6.8.03

Delicias Matutinas

En la ciudad de México, los puestos con tentaciones culinarias no solamente están en las calles. Prácticamente desde que llegué aquí hace un año, hubo una cosa que me sorprendió. En algunas estaciones, entre el ir y venir de gente, de pronto llega un olor a pan recién horneado. Buen pan. Huele delicioso.

Cuando uno se acerca, se da cuenta que no son panes cualquiera. Son bisquets. Y unas cosas llamadas lechuzas, que es pan de bisquet con mermelada de piña. Esos, los bisquets de metro, son los más buenos de la ciudad. He ido constantemente a los Bisquets de Obregón, un restaurante de mucha tradición en la colonia Roma hoy con cientos de franquicias, pero no es tan bueno el pan.

Quizá se trate del asunto del hambre y del antojo, de que ese olor a pan recién horneado te llegue en un lugar tan francamente feo como puede ser una estación del metro. Seres con varias posibilidades de memoria, los humanos podemos recordar o sentirnos en casa a partir de varias percepciones. Y aunque en casa nunca se horneó nada - tengo un vago recuerdo de un pastel de zanahoria, pero es muy vago - la verdad es que el calor y sobre todo el olor que despiden los famosos panecitos dan una cierta sensación de protección.

Y bueno. La gente que los vende es amable. A veces rayando en la coquetería, pero muy amable. Yo tengo ya lugar preferencial en la fila de clientes, je, y hay incluso un chavo que medio reclama cuando tengo mucho sin comprarles. Cosa simpática. Mientras siga viajando en metro y pasando por uno de esos puestos por la mañana, seguro seguiré cayendo en el antojo por lo menos una vez a la semana. Mis compañeros en la oficina dicen que me alucinan: cada vez que traigo panes, todos dicen que los estoy engordando para Navidad. Pero cuando dejo mucho espacio entre una compra y otra, disimuladamente me "reclaman" que hace mucho que no traigo panecitos. Finalmente, es una buena manera de compartir un poquito de bienestar con mermelada de piña.

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