9.10.11

Síndrome Cenicienta

Entre las múltiples escenas que tengo grabadas en mi mente de Cenicienta está aquella en que la Madrastra le dice que puede ir al baile siempre y cuando termine con todos sus deberes. A Cenicienta se le va el día volando fregando los pisos, subiendo cubos, limpiando - por supuesto - las cenizas de la chimenea (aunque eso no se vea en la película de Disney). Al final, el día le ha pasado tan absolutamente rápido que piensa que no tendrá ni tiempo de nada.

Hasta aquí el recuerdo y entonces el síndrome Cenicienta: cuando algo no sale bien, es una cuestión de ponerse a limpiar. Sacudir los floreros, repasar los espejos, barrer la terraza, dejar el baño tan limpio y los pisos tan brillantes que tu casa huele casi a pabellón hospitalario. Y aunque no tienes pajaritos que cantan y ratones que te ayudan a limpiar, por un momento parece que todo va más rápido, que se resuelven las cosas si sale la mancha esa atrás de la puerta y si las hojas de tu planta de interior están más verdes sin el polvo.

Reconozco que muchos otros síndromes más podrían tener el mismo nombre: el de la madrastra mala, o las hermanastras insoportables, o el de los pies imperfectos, o el de los hombres que te hacen correr tan rápido que dejas por ahí los zapatos.

Pero esos los podemos explicar otro día.

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