15.8.11

Mentalidad de la masa

Son vacaciones y a veces quisiera alejarme de las noticias pero me pasan dos cosas: para mí, la actualidad es una especie de droga y, además, tengo una deformación profesional que me obliga a saber en qué lugar del mundo, en qué momento vivo.
La semana pasada vi en televisión, en diarios, el asunto de los disturbios en Londres. Trataba de imaginármelo sin éxito - esa ciudad, en donde a veces me parece que la gente va encorsetada, en llamas, en caos. Podía pensarlo en función de lo que pasó hace un par de años en las banlieus de París, pero igualmente me sorprendía... me llegaba la pregunta esa de quién, cuándo y por qué.
Escuché las dos partes de las discusiones: en una comida, alguien con una manicura perfecta y buenas referencias crediticias, defendió a los "manifestantes" como parte de un momento de decepción social, de rabia contra la policía represora, contra un sistema imposible. Sin embargo, algo me sonaba raro. Algo no terminaba de cuajarme.
Ayer leí un artículo del New York Times que se preguntaba lo mismo: por qué. Y a través de varias entrevistas y casos de personas que, literalmente, no sabían qué les había pasado, hacen una reflexión sobre la mentalidad de la masa.
Eso me regresa a España y sus fiestas típicas, sobre todo en verano. Fiestas en donde, por ejemplo, todo un pueblo borracho hasta las cachas recorre por las calles a un toro - a pesar de que sea peligroso. Pueblos en donde se azotan unos a otros con tomates - sin importar que manchen, que sean alimento precioso para otros, que puedan quedar muy bien en la sopa. Pueblos y ciudades en los que la gente salimos a la calle, bebemos hasta la perdición y gritamos en las plazas, bailamos olvidándonos de cualquier verguenza.
Eso también es la mentalidad de masa - la que se desata en las celebraciones de las copas de futbol, en las fiestas de cumpleaños y en los lapidamientos.
Quizá no seamos tan "civilizados" ni "políticamente conscientes" como queremos creer. Quizá no es que estemos "indignados" - lo que estamos en arrastrados por un estado de molestia o de furor.

Mucho menos emocionante y esperanzador, sí. Pero quizá mucho más humano.

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