El viernes salí de mi oficina tensa, cansada, queriendo volar hacia casa donde el Duque languidecía víctima de una gastritis marca chamuco. Cuando por fin me subí en un taxi, quejándome de mi dolor de espalda, comenzó a llover. Y llovió. Y llovió. Y siguió lloviendo.
Entre inundaciones y tráfico normal, me hice la friolera de dos horas y media para llegar a casa. Platiqué con el taxista, me tendí en la parte de atrás de su tsuru para tratar de mitigar el dolor y hasta que el señor no decidió meterse en sentido contrario en una callecita, fue imposible llegar.
En casa, el dolor de espalda me hizo llorar. El Duque no sabía si atender a las caricaturas en la televisión o a la llorona que no podía siquiera estar acostada. Intenté dormir. Ví una película. A las once me fuí a la cama. Y entonces comenzaron las pesadillas.
Primero recuerdo caer por un hoyo negro y despertar. En realidad, no fue tan grave. Lo grave fue que no podía volver a conciliar el sueño. Cuando lo logré, me encontré corriendo. Escapaba de algo, sin saber de qué. Giré mi cabeza, y una enorme galleta estilo Chips Ahoy me perseguía por un bosque, gritando, acercándose cada vez más... hasta que tropecé. Y me desperté. Junto a mi nariz, la mano del Duque lo delataba. Estuvo comiendo galletas.
El dolor de la espalda era insoportable. Me partía. Moviéndome constantemente lo único que lograba era despertar al Duque una y otra vez. Desperté. Tomé una de las cobijas y me fuí a la otra habitación a dormir en el futón. A pesar del dolor logré acomodarme. Me dormí. Estaba en un cuarto obscuro, en tonos muy fríos, como árticos. Cansada, apenas lograba mantener los ojos abiertos. Pero escribía. Sin tregua, sin fin, en una máquina de escribir viejita. Era un inmenso tratado sobre cómo el dolor de espalda se convierte en dolor de cabeza. Eventualmente dejé de escribir y cerré los ojos. Supongo que en ese momento lo llevé a editar o algo así. El asunto es que todo terminó cuando comencé a regalar copias autografiadas de mi sesudo texto.
Otra vez la noche. Lo peor del insomnio - y del dolor - es lo lentas que pasan las horas en las que uno debería descansar. Caí dormida una vez más. Sentada en un jardín, platiqué durante horas con David Kimura (socio de mi querido BEF) sobre las implicaciones del dolor del espalda en la cultura japonesa. No recuerdo qué dijimos.
Me desperté y eran las ocho de la mañana. Caminé hasta mi cama y me acurruqué - lo posible, porque no me podía mover - junto al Duque hasta las 9:30. Después comencé a recorrer el departamento como alma en pena. El dolor no cesaba ni parada, ni sentada, ni acostada...
29.6.04
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1 comentario:
Estimada Cronopio: Lamento en verdad su dolor de espalda, pero -y habrá de perdonar mi negro humor- sus pesadillas me arrancaron un par de risas discretas, pues estoy en la revista y no es bueno reírse fuerte, como acostumbro. Por ciero, el nombre de "Banyan" no le dirá nada, así que revelaré mi identidad: Eugenia R. Sirva el comentario para mandarle un saludo.
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