Despiertos
con el sol, o las campanas de la iglesia, a veces el domingo se abre frente a
uno como una posibilidad infinita: desde ir al gimnasio hasta quedarse en cama
hasta que duela la espalda. Pero no siempre quedarse en cama es lo más
apetecible: cuando hay cosas por hacer, cuando el sol brilla – cosas de vivir
pendiente de la lluvia – siempre es una buena idea comenzar con los pendientes de
la semana: el ejercicio, el jardín, un paseo.
Y los domingos también son para experimentar: para ponerle helado al
batido de la mañana, para escuchar música que no se escucha siempre, para
intentar hacer una maleta que tienes una semana evitando hacer.
¿Qué
hay en Barcelona y por qué me da tanto miedo regresar? Esa es la pregunta que
me he estado haciendo todo el día. Y ahora, en el aeropuerto, viendo el cielo
caerse a pedacitos (comenzó a llover, finalmente) creo que me siento capaz de hacer
una lista que me venía a la cabeza mientras metía cosas en la maleta. Empieza
con decir que en Barcelona ya no hay ciertas cosas: este año hay alguien que se
me ha ido para siempre y regresar es como invocarlo sin éxito. Además, después
de mucho darle vueltas por fin dejé hace un par de meses el barrio en el que
había vivido siempre: y entonces regresar a Barcelona es regresar a una cosa
que aún no conozco, que no sé cómo será.
Cosas
que sí hay: amigos, los sobrinos, la comida, el sol, el resto de mis cosas y
mis libros (que tampoco sé dónde terminarán su recorrido). Está la universidad
y mi director de tesis y todos los temores al respecto de lo que podría pasar. Ayer leí en una cosa en
Internet que decía que el peor enemigo de los Capricornios somos nosotros
mismos y nuestra auto-exigencia, nuestro miedo a fracasar. Yo, encima, tengo a
la academia a la que le temo, en parte por mi, en parte por lo que escucho con
frecuencia de otras fuentes oficiales.
Ya en
el aeropuerto, viendo mi avión, me queda sólo respirar profundamente. Ir a
redescubrir mi efímera casa nueva, a reencontrarme con mis cosas, a hacer más
maletas. Saber que, como cuando voy a Guadalajara, es ir a un sitio que siempre
será mi casa pero ya nunca será el mismo. Y concentrarme en lograr en dos
semanas cerrar parte de esta tesis que es, sin lugar a dudas, una manera de no
despedirse, una especie de ancla que debo levantar.
La
tesis: Escribí exactamente tres párrafos. Me imprimieron la introducción y el
primer capítulo, con tapas de plástico transparente y anillos de metal, para
releerla y corregirla de la forma más cómoda posible. Sentí un pequeño espanto cuando me di cuenta lo poco que parecen 50 páginas impresas a dos caras. En fin.
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