En el aeropuerto, hay una fila especial para las personas que van a Tel Aviv. Los empleados de la aerolínea los pasan uno por uno frente a unos atriles normales, de músico. Los viajeros se detienen frente al atril y los empleados atrás. Con seriedad - y muchos, con un boli en la mano - parecen directores de orquesta casi dictatoriales que quieren saberlo todo en la mejor voz, de la mejor manera. Hay algo en los atriles que suaviza la imagen - sin embargo, es un interrogatorio. Por más que sea vestido de civil.
+ + + + +
Qué bueno sería poder pasar por los controles del aeropuerto y tomar café de mañana con aquellos que se van de viaje y luego despedirlos - con un pañuelito blanco, claro - desde el ventanal, desde su puerta de embarque. Qué bonitos serían esos ventanales llenos de besos.
+ + + + +
A las dos de la tarde, V baja todas las cortinas de casa para evitar que el sol entre por las estancias de nuestro pequeño hogar y lo convierta en un infierno. Yo, animal pavloviano, entro inmediatamente en letargo como si fuera el ocaso, como si debiera dormir. Y duermo, para recuperar las horas del insomnio que es la guarnición preferida de mi sueño en vacaciones.
+ + + + +
Poco menos de una semana atrás, recibí un mensaje en el móvil avisándome que alguien con quien yo había disfrutado mucho trabajar en conjunto había muerto. No quedaba claro cómo, sólo sabíamos que había sido en Brasil. Buscando, dimos con una noticia que contaba cómo él había llegado de vacaciones un día antes, había salido en la mañana a correr, se había metido al mar y luego de sufrir un ataque cardíaco se había ahogado. No podía, no pude. Durante todo el día lo tenía en la mente, en la punta de la lengua - cerraba los ojos y nos veía en una fotografía en la que posamos, sonrientes, al final del trabajo que hicimos juntos. Lo veía en mis sueños.
B me dijo: "piénsalo así - probablemente, murió rápido y sin dolor. Y la última imagen sobre la que se posaron sus ojos fue un mar hermoso, un momento para no olvidar".
Esa noche me metí al mar pensando en él. Y ahí, me despedí. Sin lágrimas. Con el bamboleo propio de las olas. Con lo que diría José Carlos Becerra es la clave morse de los ahogados.
+ + + + +
Casi llegamos al meridiano del verano. Sé que hay que volver a trabajar como normal, pero en esta ciudad no se puede. Yo quisiera planes múltiples, playa, sábados y domingos... como le pasa a una amiga que tiene todo el mes de vacaciones. No sabe en qué día vive porque para ella todos los días son sábados o domingos. Si se levanta con ganas de hacer compras y salir, es sábado. Si sólo quiere ver la televisión, es domingo.
Sube la temperatura. Agosto se resiste, como yo, a explicar lo que le gustaría ser cuando sea mayor.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario