26.8.11

Un lugar que no existe

Me despertó la tormenta eléctrica. Hace apenas dos días que había dejado mi orilla mediterránea de calor asfixiante y sudor que se pega al cuerpo para salir corriendo hacia el aeropuerto y subirme a un avión lleno de turistas tosijosos y amigos del escándalo que regresaban de vacaciones. Ya en el avión mis pies - con sandalias - se congelaban. Al bajar, los 16 grados ambiente me parecieron lo más frío que existía.
Ayer deambulé por la casa con calcetines de lana, un suéter y una taza de té. Mi cuerpo estaba perdido. Mi cabeza también - miraba a la maleta tratando de imaginar por qué había empacado tres bikinis y dos faldas cortísimas y sólo unos zapatos cerrados.
Hoy los truenos me regresaron a los veranos en Guadalajara, de horas y horas de juego de interiores, de Monopoly, música y televisión. Busqué en internet, en esta computadora a la que le falta una letra que sólo existe en mi idioma materno, aquella canción.
Y con un soundtrack y la lluvia y un sandwich de crema de cacahuate, me mudé a este lugar que no existe: afuera de la ventana, la gente va a la escuela y al trabajo en bicicleta bajo la lluvia. Adentro, yo escribo y escribo y escribo mientras me bamboleo sobre la silla y el gato me mira, sospechando que en realidad no estoy aquí.

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