En esta casa, en esta recámara, se cambian las sábanas todos los lunes. Es una cosa de esas que se quedan desde la infancia. Me recuerdo media dormida, con el uniforme oliendo a sol - a limpio, a recién planchado - sacando las sábanas y metiéndolas en la funda de la almohada, en el bote de la ropa sucia, antes de irme a la escuela. Es algo así como una especie de ritual que, al contrario de la misa dominical, no ha ido espaciándose con los años. Hay que reconciliarse consigo mismo de vez en cuando - y uno lo hace cuando deja limpio y nuevo el sitio donde quiere dormir.
Desde hace años pertenezco a una especie de lista de correspondencia entre antiguas "promesas" de la literatura mexicana. Una lista más bien flaquita y sin chiste. De hecho, el que pertenecer a ella sea un honor o un desencanto todavía está por definir por la historia. Pero la lista sigue. Hemos conocido incontables historias de amores y desamores, conflictos académicos, mudanzas trasatlánticas y demás. Desde hace meses rara vez respondo. Me limito a ver el ir y venir de pequeños dramas cotidianos. Hace un par de semanas, sin embargo, una de las promesas que se han concretado en algo - vamos, que tiene libros publicados e incontables becas - comenzó a hablar de cuán orgullosa está de que está escribiendo "poesía de verdad". ¿Cómo? Sí, básicamente, según explica, está orgullosa de que ya no escribe poemas de amor sino de otras cosas - lo cual, afirma, la convierte en una verdadera poeta.
Yo, poeta de pacotilla, me quedé pensando en la vergüenza que debo ser para los que me consideraban, también, una especie de poeta en potencia. A mis 30 años sigo escribiendo poemas de amor de vez en cuando. Qué verguenza. Pero no sé, supongo que es esa estúpida manía mía de volver a leer de vez en cuando a Neruda, a Auden o hasta a Cioran y a Wolfs. La tontería esa de encontrar que los grandes superventas siguen escribiendo - sí, que verguenza - canciones de amor. Es que somos un verdadero lastre para las grandes letras. Pero qué se le va a hacer.
Es lunes. Y en esta casa, los lunes se cambian las sábanas. Se sacan a la terraza para que nada huela a nada más que a detergente. Uno se baña antes de meterse a dormir para que el cabello no huela a cigarro ni el cuello tenga sensación de besos de alguien que no está. Se cambian las sábanas, se lavan los recuerdos, se duerme con un par de libros de AM Homes y algunas canciones de Fiona Apple, a ver si el cinismo y la rabia hacen desaparecer una cierta tristeza y la sensación de que la cama es enorme, como un océano o un larguísimo trayecto en carretera.
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1 comentario:
Diría que los poemas de amor son como los recuerdos: tan útiles o inútiles como uno mismo lo quiera.
Aún me estremezco leyendo algunos poemas que para mi son retazos de una historia que no queremos olvidar. La imagen que haces de las sábanas limpias es muy bella, tanto que han hecho recordar mis propias manías del vivir cotidiano, aquí estaremos siguiéndote el paso en el blog, si quieres y puedes, échate un clavado al mío.
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