Ahora que de motu propio he vuelto a la academia, me encuentro entre otras cosas con las teorías del "agenda setting" - aquella visión americana de que los medios establecen completamente la agenda de los ciudadanos al marcarles las fechas y los momentos para cada ocasión. Hay también una teoría europea digamos correlativa sobre la tematización que dice que los medios lo que hacen es establecer temas entre ellos y luego ser autoreferenciales.
En este contexto, es fácil imaginarse el Día de San Valentín como una celebración hecha a medida – cuál no lo es – para reactivar el mercado en un mes especialmente malo como es febrero. Todo está puesto, todo te recuerda, que habría que regalar o ser regalado una flor, un chocolate, un oso de peluche.
Yo soy fanática de las fechas. Me gustan los rituales, los momentos de paso. Por más idiotas que sean. Esto tiene como consecuencia que yo sufra gratuitamente si alguien se le olvida mi cumpleaños, o no le da la importancia que yo quiero que tenga a aniversarios, fechas o fiestas.
Y así entré a la preparatoria. Iba de cínica, de dura. Como mis amigos. Como ese amigo que era el más cínico y el más duro de todos. Que observó en silencio cómo pasó el primer día de San Valentín en esa preparatoria, donde se vendían flores, chocolates y globos y se llevaban “a domicilio” – es decir, a los salones del objeto de tu afecto. Ese, mi amigo, vio cómo mi cabeza se iba hundiendo más entre mis hombros mientras veía como las chicas populares recibían decenas de flores y chocolates y yo, como otras tantas, no recibíamos nada. Me vio burlarme para no llorar – porque hubo quien lloró y después directamente no iba a la escuela el Día de San Valentín.
Al final del día, a la última hora de clases, entró otro chico con flores. Y, sorpresa, una era para mí. No me acuerdo exactamente lo que decía la nota, pero seguro era algo así como “para que dejes de quejarte de que nadie te manda nada”. De ahí en adelante y mientras estuvimos en la misma escuela, cada día de San Valentín, a primera hora, me envíaba una rosa. Y más que un gesto de coquetería, era una manera de cuidar mi corazón, mi autoestima. Y por eso lo quiero tanto.
De eso hace ya más de una década. Hoy, en la mesa de mi sala hay un ramo enorme de flores que llegó ayer de tarde, cuando no esperaba nada. La tarjeta era un código descifrable sólo por el remitente y por mí. Pero las miré y me acordé de todos esos amigos que llenan mis días, mis tardes, mis noches. De todos los habitantes del multifamiliar que tengo por corazón. Me sentí tan suertuda de ser tan, pero tan cursi.
Como no puedo compartir mis flores, comparto la ilusión que me hace sentirme protegida por un cálido manto de cariño de todos mis amigos. Y también este descubrimiento de Chet Baker que, junto con las flores, me han hecho sentir que tengo un secreto agradable y suave al tacto como la ropa de algodón. Especialmente por aquello de
“Are you smart
don't change a hair for me
not if you care for me
stay little valentine stay
each day is valentine's day”
14.2.09
Tematización
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1 comentario:
Sí.. justo he estado pensando en que tanto la gente que reniega tantísimo y se la pasa quejándose del "día comercial" de San Valentín y que apesta; es tan exagerada como la gente que se la pasa comprando osos de peluches y globos. Así como a tí con la flor, a mi me encantaba recibir cartitas de felicitación en el buzón de San Valentín de la prepa. Me daba harta emoción aunque recibiera cartitas de mis amigas con las que siempre me juntaba... un abrazo!
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