Cara a las elecciones, de pronto pareciera que todos podemos decidir. Sobre todo en un entorno como el que hay ahora en España: con las manifestaciones múltiples, las acampadas, la reconquista ciudadana del espacio público.
Lo cierto es que habemos algunos que no podemos decidir - esos que, estando lejos de nuestro país de origen, no somos literalmente ni de aquí ni de allá. Porque allá ya no podemos votar (al menos no en la mayoría de las ocasiones) y aquí, aunque se nos cuenta para pagar los impuestos, no se nos cuenta para decidir quién y en qué se los gasta.
Quizá por eso miro con especial escepticismo las acampadas: hay una parte de mi corazón que tiene un miedo confirmado por mis muy personales y limitados sondeos de opinión al respecto de que muchas de esas personas que están ahí no van a hacer uso de un derecho, de un recurso limitado - su voto. Porque están convencidos que el sistema no funciona y por eso están ahí para denunciarlo. Y también para perpetuarlo.
En términos muy simples veo dos maneras de cambiar un sistema: o generando una crisis tremenda que lo haga caer (veamos las revoluciones jazmín) o dándole un golpe de efecto desde adentro. Sí, el golpe de efecto puede ser más tardado pero tiene una ventaja: no incluye derramamiento de sangre. Hay una parte importante de la población que no tiene ningún interés en que el sistema actual cambie de raíz e incluso está dispuesto a pelear para que se quede así, para que se le conserven ciertos privilegios y ciertas seguridades - algunos pocos van y se querellan directamente con los manifestantes y otros están en sus casas, en sus sillones, en sus terrazas, hablando mal de ellos.
No se trata de criticar a quienes están en la acampada - creo que en el fondo la idea es buena, la demostración de poder de convocatoria ciudadana es magnífica y esperanzadora. Pero el poder real del ciudadano está también en ese recurso limitado que es el voto - en esa posibilidad de hacer que un partido pequeño gane otro escaño u otro partido más pequeño aún logre subirse de puntitas a la representación en los gobiernos. En la posibilidad de la alternancia incluso entre los partidos mayores que rivalizan. Quizá no cambiarán nada pero por lo menos garantizarán un poco más de diálogo y movimiento - la inclusión de otras caras, como reclaman los acampantes.
Es verdad, España está cansada y asustada frente a la crisis. Todos esos parados, todas esas subidas de precio, todos estos pisos vacíos, todo ese desconsuelo. Pero a veces me parece que en este país - y en tantos otros, sobre todo latinos - nos conformamos con quejarnos. Mientras más alto, mejor. Ponerle a otros el letrero inmenso de CULPABLE. Y quedarnos tan anchos. Y con eso ya nos parece que hemos pasado de la indignación a la acción.
Creo que uno de los primeros pasos a la acción es el voto, responsable, razonado. No en blanco porque favorece a los grupos que ya están representados. No abstención porque implica derrochar ese recurso limitado que algunos otros quisieran tener. Me acuerdo ahora de mi mamá regañandome cuando miraba aburrida un plato de judías verdes: "¿sabes cuántos niños no tienen para comer y tú no quieres comerte esto porque no te gusta?".
Me permito usar ese símil un poco simplista y sensiblón: si tú no quieres usar tu voto, acuérdate que es un recurso limitado. De que habemos algunos a los que sí nos gustaría ver entrar a otro partido al Parlamento, que haya movimiento. Que nos gustaría votar.
Si estás en España este domingo y no quieres votar por pereza o porque no crees que cambie nada, por favor, piensa en mí. Vota en mi nombre. Ese recurso limitado yo quiero aprovecharlo. Es la única manera que las consignas de las acampadas perduren y cambien el curso de nuestras realidades. Las palabras, los videos y las fotografías, por más que sean hermosas y significativas, se quedarán en el universo de Internet y se perderán eventualmente. Un voto no. Un voto va a los gobiernos municipales o autonómicos - va a hacer acción.
Date la oportunidad, dale la oportunidad a otros. A mí, por ejemplo.
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