos o la convicción que más vale torcer las cosas un poco para obtener lo que uno quiere que esperarse.
Yo, confieso, no estoy libre de pecado. De lo que sí estoy libre de pecado es de atentar contra la paz de mi país en favor de unos pesos (o millones de pesos) más. A los que desprecio profundamente son a todos y cada uno de los miembros de esas bandas de delicuentes que, encima en plan Robin Hood, están acabando con la tranquilidad y la felicidad de mi país.
Me gustaría afirmar, como Hessel, que "la violencia no es eficaz". Pero la encuentro tan eficaz ahora para llamar al miedo - el terrorismo no es eficaz, es una lacra.
Y eso, ir a incendiar un casino, colgar gente muerta de puentes peatonales, desaparecer a personas es terrorismo. No tiene ningún otro nombre. Y por eso nos da miedo nombrarlo. Y nos parece más fácil ponerle las culpas a los que tienen nombre y apellido.
Cómo me gustaría saber una fórmula mágica de acabar con esto. Pero, al final, si tú también eres corrupto o violento en tu casa, tú también eres la razón de todo esto. Me acuerdo de aquel "si no votas, no te quejes" - si no cambias, no te quejes.
Gritando no se entiende la gente. La violencia no es eficaz. Y desprecio profundamente a quienes creen que lo es.
- Extra: Sí, Estados Unidos consume muchísima droga. México también. Y no son los únicos - Saviano explica en Gomorra cómo los italianos se hicieron grandes consumidores cuando fueron también traficantes. Y este artículo del NYT explica el gravísimo problema de adicción que hay en Afganistán. Nadie, en caso de terrorismo, es del todo inocente. Y menos, para mí, los que se escudan en su infinita mala suerte para convertirse en los terroristas de otros.
26.8.11
Un lugar que no existe
Me despertó la tormenta eléctrica. Hace apenas dos días que había dejado mi orilla mediterránea de calor asfixiante y sudor que se pega al cuerpo para salir corriendo hacia el aeropuerto y subirme a un avión lleno de turistas tosijosos y amigos del escándalo que regresaban de vacaciones. Ya en el avión mis pies - con sandalias - se congelaban. Al bajar, los 16 grados ambiente me parecieron lo más frío que existía.
Ayer deambulé por la casa con calcetines de lana, un suéter y una taza de té. Mi cuerpo estaba perdido. Mi cabeza también - miraba a la maleta tratando de imaginar por qué había empacado tres bikinis y dos faldas cortísimas y sólo unos zapatos cerrados.
Hoy los truenos me regresaron a los veranos en Guadalajara, de horas y horas de juego de interiores, de Monopoly, música y televisión. Busqué en internet, en esta computadora a la que le falta una letra que sólo existe en mi idioma materno, aquella canción.
Y con un soundtrack y la lluvia y un sandwich de crema de cacahuate, me mudé a este lugar que no existe: afuera de la ventana, la gente va a la escuela y al trabajo en bicicleta bajo la lluvia. Adentro, yo escribo y escribo y escribo mientras me bamboleo sobre la silla y el gato me mira, sospechando que en realidad no estoy aquí.
Ayer deambulé por la casa con calcetines de lana, un suéter y una taza de té. Mi cuerpo estaba perdido. Mi cabeza también - miraba a la maleta tratando de imaginar por qué había empacado tres bikinis y dos faldas cortísimas y sólo unos zapatos cerrados.
Hoy los truenos me regresaron a los veranos en Guadalajara, de horas y horas de juego de interiores, de Monopoly, música y televisión. Busqué en internet, en esta computadora a la que le falta una letra que sólo existe en mi idioma materno, aquella canción.
Y con un soundtrack y la lluvia y un sandwich de crema de cacahuate, me mudé a este lugar que no existe: afuera de la ventana, la gente va a la escuela y al trabajo en bicicleta bajo la lluvia. Adentro, yo escribo y escribo y escribo mientras me bamboleo sobre la silla y el gato me mira, sospechando que en realidad no estoy aquí.
23.8.11
Agosto II
En el verano, con el calor, me regresa la nostalgia por cosas hace mucho tiempo perdidas y a veces recuperadas. Por ejemplo, las cartas. Aquello de esperar con ansiedad que en el buzón apareciera un sobre normal, dirigido a tí, sin hojas membretadas ni fechas esperadas de pago.
Ahora quizá llegan menos cartas por correo normal - la costumbre que tengo con un amigo de enviarnos postales, mi madre que me felicita el cumpleaños y la navidad -, pero siguen cayendo poco a poco por el correo electrónico algunas que narran vacaciones, visitas culturales, familias felices. Y son, verdaderamente, como agua de mayo en plena sequía estival.
+ + + + +
Después de pasar seis veranos de este lado del mundo - o por lo menos parte de ellos - he aprendido que agosto es, en realidad, un estado mental. El sol cae a plomo y no permite hacer mucho, sí, pero además es el momento que tomas para hacer una pausa y no pensar. O intentar no pensar. Para mirar cómo tu cuerpo es modificable (que va de blanco a moreno, de delgado a hinchado después de paellas y sangrías). Para ver las golondrinas pasar de un lado a otro. Para intentar conservar vivas las plantas de la terraza a pesar de todo. Para limpiar el armario, sacar los cadáveres, imaginar un mundo nuevo.
El día más triste no es cuando se acaban las vacaciones en sí. El día más triste es el 31 de agosto, que es algo así como las 12 de la noche en el que se acaba el encanto.
+ + + + +
Barcelona huele a una cosa rara entre cloaca caliente y crema solar. Los amigos van y vienen. Cuando regresan, uno se va. Cuando uno se va, todos están aquí. El permanente desencuentro. Pero tenemos la esperanza de los meses normales, del otoño, donde nos necesitamos para estar juntos y recordarnos que sólo faltan un par de temporadas más para volver a la playa, a los chiringuitos y a las sardinadas. A esas cosas que, sin saber muy bien por qué, aseguran algunos momentos puntuales de felicidad.
Ahora quizá llegan menos cartas por correo normal - la costumbre que tengo con un amigo de enviarnos postales, mi madre que me felicita el cumpleaños y la navidad -, pero siguen cayendo poco a poco por el correo electrónico algunas que narran vacaciones, visitas culturales, familias felices. Y son, verdaderamente, como agua de mayo en plena sequía estival.
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Después de pasar seis veranos de este lado del mundo - o por lo menos parte de ellos - he aprendido que agosto es, en realidad, un estado mental. El sol cae a plomo y no permite hacer mucho, sí, pero además es el momento que tomas para hacer una pausa y no pensar. O intentar no pensar. Para mirar cómo tu cuerpo es modificable (que va de blanco a moreno, de delgado a hinchado después de paellas y sangrías). Para ver las golondrinas pasar de un lado a otro. Para intentar conservar vivas las plantas de la terraza a pesar de todo. Para limpiar el armario, sacar los cadáveres, imaginar un mundo nuevo.
El día más triste no es cuando se acaban las vacaciones en sí. El día más triste es el 31 de agosto, que es algo así como las 12 de la noche en el que se acaba el encanto.
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Barcelona huele a una cosa rara entre cloaca caliente y crema solar. Los amigos van y vienen. Cuando regresan, uno se va. Cuando uno se va, todos están aquí. El permanente desencuentro. Pero tenemos la esperanza de los meses normales, del otoño, donde nos necesitamos para estar juntos y recordarnos que sólo faltan un par de temporadas más para volver a la playa, a los chiringuitos y a las sardinadas. A esas cosas que, sin saber muy bien por qué, aseguran algunos momentos puntuales de felicidad.
16.8.11
Hessel y los viejos sabios
Mis abuelos se murieron hace años - que no mis abuelas, que han perdurado como dictan los cánones de esperanza de vida. Y quien ha hablado conmigo sabe que de vez en cuando se escurren, los cuatro, en mi conversación. Por cosas que decían, que hacían, que esperaban de la vida. Por lo que yo decidí imitar (o no) de la suya.
Lo que es cierto es que siempre me ha parecido que la experiencia - los años vividos, el camino recorrido - da una perspectiva que ninguna otra cosa. El "nadie puede experimentar en cabeza ajena". Sí, es verdad. Pero a veces sirve que te digan cómo se ve tal o cuál cosa desde primera línea de fuego.
Hace unos meses comenzamos a hablar en la Facultad del libro "Indignaos", de Stéphane Hessel. Muchos lo llamaban un panfleto - en el fondo, era un discurso donde un hombre viejo pero aún firme, experimentado y lúcido llamaba al cambio, al movimiento, a la variación. Siempre a los viejos les desconcierta cuando ven a los jóvenes anestesiados - en frente de cualquier cosa. Los quieren ver en movimiento.
Hessel llama a una consciencia de que las cosas, de verdad, no están bien. Que estamos envueltos en una marea incesante de consumo y confort sin darnos cuenta que muchos a nuestro alrededor no alcanzan a ello. Y que no se trata de levantarse en violencia o desatar el caos, sino de cambiar la manera en cómo percibimos la realidad.
El último día de clases, regalé una copia del librito en cada uno de mis salones - uno de mis alumnos me reclamó. Me dijo que para qué. Que había gente que nunca, nunca despertaría. Que no necesitábamos que despertaran de su anestesia de consumo y vida calma.
Yo tengo la esperanza de que despertemos. De que de pronto, un día, las frases de Hessel me (nos) resuenen como me pasa con los dichos de mis abuelos - que parezca que tengan un sentido. Y todo esto viene un poco como comercial para una página sobre Hessel con la que estoy colaborando en Facebook. Ya me dirán qué les parece.
Lo que es cierto es que siempre me ha parecido que la experiencia - los años vividos, el camino recorrido - da una perspectiva que ninguna otra cosa. El "nadie puede experimentar en cabeza ajena". Sí, es verdad. Pero a veces sirve que te digan cómo se ve tal o cuál cosa desde primera línea de fuego.
Hace unos meses comenzamos a hablar en la Facultad del libro "Indignaos", de Stéphane Hessel. Muchos lo llamaban un panfleto - en el fondo, era un discurso donde un hombre viejo pero aún firme, experimentado y lúcido llamaba al cambio, al movimiento, a la variación. Siempre a los viejos les desconcierta cuando ven a los jóvenes anestesiados - en frente de cualquier cosa. Los quieren ver en movimiento.
Hessel llama a una consciencia de que las cosas, de verdad, no están bien. Que estamos envueltos en una marea incesante de consumo y confort sin darnos cuenta que muchos a nuestro alrededor no alcanzan a ello. Y que no se trata de levantarse en violencia o desatar el caos, sino de cambiar la manera en cómo percibimos la realidad.
El último día de clases, regalé una copia del librito en cada uno de mis salones - uno de mis alumnos me reclamó. Me dijo que para qué. Que había gente que nunca, nunca despertaría. Que no necesitábamos que despertaran de su anestesia de consumo y vida calma.
Yo tengo la esperanza de que despertemos. De que de pronto, un día, las frases de Hessel me (nos) resuenen como me pasa con los dichos de mis abuelos - que parezca que tengan un sentido. Y todo esto viene un poco como comercial para una página sobre Hessel con la que estoy colaborando en Facebook. Ya me dirán qué les parece.
15.8.11
Mentalidad de la masa
Son vacaciones y a veces quisiera alejarme de las noticias pero me pasan dos cosas: para mí, la actualidad es una especie de droga y, además, tengo una deformación profesional que me obliga a saber en qué lugar del mundo, en qué momento vivo.
La semana pasada vi en televisión, en diarios, el asunto de los disturbios en Londres. Trataba de imaginármelo sin éxito - esa ciudad, en donde a veces me parece que la gente va encorsetada, en llamas, en caos. Podía pensarlo en función de lo que pasó hace un par de años en las banlieus de París, pero igualmente me sorprendía... me llegaba la pregunta esa de quién, cuándo y por qué.
Escuché las dos partes de las discusiones: en una comida, alguien con una manicura perfecta y buenas referencias crediticias, defendió a los "manifestantes" como parte de un momento de decepción social, de rabia contra la policía represora, contra un sistema imposible. Sin embargo, algo me sonaba raro. Algo no terminaba de cuajarme.
Ayer leí un artículo del New York Times que se preguntaba lo mismo: por qué. Y a través de varias entrevistas y casos de personas que, literalmente, no sabían qué les había pasado, hacen una reflexión sobre la mentalidad de la masa.
Eso me regresa a España y sus fiestas típicas, sobre todo en verano. Fiestas en donde, por ejemplo, todo un pueblo borracho hasta las cachas recorre por las calles a un toro - a pesar de que sea peligroso. Pueblos en donde se azotan unos a otros con tomates - sin importar que manchen, que sean alimento precioso para otros, que puedan quedar muy bien en la sopa. Pueblos y ciudades en los que la gente salimos a la calle, bebemos hasta la perdición y gritamos en las plazas, bailamos olvidándonos de cualquier verguenza.
Eso también es la mentalidad de masa - la que se desata en las celebraciones de las copas de futbol, en las fiestas de cumpleaños y en los lapidamientos.
Quizá no seamos tan "civilizados" ni "políticamente conscientes" como queremos creer. Quizá no es que estemos "indignados" - lo que estamos en arrastrados por un estado de molestia o de furor.
Mucho menos emocionante y esperanzador, sí. Pero quizá mucho más humano.
La semana pasada vi en televisión, en diarios, el asunto de los disturbios en Londres. Trataba de imaginármelo sin éxito - esa ciudad, en donde a veces me parece que la gente va encorsetada, en llamas, en caos. Podía pensarlo en función de lo que pasó hace un par de años en las banlieus de París, pero igualmente me sorprendía... me llegaba la pregunta esa de quién, cuándo y por qué.
Escuché las dos partes de las discusiones: en una comida, alguien con una manicura perfecta y buenas referencias crediticias, defendió a los "manifestantes" como parte de un momento de decepción social, de rabia contra la policía represora, contra un sistema imposible. Sin embargo, algo me sonaba raro. Algo no terminaba de cuajarme.
Ayer leí un artículo del New York Times que se preguntaba lo mismo: por qué. Y a través de varias entrevistas y casos de personas que, literalmente, no sabían qué les había pasado, hacen una reflexión sobre la mentalidad de la masa.
Eso me regresa a España y sus fiestas típicas, sobre todo en verano. Fiestas en donde, por ejemplo, todo un pueblo borracho hasta las cachas recorre por las calles a un toro - a pesar de que sea peligroso. Pueblos en donde se azotan unos a otros con tomates - sin importar que manchen, que sean alimento precioso para otros, que puedan quedar muy bien en la sopa. Pueblos y ciudades en los que la gente salimos a la calle, bebemos hasta la perdición y gritamos en las plazas, bailamos olvidándonos de cualquier verguenza.
Eso también es la mentalidad de masa - la que se desata en las celebraciones de las copas de futbol, en las fiestas de cumpleaños y en los lapidamientos.
Quizá no seamos tan "civilizados" ni "políticamente conscientes" como queremos creer. Quizá no es que estemos "indignados" - lo que estamos en arrastrados por un estado de molestia o de furor.
Mucho menos emocionante y esperanzador, sí. Pero quizá mucho más humano.
14.8.11
Agosto
En el aeropuerto, hay una fila especial para las personas que van a Tel Aviv. Los empleados de la aerolínea los pasan uno por uno frente a unos atriles normales, de músico. Los viajeros se detienen frente al atril y los empleados atrás. Con seriedad - y muchos, con un boli en la mano - parecen directores de orquesta casi dictatoriales que quieren saberlo todo en la mejor voz, de la mejor manera. Hay algo en los atriles que suaviza la imagen - sin embargo, es un interrogatorio. Por más que sea vestido de civil.
+ + + + +
Qué bueno sería poder pasar por los controles del aeropuerto y tomar café de mañana con aquellos que se van de viaje y luego despedirlos - con un pañuelito blanco, claro - desde el ventanal, desde su puerta de embarque. Qué bonitos serían esos ventanales llenos de besos.
+ + + + +
A las dos de la tarde, V baja todas las cortinas de casa para evitar que el sol entre por las estancias de nuestro pequeño hogar y lo convierta en un infierno. Yo, animal pavloviano, entro inmediatamente en letargo como si fuera el ocaso, como si debiera dormir. Y duermo, para recuperar las horas del insomnio que es la guarnición preferida de mi sueño en vacaciones.
+ + + + +
Poco menos de una semana atrás, recibí un mensaje en el móvil avisándome que alguien con quien yo había disfrutado mucho trabajar en conjunto había muerto. No quedaba claro cómo, sólo sabíamos que había sido en Brasil. Buscando, dimos con una noticia que contaba cómo él había llegado de vacaciones un día antes, había salido en la mañana a correr, se había metido al mar y luego de sufrir un ataque cardíaco se había ahogado. No podía, no pude. Durante todo el día lo tenía en la mente, en la punta de la lengua - cerraba los ojos y nos veía en una fotografía en la que posamos, sonrientes, al final del trabajo que hicimos juntos. Lo veía en mis sueños.
B me dijo: "piénsalo así - probablemente, murió rápido y sin dolor. Y la última imagen sobre la que se posaron sus ojos fue un mar hermoso, un momento para no olvidar".
Esa noche me metí al mar pensando en él. Y ahí, me despedí. Sin lágrimas. Con el bamboleo propio de las olas. Con lo que diría José Carlos Becerra es la clave morse de los ahogados.
+ + + + +
Casi llegamos al meridiano del verano. Sé que hay que volver a trabajar como normal, pero en esta ciudad no se puede. Yo quisiera planes múltiples, playa, sábados y domingos... como le pasa a una amiga que tiene todo el mes de vacaciones. No sabe en qué día vive porque para ella todos los días son sábados o domingos. Si se levanta con ganas de hacer compras y salir, es sábado. Si sólo quiere ver la televisión, es domingo.
Sube la temperatura. Agosto se resiste, como yo, a explicar lo que le gustaría ser cuando sea mayor.
+ + + + +
Qué bueno sería poder pasar por los controles del aeropuerto y tomar café de mañana con aquellos que se van de viaje y luego despedirlos - con un pañuelito blanco, claro - desde el ventanal, desde su puerta de embarque. Qué bonitos serían esos ventanales llenos de besos.
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A las dos de la tarde, V baja todas las cortinas de casa para evitar que el sol entre por las estancias de nuestro pequeño hogar y lo convierta en un infierno. Yo, animal pavloviano, entro inmediatamente en letargo como si fuera el ocaso, como si debiera dormir. Y duermo, para recuperar las horas del insomnio que es la guarnición preferida de mi sueño en vacaciones.
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Poco menos de una semana atrás, recibí un mensaje en el móvil avisándome que alguien con quien yo había disfrutado mucho trabajar en conjunto había muerto. No quedaba claro cómo, sólo sabíamos que había sido en Brasil. Buscando, dimos con una noticia que contaba cómo él había llegado de vacaciones un día antes, había salido en la mañana a correr, se había metido al mar y luego de sufrir un ataque cardíaco se había ahogado. No podía, no pude. Durante todo el día lo tenía en la mente, en la punta de la lengua - cerraba los ojos y nos veía en una fotografía en la que posamos, sonrientes, al final del trabajo que hicimos juntos. Lo veía en mis sueños.
B me dijo: "piénsalo así - probablemente, murió rápido y sin dolor. Y la última imagen sobre la que se posaron sus ojos fue un mar hermoso, un momento para no olvidar".
Esa noche me metí al mar pensando en él. Y ahí, me despedí. Sin lágrimas. Con el bamboleo propio de las olas. Con lo que diría José Carlos Becerra es la clave morse de los ahogados.
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Casi llegamos al meridiano del verano. Sé que hay que volver a trabajar como normal, pero en esta ciudad no se puede. Yo quisiera planes múltiples, playa, sábados y domingos... como le pasa a una amiga que tiene todo el mes de vacaciones. No sabe en qué día vive porque para ella todos los días son sábados o domingos. Si se levanta con ganas de hacer compras y salir, es sábado. Si sólo quiere ver la televisión, es domingo.
Sube la temperatura. Agosto se resiste, como yo, a explicar lo que le gustaría ser cuando sea mayor.
21.7.11
Silencio
No soporto, no entiendo, a alguien que se pone a hablar en medio de una película. Especialmente cuando no está sola.
Cuando estaba en la Universidad, teníamos la rara ventaja de estar a diez minutos de automóvil de varios multiplex (cines con múltiples salas). Además, la gran mayoría llegábamos a clase en automóvil propio - tan malo es el transporte público en la ciudad en la que nací, tan mimados estábamos todos que nuestros padres nos habían dado nuestros propios autos.
En fin - ir al cine de las 14h00 era casi garantía de encontrarse la sala para ti solo. O sólo para los 8 ó diez que habíamos escapado de la clase de historia de la cinematografía o de estética (cualquier duda en mis gustos artístico-musicales se resuelve así). Entonces entrábamos y, solos en la sala, nos dedicábamos a criticar a voz en cuello la actuación, el decorado, los movimientos de cámara... todo que parecía que podía sustituir nuestra carísima clase y los 20-30 pesos que habíamos pagado por la entrada.
Nada que ver con la mujer quien, en una sala normal, a la mitad de la tarde, se pone a hablar por teléfono mientras el protagonista de la película (Bruno Ganz, en Das Ende ist mein Anfang) se muere a pedazos. Entonces qué ganas de levantarse, imprecarla e impedirle que tome un móvil por el resto de su vida...
... pero eso, claro, es mi mal genio de vacaciones. Un par de besos y mimos y estaré bien. En serio... pero por si acaso, mejor no hablar durante las películas.
Los pacientes psiquiátricos somos un poco de cuidado. O un mucho. Y requerimos de esa ternura que llega en paquetes insobornables. En situaciones perdidas y recién recuperadas. En actos suicidas. En eso... que no sé muy bien cómo se llama. En esos finales que, en el fondo, parecen principios.
Cuando estaba en la Universidad, teníamos la rara ventaja de estar a diez minutos de automóvil de varios multiplex (cines con múltiples salas). Además, la gran mayoría llegábamos a clase en automóvil propio - tan malo es el transporte público en la ciudad en la que nací, tan mimados estábamos todos que nuestros padres nos habían dado nuestros propios autos.
En fin - ir al cine de las 14h00 era casi garantía de encontrarse la sala para ti solo. O sólo para los 8 ó diez que habíamos escapado de la clase de historia de la cinematografía o de estética (cualquier duda en mis gustos artístico-musicales se resuelve así). Entonces entrábamos y, solos en la sala, nos dedicábamos a criticar a voz en cuello la actuación, el decorado, los movimientos de cámara... todo que parecía que podía sustituir nuestra carísima clase y los 20-30 pesos que habíamos pagado por la entrada.
Nada que ver con la mujer quien, en una sala normal, a la mitad de la tarde, se pone a hablar por teléfono mientras el protagonista de la película (Bruno Ganz, en Das Ende ist mein Anfang) se muere a pedazos. Entonces qué ganas de levantarse, imprecarla e impedirle que tome un móvil por el resto de su vida...
... pero eso, claro, es mi mal genio de vacaciones. Un par de besos y mimos y estaré bien. En serio... pero por si acaso, mejor no hablar durante las películas.
Los pacientes psiquiátricos somos un poco de cuidado. O un mucho. Y requerimos de esa ternura que llega en paquetes insobornables. En situaciones perdidas y recién recuperadas. En actos suicidas. En eso... que no sé muy bien cómo se llama. En esos finales que, en el fondo, parecen principios.
19.7.11
"¡Vigiladme!"
Barcelona es una de esas ciudades en el mundo en las que puedes salir a la calle en pijama y prácticamente nadie se entera - o parece enterarse. Supongo que tiene que ver con que todos vamos a la calle con unas pintas bastante libres o que parece que el laissez faire se ha convertido en el lema de la ciudad. Casi nada, o nada, parece sorprender a las calles.
Y ayer, yo no podía dejar de verlo. Caminaba por la Ronda de Sant Antoni hacia el mercado desde Plaza Universidad. Se tambaleaba constantemente, cruzando de un lado a otro la acera. Llevaba unos jeans sucísimos, como de haber estado en el suelo, un polo blanco igual de sucio y una gorra debajo de la cual se adivinaba un cabello pegado por el sudor y la suciedad. No sé a qué olía: no me detuve lo suficientemente cerca. Me asustó su bamboleo y me fuí al extremo de la calle. Pero desde ahí lo veía levantar las manos al cielo y gritar: "¡Madre, hermanos! ¡Vigiladme que voy borracho! ¡Vigiladme y sostenerme que me puedo caer! ¡Voy borracho, madre! ¡Hermanos, sostenedme! ¡Voy muy borracho!".
Su sirena particular alertaba a los otros traseúntes, que nos retirábamos de la calle a su paso y evitábamos verlo no porque no nos importaba, sino por la pena. Esa pena entendida como tristeza y convertida, quizá, en una sucesión de imágenes a su alrededor que le sostenía. Quizá sí que le vigilaban: y vigilábamos todos, evitando cruzarnos en su camino.
Y ayer, yo no podía dejar de verlo. Caminaba por la Ronda de Sant Antoni hacia el mercado desde Plaza Universidad. Se tambaleaba constantemente, cruzando de un lado a otro la acera. Llevaba unos jeans sucísimos, como de haber estado en el suelo, un polo blanco igual de sucio y una gorra debajo de la cual se adivinaba un cabello pegado por el sudor y la suciedad. No sé a qué olía: no me detuve lo suficientemente cerca. Me asustó su bamboleo y me fuí al extremo de la calle. Pero desde ahí lo veía levantar las manos al cielo y gritar: "¡Madre, hermanos! ¡Vigiladme que voy borracho! ¡Vigiladme y sostenerme que me puedo caer! ¡Voy borracho, madre! ¡Hermanos, sostenedme! ¡Voy muy borracho!".
Su sirena particular alertaba a los otros traseúntes, que nos retirábamos de la calle a su paso y evitábamos verlo no porque no nos importaba, sino por la pena. Esa pena entendida como tristeza y convertida, quizá, en una sucesión de imágenes a su alrededor que le sostenía. Quizá sí que le vigilaban: y vigilábamos todos, evitando cruzarnos en su camino.
17.7.11
Don de ubicarse
Mi padre - que me tiene una paciencia infinita - lo intenta una y otra vez. "Acuérdate: para saber dónde están tus puntos cardinales tienes que buscar dónde sale y se mete el sol. Tu mano derecha donde sale el sol, tu mano izquierda en donde se mete - entonces el norte está en tu espalda y el sur en tu nariz". O algo así. Probablemente lo estoy citando mal porque nunca, nunca me acuerdo. Y cualquiera que haya tratado de recorrer junto conmigo una ciudad sabe que le doy vueltas a los mapas para intentar ubicarme.
A falta de capacidad espacial, parece que en la repartición de dones fue a dar hasta mi cabeza una brújula de ave migratoria. Sin saber muy bien ni cómo, al final sé hacia dónde dirigirme y cómo llegar. Usualmente.
Barcelona me dió una oportunidad más para aprender a ubicarme. Después de unos meses perdiéndome, alguien un día me citó en una esquina "lado mar, llobregat". Me quedé de piedra. Entonces me explicaron una ley de ubicación barcelonesa clásica: estás rodeado por cuatro referencias naturales - las montañas y el mar de un lado, y los ríos Llobregat y Besòs. Con esto, puedes explicarle a alguien exactamente en qué lado de la calle estarás. Vamos, ha resultado tan útil que incluso hice un post para turistas en la página web de turismo en la que colaboro.
Pero no siempre es infalible: el viernes quedé en Montjuic, en Plaza Espanya, para subir al cine al aire libre. En mensajes de textos el acuerdo fue: Nos vemos en Plaza Espanya, viendo a la montaña del lado izquierdo. Todo claro y sencillo... Aparentemente.
Veamos - cuando uno está en Plaza Espanya frente a tí está Montjuic, digamos en lo que usualmente sería el lado mar. En tapatío perfecto Montjuic es un "cerro" y la montaña, lo que usualmente es mi referencia, es el tibidabo y demás en la parte posterior de la ciudad. Resultado: estás en un lugar en donde tanto enfrente como atrás tienes montaña.
Yo no dudé, lo que llevo a que indudablemente tardáramos un poco más en encontrarnos. Y que luego tuviéramos unas risas por la tontería. Me hizo pensar en que de nada sirve que sepas la teoría: como siempre, es mejor tener el sentido común de la práctica y, si lo que estás buscando no está del lado en el que creías, ve al otro. Quizá esté ahí.
Así de zen es esta historia.
Actualización: En los comentarios de este mensaje, mi padre me corrije y me dice que en realidad "si tu mano derecha apunta al oriente donde sale el sol siempre tendrás al frente el norte y tu espalda es el sur". Y lo dicho... paciencia infinita.
A falta de capacidad espacial, parece que en la repartición de dones fue a dar hasta mi cabeza una brújula de ave migratoria. Sin saber muy bien ni cómo, al final sé hacia dónde dirigirme y cómo llegar. Usualmente.
Barcelona me dió una oportunidad más para aprender a ubicarme. Después de unos meses perdiéndome, alguien un día me citó en una esquina "lado mar, llobregat". Me quedé de piedra. Entonces me explicaron una ley de ubicación barcelonesa clásica: estás rodeado por cuatro referencias naturales - las montañas y el mar de un lado, y los ríos Llobregat y Besòs. Con esto, puedes explicarle a alguien exactamente en qué lado de la calle estarás. Vamos, ha resultado tan útil que incluso hice un post para turistas en la página web de turismo en la que colaboro.
Pero no siempre es infalible: el viernes quedé en Montjuic, en Plaza Espanya, para subir al cine al aire libre. En mensajes de textos el acuerdo fue: Nos vemos en Plaza Espanya, viendo a la montaña del lado izquierdo. Todo claro y sencillo... Aparentemente.
Veamos - cuando uno está en Plaza Espanya frente a tí está Montjuic, digamos en lo que usualmente sería el lado mar. En tapatío perfecto Montjuic es un "cerro" y la montaña, lo que usualmente es mi referencia, es el tibidabo y demás en la parte posterior de la ciudad. Resultado: estás en un lugar en donde tanto enfrente como atrás tienes montaña.
Yo no dudé, lo que llevo a que indudablemente tardáramos un poco más en encontrarnos. Y que luego tuviéramos unas risas por la tontería. Me hizo pensar en que de nada sirve que sepas la teoría: como siempre, es mejor tener el sentido común de la práctica y, si lo que estás buscando no está del lado en el que creías, ve al otro. Quizá esté ahí.
Así de zen es esta historia.
Actualización: En los comentarios de este mensaje, mi padre me corrije y me dice que en realidad "si tu mano derecha apunta al oriente donde sale el sol siempre tendrás al frente el norte y tu espalda es el sur". Y lo dicho... paciencia infinita.
15.7.11
Murakami, Cerati y yo
El verano está en pleno apogeo en Barcelona. La Universidad se va quedando desierta, los profesores firman actas de fin de curso y los becarios/doctorandos empezamos a hacer planes de cómo lograr - esteveranosí - avanzar un poco más en la tesis. Cómo no distraernos entre un mar de cosas que hacer.
Hay gente a la que le encanta el sol y la playa. Yo, bicho de ciudad, amo la playa pero no al pleno sol del mediodía. Me gusta en las tardes o a primera hora de la mañana. Lo que no me gusta, más bien, es el sol - es a lo que huyo. Así que hace unos días que decidí volver a correr comencé hacerlo alrededor de las ocho de la noche - todavía con un poco de luz, pero no con calor.
Comencemos por el principio: no es posible llamarme corredora. En realidad, no es posible llamarme deportista. Quienes me conocen saben que con excepción de bailar - que me encanta - pocas actividades físicas me parecen entretenidas. Ir al gimnasio es un hábito que he tomado transitoriamente pero acabo abandonando siempre por exceso de trabajo o cualquier cosa.
Y hace unos días, en medio de uno de esas situaciones imposibles que conjugan un mundo de trabajo y un mundo de culpa por el exceso de grasa en el cuerpo, tomé en mis manos el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" de Haruki Murakami. Me lo prestó alguien que ha hecho del ejercicio una forma de vida y de búsqueda de equilibrio. Me costó leer - todo me cuesta últimamente. Pero ahora estoy enganchada. Y no sólo eso: cuando iba por la página 30 tuve de pronto el impulso de salir a correr. De ponerme los zapatos de deporte, ropa cómoda y un acompañamiento musical adecuado y salir.
No es importante el tiempo ni la distancia - lo que es importante es que estoy comenzando a disfrutar los recorridos, aunque los primeros minutos sean una tortura en la que siempre estoy a punto de claudicar. Pero luego todo tiene sentido - mi cuerpo comienza a responder, mi respiración se acompasa y puedo ir a un ritmo consistente, no alto, pero bueno. Y comienzo a concentrarme en la música.
Ayer hubo un rato especialmente difícil por la humedad que había en la ciudad. Sudaba e incluso mi aparato de música lo resentía - se paró en algún momento. Cuando me quedaban un par de minutos para terminar, comenzó a sonar "En la ciudad de la furia", en aquel unplugged de Cerati con Andrea Echeverri. Y me quedé ahí, corriendo, hasta que se terminó la canción, pensando en nada más que en la letra, en la música, en la posibilidad de estar ahí.
Quizá correr sea parte de lo que tengo que aprender para terminar la tesis, la novela o lo que sea. Lo dice de alguna manera Murakami: esa necesidad de constancia, de sentir el cuerpo bien para tener las ideas amueblando adecuadamente la cabeza. No lo sé - lo único que sé es que hoy amanecí con ganas de escribir y hace tanto que no pasaba.
Es muy pronto para anunciarlo pero la tesis, el blog y todo lo pendiente pueden beneficiarse de este correr lento, pausado, pero constante. Veremos si me dura el verano.
Hay gente a la que le encanta el sol y la playa. Yo, bicho de ciudad, amo la playa pero no al pleno sol del mediodía. Me gusta en las tardes o a primera hora de la mañana. Lo que no me gusta, más bien, es el sol - es a lo que huyo. Así que hace unos días que decidí volver a correr comencé hacerlo alrededor de las ocho de la noche - todavía con un poco de luz, pero no con calor.
Comencemos por el principio: no es posible llamarme corredora. En realidad, no es posible llamarme deportista. Quienes me conocen saben que con excepción de bailar - que me encanta - pocas actividades físicas me parecen entretenidas. Ir al gimnasio es un hábito que he tomado transitoriamente pero acabo abandonando siempre por exceso de trabajo o cualquier cosa.
Y hace unos días, en medio de uno de esas situaciones imposibles que conjugan un mundo de trabajo y un mundo de culpa por el exceso de grasa en el cuerpo, tomé en mis manos el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" de Haruki Murakami. Me lo prestó alguien que ha hecho del ejercicio una forma de vida y de búsqueda de equilibrio. Me costó leer - todo me cuesta últimamente. Pero ahora estoy enganchada. Y no sólo eso: cuando iba por la página 30 tuve de pronto el impulso de salir a correr. De ponerme los zapatos de deporte, ropa cómoda y un acompañamiento musical adecuado y salir.
No es importante el tiempo ni la distancia - lo que es importante es que estoy comenzando a disfrutar los recorridos, aunque los primeros minutos sean una tortura en la que siempre estoy a punto de claudicar. Pero luego todo tiene sentido - mi cuerpo comienza a responder, mi respiración se acompasa y puedo ir a un ritmo consistente, no alto, pero bueno. Y comienzo a concentrarme en la música.
Ayer hubo un rato especialmente difícil por la humedad que había en la ciudad. Sudaba e incluso mi aparato de música lo resentía - se paró en algún momento. Cuando me quedaban un par de minutos para terminar, comenzó a sonar "En la ciudad de la furia", en aquel unplugged de Cerati con Andrea Echeverri. Y me quedé ahí, corriendo, hasta que se terminó la canción, pensando en nada más que en la letra, en la música, en la posibilidad de estar ahí.
Quizá correr sea parte de lo que tengo que aprender para terminar la tesis, la novela o lo que sea. Lo dice de alguna manera Murakami: esa necesidad de constancia, de sentir el cuerpo bien para tener las ideas amueblando adecuadamente la cabeza. No lo sé - lo único que sé es que hoy amanecí con ganas de escribir y hace tanto que no pasaba.
Es muy pronto para anunciarlo pero la tesis, el blog y todo lo pendiente pueden beneficiarse de este correr lento, pausado, pero constante. Veremos si me dura el verano.
29.6.11
"Número desconocido"
Mirar la pantalla del celular/móvil y pensar que, una vez más, le ha llegado a uno la oportunidad. Que toca. Que es el momento de ponerse las pilas. Que a lo mejor no puedes cambiarlo todo de golpe, pero alguien te está abriendo la puerta, dándote oportunidad de enfocar la cámara en una manera diferente. Que hay que encontrar las palabras adecuadas, precisas, templadas. Que hay que saber explicarse. Ser transparente. Actuar.
Escucho de parte de una amiga colombiana que "lo siente por los mexicanos". Siente el caos, la violencia, los dramas de gobierno. Yo también lo siento. Pero siento que tenemos una responsabilidad. Algo tenemos que poder hacer. Aunque sea hablar, aunque sea opinar, poner las cosas sobre la mesa. Tomar acciones aunque parezcan (o puedan parecer) frívolas. Dar un paso al frente y decir: "sí, señor... yo me apunto a limpiar el cochinero aunque sea afuera de mi casa y luego tirando la envoltura de mi gansito/panterarosa a la basura y no al suelo".
Mañana a las 7h30 de la mañana hora de México (14h30 de la tarde hora de España) me hablarán de Hoy por Hoy, el noticiero que dirige Carlos Puig en W Radio en México para hablar de MiEleccion.Mx. Quizá no sea mucho, pero es lo que estamos haciendo. Y me da mucha emoción poderlo compartir con más gente.
Esta tarde, cuando ví "número desconocido" en mi teléfono tuve ganas de echarme a reir - de pura gratitud y emoción con esas pequeñas cosas que hacen tomar sentido a años de trabajo.
Escucho de parte de una amiga colombiana que "lo siente por los mexicanos". Siente el caos, la violencia, los dramas de gobierno. Yo también lo siento. Pero siento que tenemos una responsabilidad. Algo tenemos que poder hacer. Aunque sea hablar, aunque sea opinar, poner las cosas sobre la mesa. Tomar acciones aunque parezcan (o puedan parecer) frívolas. Dar un paso al frente y decir: "sí, señor... yo me apunto a limpiar el cochinero aunque sea afuera de mi casa y luego tirando la envoltura de mi gansito/panterarosa a la basura y no al suelo".
Mañana a las 7h30 de la mañana hora de México (14h30 de la tarde hora de España) me hablarán de Hoy por Hoy, el noticiero que dirige Carlos Puig en W Radio en México para hablar de MiEleccion.Mx. Quizá no sea mucho, pero es lo que estamos haciendo. Y me da mucha emoción poderlo compartir con más gente.
Esta tarde, cuando ví "número desconocido" en mi teléfono tuve ganas de echarme a reir - de pura gratitud y emoción con esas pequeñas cosas que hacen tomar sentido a años de trabajo.
27.6.11
Placeres sencillos
Después de un rato de insomnio, sentir un cierto cosquilleo primero bajo el párpado derecho, que se pone tan pesado que se resbala sobre el ojo. Se cae. Y luego en el párpado izquierdo. Y dejar de escuchar los sonidos de fuera.
* * *
En una tarde de calor, entrar a una ducha caliente y sentirla casi fría por contraste. Regular el agua hasta terminar con agua fría, fresca. Salir y, en lugar de vestirse inmediatamente, acostarse sobre la cama envuelto en la toalla, sintiendo como la piel vaporiza y como algunas corrientes de aire se cuelan por las ventanas.
* * *
Sábado - levantarse absurdamente temprano y caminar hasta la panadería donde los croissants todavía están frescos, calientes, recién horneados. Llevar algunos a casa, hacer café, servir jugo de naranja. Desayunar mientras las golondrinas vuelan frente a la ventana.
* * *
Tomar un tren en domingo a medio día y llamar a un amigo para tomar unas cañas. Acabar comiendo en su casa, entre carcajadas, con el perro de la casa sobre el regazo. Regresar cuando cae el sol. Quedarse dormida en el tren - los ojos quieren ver el mar que se extiende frente a las mías pero el párpado derecho cosquillea y comienza a caer... pesado...
* * *
En una tarde de calor, entrar a una ducha caliente y sentirla casi fría por contraste. Regular el agua hasta terminar con agua fría, fresca. Salir y, en lugar de vestirse inmediatamente, acostarse sobre la cama envuelto en la toalla, sintiendo como la piel vaporiza y como algunas corrientes de aire se cuelan por las ventanas.
* * *
Sábado - levantarse absurdamente temprano y caminar hasta la panadería donde los croissants todavía están frescos, calientes, recién horneados. Llevar algunos a casa, hacer café, servir jugo de naranja. Desayunar mientras las golondrinas vuelan frente a la ventana.
* * *
Tomar un tren en domingo a medio día y llamar a un amigo para tomar unas cañas. Acabar comiendo en su casa, entre carcajadas, con el perro de la casa sobre el regazo. Regresar cuando cae el sol. Quedarse dormida en el tren - los ojos quieren ver el mar que se extiende frente a las mías pero el párpado derecho cosquillea y comienza a caer... pesado...
21.5.11
Mi otra jornada de reflexión
El viernes en la noche pasaron varias cosas. De este lado del mar, Judith y sus hijos vinieron a casa - hicimos pizza y patatas, conectamos la wii y vimos las caricaturas de la televisión digital. De aquel lado del mar, Mayra fue al hospital, acompañada de Javier y sus respectivos padres y esperaron, pacientemente, a que mi primera sobrina decidiera asomarse a la tierra. Y llegó, horas antes de que se terminara el día.
Para mí ya sábado en la mañana, recibí las noticias de parte del orgulloso padre mientras mis sobrinos adoptivos acampaban en mi salón exigiendo la reinstalación inmediata de la señal del televisor (que yo había desconectado durante la noche). Hicimos tortitas de desayunar, lloramos porque no nos queríamos bañar y salimos a comprar zapatos. Ellos siguieron paseando, yo trabajé un rato en la biblioteca y luego fui con Esther y Sam a comer. Me pasé la tarde haciéndole fotos y riéndome con el hecho de que acaba de aprender a decir que no, entonces todo es no. Aunque sea sonriendo con la intención de que sea sí.
Estoy en casa, tranquila, sola. Escucho el ruido de la lavadora, el murmullo de la gente que habla en la plaza, una gaviota escandalosa que grita afuera. El sol ilumina la planta junto al televisor. Hay tanto, tantísimo silencio.
Mucho se habla de los relojes biológicos y poco de la bendición que tenemos algunas de estar rodeadas de hijos de otros. Bendición para darnos cuenta que a la vez que son hermosos son tiranos. Bendición para encontrar en sus ojos (no de los niños, de sus madres) la certeza de que los humanos confiamos, somos optimistas por naturaleza, creemos en un buen y mejor futuro.
Y esos, señores, son los resultados de mi jornada de reflexión.
Para mí ya sábado en la mañana, recibí las noticias de parte del orgulloso padre mientras mis sobrinos adoptivos acampaban en mi salón exigiendo la reinstalación inmediata de la señal del televisor (que yo había desconectado durante la noche). Hicimos tortitas de desayunar, lloramos porque no nos queríamos bañar y salimos a comprar zapatos. Ellos siguieron paseando, yo trabajé un rato en la biblioteca y luego fui con Esther y Sam a comer. Me pasé la tarde haciéndole fotos y riéndome con el hecho de que acaba de aprender a decir que no, entonces todo es no. Aunque sea sonriendo con la intención de que sea sí.
Estoy en casa, tranquila, sola. Escucho el ruido de la lavadora, el murmullo de la gente que habla en la plaza, una gaviota escandalosa que grita afuera. El sol ilumina la planta junto al televisor. Hay tanto, tantísimo silencio.
Mucho se habla de los relojes biológicos y poco de la bendición que tenemos algunas de estar rodeadas de hijos de otros. Bendición para darnos cuenta que a la vez que son hermosos son tiranos. Bendición para encontrar en sus ojos (no de los niños, de sus madres) la certeza de que los humanos confiamos, somos optimistas por naturaleza, creemos en un buen y mejor futuro.
Y esos, señores, son los resultados de mi jornada de reflexión.
Recursos limitados
Cara a las elecciones, de pronto pareciera que todos podemos decidir. Sobre todo en un entorno como el que hay ahora en España: con las manifestaciones múltiples, las acampadas, la reconquista ciudadana del espacio público.
Lo cierto es que habemos algunos que no podemos decidir - esos que, estando lejos de nuestro país de origen, no somos literalmente ni de aquí ni de allá. Porque allá ya no podemos votar (al menos no en la mayoría de las ocasiones) y aquí, aunque se nos cuenta para pagar los impuestos, no se nos cuenta para decidir quién y en qué se los gasta.
Quizá por eso miro con especial escepticismo las acampadas: hay una parte de mi corazón que tiene un miedo confirmado por mis muy personales y limitados sondeos de opinión al respecto de que muchas de esas personas que están ahí no van a hacer uso de un derecho, de un recurso limitado - su voto. Porque están convencidos que el sistema no funciona y por eso están ahí para denunciarlo. Y también para perpetuarlo.
En términos muy simples veo dos maneras de cambiar un sistema: o generando una crisis tremenda que lo haga caer (veamos las revoluciones jazmín) o dándole un golpe de efecto desde adentro. Sí, el golpe de efecto puede ser más tardado pero tiene una ventaja: no incluye derramamiento de sangre. Hay una parte importante de la población que no tiene ningún interés en que el sistema actual cambie de raíz e incluso está dispuesto a pelear para que se quede así, para que se le conserven ciertos privilegios y ciertas seguridades - algunos pocos van y se querellan directamente con los manifestantes y otros están en sus casas, en sus sillones, en sus terrazas, hablando mal de ellos.
No se trata de criticar a quienes están en la acampada - creo que en el fondo la idea es buena, la demostración de poder de convocatoria ciudadana es magnífica y esperanzadora. Pero el poder real del ciudadano está también en ese recurso limitado que es el voto - en esa posibilidad de hacer que un partido pequeño gane otro escaño u otro partido más pequeño aún logre subirse de puntitas a la representación en los gobiernos. En la posibilidad de la alternancia incluso entre los partidos mayores que rivalizan. Quizá no cambiarán nada pero por lo menos garantizarán un poco más de diálogo y movimiento - la inclusión de otras caras, como reclaman los acampantes.
Es verdad, España está cansada y asustada frente a la crisis. Todos esos parados, todas esas subidas de precio, todos estos pisos vacíos, todo ese desconsuelo. Pero a veces me parece que en este país - y en tantos otros, sobre todo latinos - nos conformamos con quejarnos. Mientras más alto, mejor. Ponerle a otros el letrero inmenso de CULPABLE. Y quedarnos tan anchos. Y con eso ya nos parece que hemos pasado de la indignación a la acción.
Creo que uno de los primeros pasos a la acción es el voto, responsable, razonado. No en blanco porque favorece a los grupos que ya están representados. No abstención porque implica derrochar ese recurso limitado que algunos otros quisieran tener. Me acuerdo ahora de mi mamá regañandome cuando miraba aburrida un plato de judías verdes: "¿sabes cuántos niños no tienen para comer y tú no quieres comerte esto porque no te gusta?".
Me permito usar ese símil un poco simplista y sensiblón: si tú no quieres usar tu voto, acuérdate que es un recurso limitado. De que habemos algunos a los que sí nos gustaría ver entrar a otro partido al Parlamento, que haya movimiento. Que nos gustaría votar.
Si estás en España este domingo y no quieres votar por pereza o porque no crees que cambie nada, por favor, piensa en mí. Vota en mi nombre. Ese recurso limitado yo quiero aprovecharlo. Es la única manera que las consignas de las acampadas perduren y cambien el curso de nuestras realidades. Las palabras, los videos y las fotografías, por más que sean hermosas y significativas, se quedarán en el universo de Internet y se perderán eventualmente. Un voto no. Un voto va a los gobiernos municipales o autonómicos - va a hacer acción.
Date la oportunidad, dale la oportunidad a otros. A mí, por ejemplo.
Lo cierto es que habemos algunos que no podemos decidir - esos que, estando lejos de nuestro país de origen, no somos literalmente ni de aquí ni de allá. Porque allá ya no podemos votar (al menos no en la mayoría de las ocasiones) y aquí, aunque se nos cuenta para pagar los impuestos, no se nos cuenta para decidir quién y en qué se los gasta.
Quizá por eso miro con especial escepticismo las acampadas: hay una parte de mi corazón que tiene un miedo confirmado por mis muy personales y limitados sondeos de opinión al respecto de que muchas de esas personas que están ahí no van a hacer uso de un derecho, de un recurso limitado - su voto. Porque están convencidos que el sistema no funciona y por eso están ahí para denunciarlo. Y también para perpetuarlo.
En términos muy simples veo dos maneras de cambiar un sistema: o generando una crisis tremenda que lo haga caer (veamos las revoluciones jazmín) o dándole un golpe de efecto desde adentro. Sí, el golpe de efecto puede ser más tardado pero tiene una ventaja: no incluye derramamiento de sangre. Hay una parte importante de la población que no tiene ningún interés en que el sistema actual cambie de raíz e incluso está dispuesto a pelear para que se quede así, para que se le conserven ciertos privilegios y ciertas seguridades - algunos pocos van y se querellan directamente con los manifestantes y otros están en sus casas, en sus sillones, en sus terrazas, hablando mal de ellos.
No se trata de criticar a quienes están en la acampada - creo que en el fondo la idea es buena, la demostración de poder de convocatoria ciudadana es magnífica y esperanzadora. Pero el poder real del ciudadano está también en ese recurso limitado que es el voto - en esa posibilidad de hacer que un partido pequeño gane otro escaño u otro partido más pequeño aún logre subirse de puntitas a la representación en los gobiernos. En la posibilidad de la alternancia incluso entre los partidos mayores que rivalizan. Quizá no cambiarán nada pero por lo menos garantizarán un poco más de diálogo y movimiento - la inclusión de otras caras, como reclaman los acampantes.
Es verdad, España está cansada y asustada frente a la crisis. Todos esos parados, todas esas subidas de precio, todos estos pisos vacíos, todo ese desconsuelo. Pero a veces me parece que en este país - y en tantos otros, sobre todo latinos - nos conformamos con quejarnos. Mientras más alto, mejor. Ponerle a otros el letrero inmenso de CULPABLE. Y quedarnos tan anchos. Y con eso ya nos parece que hemos pasado de la indignación a la acción.
Creo que uno de los primeros pasos a la acción es el voto, responsable, razonado. No en blanco porque favorece a los grupos que ya están representados. No abstención porque implica derrochar ese recurso limitado que algunos otros quisieran tener. Me acuerdo ahora de mi mamá regañandome cuando miraba aburrida un plato de judías verdes: "¿sabes cuántos niños no tienen para comer y tú no quieres comerte esto porque no te gusta?".
Me permito usar ese símil un poco simplista y sensiblón: si tú no quieres usar tu voto, acuérdate que es un recurso limitado. De que habemos algunos a los que sí nos gustaría ver entrar a otro partido al Parlamento, que haya movimiento. Que nos gustaría votar.
Si estás en España este domingo y no quieres votar por pereza o porque no crees que cambie nada, por favor, piensa en mí. Vota en mi nombre. Ese recurso limitado yo quiero aprovecharlo. Es la única manera que las consignas de las acampadas perduren y cambien el curso de nuestras realidades. Las palabras, los videos y las fotografías, por más que sean hermosas y significativas, se quedarán en el universo de Internet y se perderán eventualmente. Un voto no. Un voto va a los gobiernos municipales o autonómicos - va a hacer acción.
Date la oportunidad, dale la oportunidad a otros. A mí, por ejemplo.
20.5.11
Estuve, sin estar
A veces, cuando salgo con la cámara colgada al cuello, me sorprendo un poco al darme cuenta que no estoy viviendo lo veo. Percibo una realidad mediada, a través de una pantalla, algo que me aleja de lo que en realidad está pasando. Es estar ahí sin estar.
Lo veo en los turistas: no es que quieran estar en Barcelona. Quieren tener un registro digital y minucioso de lo que ahí pasa, de lo que ahí está. De lo que casi vieron... casi, porque estaban detrás del objetivo de la cámara.
Ayer fuí a la acampada en Plaza Catalunya. No lo había planeado. El génesis de este blog cuenta cómo sufrí incontables retrasos y aventuras kafkianas por trabajar en un edificio en ese manifestódromo nacional que es Paseo de la Reforma en México. Entonces no soy lo que se dice "fan" de salir a manifestarme - sobre todo porque a veces lo veo un poco, bueno, sobreactuado. Soy de aquellas que creen que no es necesario decir a gritos que uno es bueno - sólo hay que serlo.
Entonces llegué: y me encontré con abuelitos que discutían con chicos con rastas sobre las mejores opciones de gobierno. Con mamás y papás y sus respectivos hijos tirados de panza sobre el centro de Plaza Cataluña, dibujando en hojas que les daban los organizadores. Instalaciones, áreas de intercambio de bienes, de información. Era festivo. De alguna manera.
Yo había sacado la cámara antes de entrar a la Plaza. Tome fotos, busqué ángulos varios - percibí que habíamos por lo menos un fotógrafo por cada cinco acampadores. Pensé que estábamos ahí para guardar memoria, para intentar entender. Pero quizá no para estar. Sólo para percibir.
Me pregunté qué hubiera pasado si la sentada no hubiera sido tan cerca de las elecciones, tan fácil de secuestrar por ideas y teorías de la conspiración. Me pregunté qué pasará después del domingo.
A las dos de la mañana volví, animada por un par de copas de vino. Había un poco más de gente que en la tarde, menos fotógrafos. Ya no entré: justo cuando íbamos subiendo las escaleras, nos topamos con una chica que trabaja en una gran multinacional. Había dejado su traje de trabajo en casa y estaba, bueno, vestida con el estereotipo del altermundista.
Le pregunté que si iba votar el domingo. Me dijo que no, que para qué si todos son iguales. Miré hacia la plaza y me sentí un poco más desesperanzada. Quizá, de nuevo, la indignación estaba siendo secuestrada por la apatía y la creencia de que no se puede hacer nada, más que quejarse. Estar, pero sin estar.
Lo veo en los turistas: no es que quieran estar en Barcelona. Quieren tener un registro digital y minucioso de lo que ahí pasa, de lo que ahí está. De lo que casi vieron... casi, porque estaban detrás del objetivo de la cámara.
Ayer fuí a la acampada en Plaza Catalunya. No lo había planeado. El génesis de este blog cuenta cómo sufrí incontables retrasos y aventuras kafkianas por trabajar en un edificio en ese manifestódromo nacional que es Paseo de la Reforma en México. Entonces no soy lo que se dice "fan" de salir a manifestarme - sobre todo porque a veces lo veo un poco, bueno, sobreactuado. Soy de aquellas que creen que no es necesario decir a gritos que uno es bueno - sólo hay que serlo.
Entonces llegué: y me encontré con abuelitos que discutían con chicos con rastas sobre las mejores opciones de gobierno. Con mamás y papás y sus respectivos hijos tirados de panza sobre el centro de Plaza Cataluña, dibujando en hojas que les daban los organizadores. Instalaciones, áreas de intercambio de bienes, de información. Era festivo. De alguna manera.
Yo había sacado la cámara antes de entrar a la Plaza. Tome fotos, busqué ángulos varios - percibí que habíamos por lo menos un fotógrafo por cada cinco acampadores. Pensé que estábamos ahí para guardar memoria, para intentar entender. Pero quizá no para estar. Sólo para percibir.
Me pregunté qué hubiera pasado si la sentada no hubiera sido tan cerca de las elecciones, tan fácil de secuestrar por ideas y teorías de la conspiración. Me pregunté qué pasará después del domingo.
A las dos de la mañana volví, animada por un par de copas de vino. Había un poco más de gente que en la tarde, menos fotógrafos. Ya no entré: justo cuando íbamos subiendo las escaleras, nos topamos con una chica que trabaja en una gran multinacional. Había dejado su traje de trabajo en casa y estaba, bueno, vestida con el estereotipo del altermundista.
Le pregunté que si iba votar el domingo. Me dijo que no, que para qué si todos son iguales. Miré hacia la plaza y me sentí un poco más desesperanzada. Quizá, de nuevo, la indignación estaba siendo secuestrada por la apatía y la creencia de que no se puede hacer nada, más que quejarse. Estar, pero sin estar.
11.5.11
Mi asunto con los políticos
No es que "no me caigan bien": hay algo que me molesta fundamentalmente de verlos empapelar las ciudades en las que he vivido con sus caras orondas y sonrientes, como si fueran estrellas de rock. Últimamente, además, me molesta - profundamente - que sus campañas no son propositivas: que se convierten en una gimcana (preciosa palabra en catalán que quiere decir juego con obstáculos o rally) a ver quién le saca más trapitos sucios al otro o quién lo insulta mejor.
Eso me molesta.
¿Cuándo has elegido un médico porque es el que mejor sabe lo que falla en sus competidores y te lo dice? ¿Cuándo un dentista porque te cuenta secretos de cama desde más allá? ¿Cuándo un mecánico porque te dice que a él su abuelito sí que lo quería y no a los otros?
No. Me niego. Los políticos son profesionales, gente a la que otorgamos a través del voto la capacidad para tomar decisiones en nuestro nombre y, se supone, en nuestro bien. Por eso y sólo por eso no puedo votar por alguien porque "sea guapo" o porque "parezca bueno". Me gustaría votarlo sabiendo más o menos qué es lo que propone, de qué cosas está a favor y con qué otras está en contra.
Tengo un montón de años ahora (como cuatro) debatiéndome con una tesis doctoral al respecto, que desde el año pasado tiene cara y ojos: www.elecciones.es. No he entregado la tesis, pero gracias a ciertos ángeles de la guarda mi investigación se ha convertido en algo útil que (espero) puede ayudar a la gente a reflexionar un poquito detrás de los tupés, los ladridos y el mundanal tiradero de fondos públicos y privados que son las campañas.
No me des un globo - dame una respuesta. Eso me gustaría decirle a cada político. Y a los amables lectores que se pasan por este casi abandonado blog (nos metimos en hacer ¡17! plataformas para este año) avisarles que casi estoy de regreso - y que ahora les pido que se pasen a ver nuestra página.
También la política es cosa nuestra. Siempre lo ha sido. Es mi asunto, cómo no.
Eso me molesta.
¿Cuándo has elegido un médico porque es el que mejor sabe lo que falla en sus competidores y te lo dice? ¿Cuándo un dentista porque te cuenta secretos de cama desde más allá? ¿Cuándo un mecánico porque te dice que a él su abuelito sí que lo quería y no a los otros?
No. Me niego. Los políticos son profesionales, gente a la que otorgamos a través del voto la capacidad para tomar decisiones en nuestro nombre y, se supone, en nuestro bien. Por eso y sólo por eso no puedo votar por alguien porque "sea guapo" o porque "parezca bueno". Me gustaría votarlo sabiendo más o menos qué es lo que propone, de qué cosas está a favor y con qué otras está en contra.
Tengo un montón de años ahora (como cuatro) debatiéndome con una tesis doctoral al respecto, que desde el año pasado tiene cara y ojos: www.elecciones.es. No he entregado la tesis, pero gracias a ciertos ángeles de la guarda mi investigación se ha convertido en algo útil que (espero) puede ayudar a la gente a reflexionar un poquito detrás de los tupés, los ladridos y el mundanal tiradero de fondos públicos y privados que son las campañas.
No me des un globo - dame una respuesta. Eso me gustaría decirle a cada político. Y a los amables lectores que se pasan por este casi abandonado blog (nos metimos en hacer ¡17! plataformas para este año) avisarles que casi estoy de regreso - y que ahora les pido que se pasen a ver nuestra página.
También la política es cosa nuestra. Siempre lo ha sido. Es mi asunto, cómo no.
24.4.11
Tras el volante
Me acuerdo bien que era sábado de gloria - me acuerdo porque era la razón por la que, finalmente, me atreví a conducir yo sola. La monja que se ocupaba de organizar los eventos en la parroquia cercana a mi casa ya me tenía fichada, desde hacia varias pascuas, para que leyera la primera lectura de la misa de fuego nuevo. Pasaba que las horas que había pasado yo leyendo en voz alta el seleccionesdelreadersdigest con un lápiz entre los dientes habían servido de algo: tenía voz fuerte y clara para leer, no muy desagradable - lo ideal para leerse toda la creación del Génesis.
Y yo había quedado muy formal con la monja a que iría ese sábado también - claro, no contaba con que las horas de cierre del diario se nos iban a retrasar y miconductor/novio/profesordemanejo no podría salir conmigo a tiempo. Me empecé a poner nerviosa hasta que pensé que quizá todo era una llamada metafísica y lo que tocaba era hacer mi esfuerzo.
Tuve que pasar por casa a cambiarme y a bañarme: llegué a casa cubierta en sudor. Casi me puedo recordar en la vuelta a la izquierda adelante del Experimental y en los múltiples altos de Federalismo. Cuando me encontré a mi padre afuera de la casa y me pidió ver cómo me estacionaba (examen de conducción reloaded). Y listo, se acabó el miedo.
De esto tendré que acordarme la próxima vez que me hagan el examen de conducir acá - que lo que necesito es paciencia y tranquilidad. Y contar hasta tres antes de pasar un signo de stop.
Y yo había quedado muy formal con la monja a que iría ese sábado también - claro, no contaba con que las horas de cierre del diario se nos iban a retrasar y miconductor/novio/profesordemanejo no podría salir conmigo a tiempo. Me empecé a poner nerviosa hasta que pensé que quizá todo era una llamada metafísica y lo que tocaba era hacer mi esfuerzo.
Tuve que pasar por casa a cambiarme y a bañarme: llegué a casa cubierta en sudor. Casi me puedo recordar en la vuelta a la izquierda adelante del Experimental y en los múltiples altos de Federalismo. Cuando me encontré a mi padre afuera de la casa y me pidió ver cómo me estacionaba (examen de conducción reloaded). Y listo, se acabó el miedo.
De esto tendré que acordarme la próxima vez que me hagan el examen de conducir acá - que lo que necesito es paciencia y tranquilidad. Y contar hasta tres antes de pasar un signo de stop.
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