30.8.15

Precauciones (84)

Cuando abrí el primer ojo supe que algo estaba mal: me sentía muy, muy mal. El cuerpo cortado, la cabeza dando tumbos, la boca seca. Quizá una copa (o varias) de más. Levantarse y luchar contra el calor y la casa nueva para encontrar un analgésico y volver a la cama. Dormir más. Calor. Dolor de cabeza. Agua… necesitaba agua.
Así que me sumé a un plan playero y, con calma, fui hacia la playa. No pude encontrar qué llevar para leer: la primera parte de la tesis ahí, impresa, esperándome, y yo sin ganas. Ni de novelas. Pensé en un diario o una revista, pero tendría que comprarlas en el camino. Mientras esperaba al metro, vi en el anden a un trío que no me gustó: no sólo porque se habían saltado el torniquete para pasar sin pagar. Había algo en sus movimientos que me exigían que estuviera alerta. Uno de ellos tenía la misma cara de resaca que yo, pero aún así se movía detrás de los otros un poco como un felino, un bastante como un reptil.
Subí al tren, casi vacío, y me senté donde pudiera verlos. Abracé mi bolsa como si tuviera algo importante. Sentía un hueco en el estómago y un palpitar que pasaba del vientre a la garganta. Cuando subieron unos rubios muy vestidos de turistas vi como se desplazaban y se colocaban rodeándolos, buscando algo. Pero no encontraron la manera. Y se cambiaban de una forma a otra a lo largo del anden, de una manera que me recordó a las hienas del zoológico. De pronto, en una estación salieron corriendo y vi como rodearon a una pareja y el chico, que los había visto, dio un manotazo por detrás del bolso de su novia. Salieron hacia el otro lado del anden… el tren salió. Él, excitado, le explicaba cómo habían intentado robarles.
En la estación donde hice el cambio, avisé que había visto un grupo de chicos que parecían sospechosos. “¿Y cómo eran? ¿Rumanos o moros?”, me dijo el policía. Me negué a hacer racial profiling, a pesar de saber que le estaba pidiendo al hombre un imposible: detectar a un grupo de tres sospechosos.
Todo el día me acompañaron la resaca y la sensación de miedo en el estómago, que se hacia cada vez más grande (la resaca). Sólo en el agua mediterránea pude olvidarme un poco.


La tesis: con la resaca, los fantasmas crecen exponencialmente. Otra vez incapaz de leer más que por encima, sobresaltada, agobiada. Me dijo la cómplice: “No busques pretextos – estás nerviosa y estresada y se vale. Pero vas a salir de esa”. Quiero creerle, de verdad.

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