Ahora resulta que la gente odia al Facebook. Que se sienten defraudados al saber que lo que han puesto ahí puede verlo tanta gente, que les quita horas de valioso trabajo. Y hasta el NYT apunta que hay una especie de éxodo: que mucha gente está cerrando sus cuentas de Facebook.
Yo he escuchado la amenaza más de una vez. He recibido peticiones de parte de amigos y familiares para que yo haga lo propio. Para que me aleje de este invento del demonio.
La verdad es que hay cosas a las que yo no me apunto: por ejemplo, odio las galletitas de la fortuna. No soporto la idea de los video-chats. Siguen gustándome los libros y los periódicos impresos. Y Facebook es una de esas cosas que antes no nos hubiéramos imaginado: no me veo poniendo un periódico mural con las cosas que pienso o hago afuera de mi despacho o en la puerta de mi casa. Pero ahora, por lo que hay, me gusta. Participo en lo que puedo. No formo parte del éxodo.
No hay nada mejor a lo que irme.
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