20.5.04

Las ventajas de salir a comer

Trabajo en el piso diez de un edificio en el corazón neurálgico de Reforma Centro. Tengo una ventana desde la cual puedo ver un centro de telemarketing ubicado en el edifico de enfrente. Tengo cuatro macetas con bambús. Una tiene plaga. Y miles, cientos, millones de papeles y pendientes en todos lados.

Desde hace dos meses, decidieron comenzar a "remodelar" Reforma, exactamente a la altura de mi oficina. Es horrible. Ruido, piedras, calles cerradas, aguas negras. No es precisamente alentador el salir a la calle.

Sin embargo, esta semana salí lunes y martes a comer. Lejos. Y regresé tan contenta. Ví tantas cosas. El lunes, nos metimos seis en un carro y fuimos a la Roma, cerca del Palacio de Hierro. Para el horror de algunos de mis acompañantes, yo insistí en que nos sentáramos en la acera. Diez minutos después, al ver pasar a tanta gente, coincidieron en que era bueno. Además, la sombra de los árboles - o el sol que tercamente se escapaba entre las ramas - te toca de una manera muy distinta que la luz de oficina.

El martes sí fue magnífico. Nos armamos de valor y fuimos hasta el Museo Franz Mayer. Es cerca, pero entre las manifestaciones y la remodelación, casi no llegamos. Sorteamos los obstáculos y en menos tiempo del esperado estábamos ahí en el claustro del Museo, comiendo ensaladas y jugos y postres. Es increíble como estás aislado, como se escucha el rumor de los árboles y los pájaros alrededor. Estaban montando también una exposición de orquídeas exóticas. Eran tan bonitas. Todas.

Al terminar, rápido, rápido, vimos la exposición de Art Nouveau. Está hermosísima. Eso es tan feliz.

Hoy no tengo comida. Ni plan. ¿Los chinos o un sándwich a domicilio? Paciencia...

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