30.1.08

Más postales

De Guadalajara

En algún momento, en los últimos días de diciembre, subimos en su auto. Recorrimos la ciudad. Le había pedido, acordándome de los sitios que me gustaban hace siete años que vivía ahí, que fuéramos a la zona de Chapultepec. Acabamos en un sitio muy de moda (toda la gente que conozco de Guadalajara y que está en Barcelona terminó ahí estas navidades) que parece, justamente, un clon extraño de un bar ubicado en un punto indeterminado entre el Raval y el Eixample. Aparentemente, todo estaba bien. Tomamos un trago caro, pero bueno. Ví llorar a una chica, enfrente del novio, mientras le decía agitando su perfectamente planchada cabellera: "es que yo siempre pensé que me iba a casar antes de embarazarme". Cuando conté la imagen, alguien me dijo - con acierto -: "ese tipo de conversaciones son más bien de un café 24 horas, no del sitio más cool (¿?) de la ciudad".

El hecho es que salimos cansados, tarde. Iba viendo la ciudad, acordándome de todos mis días, de todos mis paseos. Me ganó la nostalgia. Y le dije: "lo único que me angustia es que no sé que haría aquí si regresara". Por un momento entonces su vida casi perfecta se desmontó y me dijo: "Ya. Lo entiendo. Los que regresamos todavía no sabemos qué hacer aquí".

De Barcelona (algún punto entre Sant Feliu de Llobregat y Cornellà)


Veníamos cuatro a subirnos en el tren, muertas. Habíamos dado cuatro talleres de cocina - toda la mañana - a diversos grupos de niños de entre 8 y 11 años, siempre más de dos docenas. Trabajar con chamacos es divertido, reconfortante, pero muy desgastante. Hablábamos poco, por el mismo cansancio. Éramos una marroquí, una colombiana, una "europeadelsur" (nacida en Francia, de madre francesa y padre español, criada a caballo entre las Canarias y Catalunya) y una mexicana (moi). La europeadelsur va casi rapada y notó como un chico se le quedaba viendo a la distancia. Cuando subimos al tren, él subió con nosotros. Se sentó en el último sitio que quedaba en el vagón, frente a la colombiana.

Pensé que íbamos en dirección opuesta y la europeadelsur se acercó a preguntarle a la colombiana, que tenía una mapa. Cuando regresó junto a mí, tenía cara de pánico. Ya que nos sentamos un poco más lejos, me contó: "¿Ves al chico que está sentado enfrente de María? Pues lleva tatuada una bandera de España y una esvástica en el mano?".

Sentí miedo. Otra vez. Y suspiré. Lo más irónico es que veníamos de dar un taller de multiculturalidad a través de la comida, en el día de la paz, en un colegio donde conviven niños de muchas nacionalidades. Ojalá que ninguno de ellos se case con ningún extremismo. Nunca.

Del parque enfrente de casa


Venía del gimnasio - sí, ya voy al gimnasio - y a contraluz me dí cuenta que las hojas de los árboles de la plaza comienzan a ponerse amarillas. Signo inequívoco que el invierno llegó a la mitad. Eso y los cientos de flores blancas que empiezan a salir en los almendros, todavía desconcertados por este findeinviernoperono-iniciodeprimaveraperono. Cambio. Que sigue. Y sigue siendo bienvenido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando yo regresé a México, sentí que me ahogaba, paso un año hasta que le encontré de nuevo la onda al DF, mi acento y mis ideas me convertían en una extraña y otra vez me sentía extranjera...seis años después me vuelvo a ir, y ahora lo echo mucho de menos...no sé si prefiero ser de aquellos a los que no se les mueve un pelo cuando viven en otro sitio o de los que se empapan y terminan siendo un híbrido siempre con acento extranjero...Lo ideal: ser híbrido, pero sin acento.

Anónimo dijo...

Se me olvidó, la de arriba es
tita

El Corazón de Chiara dijo...

Es super rico venir a visitarte, por que siempre encuentro cosas en las que estoy de acuerdo contigo. La pregunta de volver es la que me ha estado comiendo la cabeza desde hace un año, jeje...
Lo bueno es poder ir, comer taquitos y volver acá para seguir pensando si volveremos o no, je.
Abrazo.