Desde las 6 hasta las 9 de la mañana, teclée y tecleé para intentar actualizar este blog casi olvidado. Después comenzó el movimiento familiar. Baño, desayuno, sobremesa y salimos J, el hermano Diego y yo corriendo hacia el centro, con mi padre de chofer. Nos dejó en la Rotonda de los Jalisciences Ilustres. J tuvo un tour de varias horas por el centro con dos guías como de miedo: una ex-periodista y un aspirante a arquitecto. Pero creo que hasta lo hicimos bien.
Uno de los puntos altos fue que, a pesar de la contingencia, pudimos entrar a Palacio de Gobierno. Por lo menos le tocó a J un edificio oficial CON murales, y muy impactantes por cierto. Después pasamos por la plaza Tapatía en remodelación, y el Degollado y el Hospicio Cabañas cerrados a cal y canto. Ahí estaba nuestro momento estelar - el mercado de San Juan de Dios.
Hicimos como tocaba ante los 34 grados de temperatura: compramos huaraches artesanos para nosotros y para los niños en Barcelona. Miramos a Diego probarse otros y seguimos haciendo la compra del souvenir. Yo me tomé un litro de agua de lima. J de fresa. Subimos a la zona de la fayuca y luego bajamos al piso de la comida, donde una señora muy amablemente acomodó sus chiles rellenos para que yo les tomara fotos.
El siguiente punto del kitsch fue hacer a J caminar por Morelos y ver las tiendas de vestidos para novias y para quinceañeras. Azorada, intentó tomar fotos, pero las dependientas la pararon: no fuera a ser que nos quisieramos robar sus diseños de vestidos morados tornasoles imposibles. Otra vez risas.
Mi papá anunció su llegada y corrimos a la biblioteca Iberoamericana que, por supuesto, también estaba cerrada. De regreso a la Rotonda, donde durante la espera un "arte-zángano" según su propia definición, nos vendió media docena de pendientes (aretes). Llegó mi padre, fuimos a buscar al resto de la familia y nos fuimos a comer birria al Chololo - camino a la carretera de Chapala. Opípara y no alcohólica comida (ah, la contingencia) y luego visita a la casa nueva de Martha y a la de Dulce María. Era como si le estuvieramos dando a J el tour de los bienes raíces que, por supuesto, no acabó ahí: fuimos a ver la casa de mis padres y luego a visitar a mi abuelita.
Esa noche dejé a J ver una película mientras yo tomaba cervezas con un par de cronopios en pleno movimiento. Y de regreso yo pensaba: "ah, la ciudad... la hermosísima ciudad".
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