11.9.15

Lo que descubres fuera (72)

Me levanto temprano a escribir un poco porque sé que hoy el día no dará mucho para concentrarme. Hay que volver a la casa porque viene un proveedor que hizo el trabajo mal y hay que mostrarle los errores. Después quedé de ir a comer y a cenar fuera. Todo el mismo día. Una parte de mí, la responsable, dice que es mejor que nos quedemos dentro y trabajemos. Otra ve que el día será soleado y que necesitamos hablar con gente: así que salgo.

En la casa me subo de nuevo a las escaleras de obra, pero sólo hasta la mitad. No me parece que debería ir hasta arriba. Cómo me costó vestirme hoy para gustarme, para ver a alguien que no he visto en mucho tiempo. Y sigo en la casa hasta que toca irme, y encontrar los trenes retrasados, los mensajes que no se contestan y luego caminar hacia la que fuera mi oficina. Hay cosas que no cambian: y la luz que incide en esos escritorios parece la misma. Yo, sin embargo, igual veo la vida un poco distinta.

La comida gira alrededor de mi mudanza: mis ex-compañeras de trabajo no se lo pueden creer. "Así que por fin vas a venir. ¡Qué bueno!" Y hablamos de sus compañeros y sus hijos y sus jefes y el caos perpetuo que reina en las organizaciones no gubernamentales. Y pensamos cómo serán los próximos meses y cómo podré invitarlas a casa. Caminé por la ciudad y regresé a la que ahora es un poco mía a hablar con mi madre y mi hermano, con video de por medio.

Los dejé porque había sol y eso hay que aprovecharlo - un verano indio, que le llaman. Hicimos cita para comer junto al río y luego ir al cine. Mientras cenábamos y hablábamos, había tantas cosas a nuestro alrededor que no podía concentrarme en una sola. Además de los colores del atardecer, absolutamente descarados, me distrajo también una pareja sentada atrás de nosotros: él esperó casi mediahora y ella llegó después, toda botas vaqueras y cabellera rubia al viento. Después de saludarse con un beso medio a escondidas y cuando había llegado copa de vino espumoso, él sacó algo de su saco, apretándolo. Extendió el puño lleno hacia ella quien hizo un cuenco con sus manos y recibió un brazalete y algo negro. Se puso de inmediato el brazalete y después miró con sorpresa el pedazo de tela negra: era encaje. Lo extendió lo suficiente para reírse y para que antes de apresurarlo dentro de su bolso yo pudiera adivinar una tanga.

Y pensé que nada de lo que viera en el cine podría hacerme sonreír más.

La tesis: fuimos a ver While we're young, de Noah Baumbach. Atención: siguen un par de spoilers. Me dolió, a diferentes niveles. Me acordé de demasiados que no somos tan jóvenes. El personaje de Ben Stiller, haciendo durante diez años su documental perfecto, me dolió como cuando los que somos sensibles al frío mordemos directamente un helado. Con el estómago tocado por el reflejo, llegamos a casa. Y me dije que esto de la tesis, imperfecta o no, ya tiene que acabarse.

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