En esta ciudad, hay cosas que uno no se explica. Una de ellas, son las instrucciones equivocadas. En un ejercicio hecho en la oficina la semana pasada, caí en la cuenta de que - horas más, horas menos - cada semana invierto 24 horas de mi tiempo en traslados de mi casa a mi oficina y a mis juntas fuera de la misma.
24 horas. Eso es un día. Y mucha gente lo hace. En mi caso, gracias a las sacrosantas obras en el distribuidor vial, en un muy buen día me hago una hora y quince minutos a mi oficina. Esto en un MUY BUEN DÍA. No quiero ni pensar en caso de accidente lo que puede pasar.
Hoy perdí más de dos horas porque alguien nos dió una dirección equivocada. Nos mandaron de extremo a extremo de la ciudad. En un exceso de distracción o plana estupidez, no lo sé. Pero me parece increíble que alguien se pueda equivocar en esa situación.
Más increíble me parece aún la cantidad de estrés que puede desarrollar alguien en el automóvil. O alrededor de los vehículos automotores.
Una sola vez en mi vida me he sentido realmente capaz de matar a alguien. Un ser al volante de un auto-compacto casi me atropelló en medio de la lluvia. Cuando logré cruzar la calle, ví a lo lejos que llegaban por mí. Agite mis brazos, absolutamente empapada. El Duque se orilló y puso sus direccionales. Y atrás de él, un sujeto en un minibus empezó a empujarle el vehículo, a pitar, y a golpear la defensa. El Duque arrancó y tuvo que dar otra vuelta a la cuadra. Bajo la lluvia, el conductor del minibús todavía se volvió a mirarme. Nunca en mi vida había tenido consciencia de mi odio absoluto. De haber tenido una pistola, se la hubiera descargado encima sin pensar.
Absurdo. Sí. Peligroso. También. Pero lo cierto es que no queremos salir de aquí y seguimos llegando. Todo sea por un trabajo decoroso, afirman algunos. ¿Valdrá la pena?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Yo que creo que para empezar, los microbuseros son otra especie...
Publicar un comentario