29.4.09

México - Día 4

Amanecí tarde. J ya estaba leyendo en la sala. Queríamos ir a Teotihuacán, pero decidí que preguntáramos primero. Y sí, nos dijo la Secretaría de Turismo que todo – pero todo – estaba cerrado. Incluyendo los restaurantes. Así las cosas, nos cocinamos opíparo desayuno y lo comimos con calma. Al terminar yo decidí enfrentar una de las cosas que más odio de mis visitas a México: ir al banco.

Salí armada de paciencia. La única ventaja de la influenza es que había poca gente esperando. Así que sólo 15 minutos después me recibió una enmascarada señorita que no pudo resolver ni una sola de mis solicitudes: resulta que todo tenía que hacerse por teléfono y luego, con una clave de reporte, regresar al banco. Casi la mato. Regresé a casa, me tardé (de verdad) 45 minutos en el teléfono y decidí que ya era hora de salir. Caminamos hasta la farmacia homeopática más cercana para buscar refuerzos contra la influenza y luego J me convenció de ir al banco para terminar con el trámite. 20 minutos después terminó mi tortura. Tomamos el casi vacío Metrobus de nuevo para ir al centro y conocer a la hermosísima Julieta.

Compramos un par de enormes girasoles en el camino. Al llegar al destino, encontramos a una de mis mejores amigas convertida en mamá de la niña más sonriente y linda de la ciudad. Hicimos de comer vegetariano (champiñones y espárragos salteados, ensalada de tomate, humus, queso fresco y quesadillas) y nos sentamos las tres mientras Julieta hacía una siesta. Encontré a su madre bellísima y tranquila, encerrada en casa por prevención pero no apanicada --- convertida en una madraza como de libro. Me contó los detalles del parto de mi sobrinita postiza (que nació en su casa, en la bañera) y las novedades generales de su vida de mamá.

Tomamos café. Nos reímos. Discutimos las teorías de la conspiración. Jugamos con Julieta y le tomamos dos millones de fotos. Y luego salimos a cumplir con mi otro trámite engorroso: recoger unas actas de nueva soltería.

Me había citado con mi abogada en un Vips. Resultó que tampoco eso está abierto y, cortesía del gobierno del DF, sólo venden comida para llevar. Un desastre. Me dio los documentos y caminamos hasta su casa para tomar el café y hablar un poco de la vida. También ella tenía una teoría de la conspiración. Pero estaba más preocupada por otras cosas.

La dejamos y tomamos un taxi a casa. Estuve esperando durante un rato a que alguien me llamara para tomar algo (aquí o en su casa), pero nada. Los amigos están ocupados y preocupados. Yo, por lo tanto, me tomo una cocacola y como porquerías. Ví las noticias hace rato y resulta que nada es demasiado grave, al parecer; que se han aprobado dos leyes sospechosas y que todo sigue teniendo este tufo incómodo a conspiración. Mientras tanto, la gente sigue encerrada y yo no puedo comer todo lo que pensaba comer. Quizá es mejor y mi silueta de bikini (como si la tuviera) lo agradecerá este verano. Esto es lo que hay. Mañana dejaré la Ciudad de las Calamidades. En realidad, creo que incluso me estaba divirtiendo.

1 comentario:

Carax dijo...

Ahora entiendo los saludos cercanos :) Gracias por darse una vuelta por la 'ciudad de la calamidad'. Abrazo taaan cercano. :)