10.10.11

La caída

Hay cosas que necesitas que pasen un par de días para poderlas digerir del todo y contarlas más serenamente. Y entonces cuento que el viernes me caí. Y me raspé las rodillas.

Todo comenzó como a las siete de la noche, cuando por fin se fue el paleta (albañil) que estaba en casa haciendo arreglos mínimos. Me metí volando a la ducha porque tenía la apertura de temporada en el Liceu - un Fausto en versión concierto del que ya habló en The Expectator - y quería ir linda. Es así: me hace ilusión ir al teatro y me hace más ilusión disfrazarme para ir al teatro. Uno nunca sabe qué puede pasar en los pasillos... más vale ir preparado.

La ducha bien - casi me resbalo, pero fue porque me entró jabón en los ojos. Cabello en una toalla y vistiéndome cuando de pronto me doy cuenta que el vestido que me quiero poner ha tenido siempre una característica horrible: no me lo puedo abrochar si estoy sola. Lo intenté, pero fue inútil. No podía salir a la calle con la cremallera de frente - se veía francamente extraño. Refunfuñando, saqué otro vestido: ese iba bien, aunque estaba un poco arrugado. Vestido, zapatos altos (metí unos bajos en la bolsa por si aquello) y entonces maquillaje. Tuve que corregirlo una vez - cosas de no acostumbrarse a hacerlo. Los rizos, tan simpáticos, se portaron bien y se peinaron solos. Bolso, tarjeta para entrar al Liceu y salía de casa a las 19:35 - justo, justo porque entre la Rambla y mi casa lo más rápido es caminar. Claro... pero sin tacones.

El asunto es que mientras cerraba la casa comenzó a llover. Bueno, a llover: comenzó a caer una tormenta tropical tremenda. Regresé, tomé el paraguas y mientras iba en el ascensor con la gabardina y el paraguas pensaba que todo era un poco absurdo y que quizá no llegaría. Pero salí. Con los tacones de aguja. Y comencé a callejear por el barrio de Sant Pere hasta Carders, huyendo de las corrientes de agua, con la bolsa y la gabardina que me daba calor y el paraguas y todo. Tac-tac-tac-tac-tac. Escuchaba mis tacones en las baldosas y me concentré en no caerme... iba demasiado justa de tiempo como para tener un percance.

Vía Laietana y sentí que llegaba bien. Subí por Baixada de la Llibretería y comenzó a llover menos. Los turistas, en sus zapatos deportivos, me miraban. O eso creía yo. Tac-tac-tac-tac. Plaça de Sant Jaume. Faltaban siete minutos para las ocho. Llego, seguro que llego. Tac-tac-tac un poco más rápido, por calle Boquería, esquivando turistas y compradores con grandes bolsas y un chico con muchos, muchísimos tatuajes, mientras intentaba cerrar el paraguas que ya no me ayudaba nada sino todo lo .

Entonces sentí que el tacón del lado izquierdo resbalaba. Logré apoyarme con el otro pie, pero se olvidó de que era pie y creyó que era patín en línea y también resbaló. Lo que más me preocupaba era no caer sobre alguna cosa inconveniente. Cuando me dí cuenta que no podía determe, simplemente seguí el ritmo: qué más. Por un momento, la gente a mi alrededor se detuvo. Dejé libre el paraguas y alguien lo salvó. Un chico que se reía mientras me levantaba. "¿Estás bien?", me preguntó con una sonrisa. Yo le contesté con una sonrisa encantadora por fuera, refunfuñé por dentro y seguí taconeando hasta la Rambla. Cuando entré al Liceu, la chica de la puerta me riñó: "está a punto de comenzar". Oí en megafonía decir que la función empezaría en tres minutos. Me estaban deteniendo el ascensor y subir al quinto piso me parecía una eternidad. Me miré en los espejos: manchas de agua en la gabardina beige, el vestido negro pues... negro, los zapatos bien, los pies bien... un poco de mugre, pero bueno. Tac-tac-tac hasta mi lugar y sentarme, respirar, bajar la temperatura y la angustia.

Mientras Fausto y Mefistófeles pactaban el regreso a la juventud del primero, yo tuve también un regreso a la juventud: comencé a sentir un cosquilleo en las rodillas, como cuando me caía en el patio y llegaba con heridas. Me pregunté si vería sangre. Afortunadamente, la música me distrajo.

En el intermedio me dí cuenta que de sangre nada: sólo un par de rasguños. Un amigo me dijo que seguro lo peor era que "me había caído guapa" - pues sí. Pero Catherine le dió la vuelta: "piensa que es parte del glamour: damisela en desgracia que se salva a sí misma".

Como eso me lo tomaré. Como el glamour de vivir en la ciudad y querer ir por ahí de tacones de aguja cuando llueve.

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