De regreso de la tierra más tranquila del mundo
En Delicias, Chihuahua, el mundo transcurre lento. Tranquilo. Parece que lo único que se mueve son las ráfagas de viento helado que barren los valles. Las montañas hermosas alrededor. Como grandes dinosaurios dormidos, de piel mullida, tendidos hechos bolita esperando el sol.
Hay queso riquísimo. Y tortillas de harina. Y nogales. Cientos de nogales que en invierno son completamente pelones, alargados. Bailan. Con sus ramas vacías se abrazan. Otros árboles alrededor de la carretera están teñidos de amarillo, en un invierno tan melancólico.
Ir de punta a punta de la ciudad toma diez minutos. En quince ya estás fuera. La gente pasea en el centro, va a sus diferentes iglesias, tiene fiestas navideñas en automóvil, por aquello del frío. Los niños tarahumaras van detrás de ti en el centro. No te piden un peso, o para un taco. Te piden que "les compartas".
A lo largo del camino, las vacas te miran. Las plantas procesadoras de algodón. Un gran estadio de baseball. Una presa que se ha desbordado una sola vez, donde hay lanchas y comederos de pescado frito.
Increíble, pero extraño esa tierra de la inmovilidad. Y doy las gracias para quienes me abrieron sus brazos, casas. Y a mi Duque que me llevó por allá. Fue un descubrimiento único.
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