23.9.15

Yo sólo quiero bailar (59)

Las redes sociales ahora te recuerdan lo que tienes que recordar: te muestra tus fotos de hace años, las cosas que estabas haciendo, cómo y cuándo, qué pensabas, dónde estabas. Y resulta que al parecer el 23 de septiembre es un día muy movido en mis recuerdos digitales: a través de las redes sociales de pronto me vi en un congreso en Amberes, terminando otro en China, cocinando, visitando Venecia, enamorándome y no...

Este 23 de septiembre volvíamos a estar en casa. En Barcelona como la casa de todos, de la familia internacional, como la llama Vladimir. Todos juntos, celebrando que ahora tenemos casas y responsabilidades y tenemos que terminar las tesis y trabajamos en otros lugares del mundo... pero nos seguimos queriendo igual.

Corrió el cava. Sin límite. Y después decidimos bajar a bailar: bailar como hacía literalmente años que no lo hacíamos. Y me acordé de cómo vamos a bailar nosotros, cómo nos hicimos amigos: bailamos como si nadie nos estuviera viendo, ni nosotros mismos. Como si mañana no existiera. No es una cuestión de alcohol, ni de drogas. Son ganas puras de reirse, de tocarse, de moverse, bailar, estar.

Llegué a casa a las 4:30 de la mañana cansada, con hambre, con la noción de que quizá hoy me dolería el cuerpo y hasta la cabeza. Pero feliz - en la casa, en nuestra casa, con la recuperación de mi vida... no a través de las fotos en las redes sociales, sino a través de reirme y estar con la gente que hace de esta ciudad mi casa.

La tesis: hoy casi me entró la angustia verdadera de querer volver a leerlo todo. Y también pude preveer cómo tendremos una fiesta el día la entrega final. Que llegue por favor, que llegue.

22.9.15

Encuentros en el metro (60)

Cuando comencé a dar clases, el segundo año, tuve un grupo ingobernable. No creo que se imaginen si quiera las veces que llegué a mi casa a llorar, desesperada, por no saber cómo explicarles, cómo lograr algo de atención. Como en todos los grupos, siempre había unos pocos alumnos que tenían interés... o lo fingían. Terminamos el año y seguí viéndolos en la universidad.

El año pasado, sin saber que era mi último curso, regresé al mismo grupo. Era su último año de universidad y me tocaba explicarles métodos de investigación y ayudarles a guiar su trabajo final de grado. Eran más grandes, casi-casi adultos, pero igual ingobernables. Yo, un poco más dura, ya no lo viví tan mal... en realidad, hasta lo disfruté. Disfruté mucho ese último semestre de clases: hice cosas que nunca antes, los llevé a la calle, fuimos a un museo, discutimos de investigación, de noticias, de lo que querían hacer en el futuro... Con algunos, los acompañé en el proceso del trabajo final y vi incluso sus últimas versiones.

Hoy en el metro, levanté la vista y me encontré con uno de ellos. Curioso, inquieto y contestón, pero sobre todo muy clavado en sus cosas. Le llamé por su nombre y le dio gusto verme también. Y me contó todo lo que está haciendo, que gana poco, que quiere hacer un master, que le fue muy bien en su trabajo final y luego me dio un beso antes de irse.

Me quedé tan contenta, tan agradecida. Si algo de esa curiosidad, de esas ganas de ser mejor, creció un poquito en mi clase, sólo eso, vale la pena de haber dado esas clases.

La tesis: a la espera. La neurótica espera.

21.9.15

La sala de espera (61)

Hablaba con la psicoterapeuta sobre todas las decisiones que de pronto tomas y te cambias la vida. Hacía meses que no nos veíamos porque, como diría una amiga mía, he estado en mi mejor versión de Willy Fog. Y en este momento, en esta locura, ha cambiado tanto, demasiado, mucho.

Y conversando-conversando salió la cosa de las decisiones. De cómo uno está a veces en una especie de sala de espera y alrededor hay muchas puertas que puedes elegir. No hay una puerta correcta. Simplemente cada puerta, cada decisión, te llevará a un sitio completamente diferente. Puedes abrir las puertas: mirar que hay dentro y no decidir. Estar en la sala de espera. A veces incluso te compras un sofá muy cómodo y vas dando vueltas con tu sillón, para ver todas las puertas... sin entrar en ninguna. Esa es  - diría Rush - una decisión también: no tomar ninguna.

Cuando, finalmente, decides entrar en una puerta - dejar atrás la comodidad de tu sillón de la sala de espera - da miedo, pero también da gusto... aunque a veces vuelvas la vista atrás y pienses en las otras opciones... e incluso te plantees volver al sillón... a ratitos.

En los últimos días, desde mi sillón, miro mis puertas abiertas... e incluso algunas cerradas. Y me gusta a ver cruzado sus marcos en su momento. Y espero que, por más cómodo que sean los sillones que me encuentre en el futuro, sea capaz de siempre decidirme por alguna.

La tesis: es la espera. Mi director de tesis no está muy seguro cuando podrá decirme algo. Yo tampoco sé si estaremos a tiempo así que busco formas de solucionar. Porque se puede solucionar. Es una cuestión de diseño, al final.

20.9.15

Esto se acaba hoy (62)

Molesta por no haber podido avanzar nada el viernes, me fui para estar en la biblioteca temprano. Desayuné antes de entrar, bien, con la esperanza de quedarme hasta que cerraran que - para mi felicidad - era una hora más tarde de lo que esperaba.

No hay mucha gente los sábados en la biblioteca: los que estamos terminando la tesis, los que empiezan a dar clases... los extremos. Después de reirnos un rato con la encargada y el chico de seguridad sobre el día que me quedé encerrada en esa misma biblioteca, me senté. Me enchufé. Y comencé sobre el texto, sobre las notas. Hay una cosa de escribir que a veces es increíble: se parece a cocinar, se parece a la capacidad que puedes tener para transformar cosas. Cortar párrafos, reacomodarlos, reinventarlos. Como una labor de amor, para acercar entre ellas las ideas que están en la misma familia...

Y así, de pronto, ya está. Cerrado. Se acabó. Lo que sigue es convertir todos los archivos a PDF y ordenarlos. Pero lo de escribir, lo de reflexionar, por el día, por el texto, por la tesis, está. Ya vendrán las correcciones y las cosas, pero ya está.

En medio de eso, la biblioteca cerraba. Así que me fui a un bar y continué manipulando PDFs y camibiándolos hasta hacer un archivo de 15.4 Megas que es, de alguna forma, el resumen de mi vida los últimos seis años.

Casi tenía ganas de irme de fiesta: tenía un cumpleaños, fui a comprar dos regalos inspirados, fui al cumpleaños y tomé cerveza, fotos, pastel y me vine a casa. A dormir. A descansar. Porque mi cuerpo no puede moverse.

La tesis: se la mandé a mi director - pero mal a la primera. El primer archivo que se llamaba TODO no era TODO sino un error. Pero se corrigió. A lo que sigue.

El placer de lo cálido (63)

Entrar a la iglesia a la que hace meses no has entrado y escuchar, a través del dolor de cabeza, una voz familiar en un idioma que te es familiar. Acercarte y recibir un abrazo y un poco de ánimos y felicidad y sensación de casa. Eso es cálido.

Caminar hasta la playa y encontrarte de frente con un millón de personas y el sol presumido plantándole cara a un otoño cercano. Subirte lo que puedes subirte unos pantalones de pitillo y acercarte a la orilla para meter los pies en el agua. Que los pantalones se mojen, regresar por la arena y caminar sobre el paseo marítimo. Sobre todo espalda, por debajo de tu camisa negra, el sol pidiéndote que no te vayas. Eso es cálido.

Llegar al barrio y entrar a una bodega. Pedir un vermut, un segundo vermut, una copa de cava - todo eso a pesar de una migraña insistente, de cansancio, por atrás. Cuando explota el debate electoral que está en el aire, echarte para atrás y guardar tus opiniones en la garganta por pereza, básicamente. Eso es cálido.

Regresar a casa y hacer la siesta. Despertar con la música de los vecinos y comenzar a contestar los correos que están pendientes desde hace dos semanas mientras afuera se hace de noche. Ver desde la ventana los fuegos artificiales del barrio. Descubrir que lo que tienes es hambre: levantarte, hacer pasta con aceite de oliva, ajo, sal, picante y atún. Buscar qué beber y darte cuenta que sólo quedan aquellos vinos que habías comprado para una ocasión especial. Terminar de cocinar y abrir una botella de vino búlgaro, guardado para algo importante. Darte cuenta que esto ES importante. Eso... eso es cálido.

La tesis: hoy la mandé a las cuatro valientes que dicen que la van a leer para asegurarse de que no haya ningún error terrible de ortografía o así. Parece que no termina o terminó antes de lo que esperaba. Y la pasta y el vino están sí, muy bien.

17.9.15

Interiores (65)

Había un error en el planteamiento: quedarse en casa porque en la tarde tienes que ver a alguien cerca de casa. El problema de haber vivido tantos años en el centro de la ciudad es que cuando te sales un poco de él todo te parece lejísimos... Así que hoy decidí trabajar desde casa, como había hecho desde antes de irme.

Lo que está bien: que como aquí, que salgo a tomar el café y conozco a los vecinos, que efectivamente pruebo que sirve la placa de inducción y puedo comer algo de la comida preparada que acumulo para tiempos de guerra (como estos). Que aprovecho estos días en esta casa mía tan mía y a la que todavía no conozco del todo - sigo en el momento en el que tiene uno que prender la luz para dejar las cosas en su sitio.

Lo que está mal: que no me concentro, que me acomodo. Que está mi cama. Que me acuerdo que Internet está yendo de videos de gatitos. Que tengo una nevera con cosas y ni siquiera tengo que bajar por una cerveza... falso. Tengo que bajar por una cerveza cuando ha caído el sol y me doy cuenta de lo fácil que es tirar casi por la borda un día. Casi porque ya no la llamo "la casa", sino que se empieza a sentir más "mi casa".

La tesis: otra vez, ese capítulo de experimentación demasiado largo, demasiado complejo, con demasiadas imágenes, que vuelve tonto al Word. Otra vez la duda. Y los archivos de la bibliografía y las conclusiones mirándome con cara de: "¿qué? ¿volvemos mañana a la biblioteca mejor?".

16.9.15

Familia (66)

Todo el día esperando para ir a sentarnos alrededor de una mesa y contar cómo fueron las últimas semanas. Todo el día haciendo las cosas de los días normales - trabajando, escribiendo, atendiendo a los demás... para llegar y acariciar al perro, reírse, abrazarse. Todo el día para tomarse un selfie tan feo que no se lo mostrarías a nadie pero que guardas en tu móvil porque te acordarás de este día. El día de la vuelta. El día de verse después de más de un mes. Y que parece que uno se hubiera visto el día anterior.

Y salir, tomar el metro y volver a casa con sensación de que estuviste en casa porque la casa son ellos: no las cuatro paredes que te rodean.

La tesis: sigo con horas largas en la biblioteca. Es maravillosa. Me hace tener vergüenza de estar viendo gatitos y trabajo más. Es lo que sucede.

15.9.15

Los nacionalismos a medida (67)

Una de las cosas más sabrosas de ser un nerd y hacer un doctorado y sufrir con ello, es que en el camino te toca hablar sobre cosas apasionantes. No sólo los que hacemos un doctorado somos clavados en nuestro tema, pero tenemos una cierta tendencia a reunirnos con otros académicos de vez en cuando y asomarnos a su pequeñísimo ámbito de especialidad, a esa pregunta de investigación que les carcome. Hace meses, cuando Eric llegó a Barcelona, pasamos un ratito de una tarde hablando sobre la mexicanidad. Él está investigando sobre ese constructo social imaginario que nos hace sentirnos parte de algo que a nivel masivo se traduce en poner banderas verdeblancoyrojoconáguila fuera de nuestras casas cada septiembre y salir a dar el grito. Sobre ese mito que nos hemos contado según el cual, y parafraseando a Chavela Vargas, los mexicanos somos tan nuestros que hasta nacemos donde nos da la regalada gana.

Hoy en mi país de origen sería fiesta nacional, pero veo cada vez más voces que piden que no se salga, que no se celebre un país que pasa por una crisis de seguridad y de gobierno tan grave que ya hasta mis padres me admiten que existe en los teléfonos. Hemos pasado del "no te preocupes" a "bueno... ya sabes... se ha puesto muy feo". Hemos pasado de las portadas de Time en plan superhéroe a la gente que me mira con horror cuando les cuento que me hace ilusión ir a mi país a visitar a mi abuela. Cada vez el mexicano deja de ser sólo el fiestero y flojo de turno en el imaginario colectivo para convertirse también en el que vive en el sitio más peligroso del mundo.

Somos particulares, los mexicanos. Y aunque creamos que el país se esté cayendo a pedazos y no vayamos a salir a dar gritos oficiales, creo que seguimos dándolos en privado. Por que ese nacionalismo - esa palabra que viviendo entre México y Catalunya entiendo tan bien - es principalmente festivo, y lleno de orgullo. Es, en el caso mexicano, incluyente y abierto, esperanzado, gritón, festivo. Es un constructo, sí, pero que nos hace tejer hilos para unirnos aunque no haya ninguno.

El domingo, en una fiesta de bienvenida en Rotterdam, un chica italiana se acercó a conocerme con emoción porque yo era messicana. "Ahí han sido las mejores vacaciones de mi vida". Esas cosas, que nuestra comida sea considerada patrimonio inmaterial, que el país sea una colección tan increíble de maravillas naturales y humanas, son las que me hacen sentirme identificada con él: aunque ser mexicano sea un invento particular que cada uno lee como más le conviene. Tanto así que celebramos el día 15 cuando en realidad la Independencia se supone que comenzó el día 16 - pero don Porfirio prefirió juntar las celebraciones con las de su cumpleaños. Nacionalismos a medida.

La tesis: en eso estoy. Sentada en mi magnífica biblioteca de la Plaça Terrenci Moix (amo que se llame así), corrigiendo una bibliografía que está hecha por un monstruo harto de escribir y bucear en los artículos que he leído durante los últimos seis años. Es uno de esos días positivos - no pude estar en la reunión del #survivephd15 pero ya la revisaré. Creo que a veces lo que necesitas para sobrevivir es concentrarte: hacer.

14.9.15

Dos arcoiris (68)

Otra vez en el aeropuerto - y en las dos horas de espera antes de esta sala hicimos como si no pasara nada. En realidad, nos divertimos en escribir y trabajar en la mesa del comedor como si fuera un lunes cualquiera y estuviéramos cocinando la cena. Pero yo me iba. Y lo mejor para disminuir los temores de las despedidas (incluso de las temporales) es hacer como si no estuvieran ahí.

Se le acaban los días a septiembre. Hoy me preguntan cuántas horas reales necesito para terminar la tesis. Creo que menos de las que me imagino. Creo que menos de las que he necesitado nunca.

Me voy a terminar y me despiden, del otro lado de la ventana, dos arcoiris. Uno tan grande y tan completo que no lo alcanzo a tomar con la cámara del teléfono. Me encanta verlos: me maravilla la luz contra ese cielo, con sus nubes tan de libro animado. Y me acuerdo de una cosa que se le ha olvidado a este recuento: que es para dar gracias, no sólo para quejarse. Para dar gracias de las idas y las vueltas, de las lluvias y sus posteriores arcoiris, del miedo que da acabar la tesis porque lo que viene después será algo que ni siquiera me atrevo a imaginar.

La tesis: estoy trabajando en las correcciones de la primera parte para cerrar la segunda y terminar las conclusiones. Hoy abrí los tres archivos, con ese nerviosismo de quien casi quiere comérselo todo de golpe.

13.9.15

A mitad del domingo (69)

Cuando se han roto las rutinas, hay que crear nuevas. Tradiciones pequeñitas. Cosas que te regresen a la naturalidad. Y ahora que no hay posibilidad de irme a tomar un vermut, tengo que prepararlo. Y ponerle sus hielos, y tomármelo con el lunch.

Él está encantado con mi insistencia de que a medio día del domingo hay que comer cositas diferentes, buenas, sabrosas. Y hoy, cuando no puedo concentrarme ni en escribir el blog (antes de este) parecía una buena idea.

Creo que tanto ver videos de gatitos esta semana me convirtió un poco en uno. Y cuando vi que el sol aparecía por la ventana lo único que se me ocurría era hacerme ovillo en el centro de la cama y dejar que mi pelaje y mis bigotes se calentaran. Transfigurarme para mover las orejas, y la cola, y lamerme el abrigo...

Pero soy un gatito que escribe tesis y hace sopa con todo lo verde que encuentra en la nevera (domingo: día del aprovechamiento de lo que estaba a punto de irse a la basura). Y si puedo volver a comenzar con el blog, también con las cien páginas de experimentación que tienen que hacer sentido a alguien más, no sólo a mi.

La tesis: espera. Pero está en mi cabeza. Trabajo, como diría mi terapeuta, cuando incluso no me doy cuenta de que lo hago.

Productividad (70)

Además del trabajo de él, mi tesis, los artículos que tengo que escribir, además de todo eso... hay que terminar con las pequeñas decisiones de la casa nueva: buscar grifos, suelo para el baño de la primera planta y una pica mínima que quepa en ese espacio, un regalo para los vecinos que ya se mudan esta semana. Así que era un sábado con una lista larga de "cosas por hacer".

No salimos pronto, pero pasamos por la lista haciendo un slalom extraordinariamente efectivo. No se trataba - y esto tengo la sensación de haberlo escrito antes - de encontrar la cosa "perfecta", sino la más adecuada con todos los parámetros, de lo que había disponible. Cuando regresamos a la casa, temprano en la tarde, la lista de cosas pendientes estaba completada: no habíamos comprado nada demás - ni siquiera una planta - e incluso teníamos listo el menú para el resto del fin de semana. El cielo era gris - gris panzadeburro, como dirían los limeños y no había más que hacer que leer, descansar, reposar.

Y eso hicimos: el sábado para descansar, el momento de leer un libro de cocina, de evaluar las posibilidades de vacaciones posibles, de las visitas que llegarían. Durante el silencio, a veces, llegan las cosas que uno teme: los recuerdos más malos del pasado, las cosas que cuestan más poner en su lugar. Pero es sábado: llegan y se van.

La tesis: acomodé hoy todas mis cosas tecnológicas para el viaje del lunes. Otra vez, comienza la angustia previaje - las ganas de irme, la noción de que cuando vuelva la tesis ya no podrá venir conmigo como una cosa en proceso, sino como algo terminado. La miro ahí y creo que es verdad que me da miedo terminarla. Pero esta tarde, mientras hablábamos del futuro, le conté sobre una historia que tengo ganas de escribir desde hace años. "Piensa en eso para terminarla: en todas las nuevas oportunidades que vienen". 

12.9.15

Estando aquí... (71)

Sonó el despertador y lo apagué y volví a dormir. Mis horas fuera de horas hoy no funcionarían. "¿Estás bien? ¿Qué pasa?". Nada, contesté sobre el café de la mañana. Simplemente hoy no me podía levantar. Sobre la mesa, el ordenador. Estoy tan peleada con todo lo que está ahí dentro que ni siquiera he comenzado a escribir el blog, que reviso los correos en el teléfono. Pasan los días y, en mi cabeza, queda muy claro que estoy haciendo algo que no debería: poniéndome a perder tiempo cuando no lo tengo.

Armada con otra taza de café me siento. Hoy necesito terminar de traducir porque el fin de semana debería trabajar en papel, acomodando esto que no hace ningún sentido. Y me pongo pequeñas metas en el texto: no te puedes parar por otro vaso de agua hasta que no llegues al próximo subtítulo. No pares hasta el siguiente punto en seguido. No trates de corregir la redacción ahora: traduce solo.

Al final, poco después del mediodía terminé y mandé el texto para que se imprimiera. Comí, me metí a la ducha, vi un poco de televisión sabiendo que tenía que salir de casa. A algo. A salir. Al sol ese que en unos días ya no estará. A que me dé el aire. A salir. Finalmente salgo acicateada por la necesidad de tener algo para la cena, que será temprano. Y en el súper mercado, en el pequeño super mercado de mi barrio, me pierdo. No puedo decidir qué comprar, no se me ocurre qué poner para la cena, no sé en dónde estoy. Tengo la necesidad imperiosa de volverme hacia alguien y contarle que no sé qué estoy haciendo, que me sorprende lo malo que era el texto que estaba traduciendo hoy, que me ha vuelto a atacar el síndrome del impostor.

Pero ni yo entiendo lo que la gente a mi alrededor dice ni probablemente ellos entenderán lo que digo yo. Regreso a casa y recuerdo que la música alivia: y pongo música de cuando tenía nueve años, y salto un poquito alrededor, para sacudirme esa sensación de mudanza y de incapacidad que me tiene desbordada.

Tesis: no más traducciones. Este fin de semana toca acomodar esa segunda parte y definir un esquema claro de conclusiones. Y cerrar esto, que ahora, de verdad, me está ahogando.

11.9.15

Lo que descubres fuera (72)

Me levanto temprano a escribir un poco porque sé que hoy el día no dará mucho para concentrarme. Hay que volver a la casa porque viene un proveedor que hizo el trabajo mal y hay que mostrarle los errores. Después quedé de ir a comer y a cenar fuera. Todo el mismo día. Una parte de mí, la responsable, dice que es mejor que nos quedemos dentro y trabajemos. Otra ve que el día será soleado y que necesitamos hablar con gente: así que salgo.

En la casa me subo de nuevo a las escaleras de obra, pero sólo hasta la mitad. No me parece que debería ir hasta arriba. Cómo me costó vestirme hoy para gustarme, para ver a alguien que no he visto en mucho tiempo. Y sigo en la casa hasta que toca irme, y encontrar los trenes retrasados, los mensajes que no se contestan y luego caminar hacia la que fuera mi oficina. Hay cosas que no cambian: y la luz que incide en esos escritorios parece la misma. Yo, sin embargo, igual veo la vida un poco distinta.

La comida gira alrededor de mi mudanza: mis ex-compañeras de trabajo no se lo pueden creer. "Así que por fin vas a venir. ¡Qué bueno!" Y hablamos de sus compañeros y sus hijos y sus jefes y el caos perpetuo que reina en las organizaciones no gubernamentales. Y pensamos cómo serán los próximos meses y cómo podré invitarlas a casa. Caminé por la ciudad y regresé a la que ahora es un poco mía a hablar con mi madre y mi hermano, con video de por medio.

Los dejé porque había sol y eso hay que aprovecharlo - un verano indio, que le llaman. Hicimos cita para comer junto al río y luego ir al cine. Mientras cenábamos y hablábamos, había tantas cosas a nuestro alrededor que no podía concentrarme en una sola. Además de los colores del atardecer, absolutamente descarados, me distrajo también una pareja sentada atrás de nosotros: él esperó casi mediahora y ella llegó después, toda botas vaqueras y cabellera rubia al viento. Después de saludarse con un beso medio a escondidas y cuando había llegado copa de vino espumoso, él sacó algo de su saco, apretándolo. Extendió el puño lleno hacia ella quien hizo un cuenco con sus manos y recibió un brazalete y algo negro. Se puso de inmediato el brazalete y después miró con sorpresa el pedazo de tela negra: era encaje. Lo extendió lo suficiente para reírse y para que antes de apresurarlo dentro de su bolso yo pudiera adivinar una tanga.

Y pensé que nada de lo que viera en el cine podría hacerme sonreír más.

La tesis: fuimos a ver While we're young, de Noah Baumbach. Atención: siguen un par de spoilers. Me dolió, a diferentes niveles. Me acordé de demasiados que no somos tan jóvenes. El personaje de Ben Stiller, haciendo durante diez años su documental perfecto, me dolió como cuando los que somos sensibles al frío mordemos directamente un helado. Con el estómago tocado por el reflejo, llegamos a casa. Y me dije que esto de la tesis, imperfecta o no, ya tiene que acabarse.

7.9.15

Acumulación (75)

Hoy leí un ensayo en Medium que decía que el mito de que uno tiene que acumular 10.000 horas haciendo cualquier cosa para considerarse un experto es solamente eso, un mito. Si acumulas 10.000 horas o te pones la meta de escribir 10.000 palabras cada día lo único que aseguras es que harás cantidad, pero no necesariamente calidad: vamos, que no se trata de hacer las cosas durante todo ese tiempo sino de hacerlas bien.

Hace una semana que no publico en el blog cuando prometí que haría 100 días de ejercicio de escribir todos los días. ¿Resultado? Tengo siete posts a medio terminar por los que tengo que pasar en algún momento. Porque, en el fondo, este es un ejercicio no de saber que escribo mejor o que podría escribir una columna diaria, sino de cumplir con unos mínimos establecidos. Entonces hay que volver a ese blog por día, aunque toque un día de no hacer otra cosa más que escribir blogs... como cuando uno no estudia y le toca todo al último minuto.

La primera cosa que hice esta mañana fue enviarle un email a mi director y decirle que no llegaría con la entrega que tenía para hoy. Que quizá sería para mañana, martes. A las 20:30 de la noche del lunes, creo que tampoco estaré para mañana. Pero algo estará. Algo habré avanzado.

Hoy trabajé, pero en otras cosas: saqué la cabeza de mi hoyo de avestruz que es la tesis para resolver asuntos pendientes de la universidad, de mis ex-clases, mandar cartas de presentación y currícula e incluso para asistir a una reunión de trabajo que me dejó un poco tocada... pero que me demuestra que la vida sigue y que habrá que hacer después del doctorado.

También importante, hoy me puse al día con mi curso "How to Survive your PhD". No, no es broma - es un MOOC de la Australian National University que tiene buenísima pinta... y en el que me reconozco en cada línea. Así que entre el blog, la tesis, la búsqueda de trabajo y el curso, lo que más he disfrutado es una caminata de casi 5 kilómetros (me desvíe de la ruta) donde pude escuchar la radio y pensar que no todo es tan ordenado como debería.

La tesis: en plena segunda parte, traduciendo, encontrando los hilos perdidos. Supongo que es más lento de lo que me gustaría, pero supongo también que en algún momento terminaré. Constaté lo que ya sabía - necesito acostarme tarde y levantarme temprano para trabajar. Soy más efectiva de noche, con siestas intermedias.

Orden (76)

"¿Avanzaste?", me dijo al llegar y plantarme un beso en la frente. Se había salido un par de horas antes al gimnasio y cuando me sugirió que lo acompañara yo miré el ordenador... la tesis... la bendita tesis que será un excusa que tendré que tirar muy pronto. Después de que él se fue yo me iba a poner a escribir... pero entonces me tocó acomodar la maleta del último viaje, y poner una lavadora, y cambiar de sitio las cosas en la nevera, y leer el diario, y ducharme muy largamente... esas cosas que se hacen en domingo.

El Jefe se reía de mi y decía que sabía con claridad que estaba que no cabía en mi de nervios cuando me ponía a arreglar mi casa. En los momentos más críticos, movía todos los muebles de lugar y desmontaba cosas, tiraba bolsas cosas que me parecían basura en ese momento. Y este domingo era como una versión mínima de eso: necesitaba acomodar cosas físicas para acomodar las cosas en la cabeza.

Cada vez que leo los capítulos en los que estoy trabajando me doy cuenta lo mal estructurados que están y cómo en realidad forman parte de una sola cosa. También me doy cuenta del tiempo que ha pasado y de lo diferente que soy a 2010 cuando comencé esta investigación. Quizá es cierto que uno tiene que pasar mucho tiempo haciendo su doctorado: es la única manera de asegurarse que las cosas caen por su peso.

La tesis: poco he hecho. Mal porque tengo que entregarle algo a mi director el lunes y más pronto que nunca será 30 de septiembre. Pff.

6.9.15

Feliz cumpleaños por él (77)

Lo increíble de vivir en un país nuevo es que hay muchas, muchas cosas por aprender casi cada día. Todos los rituales que para ti son transparentes en tus espacios aquí son un descubrimiento: como casarse, cumplir años. Hoy él cumpleaños y a la que me felicitan es a mí. Llaman desde ayer sus hermanas y me dicen: "¡felicidades por su cumpleaños!". A él no le gustan, a mi me encantan - y me gusta que soy felicitada porque es como entender que el que él cumpla años y esté feliz también para mi es una fiesta.

De celebración (o anti-celebración) fuimos una boda: en una iglesia, todo muy dulce, muy católico, muy tradicional. Puedo seguir la celebración aún en holandés por todos los años que fui a misa los domingos. Me gustó ver a los novios felices. Me gustó el olor a flores, y velas e incienso. Me gustó - y me sorprendió - volver a ver una cosa que pensé que era inédita: durante la comunión, los sacerdotes piden a los no-católicos que quieran acercarse que lo hagan para recibir una bendición. Como abrir la mesa para todos.

La tesis: hoy no toca. Eso de los sábados que ya habíamos hablado. Pero eso no evita que siga teniendo pesadillas con el deadline por las noches.

5.9.15

Viajes y mentiras (78)

Me levanté a las seis de la mañana para cerrar los pendientes en casa y estar a tiempo en el aeropuerto. Se trataba un poco de hacerlo todo sin pensar, sin saber de qué casa a qué casa iba, sin darle más vueltas a esto de la vida en la maleta. Entonces: ducha, vestirse con ropa de cambio de clima, cerrar pendientes, sacar la basura, bajar los cuatropisosdeescalonesenanosconunamaletade15k, y hacer el viaje en el transporte público, con los demás que comienzan la vida temprano.

Me acordé de Esther que decía que uno de los sonidos que extrañaba de Barcelona era el tuctuctuctuc de las ruedas de las maletas de los turistas en los adoquines. Pero yo aún no soy una turista: soy una trashumante, que es diferente.
Así el cielo, que sí tranquiliza

En el aeropuerto, solo olvidé comprar el diario. Lo de no trabajar no fue un olvido: fue elegido. Me quedé ahí, estando. A mí, como a algunos cuantos en el mundo, me da por deslizarme por los pasillos aeroportuarios como si fueran los de la casa de un pariente que conoces tan bien como la tuya. Y subir al avión para sentarme en mi asiento de ventanilla... a menos de que alguien se haya sentado ahí y te mire con ojos de pistola cuando le pides que te cambie el asiento.

No sé por qué en un momento dado tuve la necesidad de voltear y decirle a la parejita que me miraba con odio que necesitaba la ventana porque, cuando me daba miedo, tenía que mirar hacia afuera e imaginarme los espacios abiertos. Ahora sé que no sólo estaba mintiendo horriblemente: también estaba plagiando una novela más bien malita que leí hace poco.

El viaje pasó y yo llegué a cambiar no sólo de indumentaria sino también de tarjeta de transporte, llaves, y orientación. El mundo parece diferente con diez grados menos. Pero también aquí se está bien - sin mentiras.

La tesis: ¿que si me acordé de todo lo que dije de que el vuelo entero iba a trabajar? Claro que me acordé. Pero no lo hice.

4.9.15

Pequeños premios (79)

En algún momento leí que mientras estabas en el proceso de la tesis, tenías que hacer pequeñas celebraciones por cada hito. En un momento de histeria, con la fecha de entrega convertida en la más certera espada de Damocles, quizá sea un poco irresponsable. Pero esta mañana cuando por fin casi todo estaba en su sitio - incluso tenía Internet en casa - recibí un mensaje de mi director. "Buen día... ya me leí la primera parte y tengo un diagnóstico y un pronóstico". No exagero si digo que sentí un poco de sudor frío... este temor casi (pero no del todo) irracional al error, al fallo. Y había que llamarle. Y saber de qué se trataba.

El sonido de su voz más o menos me hizo bajar la guarda: sí, está en camino, mucho mejor que lo que había antes. Con esto seguramente saldremos. Hay muchas correcciones que hacer, sería bueno que alguien más lo leyera para tener más perspectiva y corrección de estilo, pero en términos generales va de camino. Y sería bueno que alguien más lo leyera.

Mi respuesta a la llamada fue cerrar el ordenador y bajar a hacer compras, ver a alguien para comer, cortarme el cabello, prepararme para el viaje. Como si fuera a llegar un nuevo momento. Como si esto finalmente tuviera visos de un final.

La tesis: la traducción sigue. Pero parece que la primera parte está semiaprobada.

1.9.15

Oídos débiles (82)

Hay dolores que generan un recuerdo pasmosamente claro y desagradable: en mi caso, uno es el dolor de oídos. Puedo claramente sentir cómo palpita dentro de tu cabeza y como nada, ni siquiera un biberón con leche de chocolate (así de jovencito es ese recuerdo) puede liberarte de ello. Así que cuando algo, lo que sea, pasa con mis oídos, tengo la consigna de ir lo más rápido posible al médico.

El lunes, después de desayunar con S y hablar eternamente de mudanzas y remodelaciones (es el tema del año) y luego trabajar en el café hasta que se me acabó el wifi de cortesía, fui a médico. Con todo y susto. A que revisara mis oídos que han estado más bien medio sordos desde que me bajé del último avión.

No está pasando nada: de hecho, mi nuevo médico - lo agrego a la lista de especialistas "en caso de emergencia" me explicó con lujo de detalles que, básicamente, estoy baja de defensas, tengo rinitis y mis oídos se quejan un poco de todos los aviones. Un par de medicamentos y la indicación de regresar en un mes. "¿Usted cree que me deba operar la nariz?", pregunté, antes de irme. Últimamente cada que voy a México uno u otro médico dice que, sin duda, lo que necesito es cambiar mi perfil por otro. "Bueno... si no te gusta tu nariz... pero funcionalmente no haríamos nada haciéndote una cirugía - la desviación que tienes no es tan grave: es solo molesta".

Salí con los oídos igual de tapados, pero más tranquila. Antes de visitarlo, había enviado a mi director las 100 páginas que terminé de corregir a las siete de la mañana. Por un momento, todo es más fácil. "No es tan grave, sólo molesta" la desviación - como la tesis. Y quizá lo de no poder escribir antes es tan metafísico como la explicación que me dió MJ para mi sordera: "A lo mejor lo que pasa es que no quieres oir lo que otros quieren decirte". No sería la primera ni la última vez.

La tesis: pues eso. El director está revisando la primera parte. La segunda está en inglés y es muy rara: es mi parte experimental y me temo que no entenderé cómo la estructuró mi cabeza. A ello.