Molesta por no haber podido avanzar nada el viernes, me fui para estar en la biblioteca temprano. Desayuné antes de entrar, bien, con la esperanza de quedarme hasta que cerraran que - para mi felicidad - era una hora más tarde de lo que esperaba.
No hay mucha gente los sábados en la biblioteca: los que estamos terminando la tesis, los que empiezan a dar clases... los extremos. Después de reirnos un rato con la encargada y el chico de seguridad sobre el día que me quedé encerrada en esa misma biblioteca, me senté. Me enchufé. Y comencé sobre el texto, sobre las notas. Hay una cosa de escribir que a veces es increíble: se parece a cocinar, se parece a la capacidad que puedes tener para transformar cosas. Cortar párrafos, reacomodarlos, reinventarlos. Como una labor de amor, para acercar entre ellas las ideas que están en la misma familia...
Y así, de pronto, ya está. Cerrado. Se acabó. Lo que sigue es convertir todos los archivos a PDF y ordenarlos. Pero lo de escribir, lo de reflexionar, por el día, por el texto, por la tesis, está. Ya vendrán las correcciones y las cosas, pero ya está.
En medio de eso, la biblioteca cerraba. Así que me fui a un bar y continué manipulando PDFs y camibiándolos hasta hacer un archivo de 15.4 Megas que es, de alguna forma, el resumen de mi vida los últimos seis años.
Casi tenía ganas de irme de fiesta: tenía un cumpleaños, fui a comprar dos regalos inspirados, fui al cumpleaños y tomé cerveza, fotos, pastel y me vine a casa. A dormir. A descansar. Porque mi cuerpo no puede moverse.
La tesis: se la mandé a mi director - pero mal a la primera. El primer archivo que se llamaba TODO no era TODO sino un error. Pero se corrigió. A lo que sigue.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario