31.3.09

Nublado

Ayer me acordé de aquel día. De estar sentada a las siete de la mañana en una computadora, en una redacción lejana, haciendo una tarea de la universidad. A veces lo hacía: me levantaba a horas imposibles para ir al periódico, dejar mis artículos a la mitad y hacer tarea antes de irme a la universidad. Era parte del proceso que había elegido. Ese día, recuerdo, tenía un curso de crónica en la misma redacción. Quizá no eran aún las siete. En el messenger, con mi todavía novio de años, discutiendo. Dos días antes habíamos intentado terminar, sin éxito. Yo había intentado terminar. Ahora, por mensajes, él me decía que lo dejáramos. Contesté que me parecía perfecto. Y remató fácilmente: "tú nunca has sabido escribir".

A pesar de los años, lo recuerdo con un resabio de angustia, de sorpresa. No esperaba el último golpe. Nunca habíamos gozado de hacernos daño. Pero el golpe cayó de prisa, directo al estómago. Cerré la ventana. Sabía que era la rabia natural, pero aún así lo bloqueé de mi cuenta - según yo, incluso de mi vida. Seguí tecleando. Y las palabras en la pantalla de pronto resonaban en mi cabeza. Nunca, nunca había sabido escribir.

Tampoco me sorprendía. Que supiera, sólo a mis maestras de la secundaria les gustaban mis textos. En la preparatoria estuve años en un taller literario en donde, semana tras semana, una de las actividades continuas era tomar los textos de la chiquita (o sea yo) y hacerles dosmilquince enmiendas. Yo, la que tenía tanto que aprender. La que después de ver sus textos completamente corregidos, opinados, destazados, sentía que en realidad ya no eran suyos. Pero los otros tenían premios, cuentos publicados, eso. Seguro sabían más que yo.

El punto es que yo no sabía escribir. Comencé a ganar premios cuando dejé de escuchar a mis críticos. Comencé a dejar de mostrar mis escritos cuando los críticos en los que confiaba se volvían demasiado duros o, simplemente, no leían. Finalmente, ya vivía de escribir. De contar historias. Aunque fueran historias de verdad, no en la ficción.

Aún hoy, vivo con una libretita a cuestas. Anoto ideas, imágenes, personas. Conservo pacientemente frases que escucho por aquí y por ahí. Hace años, casi seis, abrí este blog y parecía que servía de algo. Que alguien me leía. A las dos semanas otro de mis críticos me dijo que era "confesional y vergonzante". Le respondí que para eso era autoeditado: para poner en él lo que me diera la real gana.

Lo cierto es que el blog me sirve porque es conciso, rápido, inmediato. Cuando estoy escribiendo cualquier otra cosa y paso de la página 50, dudo. Dudo tanto que lo dejo encallado por ahí. Me da miedo mostrárselo a alguien. Que me diga que nunca he sabido escribir, que hay que cambiar el 80 por ciento, que no sirve de nada. Cuando es ficción - cuando no deberían de haber reglas tan exactas para lo que puede gustar o no.

Después de dos meses de concentración casi total, y si mi computadora no se malcría demasiado, veré en un ratito 150 páginas impresas, paginadas, con gráficas, con conclusiones. No es ficción: es una tesina sobre educación cívica en México. Tengo muchísimas dudas. Lo saben mis amigos que me han visto sufrir un día sí, y otro no. Lo sé yo misma que aún hoy me pregunto si mi director de tesis no terminará de leer y me verá con cara de interrogación para ver si le explico qué carambas es lo que he estado haciendo.

Sé muchas cosas de mí. Sé que dudaré hasta el último minuto: que me parece siempre que nada está bien, que debería preguntar a alguien pero temo que me diga que es horrible. Sé también que me puedo levantar a las siete de la mañana y escribir cuatro horas sin parar. Que puedo ponerme una fecha límite. Que he extrañado como una loca la posibilidad de abrir una página del procesador de texto y comenzar a desgranar el montón de cosas que se han acumulado en mi libretita estos meses que me he dedicado a ser "académica".

La tesina, esta primera versión, se entrega hoy. Quiero me que hagan correcciones, que me ayuden a pulirla, a hacerla mejor. A terminar. Porque ahora lo que más deseo es volver a escribir: pero a escribir las historias de aquellos personajes que se me cruzan en la calle, en mis sueños, en el espejo que hago veces del mundo. Sea, pues. Gracias a los que pacientemente me han escuchado quejarme tantas, tantas veces. Gracias a quien me dijo un día que yo nunca había sabido escribir - quizá sólo por ganas de darle la contra es por lo que sigo haciéndolo. Gracias a quien confía en lo que escribo. Gracias a quien baja las ventanas del auto y conduce con las gafas oscuras puestas cuando hace 14 grados pero las nubes se despejan para mostrar claridad de primavera. Es eso, la esperanza del sol, lo que me mantiene caminando.

1 comentario:

Mona dijo...

Pues a mi me gusta como escribes. Hala!!!!