24.8.15

Aterrizar (90*)

Como muchas personas en el mundo, tengo el tic de esperar que la gente sepa mágicamente qué quiero o qué necesito. Y de camino a Barcelona, en el avión, escuchando un podcast sobre integración educativa e intentando no ponerme nerviosa con el movimiento, de pronto en la línea más profunda de mi pensamiento quedó claro qué necesitaba: que alguien fuera por mi al aeropuerto. Que alguien me llevara a esa casa que sé mía pero todavía no encuentro mía. Que alguien estuviera ahí para darme la bienvenida.

La ciudad, desde el Belvedere
Pero no lo pedí. Era tan fácil como pedirlo. Seguramente más de alguna de mis personas en esta ciudad se hubiese tomado la molestia de ir por mi, de llevarme a casa, de acompañarme mientras encendía las luces, abría el agua corriente, servía un poco en el filtro para deshacerme de mi boca entumida de sed. Alguien que estuviera ahí para abrir las ventanas y sentir la brisa fresca del verano y poner sus ojos conmigo sobre mis muebles, mis libros, las baldosas que elegí… todo eso que la hace mi casa.

Me fui en un taxi que me costó casi lo mismo que un boleto de avión. La conductora me contaba que estaba a 11 meses de jubilarse y tenía 25 años en el taxi. Me riñó diciendo que era la peor hora para tomar un taxi hasta el otro lado de la ciudad: “estas tomándolo a la hora más cara de la semana”. Me explicó cómo funciona Barcelona, la características de los catalanes y de los granadinos (como ella). Me preguntó a qué tipo de españoles nos parecemos más los mexicanos. No supe qué contestarle. Me contó que mi nuevo barrio hace 20 años era muy peligroso: “pero bueno, que a ti no te pase nada”. No fue muy reconciliador, la verdad.

Pero llegué. Y subí la maleta por la escalera y me encontré todo igual o mejor de lo que lo había dejado. El aloe, que tenía un grave caso de exceso de sol cuando me fui, está estupendo gracias a los cuidados de Mertxe. Todo igual, la casa igual, pero todo diferente.

Y al final, con lo del taxi, pasa lo mismo que con la tesis: creo que a veces, muchas veces, me ha faltado saber detectar qué tipo de ayuda necesito y pedirla. A ver si en los próximos días me encuentro con las palabras… y con taxistas de tesis un poco más optimistas que mi taxista de realidad.


La tesis: el domingo hice poquísimo, pero logré sentarme y abrir el ordenador y terminar de traducir un par de páginas del segundo capítulo. Después a dormir, pensando en la semana.

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