Me acordé de Esther que decía que uno de los sonidos que extrañaba de Barcelona era el tuctuctuctuc de las ruedas de las maletas de los turistas en los adoquines. Pero yo aún no soy una turista: soy una trashumante, que es diferente.
Así el cielo, que sí tranquiliza |
En el aeropuerto, solo olvidé comprar el diario. Lo de no trabajar no fue un olvido: fue elegido. Me quedé ahí, estando. A mí, como a algunos cuantos en el mundo, me da por deslizarme por los pasillos aeroportuarios como si fueran los de la casa de un pariente que conoces tan bien como la tuya. Y subir al avión para sentarme en mi asiento de ventanilla... a menos de que alguien se haya sentado ahí y te mire con ojos de pistola cuando le pides que te cambie el asiento.
No sé por qué en un momento dado tuve la necesidad de voltear y decirle a la parejita que me miraba con odio que necesitaba la ventana porque, cuando me daba miedo, tenía que mirar hacia afuera e imaginarme los espacios abiertos. Ahora sé que no sólo estaba mintiendo horriblemente: también estaba plagiando una novela más bien malita que leí hace poco.
El viaje pasó y yo llegué a cambiar no sólo de indumentaria sino también de tarjeta de transporte, llaves, y orientación. El mundo parece diferente con diez grados menos. Pero también aquí se está bien - sin mentiras.
La tesis: ¿que si me acordé de todo lo que dije de que el vuelo entero iba a trabajar? Claro que me acordé. Pero no lo hice.
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