Me cuentan en un correo electrónico que en Holanda, en algunas regiones, han instaurado "el día de la pijama". Como no hay suficiente personal sanitario para atender a los adultos mayores en las residencias (¿se fijan cómo evitamos las palabras como "asilo"? Somos tan modernos y tan eufemistas) se ha decidido que un día se queden en pijama, para liberar un poco la carga de trabajo.
Eso es tristísimo.
No es tan triste que yo, que amanecí casi absolutamente afónica, me haya quedado todo el día en pijama, en casa, sin hablar con nadie. Comí lo que encontré en el refrigerador y me estoy tomando todos los tés, remedios e inventos varios que se me ocurre.
Puedo echarle la culpa al aire acondicionado súper frío del avión. Al resfriado de Emilia, una de mis pequeñas sobrinas postizas, con la que pasé unas horas antes de regresar de México. A todo. Pero sé que lo más probable es que este malestar se deba a tres semanas sin parar, sin permiso para llorar, para cansarme, para mostrarme un poquitín vulnerable.
Pues lo soy. Y mucho. Y mi cuerpo me acaba de avisar - como sabe - que o me tranquilizo y duermo o él no me va a dejar hacer nada más. Así que yo misma.
Y bueno. Día de la pijama. Toso-toso-toso.
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2 comentarios:
Atríbuyelo al jet lag. Es más fácil.
En ocasiones tu prosa convierte las cosas más triviales en algo digno de leerse y reflexionar.
Un cuerpo rebelándose a esa mentesilla traviesa que se muestra y se vive fuerte, para esconder su finitud y su fragilidad. Hermoso.
Que bueno que ya estás mejor!
Centrífugo.
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