Todo
sucede cuando menos te lo esperas – yo imaginaba una tarde larga, con visitas y
caminatas de un lado a otro a la ciudad,
pero quizá con un poco más de tiempo que dedicarle al trabajo. Fue casi inútil
porque había que trabajar pero la mañana del viernes, en cuanto abrí los ojos,
me dí cuenta que lo que tenía que hacer era mover cajas. Tenía casi una semana
viviendo en casa de la misma manera que había llegado a ella – con las maletas
abiertas, sin pasar de un sitio a otro ninguna de las cosas que me decían que
no acaba de aterrizar. Ya con nevera y con agua caliente la percepción había
cambiado, pero sobre todo había unas cajas de libros que tenía que mover para
hacerme el paso más sencillo.
Después
la tarde se pasó en estar en mi viejo barrio y mi antigua casa (que encuentro
mucho más bonita con los muebles de los nuevos inquilinos), recibir noticias de
más sobrinos que vienen en camino (esperemos con muchas tortas bajo el brazo) y
bueno, organizar pasear. En el último momento, una invitación a cenar casi
cerca de casa y la posibilidad de ver gente querida. Aceptar. Tomar unas copas
de cava. Reírse con ganas. Subir al nitbus y saber que la mañana no sería
fácil… pero sería más amable.
La
tesis: sólo un poco de reflexión en estructura. Pero ni una línea escrita o
revisada.
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