Esta mañana me costó más de lo normal levantarme de la cama. La perspectiva de los últimos dos días en los que habíamos hecho más de dos horas de la casa al trabajo francamente no era muy alentadora. Además, realmente estaba cansada.
Me paré amodorrada y el calentador estaba apagado. Cinco minutos más a la cama. Por fin cuando, tarde, salí de bañarme, el Duque me dijo amodorrado desde la cama: "Llueve. Se está cayendo el cielo". A mí me dió la emoción. Algunas mañanas de septiembre tenía que irme a la escuela todavía lloviendo y me encantaba. Me senté a la orilla de la cama y subí la persiana. Entonces, la revelación: en la luz apenas clara del amanecer, dos arcoiris perfectamente definidos con sus colores me daban los buenos días.
Grité. El Duque salió corriendo de la regadera. Se hizo aún más tarde porque yo no quería irme. No hasta que se fuera por completo el arcoiris.
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