La ventaja de las ventanas
Ayer me mudé de escritorio. Ahora estoy al fondo de la oficina, en un lugar con ventana. Tengo luz natural. El Duque se mostró preocupado por mi nueva ubicación, pues sostiene que ahora pasaré el día mirando a la gente que pasa por la calle. Sin embargo, eso es casi imposible: estoy sentada en un piso diez en un edificio en pleno Paseo de la Reforma. Mi ventana daría a la calle de Milán, pero por supuesto no alcanzo a verla. Sé que en la esquina está la señora de las quecas y en la otra esquina los jugos y los tamales. Sé que hya arbolitos y automóviles estacionados en doble fila. Pero no los veo.
Lo único que veo son oficinas en otro edificio alto, enfrente de mi. Platos de SKY y algunas líneas telefónicas inalámbricas, una torre de repetición para celulares, una pobre planta que en un piso ocho se estira, y se estira, y se estira... y apenas alcanza un poco de sol.
Uno o dos pisos arriba de mi, en el edificio de enfrente, hay gente que trabaja. Están completamente serios haciendo algo. Todos visten en colores oscuros... - de pronto volteo a verme y me doy cuenta que yo también. ¿Será que los oficinistas chilangos, así como les sucedió a los neoyorkinos, nos estamos convirtiendo en una sub-especie negada al color?
En fin. Esta es la bienvenida a la ventana. Ya tendremos otras historias que narrar... o por lo menos que imaginarnos. Nos.
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