4.3.09

Antídotos

Yo sé que es irracional, pero les tengo miedo a los chicos que trabajan para la Cruz Roja o para Greenpeace o quien sea que se ponen siempre a lo largo de Paseo de Gracia. Son muy jóvenes, con muchas ganas y tienen un montón de argumentos buenos para que les firmes el papelito que tienen y, mágicamente, cures tus males de conciencia donando dinero a una buena causa cada mes. Pero yo, poco cívica que soy, no me gusta esto de curar la conciencia por domiciliación bancaria. Entonces sufro mucho cuando se me acercan y me empiezan a explicar cosas en las que tienen razón.

Usualmente, cuando los veo a lo lejos, agarro mi móvil y pretendo que voy hablando por teléfono. O simplemente apuro el paso. O me cambio de acera. O los esquivo con cara de "uf, es que tengo taaanta prisa". La semana pasada, como iba muy distraída, ni me enteré que un chico rubito venía hacia mí con una sonrisa Colgate enorme, dispuesto a convencerme de cualquier cosa. Me tomó verdaderamente desprevenida. Y su opening question fue: "Hola, cómo estás, oye... ¿trabajas?".

Me asustó tanto que no tuve tiempo de pensar y contesté en automático: "No, no... estoy en el paro". Fue como si le hubiera contado una historia mucho más triste que la que él me iba a contar a mí, sobre los niños o las ballenas que podía salvar. Se quedó de piedra. Se le borró la sonrisota. Me miró a los ojos y me dijo: "uy... lo siento de verdad... ojalá que tengas suerte... adeu".

Seguí caminando. Como una calle más adelante, me dí cuenta que había salido airosa de un enfrentamiento con uno de los bichos urbanos a los que más temo... por lástima. Le dí tanta lástima que me dejó ir. No supe si reirme o llorar. Pero me dejó una cierta sensación de todopoderosa, de poder manejar incluso aquello que creía que no podía.

Y volví a casa. A trabajar en esa tesis que sí, hoy también me está esperando. A pensar en qué voy a hacer cuando se me acaben los ahorros o las becas (soy fatalista, tremendista y me eduqué en una escuela de negocios: la planeación estratégica es como un virus que corre por mis venas). Ayer, en un momento de traición a mi misma que no había explicado a nadie, decidí revisar mi currículum, hacer una carta de presentación y enviarlo a un puesto de trabajo que encontré en Internet. Algo me decía que era para mí, que podría negociar con ellos y sacar lo mejor posible del trance. Todavía todopoderosa. Menos de 24 horas después, tengo una respuesta. Que muchas gracias, que qué mona, pero que ya vieron mi curriculum y no les hace ilusión. Que seguirán el proceso con los otros candidatos.

Los todopoderosos a veces necesitamos antídotos para el mal de ego. E igual sería una buena idea que empezar a aprender a hacer cafés con vistas post-tesina.

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