Entrar a la iglesia a la que hace meses no has entrado y escuchar, a través del dolor de cabeza, una voz familiar en un idioma que te es familiar. Acercarte y recibir un abrazo y un poco de ánimos y felicidad y sensación de casa. Eso es cálido.
Caminar hasta la playa y encontrarte de frente con un millón de personas y el sol presumido plantándole cara a un otoño cercano. Subirte lo que puedes subirte unos pantalones de pitillo y acercarte a la orilla para meter los pies en el agua. Que los pantalones se mojen, regresar por la arena y caminar sobre el paseo marítimo. Sobre todo espalda, por debajo de tu camisa negra, el sol pidiéndote que no te vayas. Eso es cálido.
Llegar al barrio y entrar a una bodega. Pedir un vermut, un segundo vermut, una copa de cava - todo eso a pesar de una migraña insistente, de cansancio, por atrás. Cuando explota el debate electoral que está en el aire, echarte para atrás y guardar tus opiniones en la garganta por pereza, básicamente. Eso es cálido.
Regresar a casa y hacer la siesta. Despertar con la música de los vecinos y comenzar a contestar los correos que están pendientes desde hace dos semanas mientras afuera se hace de noche. Ver desde la ventana los fuegos artificiales del barrio. Descubrir que lo que tienes es hambre: levantarte, hacer pasta con aceite de oliva, ajo, sal, picante y atún. Buscar qué beber y darte cuenta que sólo quedan aquellos vinos que habías comprado para una ocasión especial. Terminar de cocinar y abrir una botella de vino búlgaro, guardado para algo importante. Darte cuenta que esto ES importante. Eso... eso es cálido.
La tesis: hoy la mandé a las cuatro valientes que dicen que la van a leer para asegurarse de que no haya ningún error terrible de ortografía o así. Parece que no termina o terminó antes de lo que esperaba. Y la pasta y el vino están sí, muy bien.
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