Hacía menos de un año que había llegado a Barcelona. Las finanzas no eran precisamente boyantes, pero la pasábamos bien. Éramos felices. Yo tenía un trabajo que no me pagaba ni el sueldo mínimo, una beca y estudiaba una maestría. Y con ese trabajo mal pagado me había hecho un ahorrito para hacerme mi cambio de look barcelonesa. Era cuando todavía creía que iba regresar a finales del verano de 2005.
Poco después de mi cumpleaños, ví un anuncio en una de las peluquerías que siempre me habían llamado la atención. Decía que las noches de luna llena abrían, con precio especial y copa de cava para los clientes. Entré a pedir hora y me la dieron a las 11:30 de la noche. Parecía una buena hora.
Tenía muchos años con el cabello corto y ahora comenzaba a permitir que creciera hasta una melena decente. En realidad lo que yo quería era tenerlo color azul. Siempre me había gustado. No sé si como resultado a mi fijación con el monstruo comegalletas, pero creía que era una buena idea que yo tuviera el pelo azul. Y con eso en la cabeza mi fui a mi cita de medianoche.
Recuerdo haber esperado un poco con una copa de cava en la mano, rodeada de los peluqueros con las pintas que entonces me parecían las más extrañas del mundo. Cuando me senté en la silla de un chico casi rapado, me preguntó qué quería. Le dije que color, de fantasía, en realidad, mechas azules. Me miró dos segundos y luego se concentró en mi cabello. Como si mi cara no existiera. Comenzó a hacer particiones, fue a traer algún peróxido para decolorarme. Cuando me tenía como marciano, llena de mechones envueltos en papel aluminio, me dijo: "te voy a pintar el cabello de negro y los mechones te los pongo rosas. Azul no porque está demodé y yo no lo hago".
Demodé. Me sorprendió tanto la desfachatez del tío que no pude ni decirle nada. Lo dejé hacer y un par de horas salí de ahí, 70 euros más pobre y con unos mechones rosa mexicano que aprendí a querer. Pero no me olvidaba que yo había querido tener el pelo azul.
Después de un tiempo decidí que podía dejar los colores de fantasía para cuando sea canosa como mi abuelita y pueda pintármelos sin necesidad de pasar por la traumática experiencia de la decoloración. Ah, pero nadie sabe cuándo puedo cambiar - rápida y radicalmente - de posición.
La semana pasada me llamó Judith y me dijo que se iba a pintar el pelo de azul. "Ah... yo voy contigo". Ella primero no lo podía creer. Luego yo tampoco. Total de que fuimos, me hicieron las mechas y tengo el pelo otra vez muy negro y con sus mechas azules. Obviamente, no quedaron tan bonitas como yo hubiese querido. Pero me hace ilusión que, años después, alguien por fin hubiese entendido aquello de que el cliente tiene la razón.
Ahora tengo cuatro días saliendo de casa con un abrigo azul eléctrico, sólo para intensificar el efecto. Lo chistoso es que algunos creen que es efecto del carnaval. Quizá... quizá sea efecto de la procesión que llevo por dentro.
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