30.9.08

Postales desde Shanghai (con ligero retraso)

Previo

El Congreso no terminó tarde. Los chinos cenan temprano y ordenadamente, así que la cena de clausura estaba programada de 18h00 a 20h30. Y así fue. Llegué un poco tarde, por aquello de la vanidad. Había vestido de clausura de Congreso en mi maleta y tocaba ponerselo y salir lista, como princesa. A decir hasta luegos y nos veremos el próximo año.

El asunto se extendió, entre discursos aburrídisimos y sesiones maratónicas de fotografías. Después, fuimos al hotel a cambiarnos – pretendía conservar un poco más el glamour, pero era imposible. Todo mi cuerpo pedía a gritos unos jeans y tenis. Ya vestidos de civil – pero maquillada y todo – nos fuimos a buscar un bar. Acabamos en un sitio llamado Alice donde habia bailarinas en poquísima ropa. Un par de las chicas del grupo, musulmanas, estaban incómodas. Eramos tantos que logramos que nos abrieran un privado. Y estuvimos bebiendo un rato pero después nos fuimos a bailar – con esa sensación de olvido, de bailar en absoluto anonimato. Con esas risas. Parecía que hubiéramos tomado más. Yo me tomé dos Long Island Iced Teas… pésima idea. Tan mala que cuando regresamos al hotel, estuvimos bromeando con fotografías y pasteles de luna pero yo no pude hacer la maleta.

Miércoles


Despertar tarde y empacar contra reloj – literalmente. La peor maleta de la historia. Todo a presión, todo corriendo. Todavía necesitaba hacer el checkout y ya era la hora de que llegaban por mí. Hice el checkout y pretendían que solucionara algún problema local. Pero yo ya estaba off duty. Por lo menos por unos días.

En mi auto privado – esto de ser VIP – salimos con Vlada y Greg. Todos íbamos para Shanghai. Al final, mi viaje en solitario no iba a ser tal y me sentí tan, pero tan tranquila de saber que no iba a lidiar yo sola con la locura de otra ciudad. Nos reunimos en el aeropuerto y tuvimos unas últimas risas – Greg que no se iba con nosotros, Sebastian que intentó pasar su perfume y lo mandaron a documentarlo, la pata de pollo (trofeo de karaoke) que arrancó las carcajadas de los guardianes en el punto de seguridad.

En el vuelo, hablábamos de la vida: de si uno está satisfecho o no, de si se pudiera o no morir mañana. Y en eso, una aproximación en falso a la pista de Shanghai. Vlada y yo nos miramos entre aterrorizados y divertidos, esperando que pudiéramos llegar al fin.

Una vez en tierra, los alemanes se impusieron: tocaba subirse al tren rápido con tecnología alemana que es tan caro que sólo se ha construido en Shanghai. Es cierto: alcanza los 420 kilómetros por hora. Quedamos de dirigirnos a nuestros respectivos hostales y regresar al mismo punto a las 6 de la tarde, para cenar y eso.

Mi hostal – una antigua fábrica de toallas reconvertida – era perfecto. Mi habitación doble justa para mí. Incluso me ayudaron a llevar mis cosas. En cuanto las dejé sobre la cama, me senté… y me dormí. Durante las siguientes cuatro horas no hubo poder humano que me despertara: ni siquiera la perspectiva de ver el panorama shanghainés.

Me levanté a tiempo, me bañé y alcancé a los chicos, que se cocían en la humedad imposible de Shanghai. Caminamos hacia el restaurante donde nos veríamos a tomar algo con una amiga de Vlada. Una terraza en la Concesión Francesa que podía, perfectamente, estar en la Colonia Roma de la ciudad de México o en el Eixample. Un bar australiano. Tomamos ahí el primer trago y luego nos fuimos a un típico restaurante shanghainés donde, gracias a los esfuerzos de Olga, tuvimos una de las mejores cenas del viaje… por unos 30 yuanes por cabeza.

De ahí caminamos a otro bar de expatriados a esperar más amigas de Olga. Estábamos cansadísimos, obviamente agotados. Y ellas llegaron perfectas, recién maquilladas, como si fueran Barbie Australia y Barbie Wisconsin. Barbie Australia tiene sangre china y habla algo de chino. También tiene unas tetas impresionantes y llevaba un vestido de cóctel. Pocas veces en mi vida me había sentido tan underdressed en frente de alguien… pero estaba tan cansada que tampoco importaba tanto. Barbie Wisconsin es morena, delgadita y mona. Estudia bioquímica o algo muy así. Está a punto de irse a trabajar a Holanda y luego a estudiar a Barcelona. Pero está preocupada: habla un poco de mexicano porque su familia es mexicana, pero no sabe si va a entender el español de Barcelona (sic – or should I say sick, really sick). Demás está decir que yo ya no dije nada y mejor me fui a dormir. La tarjetita con la dirección de mi hostal fue mi mejor amiga en estos días.

Jueves


Nos quedamos encontrar tarde, para desayunar. Nos encontramos más tarde de lo esperado porque yo no pude comprar los boletos a Hangzhou – la fila era horrible – y porque Sebastian dejó su tarjeta de crédito en el cajero. Pero todo solucionado, nos tomamos un café en un Starbucks (carísimo, como en todos lados) y luego nos fuimos al Instituto de Planeación de Shanghai. Tuve unas vacaciones temáticas de lo más simpáticas – nada de arte ni shopping: arquitectura y planeación. Me encantó, pero me cansé, y me fui a buscar otra oficina de boletos de tren. Nada. Regresamos y fuimos a comer a una zona de “artistas”. Tiendas monísimas con ropa imposiblemente cara. Como en Barcelona. Además, no tenía ganas de probarme.

Luego caminamos y caminamos y caminamos a ver un par de parques y luego una zona “renovada”. Es un centro comercial. Y parece Disneylandia. Nos quedamos ahí 20 minutos y salimos corriendo de ahí. Nos fuimos primero hacia el Bund, a ver la zona donde estaba el hostel de los chicos y el skyline del Pudong. En el bar del hostel nos tomamos una cerveza antes de salir hacia la recomendación de la noche. Después de media hora perdidos, terminamos en un restaurante Uygur donde Vlada habló en ruso con los meseros y todos teníamos una cara tan, pero tan larga que daba miedo. Acordamos de ir al día siguiente a la ciudad antigua. Primera hora otra vez.

Viernes

En el punto de encuentro a las nueve de la mañana. Casi todos tan puntuales – Florian, que es sabio, nos mandó literalmente por nuestras cocas y se fue él solo en su ruta. Nosotros comenzamos a caminar lentos, entre cafés, casas de cambio y mi malísimo mapa que no dejaba nada en claro. Después de un rato, cruzamos una frontera estética que nos gritó que estábamos en el pueblo viejo: la moda pijama (andar en la calle con pantalón de pijama y chancletas) se extendía por todos lados. Sebastian compró dumplings de no sabemos qué por cuatro yuanes. No nos los pudimos comer de asquito. Cuando llegamos al templo que buscábamos, pagamos dos yuanes por entrar y nos dieron nuestras varas de incienso. Entre buda y buda nos explicaron cómo rezar. Y yo di las gracias a los cuatro puntos cardinales por esos rincones de tradición en medio de tantos edificios enormes.

Seguimos caminando hacia la zona de los mercadillos de antiguedades. No compré nada antiguo – nada más unas bolsas de seda. Siguiente parada: el mercado de insectos. Los chicos no entendían nada y no me creían que los grillos y saltamontes son mascotas. No me creían hasta que vimos a unos hombres entrenándolos y analizando un video con peleas de grillos. Así. Salimos acicateados por el ruido y los olores, a seguir callejeando entre los paupérrimos restos de la muralla. Desembocamos en el mercado Yuyuan donde están unos magníficos jardines --- que nadie visita. Me indigné cuando ví un Starbucks a la mitad de la zona más tradicional. Comimos rápido y decidimos ir al fakemarket. Duramos tres horas recorriendo edificios con ropa, pésimas imitaciones y gente que quería vendernos TODO. Yo compré en la segunda parada una maleta, que originalmente costaba 500 yuanes, por 220. Y regresamos a la ciudad. Quedamos de vernos más tarde, pero yo ya no estaba para los chicos ni para las Barbies, que tenían plan conjunto. Así que me fui con Zeynep y su esposo a dar una vuelta por el Bund y luego los llevé a cenar al shanghainés magnífico de la primera noche. Increíblemente, logré ordenar casi lo mismo y hasta conseguimos un tenedor para Tallat. Estaba exhausta, así que me despedí de ellos y otra vez, utilicé mi súper tarjeta del hostal para llegar a casa con menos de 20 yuanes.

Sábado


El día anterior mi chino había probado ser bueno, pues logré comprar los boletos para Hangzhou. Les había entregado a los chicos los suyos y saldríamos a las 7h40. Pero nunca me enteré de qué estación. Entré en pánico --- pero luego le enseñé a un taxista mi boleto y me llevó raudo y veloz. Avisé a mis tres compañeros de viaje pero nadie se enteró – y los alemanes perdieron el tren.

Yo me imaginaba en Hangzhou una ciudad lindísima, tranquila, natural. Nada. Son seis millones de habitantes y tiene un súper lago que es la atracción. Desayunamos occidental (McDo) mirando el lago, las tiendas carísimas que lo rodeaban, su transformación en una especie de Epcot Centre. Vlada quería subirse a una bicicleta, pero yo no puedo con esas cosas. Así que quedamos de vernos en dos horas. Y comencé a caminar alrededor del lago. Pero no me había dado cuenta qué tan largo era. Total de que caminé sola durante cuatro horas y media sin parar hasta darle casi toda la vuelta. Avisé por teléfono que me olvidaran e hicieran su propio día. El mío fue lindo y productivo: finalmente, tengo métodos griegos de reflexión y fui arreglando el mundo mientras veía a todos los turistas chinos y yo escuchaba música en mi ipod. Era tan rara estando sola, ese día ahí, que los niños se tomaban fotos conmigo. Luego me subí a un barquito, fui a los islotes y regresé. Justo a tiempo para correr – literalmente – el par de kilómetros que me separaban de la estación.

Llegué al tren, me senté… y me dí cuenta que los chicos no estaban. Y, efectivamente, nunca llegaron. Regresé sola, medio dormida, medio planeando qué hacer. Olga me recomendó que fuera a un massage o a que me hicieran las uñas. Al final me decidí por lo último, pero se tardó más de lo esperado. Los chicos fueron al restaurante recomendado, ordenaron, mientras yo terminaba en el salón, tomaba un taxi al hostal, me cambiaba y regresaba al restaurante. Cené rápido – eran las 10 y media y la gente se duerme temprano, así que nos estaban apagando las luces. La última noche tocaba ir a un bar más mono y fuimos a uno totalmente indochinesco. Es más: nos sentamos en una cama (sin zapatos mis uñas se veían más bonitas) y tomamos tragos con ron. Todo muy sofisticado. Besos a Vladimir y a Olga (que es tan bonita como un cuadro pre-rafaelista) que se iban al otro día a Beijing. El plan de mi último día era ver arte – los planners querían irse a ver los suburbios de Shanghai. Pues adelante.

Domingo


Pensé que iba a dormir hasta tarde, pero no lo logré. Hasta contesté correos y todo antes de desayunar propiamente en el hostel y limpiar el exceso de papeles en mi portafolio. Después salí de nuevo a la concesión francesa, a buscar la fábrica de algodón azul de Shanghai. Y la encontré. Y qué peligro. De ahí, al distrito del arte. Toda la mañana y parte de la tarde viendo la nueva cara del arte en Shanghai en una antigua fabrica. Compré unas fotos y fui invitada por un fotógrafo a su estudio, donde me regaló mi nombre en chino (algo así como una mezcla de una letra que representa a Shanghai y la expresión “belleza serena”) y me pidió permiso para tomarme fotos. Ya qué hacia yo. Le tomé fotos a él y a su asistente en pura reciprocidad.

Cuando terminé, comencé a caminar hasta la siguiente estación. Otra vez sentí cómo la gente me miraba – estaba caminando por una zona nada turística, sólo guiada por mi mapa. Llegué al metro y me fui directo a Pudong, a ver el edificio más alto, con sus 100 y pico pisos. Hacia sol cuando llegué. Tomé fotos de más novias y más edificios. Todo creciendo como si fueran hongos – como si construir edificios de más de 100 pisos fuera el pasatiempo de alguien. Llegué y asumí pagar los 150 yuanes que cuesta subir al observatorio. Para lo que no estaba preparada era para dos horas de fila. Pero como los chinos son sabios, te hacen creer que ya vas a llegar… siempre. Hay una fila y luego te pasan a otro cuartito a hacer otra fila. Y así hasta el final. El punto es que ya me tocó ver Shanghai de noche desde arriba… y tampoco me quedé mucho. Ya estaba enfadada. Caminé un poco por el Pudong y luego tomé el tunel para cruzar hacia el Bund – que no vale nada la pena. Había quedado de verme con los alemanes a las 19h30 y llegué 19h33. Lo máximo. Hablé un rato con ellos y decidimos lanzarnos a la aventura a un restaurante que Lonely Planet marcaba como “barato”. Las sorpresas fueron dos: estaba cerrado por renovaciones y era casi tan caro como cenar en el Hilton. Así que caminamos hacia la Concesión Francesa – again – y nos metimos en el primer restaurante que vimos: en realidad lo que vimos fue la cocina y tenían tales carcajadas que pensamos que era una buena opción. Cenamos bien, pero raro: sobre todo por un pescado frío que pidió Sebastian, un arroz con cangrejo apelmazado que pidió Florian y una cosa que pedí yo que era como un arroz con leche en agua rarísimo. Lo siguiente, lo obligado, ir a un bar de expats a tomar un trago y decir adiós casi flemáticamente. Es lo que tienen estos europeos, son prácticos. Yo sería capaz de montar dramas infinitos cada vez que me despido de alguien a quien ya no sé si volveré a ver en mi vida y me cae bien (como fue el caso). En fin. Llegar al hostal, hacer maleta y dormirse unas horas.

Lunes (previo al vuelo)


Me levanté temprano, pero sin prisas. Salí y me despedí de la chica de la recepción, quien amablemente me escribió el nombre de la estación del tren rápido en un papelito. Taxi casi en la puerta. Nada de tráfico (día festivo). Tren rapídisimo, pero no tanto – ahora no alcanzó los 430 km, sólo como 380 -. Larga cola para check in mientras el nervio del sobrepeso. Nada. Escribir postales sentada en el suelo del aeropuerto gastándome con ello mis últimos 50 yuanes. Pasar el arco de seguridad y dar explicaciones por los dosmil cables y extensiones en mi oficina portátil. Mirar en las tiendas del aeropuerto y no comprar nada, por necedad, por falta de ázucar, porque tampoco necesito comprar nada. Comenzar a darme cuenta del tipo de vuelo que sería, con tantos niños. No pensar que me voy y no sé cuándo – o si – regresaré a este país.

2 comentarios:

Lata dijo...

hija de tu madre, ¡quién fuera t+u!

Anónimo dijo...

QUÉ MARAVILLA DE VIDA!!! recibe toda mi envidia y postea fotos no seas así...;)