"Hace unos meses", decía P en medio de la cena, "que me siento que soy parte de la historia. Esa punta de la ola donde creíamos que estábamos - y nos íbamos a quedar - ya no es tal. Entonces siento que formo parte de un momento que va a cambiar la historia". Sonreí y me acordé porque, durante muchos años, yo también sentía que estaba en un tipo de pasillo lateral temporal de la historia en donde, en términos generales, no pasaba nada.
Pero es más difícil verlo cuando estás ahí - analizar las características de la avalancha mientras estás a la mitad de la misma. Sin embargo, hay un punto de esperanza: algo que dice que en este momento también cambiarán las cosas.
[Otra cosa que dijo P en la noche y que no me quiero olvidar: "Durante mis treinta fue cuando me dí cuenta que me tenía que poner a hacer cosas - que no iba a empezar ninguna fiesta. Que ya había empezado y este es el momento de hacer algo con lo que tienes"].
28.2.13
Newsflash: La Maestra
Parecía mentira: de pronto un mensaje al móvil y mis redes sociales volviéndose locas. Habían detenido a Elba Esther Gordillo, uno de los personajes más odiables y odiados de la política nacional. Al ser la dirigente del Sindicato de Maestros, es difícil para los que estamos afuera y en entornos donde el sindicalismo es visto como lo mejor que puede haber explicar que no, que no es buena, que - como muestra su cara - ha estado bajo el candelero demasiado tiempo y ha logrado desgraciar una buena parte de la educación en México.
No termino de definir si me siento feliz o no por su detención. Lo que sí sé son dos cosas. Sentí una cierta alegría mezquina cuando leí en La Jornada del 28 de febrero:
Aclaremos: no me gusta que nadie tenga que pasar dos horas de pie y mucho menos por el tortuoso y lento proceso de "justicia" en México. Pero hay algo deliciosamente irónico en que la mujer que se gastó el dinero público en cirugías plásticas y ropas de diseñador ahora vaya por ahí, vestida en un raquítico uniforme color caqui.
Como diría Darth Vader (otro, no el que ustedes conocen): "Siempre es bueno para el alma ver que alguno de los malos cae alguna vez en la cárcel".
No termino de definir si me siento feliz o no por su detención. Lo que sí sé son dos cosas. Sentí una cierta alegría mezquina cuando leí en La Jornada del 28 de febrero:
Elba Esther Gordillo Morales, lideresa del mayor sindicato en Latinoamérica y cabeza de uno de los llamados poderes fácticos de México, tuvo que vestir el uniforme caqui característico de las reclusas y esperar de pie durante las más de dos horas que duró su diligencia de declaración preparatoria.
Aclaremos: no me gusta que nadie tenga que pasar dos horas de pie y mucho menos por el tortuoso y lento proceso de "justicia" en México. Pero hay algo deliciosamente irónico en que la mujer que se gastó el dinero público en cirugías plásticas y ropas de diseñador ahora vaya por ahí, vestida en un raquítico uniforme color caqui.
Como diría Darth Vader (otro, no el que ustedes conocen): "Siempre es bueno para el alma ver que alguno de los malos cae alguna vez en la cárcel".
Elba
Esther Gordillo Morales, lideresa del mayor sindicato en Latinoamérica y
cabeza de uno de los llamados poderes fácticos en México, tuvo que
vestir el uniforme caqui característico de las reclusas y esperar de pie
durante las más de dos horas que duró su diligencia de declaración
preparatoria. - See more at:
http://www.jornada.unam.mx/2013/02/28/politica/005n1pol#sthash.sGZyRmn0.dpuf
Elba
Esther Gordillo Morales, lideresa del mayor sindicato en Latinoamérica y
cabeza de uno de los llamados poderes fácticos en México, tuvo que
vestir el uniforme caqui característico de las reclusas y esperar de pie
durante las más de dos horas que duró su diligencia de declaración
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27.2.13
Fans (14)
Sofía tiene tres años y es un terremoto rubio que tiene de cabeza a sus padres. No es la única Sofía así en el mundo, porque yo conozco por lo menos otras dos con las mismas características que son igual de movidas. Otra característica de esta Sofía es que, por alguna razón que desconozco, le caigo especialmente bien.
Hija de amigos, me ve con sorpresa y después de unos cinco minutos de acomplamiento a mi llegada, se acerca. Hay una cosa que le encanta: mi cabello, oscuro, fino y algo ondulado, que nunca en mi vida había sido tan largo. Hace un par de visitas a casa de sus padres preguntó que si me podía peinar - desde entonces, cruzar esa puerta significa pasarme un pequeño rato sentada en el suelo, mientras ella me hace coletas o me pone adornos de colores.
Mientras me "peina", me va contando cosas de su día, medio en catalán, medio en castellano. Con frases suyas, de sus papás y que escucha en la televisión. Ayer su padre miraba el partido con un gripazo tremendo. Las manecitas de Sofía se escurrían entre mi pelo (nunca, nunca me ha hecho daño - primera condición impuesta por su madre) y de pronto comenzó a decir, con tono de señora en peluquería: "¿Has visto a mi papi? Es que está fatal..."
El mejor episodio que recuerdo de Sofía me lo contó su madre. Hace unos meses la llevó a la peluquería a que le hicieran un corte de pelo. En plan señorita llegó, se sentó en la silla y entonces pidió: "Quiero que me corten el pelo como el de Cinthya..."
Hija de amigos, me ve con sorpresa y después de unos cinco minutos de acomplamiento a mi llegada, se acerca. Hay una cosa que le encanta: mi cabello, oscuro, fino y algo ondulado, que nunca en mi vida había sido tan largo. Hace un par de visitas a casa de sus padres preguntó que si me podía peinar - desde entonces, cruzar esa puerta significa pasarme un pequeño rato sentada en el suelo, mientras ella me hace coletas o me pone adornos de colores.
Mientras me "peina", me va contando cosas de su día, medio en catalán, medio en castellano. Con frases suyas, de sus papás y que escucha en la televisión. Ayer su padre miraba el partido con un gripazo tremendo. Las manecitas de Sofía se escurrían entre mi pelo (nunca, nunca me ha hecho daño - primera condición impuesta por su madre) y de pronto comenzó a decir, con tono de señora en peluquería: "¿Has visto a mi papi? Es que está fatal..."
El mejor episodio que recuerdo de Sofía me lo contó su madre. Hace unos meses la llevó a la peluquería a que le hicieran un corte de pelo. En plan señorita llegó, se sentó en la silla y entonces pidió: "Quiero que me corten el pelo como el de Cinthya..."
26.2.13
Alma (13)
En el despacho, ayer F me contó su nueva distracción frente a los cientos de libros que lee/escribe/enseña cada año. Desde casi un año, se dedica a renovar violines viejos. Músico, además de profesor y escritor, encontró el placer de buscar violines casi muertos en las tiendas de empeño o en internet, comprarlos y dedicarles horas amorosas que los vuelven a la vida del todo. La idea no es tan sólo que vuelvan a ser útiles, sino que incluso parezcan las joyas que llegaron a hacer.
Mientras hablábamos de lo complicado del proceso de la restauración, me contó una cosa profundamente poética. Dentro de los violines, hay una pieza de madera larga que los atraviesa, muy frágil, que se llama "alma". "Una de las cosas más complicadas es reparar un alma rota... o alguna vez me encontré un violín alemán con el alma completamente podrida... en general, siempre que te venden un violín muy barato, es que tiene el alma destrozada...".
Me quedé sonriendo el resto de la tarde. El hecho de poderle poner a algo un alma nueva me parece verdaderamente un milagro.
Mientras hablábamos de lo complicado del proceso de la restauración, me contó una cosa profundamente poética. Dentro de los violines, hay una pieza de madera larga que los atraviesa, muy frágil, que se llama "alma". "Una de las cosas más complicadas es reparar un alma rota... o alguna vez me encontré un violín alemán con el alma completamente podrida... en general, siempre que te venden un violín muy barato, es que tiene el alma destrozada...".
Me quedé sonriendo el resto de la tarde. El hecho de poderle poner a algo un alma nueva me parece verdaderamente un milagro.
25.2.13
Caballo (12)
Desde hace días no hago más que ver en los noticieros y los diarios la noticia de la carne de ternera mezclada con la de caballo en alimentos preparados. Grandes conglomerados de alimentos preparados han tenido que retirar de los supermercados lasañas y otros platos con carne de "procedencia dudosa".
Mientras tanto, en el mismo país - y en muchos otros - hay gente que pasa hambre.
Mi abuelo trabajó durante un tiempo en el matadero. Decía que, entre otras, la carne de caballo solía ser mucho más sana que incluso la de ternera. Quizá más fuerte en sabor y más fibrosa, pero en general los caballos no estaban tan dopados para el crecimiento como las terneras mismas. Además, en México, donde la carne de dudosa procedencia es REALMENTE de dudosa procedencia, comer caballo es, probablemente, un mal menor.
Y así, cuando veo a alguien en las calles pidiendo comida y pienso en las miles de bandejas que están siendo retiradas (y muy probablemente destruidas) por tener carne de caballo, me imagino a mi abuelo sacudir su sombrero con desaprobación. Y lo imito.
Mientras tanto, en el mismo país - y en muchos otros - hay gente que pasa hambre.
Mi abuelo trabajó durante un tiempo en el matadero. Decía que, entre otras, la carne de caballo solía ser mucho más sana que incluso la de ternera. Quizá más fuerte en sabor y más fibrosa, pero en general los caballos no estaban tan dopados para el crecimiento como las terneras mismas. Además, en México, donde la carne de dudosa procedencia es REALMENTE de dudosa procedencia, comer caballo es, probablemente, un mal menor.
Y así, cuando veo a alguien en las calles pidiendo comida y pienso en las miles de bandejas que están siendo retiradas (y muy probablemente destruidas) por tener carne de caballo, me imagino a mi abuelo sacudir su sombrero con desaprobación. Y lo imito.
24.2.13
Filtros (11)
Llegó y contó una historia como se cuenta un descubrimiento. Después de unos meses de lejanía, en 72 horas había visto a esa otra persona tal cual es: con sus manías, sus virtudes, su manera especial de regañar, de hacerlo sentir un poco mal por ser quien era. No es que hubiera dejado de quererle: es que el filtro de la distancia le permitía verlo todo un poco más nítidamente.
* * * * *
Habían pasado en realidad pocas horas de verse y muchas de ellas estaban nubladas por algunos gintonics. Todo parecía ir bien, todo en orden como siempre había estado. Y así, sin esperarlo, comenzó a preguntar cosas, a enumerar problemas, a detectar fallos. No es que hubiera dejado de quererle: es que el filtro de la cercanía le permitía verlo todo un poco más nítidamente.
* * * * *
Habían pasado en realidad pocas horas de verse y muchas de ellas estaban nubladas por algunos gintonics. Todo parecía ir bien, todo en orden como siempre había estado. Y así, sin esperarlo, comenzó a preguntar cosas, a enumerar problemas, a detectar fallos. No es que hubiera dejado de quererle: es que el filtro de la cercanía le permitía verlo todo un poco más nítidamente.
23.2.13
Augurios (10)
Desperté y no sólo parecía que nevaría por el gris del cielo - de hecho, conforme me iba acercando a la parte más alta de la ciudad, comencé a ver con claridad las copas de los árboles escarchados, como si alguien les hubiera espolvoreado azúcar.
En el Guinardó, los niños regresaban entristecidos al metro: no pudieron jugar su partido de futbol de los sábados básicamente porque la cancha estaba helada. En el centro cívico, fue necesario cancelar la calçotada (una barbacoa popular) gracias al mal tiempo.
Había quien lo pasaba bien: Mireia, que se había puesto sus botas de lluvia y brincaba sobre todos los montones de nieve que había a su paso. Un montón de adolescentes del casal que se divertían escribiendo en la nieve que cubría los parabrisas de los autos estacionados en la calle.
Adentro, nosotros en la conferencia, hablamos y hablamos y hablamos hasta que nos echaron del sitio. Salir, hacer la compra de sábado, regresar a casa y planificar ir al museo, a unas tapas.
Mientras caminaba por carrer Santa Anna con mi abrigo negro y mi pelo suelto, sentí que algo me cayó sobre la cabeza. Quise creer que era agua pero, por su densidad, su precisión y el hecho de que es una calle llena de palomas, sabía que no era así.
Justo en medio de mi melena, una paloma radioactiva y mutante había dejado caer sus heces. Una cosa horrible. Manchó mi bufanda y el cuello de mi abrigo. En el momento que quise limpiar y ví la cantidad, supe que era increíble: toco dar marcha atrás y regresar a casa, sin comer, sin museo, a ducharme por segunda vez en el día.
Después del ataque de asco inicial, disfruté de mi verdadera ducha de sábado: muy caliente, muy larga, muy llena de ideas. Quizá es, en realidad, un muy buen augurio. S dice que recibiré mucho dinero. Yo quiero pensar que, en realidad, recibiré algo de eso que estoy buscando sin saber muy bien que es.
En el Guinardó, los niños regresaban entristecidos al metro: no pudieron jugar su partido de futbol de los sábados básicamente porque la cancha estaba helada. En el centro cívico, fue necesario cancelar la calçotada (una barbacoa popular) gracias al mal tiempo.
Había quien lo pasaba bien: Mireia, que se había puesto sus botas de lluvia y brincaba sobre todos los montones de nieve que había a su paso. Un montón de adolescentes del casal que se divertían escribiendo en la nieve que cubría los parabrisas de los autos estacionados en la calle.
Adentro, nosotros en la conferencia, hablamos y hablamos y hablamos hasta que nos echaron del sitio. Salir, hacer la compra de sábado, regresar a casa y planificar ir al museo, a unas tapas.
Mientras caminaba por carrer Santa Anna con mi abrigo negro y mi pelo suelto, sentí que algo me cayó sobre la cabeza. Quise creer que era agua pero, por su densidad, su precisión y el hecho de que es una calle llena de palomas, sabía que no era así.
Justo en medio de mi melena, una paloma radioactiva y mutante había dejado caer sus heces. Una cosa horrible. Manchó mi bufanda y el cuello de mi abrigo. En el momento que quise limpiar y ví la cantidad, supe que era increíble: toco dar marcha atrás y regresar a casa, sin comer, sin museo, a ducharme por segunda vez en el día.
Después del ataque de asco inicial, disfruté de mi verdadera ducha de sábado: muy caliente, muy larga, muy llena de ideas. Quizá es, en realidad, un muy buen augurio. S dice que recibiré mucho dinero. Yo quiero pensar que, en realidad, recibiré algo de eso que estoy buscando sin saber muy bien que es.
21.2.13
Papeles (9)
Mi pasaporte, extracomunitario, es una muestra de mi vaivén en los últimos años. Cada vez que cruzo la frontera para ir a cualquier sitio, me lo sellan. He necesitado varios visados además del omnipresente visado americano y, de alguna manera, me enorgullezco cuando los oficiales de migración me miran alternando mientras pasan las hojas llenas de sellos.
A partir de mañana, eso será distinto.
Después de casi cuatro años de trámites, ayer pasé al Registro Civil y me dieron una nueva acta de nacimiento, conforme la cual sin renunciar a mi nacionalidad mexicana opto por tener también la española, con vecindad civil catalana (quisiera explicar bien esto último, pero no termino de entender las consecuencias). Después de haber pasado la fila en el Registro, me envalentoné y fui a sacar una nueva hoja de empadronamiento con los datos de mi nueva casa. Y luego, en la noche, me salté a la torera mi cita para el pasaporte y la tarjeta de identidad porque me dí cuenta que la oficina de la policía estaba vacía.
Éramos yo y un chico que tenía su DNI vencido desde mayo pasado. Nadie más. Y los funcionarios fueron rápidos y amables. Y, con una foto un poco fea y una lluvia que no para, salí armada con mis dos documentos que me identifican como española, como europea.
Quizá lo que más me dolió es que se quedaron con mi tarjeta de Identificación de Extranjero. Era un número lindo el que tenía. Ahora miro mi DNI como española y me da un poco de risa - es cierto, fueron muchos años esperándolo. Ahora que lo veo es como si no me perteneciera.
Pero supongo que me acostumbraré a ello como uno se acostumbra a un corte de cabello o a los kilos de más que vas ganando con los años. Imagino, por lo menos.
A partir de mañana, eso será distinto.
Después de casi cuatro años de trámites, ayer pasé al Registro Civil y me dieron una nueva acta de nacimiento, conforme la cual sin renunciar a mi nacionalidad mexicana opto por tener también la española, con vecindad civil catalana (quisiera explicar bien esto último, pero no termino de entender las consecuencias). Después de haber pasado la fila en el Registro, me envalentoné y fui a sacar una nueva hoja de empadronamiento con los datos de mi nueva casa. Y luego, en la noche, me salté a la torera mi cita para el pasaporte y la tarjeta de identidad porque me dí cuenta que la oficina de la policía estaba vacía.
Éramos yo y un chico que tenía su DNI vencido desde mayo pasado. Nadie más. Y los funcionarios fueron rápidos y amables. Y, con una foto un poco fea y una lluvia que no para, salí armada con mis dos documentos que me identifican como española, como europea.
Quizá lo que más me dolió es que se quedaron con mi tarjeta de Identificación de Extranjero. Era un número lindo el que tenía. Ahora miro mi DNI como española y me da un poco de risa - es cierto, fueron muchos años esperándolo. Ahora que lo veo es como si no me perteneciera.
Pero supongo que me acostumbraré a ello como uno se acostumbra a un corte de cabello o a los kilos de más que vas ganando con los años. Imagino, por lo menos.
20.2.13
Vértigo (8)
Hoy, por tercer año consecutivo, entré a un salón de clase y me presenté como profesora. Luché contra el murmullo de la clase, los teléfonos móviles, las preguntas no dichas, el fastidio de tener clase tantemprano/tantarde. Comenzamos con una película y creo que, en general, fue más o menos bien.
Lo que no se pierde es esa sensación de nudo en el estómago del que me han hablado más profesores - por más cansado que estés, por poco que al parecer cambie, el primer día es en el que temes más al pánico escénico. A quedarte sin mucho que decir. A no saber cómo o a quién le hablas.
Pero es un río que se navega con cariño - nunca es igual, aunque ya hayas pasado por ahí. Pero comienzas a reconocer algunos de los árboles a tu alrededor y el camino (por lo menos el camino académico) por donde vas a llevar esa barca.
Lo que me anima, lo que me dice que aunque habrá días que estaré cansada y decepcionada estoy haciendo algo bien, es que al ver ciertos ojos atentos, ciertas caras asombradas, cierta actividad mental me emociono.
Dar clases me emociona. Y que tu trabajo te emocione y te dé un poco de vértigo siempre es una buena señal.
Lo que no se pierde es esa sensación de nudo en el estómago del que me han hablado más profesores - por más cansado que estés, por poco que al parecer cambie, el primer día es en el que temes más al pánico escénico. A quedarte sin mucho que decir. A no saber cómo o a quién le hablas.
Pero es un río que se navega con cariño - nunca es igual, aunque ya hayas pasado por ahí. Pero comienzas a reconocer algunos de los árboles a tu alrededor y el camino (por lo menos el camino académico) por donde vas a llevar esa barca.
Lo que me anima, lo que me dice que aunque habrá días que estaré cansada y decepcionada estoy haciendo algo bien, es que al ver ciertos ojos atentos, ciertas caras asombradas, cierta actividad mental me emociono.
Dar clases me emociona. Y que tu trabajo te emocione y te dé un poco de vértigo siempre es una buena señal.
19.2.13
Sol (7)
Nada le cambia a la ciudad la cara como unos rayos de sol - específicamente si esa ciudad está usualmente cubierta por un halo de niebla. Esta mañana en Londres llegamos a trabajar tarde, como casi todo el mundo... se sentía bien el sol en la espalda, en la cara, a pesar del viento frío que de pronto amenazaba con quedarse ahí.
Es una bendición efímera: los londineses saben - se los ha dicho el servicio meteorológico - que pronto volverán la lluvia, la niebla y el frío. Pero hoy, sólo por hoy, sacan de los bolsos sus gafas de sol y caminan por ahí, con la frente en alto, mostrándose al sol que se asoma.
Quizá eso es una cosa que a mí me falta aprender: disfrutar todas las cosas maravillosas que recibo como si fueran sol en un día de invierno.
Es una bendición efímera: los londineses saben - se los ha dicho el servicio meteorológico - que pronto volverán la lluvia, la niebla y el frío. Pero hoy, sólo por hoy, sacan de los bolsos sus gafas de sol y caminan por ahí, con la frente en alto, mostrándose al sol que se asoma.
Quizá eso es una cosa que a mí me falta aprender: disfrutar todas las cosas maravillosas que recibo como si fueran sol en un día de invierno.
18.2.13
Hábitos de tráfico (6)
Me gusta ver en las esquinas del Londres el "look right/look left" alertando a los turistas - intrusos - que en este país no se conduce como en los suyos. Vamos, que hay que poner atención si no quieren acabar bajo las llantas de un bonito black cab.
Y en las calles, en las aceras, te das cuenta que no es sólo una forma de conducir. La gente también camina de forma diferente, como conduce. Es quizá por eso que los turistas chocamos constantemente con los londinenses - porque no conducimos como ellos, porque no pensamos como ellos, porque no terminamos de estar AQUÍ. Estamos en otro sitio - tal vez en aquella ciudad ya reconocida de la que hablaba antes.
Quizá unas camisetas de "look right / look left", "mind the gap" o "stay on the right" ayudarían a la comprensión intercultural...
Quizá no. ¿Qué pondríamos en el resto del mundo - o en Barcelona - para ponernos a salvo de turistas despistados?.
(Dos confesiones al aire)
1. Me llaman para decirme que quedé finalista en un concurso de crónica. Que la publicarán y habrá una premiación y diplomas. No premio económico pero sí diplomas y publicación en papel y en línea. Suspiro al colgar. Me tardo en emocionarme y al final lo logro: un recuerdo de las veces que, cuando universitaria, no ganaba ni los concursos internos y luego alguna vez llegó un Nacional. Quizá es cuestión de paciencia.
2. En plena reunión alguien me pregunta de un asunto del pasado y me doy cuenta que tengo CUATRO AÑOS investigando el tema de mi tesis. A alguna gente le pasa rápido el tiempo al ver a los niños - a mí, al darme cuenta de mi embarazo mental de elefante prehistórico. Todo parece tener un tiempo, por fin.
Y en las calles, en las aceras, te das cuenta que no es sólo una forma de conducir. La gente también camina de forma diferente, como conduce. Es quizá por eso que los turistas chocamos constantemente con los londinenses - porque no conducimos como ellos, porque no pensamos como ellos, porque no terminamos de estar AQUÍ. Estamos en otro sitio - tal vez en aquella ciudad ya reconocida de la que hablaba antes.
Quizá unas camisetas de "look right / look left", "mind the gap" o "stay on the right" ayudarían a la comprensión intercultural...
Quizá no. ¿Qué pondríamos en el resto del mundo - o en Barcelona - para ponernos a salvo de turistas despistados?.
(Dos confesiones al aire)
1. Me llaman para decirme que quedé finalista en un concurso de crónica. Que la publicarán y habrá una premiación y diplomas. No premio económico pero sí diplomas y publicación en papel y en línea. Suspiro al colgar. Me tardo en emocionarme y al final lo logro: un recuerdo de las veces que, cuando universitaria, no ganaba ni los concursos internos y luego alguna vez llegó un Nacional. Quizá es cuestión de paciencia.
2. En plena reunión alguien me pregunta de un asunto del pasado y me doy cuenta que tengo CUATRO AÑOS investigando el tema de mi tesis. A alguna gente le pasa rápido el tiempo al ver a los niños - a mí, al darme cuenta de mi embarazo mental de elefante prehistórico. Todo parece tener un tiempo, por fin.
17.2.13
Lo familiar (5)
A los que viajamos mucho a veces nos pasa que buscamos las coincidencias en las ciudades - supongo que es para sentirnos un poco menos ajenos, un poco más en casa. Estamos cazando aquello que nos recuerda al otro lugar, en otra orilla. En la gente, en las calles, en los platos de comer.
Escuchamos para ver si reconocemos un acento. Y de pronto ayer, en el aeropuerto, escuché a un grupo muy grande de personas que intercalaba inglés con otro idioma que me parecía conocer pero no conocía. Estuve durante todo el vuelo tratando de descifrarlos hasta que pasamos juntos por migración y sacaron sus pasaportes sudafricanos: su afrikaans y el neerlandés de mi memoria lógicamente se hicieron uno.
En el aeropuerto, de una terminal a otra, cientos de personas corrían para atrapar su vuelo, para llegar a tiempo a recoger a alguien o a despedirse de alguien. Una chica lloraba violentamente por los pasillos mientras arrastraba su maleta de mano. Otro estaba sentado en una posición más que extraña para mantener su teléfono conectado y a la mano su ordenador mientras discutía algún asunto de trabajo en pleno domingo londinense. Los que esperábamos el tren nos atiborrábamos en las puertas de la estación y queríamos pasar todos antes; todos, sin importar por el de atrás.
Y eso pasa en todos sitios. Y en todos sitios te bajas del tren en una estación nueva y haces como que conoces el camino porque de niña te enseñaron que hay que caminar segura para estar segura. Y sales a la calle y miras el cielo claro y te acuerdas que, si en todos los sitios pasa lo mismo, es porque estamos cubiertos por el mismo cielo.
Al final, somos familiares y todo.
Escuchamos para ver si reconocemos un acento. Y de pronto ayer, en el aeropuerto, escuché a un grupo muy grande de personas que intercalaba inglés con otro idioma que me parecía conocer pero no conocía. Estuve durante todo el vuelo tratando de descifrarlos hasta que pasamos juntos por migración y sacaron sus pasaportes sudafricanos: su afrikaans y el neerlandés de mi memoria lógicamente se hicieron uno.
En el aeropuerto, de una terminal a otra, cientos de personas corrían para atrapar su vuelo, para llegar a tiempo a recoger a alguien o a despedirse de alguien. Una chica lloraba violentamente por los pasillos mientras arrastraba su maleta de mano. Otro estaba sentado en una posición más que extraña para mantener su teléfono conectado y a la mano su ordenador mientras discutía algún asunto de trabajo en pleno domingo londinense. Los que esperábamos el tren nos atiborrábamos en las puertas de la estación y queríamos pasar todos antes; todos, sin importar por el de atrás.
Y eso pasa en todos sitios. Y en todos sitios te bajas del tren en una estación nueva y haces como que conoces el camino porque de niña te enseñaron que hay que caminar segura para estar segura. Y sales a la calle y miras el cielo claro y te acuerdas que, si en todos los sitios pasa lo mismo, es porque estamos cubiertos por el mismo cielo.
Al final, somos familiares y todo.
16.2.13
Otro polvo (4)
Hace apenas unos días soñé que al volver a Barcelona me ganaba un concurso que venía con una casa incluída. Una casa luminosa que no reconocía. También soñé que mi antigua casa seguía desocupada y yo pedía regresar a vivir ahí. También soñé que no sabía cuál era mi casa, al final de todo.
Se terminó el viaje y desperté después de compartir el asiento con Jordi y su papá. Jordi tendría cuatro años y hablaba entre inglés y catalán. Su padre, barcelonés, tiene 14 años viviendo en Nueva York, donde se casó y tuvo dos niños. Ahora intentan venir dos veces año (una para invierno, otra en verano) para que los niños convivan con la familia. Yo, por cierto, adiviné el nombre del niño: estaba temeroso, sentado a mi lado, y le pregunté cómo se llamaba. Ante la negativa, su padre me dijo: "se llama Pepito". Y él me miró con ojos de plato. Y entonces yo pregunté: "¿acaso te llamas Jordi?". Y volvieron los ojos de plato.
Siete horas y pico después, bajamos del avión. Cada quién a buscar sus maletas, su orden, su día a día. En el aeropuerto, alguien me esperaba, pero no nos encontramos. Tardamos un poco de tiempo en salir, porque además se nos perdió el boleto del estacionamiento.
Al entrar a casa, ví el letrero de "Bienvenida" que había dejado D - amable plant sitter y querida amiga. Todo parecía estar en orden. La última persona que había tenido actividad ahí parecía ser Y, quien a veces va a ayudarme con la limpieza.
Me recargué cuan larga soy y cuan negra me visto en una mesa. Al despegarme, ví una enorme mancha de polvo. Polvo de gente, de obra, de días encerrados, de invierno, de otros. Duramos un rato sacudiendo para evitar lo peor de la alergía.
Sé que hay polvo. Pero no puedo verlo todo. Puede que una buena parte se me esté colando o esté en alguna parte de mí y yo no me haya dado cuenta. Aún.
Se terminó el viaje y desperté después de compartir el asiento con Jordi y su papá. Jordi tendría cuatro años y hablaba entre inglés y catalán. Su padre, barcelonés, tiene 14 años viviendo en Nueva York, donde se casó y tuvo dos niños. Ahora intentan venir dos veces año (una para invierno, otra en verano) para que los niños convivan con la familia. Yo, por cierto, adiviné el nombre del niño: estaba temeroso, sentado a mi lado, y le pregunté cómo se llamaba. Ante la negativa, su padre me dijo: "se llama Pepito". Y él me miró con ojos de plato. Y entonces yo pregunté: "¿acaso te llamas Jordi?". Y volvieron los ojos de plato.
Siete horas y pico después, bajamos del avión. Cada quién a buscar sus maletas, su orden, su día a día. En el aeropuerto, alguien me esperaba, pero no nos encontramos. Tardamos un poco de tiempo en salir, porque además se nos perdió el boleto del estacionamiento.
Al entrar a casa, ví el letrero de "Bienvenida" que había dejado D - amable plant sitter y querida amiga. Todo parecía estar en orden. La última persona que había tenido actividad ahí parecía ser Y, quien a veces va a ayudarme con la limpieza.
Me recargué cuan larga soy y cuan negra me visto en una mesa. Al despegarme, ví una enorme mancha de polvo. Polvo de gente, de obra, de días encerrados, de invierno, de otros. Duramos un rato sacudiendo para evitar lo peor de la alergía.
Sé que hay polvo. Pero no puedo verlo todo. Puede que una buena parte se me esté colando o esté en alguna parte de mí y yo no me haya dado cuenta. Aún.
15.2.13
El frío (3)
Era el segundo avión del día, después de casi diez horas de viaje. Antes de aterrizar, desde mi privilegiada ventana, veía la nieve que se había acumulado la semana anterior en Nueva York. Ni pensar en ir a visitar a mis amigos, ni pensar en darme un tiempo. Era un tránsito, otro más. Pasar de un avión a otro para cruzar de un continente al otro.
Al salir del avión, sentí frío pero poco - le ganó el aire acondicionado del aeropuerto. Ya iba yo demasiado complicada con la maleta, la mochila, como para también sacar el abrigo. Pero tocó salir de la terminal y esperar, en el viento pleno, para subir a un autobús atestado que me llevaría a la terminal cuatro.
Fuí la última en subir al autobus. Torpe como soy - más cuando viajo - golpeé a alguien con mi mochila y al final logré acomodarme en un huequito. Un chico delante de mí, alto, moreno, se dió mediavuelta y me preguntó: "¿está todo bien?", después de un frenón del autobús. Le dije que sí y bajé los ojos.
Entonces y sólo entonces, comencé a llorar.
Al salir del avión, sentí frío pero poco - le ganó el aire acondicionado del aeropuerto. Ya iba yo demasiado complicada con la maleta, la mochila, como para también sacar el abrigo. Pero tocó salir de la terminal y esperar, en el viento pleno, para subir a un autobús atestado que me llevaría a la terminal cuatro.
Fuí la última en subir al autobus. Torpe como soy - más cuando viajo - golpeé a alguien con mi mochila y al final logré acomodarme en un huequito. Un chico delante de mí, alto, moreno, se dió mediavuelta y me preguntó: "¿está todo bien?", después de un frenón del autobús. Le dije que sí y bajé los ojos.
Entonces y sólo entonces, comencé a llorar.
14.2.13
La maleta (2)
Pocas cosas que me
causen más angustia que la noción de que tengo que meter toda o
parte de mi vida en una maleta. Esta vez han sido dos meses,
incluyendo – como bien dijo Alex – Navidad y mi cumpleaños, con
lo cual las cosas que querían irse eran muchas más de las que
habían llegado. Y también se iban otras cosas.
Se quedan los líquidos
pesados y algunos libros. Me llevo lo que necesito para escribir una
tesis: papeles, resúmenes, ánimos, regaños, la incredulidad de los
que creen que eso de hacer una tesis doctoral es unjuegodeniños y que
debí haber terminado hace tiempo. Me llevo las ganas de quedarme y acomodo sobre la cama las ganas de irme (no las encontraba. Salieron hace
un par de horas mientras imaginaba mi casa, la de allá). Me llevo
las bendiciones para que mi vida allá sea buena y dejo las
recriminaciones sobre lo egoísta que es estar tan lejos.
Las maletas pesan. Las
despedidas pesan. Miro mi cama, esta cama, y pienso en la otra, la
mía, la que yo compré, en la que dormiré pasado mañana... porque
mañana será un tránsito – el tránsito de no saber exactamente
quién, dónde o cuando. Pero la certeza. Las ideas. La esperanza de
que mañana.
13.2.13
Del polvo (1)
Han sido días de recuperación de los recuerdos. Aquellos cuidadosamente guardados en el fondo de la memoria que despiertan con un olor, con un sonido. Con un lugar que, aunque insistas, ya no se parece a entonces. Porque el jardín de tu infancia ahora es infinitamente más pequeño. Porque los amigos de entonces ahora son inesperadamente otros. Porque la que te mira desde el espejo se parece, pero duda más que nunca.
Y con parte de la nostalgia, vuelves a los rituales. No sólo a aquellos que conservabas (hacer la cama, cepillarte los dientes, leer hasta quedarte con el libro en la nariz...); sino también los que habías olvidado, casi: llegar a la casa sudorosa con la mochila (ahora bolso) y lavarte las manos antes de sentarte a comer. Entrar a una iglesia, a mediodía, caminar hasta el altar y encontrar un recipiente con ceniza. Dejarte marcar mientras escuchas aquello de: "polvo eres y en polvo te convertirás".
Al salir a la calle, está todo el polvo - el de la ciudad de tu infancia, el de los recuerdos, de la papelería que ya no está, de la vialidad que ha cambiado, de los cines que han desaparecido dejando lugar a iglesias de otras denominaciones. Y tú te acuerdas que había una buena razón por la cual uno hacia una cosa durante 40 días - para ver si lograbas crear o romper un hábito.
* * * * *
N, con sus ojos iguales a los que teníamos cuando estábamos en educación infantil, me pregunta: "¿estás lista para irte?". Nunca se está listo. Y nunca uno deja de irse. Siempre nos estamos yendo. Imagino. Creo.
Y con parte de la nostalgia, vuelves a los rituales. No sólo a aquellos que conservabas (hacer la cama, cepillarte los dientes, leer hasta quedarte con el libro en la nariz...); sino también los que habías olvidado, casi: llegar a la casa sudorosa con la mochila (ahora bolso) y lavarte las manos antes de sentarte a comer. Entrar a una iglesia, a mediodía, caminar hasta el altar y encontrar un recipiente con ceniza. Dejarte marcar mientras escuchas aquello de: "polvo eres y en polvo te convertirás".
Al salir a la calle, está todo el polvo - el de la ciudad de tu infancia, el de los recuerdos, de la papelería que ya no está, de la vialidad que ha cambiado, de los cines que han desaparecido dejando lugar a iglesias de otras denominaciones. Y tú te acuerdas que había una buena razón por la cual uno hacia una cosa durante 40 días - para ver si lograbas crear o romper un hábito.
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N, con sus ojos iguales a los que teníamos cuando estábamos en educación infantil, me pregunta: "¿estás lista para irte?". Nunca se está listo. Y nunca uno deja de irse. Siempre nos estamos yendo. Imagino. Creo.
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