27.2.13

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Sofía tiene tres años y es un terremoto rubio que tiene de cabeza a sus padres. No es la única Sofía así en el mundo, porque yo conozco por lo menos otras dos con las mismas características que son igual de movidas. Otra característica de esta Sofía es que, por alguna razón que desconozco, le caigo especialmente bien.
Hija de amigos, me ve con sorpresa y después de unos cinco minutos de acomplamiento a mi llegada, se acerca. Hay una cosa que le encanta: mi cabello, oscuro, fino y algo ondulado, que nunca en mi vida había sido tan largo. Hace un par de visitas a casa de sus padres preguntó que si me podía peinar - desde entonces, cruzar esa puerta significa pasarme un pequeño rato sentada en el suelo, mientras ella me hace coletas o me pone adornos de colores.
Mientras me "peina", me va contando cosas de su día, medio en catalán, medio en castellano. Con frases suyas, de sus papás y que escucha en la televisión. Ayer su padre miraba el partido con un gripazo tremendo. Las manecitas de Sofía se escurrían entre mi pelo (nunca, nunca me ha hecho daño - primera condición impuesta por su madre) y de pronto comenzó a decir, con tono de señora en peluquería: "¿Has visto a mi papi? Es que está fatal..."
El mejor episodio que recuerdo de Sofía me lo contó su madre. Hace unos meses la llevó a la peluquería a que le hicieran un corte de pelo. En plan señorita llegó, se sentó en la silla y entonces pidió: "Quiero que me corten el pelo como el de Cinthya..."

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