Supongo que en el fondo, todos los festivales de cine son iguales. Los figurones - y las figuritas - se pasean por ahí queriendo llamar la atención a como dé lugar. Y la gente que los organizan (los festivales) quiere que los figurones (y las figuritas) estén tan contentos que regresen siempre, siempre, siempre.
Entre las múltiples características raras de mi trabajo actual se encuentra, como no, traer un personaje a un festival de cine. Es un figurón, sí, pero en otro campo. Su foto no saldría en las revistas del corazón. Y, aunque es adorable, tampoco tiene como compañera a ninguna mujerona de mentiras.
Hoy llegó de un vuelo trasatlántico. Y a su llegada al hotel, lo recibió todo un comité que incluyó - fortuitamente - al alcalde. Pero el asunto no es ese. El asunto es que las organizadoras, jefas de protocolo y RP de este sacrosanto festival, han decidido incluir una nueva especie de "plañideras" en su nómina: las fans falsas. Una mujer, armada con un papel que tenía el nombre de mi personaje, se le acercó a pedirle un autógrafo y una fotografía. A mí me lo contó la directora de Protocolo en plan: "¿te imaginas? ¡lo reconoció alguno de sus fans, porque aquí hay gente que sabe mucho". Me sonó raro. Pero me sonó más raro cuando me lo contó él. "Yo creo que ella tenía ya un papel con mi nombre escrito", me dijo. "A mí me parece que era un montaje".
Me gustaría decirle a la organización del festival que a él lo que le pareció fue un poco patético, más que emocionante. Pero supongo que es que viene de una tribu diferente. A los directores y actores de cine les encanta que los reconozcan y les hagan fiestas. Entre la gente con la que yo trabajo - urbanistas y arquitectos, básicamente - también hay algunas divas, pero la mayoría prefieren que reconozcan sus ciudades o sus edificios que a ellos mismos. Y estas cosas los sobrepasan.
Vengo llegando de la fiesta de celebración del aniversario del festival de cine. Como maldición, la invitación y la "sugerencia" de que acompañara al invitado de marras llegaron cuando yo tenía ya en la mano el boleto para una película y venía SIN MAQUILLAR NI ARREGLAR a las cercanías del festival. Pues llegué con toda mi cara a la fiesta, con mis jeans y mi suéter de homeless, como lo llama mi cumbiera intelectual. Lo más simpático es que la gente creía que éramos muy importantes, sobre todo porque pasábamos del resto de la humanidad. O sea que si nos hubiéramos puesto a pedir autógrafos hubiéramos sido muy ordinarios. El truco fue en ser un par de asquerosos sangrones.
Al salir, D (el invitado) me llamó la atención sobre una cosa: el sobrecupo de rubias - estereotipo que había en la fiesta. "Supongo que es un cliché del cine", me decía "pero no pude evitar darme cuenta". De hecho, en el baño, yo me encontré con cinco rubias al hilo... tres de las cuales hablaban algún lenguaje eslavo.
Pues yo no soy rubia. Ni tampoco estoy tan segura de ser "la reina de los freaks" como me decían hace un tiempo. Sé, sin embargo, que camino hacia acá hice ruborizar a un chico al punto de que desvió la mirada. Creo que me hubiera regresado a darle un beso. Pero también creo que esa última intención quizá es culpa del vodka tónic que me tomé a la carrera mientras quería salir de la fiesta de los niños mimados del cine de terror.
Ya habrá otro octubre.
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