Hasta el momento, todo parece que en recuento de las bajas, lo único que tengo es un moretón en la pierda izquierda. En el culo, realmente. Claro, si no contamos el agobio con el que torturé a la imagen que tengo de mi misma ayer.
Era la parte de principiantes. Pero yo tengo la teoría de que hay quien dice aquello de "bueno, es que nunca me he subido en patines de ruedas, sólo de hielo", para humillar profundamente a los que, de verdad, es la primera vez que nos subimos en una cosa así.
Sí, hombre, ya sé. Si no aprendí a andar en bicicleta y en patines a los diez, ¿qué méndiga necesidad de ponerme golpes a los treinta? Pues no sé. Supongo que ahí es donde vemos claramente mi natural inclinación hacia el masoquismo. En el intentar que no me queden estas cosas pendientes. A ver... ¿qué tal si en el cielo uno tiene que andar en cosas así porque los patines del Diablo no se permiten?
(Malo mi chiste, malísimo)
En realidad, tengo razones objetivas: uno, es un montón de ejercicio, y ahora que paso todos los días 10 horas leyendo y escribiendo necesito moverme. Dos, en verano, la gente parece pasársela muy bien en el paseo marítimo yendo y viniendo. Tres... tres... tres... bueno, pues que quiero.
Lo único que me sorprende es cómo al pasar de los años me voy sintiendo más torpe. Ojo, no estoy diciendo vieja, estoy diciendo torpe. Pero supongo que en buena parte se debe a que estoy más consciente de que si me rompo la nariz (otra vez) voy a tardar en curarme y de que, cuando me caigo, me veo ridícula.
Pero eso último lo dije yo.
Vaya, quizá aprender a patinar sea no sólo un ejercicio de zen (sólo me concentro en no caerme - todo lo demás es secundario) sino también en uno de personalidad: algo así como aprender a bailar sin que nadie me estuviera viendo.
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