La semana pasada, mientras casi se me escapaban unas lagrimitas en medio de un conflicto de trabajo, odié por lo bajo esta cuestión mía de ser tan transparente. No sé a qué achacárselo pero la verdad pura es que miento fatal, me sonrojo con facilidad ante cualquier cosa y me cuesta quedarme callada ante cosas que me parecen mal o incómodas.
Siguiendo una expresión muy "de acá" es muy fácil que se me vea el plumero. Mis "negras intenciones" o mis "agendas ocultas" no lo pueden ser tanto - se ven.
En estos días, los previos a las elecciones en España, la gente que sabe que investigo y trabajo para la promoción del voto me pregunta a veces por quién deberían votar. Me es más fácil dirigirlos a www.elecciones.es (el proyecto en el que trabajo) que decirles algo. Porque incluso al más conservador de mis amigos le pediría que votara la izquierda - porque aunque creo en la alternancia, me da mucho miedo que la gente se olvide de sus pasados. En términos de elecciones, me gustaría poder recomendarle a alguien objetivamente que votara en España por la derecha porque es lo que mejor le pega: lo hago mal. Me sale el rojillo que llevo dentro y se nota.
Entonces también por eso a veces escribo poco de otras cosas - porque temo que se me vea el plumero y deje entrever que estoy triste o cansada o harta o decepcionada o asustada por la manera en cómo van a ir las cosas o enamoriscada o sorprendida o molesta o perdida. Fácilmente, mis letras también se sonrojan y se retuercen, se esconden. Para no descubrirse. Pero siguen aquí, respirando - releyendo poesía, reacomodando la esperanza con aquello que decía Vinicius de Moraes: que todo sea eterno mientras dure.
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